Enseñar a transgredir
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Enseñar a transgredir

La educación como práctica de la libertad

Bell Hooks, Marta Malo

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  1. 240 páginas
  2. Spanish
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Enseñar a transgredir

La educación como práctica de la libertad

Bell Hooks, Marta Malo

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Escribe sobre un nuevo tipo de educación, la educación como práctica de la libertad. Enseñar a los estudiantes a "transgredir" los límites raciales, sexuales y de clase para lograr el regalo de la libertad es, para Hooks, el objetivo más importante del maestro.Bell Hooks habla al corazón de la educación actual: ¿cómo podemos repensar las prácticas de enseñanza en la era del multiculturalismo? ¿Qué hacemos con los profesores que no quieren enseñar y los estudiantes que no quieren aprender? ¿Cómo debemos lidiar con el racismo y el sexismo en el aula? Lleno de pasión y política, Enseñar a trasgredir combina un conocimiento práctico del aula con una profunda conexión con el mundo de las emociones y los sentimientos.Este es un inusual libro sobre profesores y estudiantes que se atreve a plantear preguntas sobre el eros y la rabia, el dolor y la reconciliación, y el futuro de la enseñanza misma. "Educar es la práctica de la libertad — escribe Bell Hooks—, es una forma de enseñar que cualquiera puede aprender".

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Información

Año
2021
ISBN
9788412351361
Edición
1
Categoría
Pedagogía

10
Construir una
comunidad educativa
Un diálogo
En su introducción a la colección de ensayos Between Borders: Pedagogy and the Politics of Cultural Studies (Entre fronteras. La pedagogía y la política de los estudios culturales), los editores, Henry Giroux y Peter McLaren, destacaban que las y los pensadores críticos que trabajan asuntos pedagógicos y están comprometidos con los estudios culturales deben combinar «la teoría y la práctica para proponer y demostrar prácticas pedagógicas volcadas en crear una nueva lengua, derribar las fronteras entre disciplinas, descentrar la autoridad y reescribir las zonas institucionales y discursivas de frontera donde la política se convierte en una condición para reafirmar la relación entre capacidad de acción, poder y lucha».[59] Con este programa, es crucial que los pensadores y las pensadoras que queremos cambiar nuestras prácticas educativas hablemos entre nosotros, colaboremos en un debate que cruce fronteras y que cree un espacio para la intervención. Estos días en que la «diferencia» es un tema candente en los círculos progresistas, se ha puesto de moda hablar de «hibridación» y de «cruce de fronteras», pero a menudo no disponemos de ejemplos concretos de individuos que realmente ocupen diferentes situaciones dentro de las estructuras y que compartan sus ideas entre sí, trazando terrenos de lo común, de conexión y de inquietud compartida por las prácticas pedagógicas.
Dialogar es una de las maneras más sencillas, en cuanto profesores, investigadores y pensadores críticos, para poder empezar a franquear fronteras, a cruzar las barreras que pueden erigirse o no por motivos de raza, género, clase, categoría profesional y una serie de otras diferencias. Mi primer diálogo colaborativo fue con el filósofo Cornel West, publicado en Breaking Bread. Insurgent Black Intellectual Life (Partir el pan. Vida intelectual rebelde negra).[60] Después participé en un intercambio crítico muy emocionante con la crítica literaria feminista Mary Childers, publicado en Conflicts in Feminism (Conflictos en el feminismo).[61] El primer diálogo quería servir de modelo para una conversación crítica entre hombre y mujer, así como entre investigadores negros. El segundo quería mostrar que puede y debe existir una solidaridad entre dos pensadoras feministas progresistas, una negra y una blanca. En ambos casos parecía que se habían representado en público las divisiones entre estos grupos en mucha mayor medida de lo que se habían descrito o destacado aquellos momentos potentes en los que se cruzan las fronteras, se enfrentan las diferencias, se produce un debate y surge la solidaridad. Necesitábamos contraejemplos concretos que alteraran los presupuestos aparentemente fijos (aunque muchas veces tácitos) de que un encuentro entre dos individuos así, a través de las fronteras, es improbable. Sin estos contraejemplos me parecía que corríamos el peligro de perder el contacto, de sentar las bases de la imposibilidad de ese contacto. Por lo tanto, me convencí de que los diálogos públicos podían funcionar como intervenciones útiles.
Cuando concebí esta colección de ensayos me interesaba en particular poner en cuestión la idea de que no podía haber puntos de conexión y de camaradería entre investigadores blancos (a menudo considerados la encarnación del poder y del privilegio o de la jerarquía opresiva) y grupos marginados (mujeres de todas las razas y orígenes étnicos y hombres de color). En los últimos años, muchos investigadores blancos han dedicado atención crítica a mis textos. Me molesta que se haya puesto esta atención bajo sospecha o que se haya interpretado como un mero acto de apropiación para adornar intenciones oportunistas. Si de verdad queremos crear una atmósfera cultural en la que se puedan desafiar y modificar los sesgos, todo cruce de fronteras debe considerarse válido y legítimo. Eso no quiere decir que no se someta a la crítica o al cuestionamiento crítico, o que no vaya a haber muchas ocasiones en las que los poderosos entren en los terrenos del desposeído y se perpetúen las estructuras existentes. Este riesgo es, en último término, menos amenazador que el acoplamiento sostenido y el apoyo a los sistemas actuales de dominación, en especial en lo que atañe a la enseñanza, a cómo enseñamos y a qué enseñamos.
Para proporcionar un modelo de posibilidad, escogí dialogar con Ron Scapp, un filósofo, camarada y amigo blanco. Hasta hace muy poco daba clases en el Departamento de Filosofía del Queens College y trabajaba en la dirección del Programa Preparatorio de la Facultad de Educación de esta universidad; es autor de un manuscrito titulado A Question of Voice: The Search for Legitimacy (Cuestión de voz. La búsqueda de legitimidad).[62] En la actualidad, es director del programa de grado sobre Educación Urbana Multicultural en la Universidad de Mount St. Vincent. Conocí a Ron cuando visité el Queens College en compañía de doce estudiantes que se habían apuntado a mi seminario sobre Toni Morrison del Oberlin College. Fuimos a un congreso sobre Morrison donde intervenía ella y yo también daba una conferencia. Mi perspectiva crítica sobre su obra, en particular sobre Beloved, no fue bien recibida. Cuando salía del congreso, rodeada de estudiantes, Ron se acercó y compartió las reflexiones que le habían suscitado mis ideas. Fue el inicio de un intenso intercambio crítico sobre enseñanza, escritura, ideas y vida. Quería incluir este diálogo porque habitamos lugares diferentes. Aunque Ron es blanco y varón (dos lugares que conceden poderes y privilegios específicos), yo he impartido clases principalmente en instituciones privadas (que se consideran más prestigiosas que las instituciones públicas en las que ambos trabajamos ahora), tengo una categoría superior en la universidad y más prestigio. Ambos venimos de clase obrera. Sus raíces son urbanas, las mías, del Estados Unidos rural. Entender y valorar nuestras posiciones diferentes ha sido el marco necesario para la construcción de una solidaridad profesional y política entre nosotros, y ha servido para crear un espacio de confianza emocional en el que se pueda alimentar la intimidad y el respeto mutuo.
A lo largo de los años, Ron y yo hemos tenido muchas conversaciones acerca de nuestro papel como pensadores críticos, como docentes en el mundo académico. De la misma manera que yo tuve que confrontar críticas que consideraban que mi trabajo no era «erudito o lo bastante erudito», Ron ha tenido que lidiar con críticos que preguntaban si estaba haciendo «filosofía de verdad», en particular cuando recurre a obras de mi autoría o de otros pensadores que no han tenido una formación tradicional en filosofía. Ambos estamos apasionadamente volcados en la enseñanza. Nuestra inquietud compartida por que no se devalúe el papel del profesor fue el punto de partida de este debate. Esperamos que conduzca a muchos más debates, que muestre que los varones blancos pueden cambiar y de hecho cambian su manera de pensar y de enseñar y que esa interacción a través de nuestras diferencias y con ellas puede tener sentido y enriquecer nuestras prácticas educativas, nuestro trabajo de investigación y nuestras maneras de ser dentro y fuera del mundo universitario.
bell hooks: Ron, empecemos hablando de cómo nos vemos a nosotros mismos como docentes. Una de las cosas que me han hecho pensar este libro sobre mi proceso de enseñanza es que siento que la manera en la que enseño se ha estructurado en un sentido fundamental a partir del hecho de que nunca quise ser profesora de universidad y, por lo tanto, nunca construí en mi imaginación una fantasía de mí misma como profesora antes de entrar en el aula. Creo que eso ha sido importante, porque me ha permitido sentir que ser profesora es algo en lo que yo me convierto, en contraposición a una especie de identidad que ya está estructurada y que llevo conmigo al aula.
Ron Scapp: En mi caso, es parecido, aunque quizá ligeramente diferente: no es que nunca quisiera ser profesor, es que ni siquiera pensé en ello. Mi vida entera transcurría en buena medida fuera del aula. Muchos de mis amigos no llegaron a terminar la carrera, algunos no terminaron la secundaria, así que no había esa idea del colegio como un camino profesional y creo que esa cosa tuya de no querer ser profesora era no querer identificarse con esa profesión. Yo ni siquiera llegué a pensar en ello.
bh: Pero, como dices, yo tampoco. Me refiero a que, en cuanto mujer negra joven en el Sur segregado, yo pensaba (y pensaban mis padres) que regresaría a ese mundo y que daría clases en la escuela pública. Pero nunca existió la idea de que pudiera ser una profesora universitaria, porque, a decir verdad, no conocíamos a ninguna mujer negra que fuera profesora universitaria.
RS: De una manera diferente pero parecida, mis padres, de clase obrera, entendían la educación como el medio para un fin, no como un fin en sí mismo, así que si alguien tenía una educación universitaria era para ser abogado o médico. Para ellos era una manera de aumentar el estatus económico. No es que despreciaran a los profesores universitarios, simplemente no era lo que había que hacer. Si te daban una educación era para ganar dinero, para ganarse la vida y empezar una familia.
bh: ¿Cuánto tiempo llevas enseñando?
RS: Después de licenciarme en el Queens College en 1979, empecé a dar clase en el Instituto Comunitario de La Guardia. Estaba en el Departamento de Compensación Educativa. Enseñaba Lengua Inglesa y Lectura Compensatoria.
bh: ¿Y después seguiste estudiando para doctorarte en Filosofía?
RS: Sí, así que ya daba clases mientras estudiaba el posgrado. Desde 1979 he estado enseñando a tiempo completo o parcial, así que son, ¿cuántos?, ¿catorce años?
bh: Yo he estado enseñando desde los veintiún años. Mientras hacía el posgrado, impartía mis propios cursos utilizando literatura afroamericana y material de mujeres afroamericanas simplemente porque me interesaba hacerlo y porque había un conjunto de estudiantes con interés en asistir a esos cursos. Pero fui una flor tardía a la hora de sacarme el doctorado, aunque ya estuviera dando clase. Me veo a mí misma como alguien que no ha sali...

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