Una mirada a Europa
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Una mirada a Europa

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Una mirada a Europa

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Según el autor, hay tres hechos de enorme importancia en el contexto europeo, que repercuten en la historia reciente en todo el mundo: los cambios del mapa europeo tras la Primera Guerra Mundial, con el derrumbamiento de las monarquías de Europa Central y de la Rusia zarista; la división de Europa en dos bloques -liberalista y marxista- tras las Segunda Guerra Mundial, y la descomposición de la ideología marxista. Liberalismo y marxismo coincidían en negar a la religión el derecho y la capacidad de plasmar el futuro común de la humanidad, pero la segunda mitad del siglo XX ha puesto en evidencia que no puede construirse el futuro de la humanidad a espaldas de la religión.En este libro, Ratzinger busca aclarar los fundamentos inalienables de Europa, de una profunda identidad cristiana. Para ello, tras analizar los problemas morales de nuestra época, analiza qué debe hacer la Iglesia -y qué no- ante la falta de paz y de justicia.

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Información

Año
2021
ISBN
9788432154171
Edición
1
Categoría
Filosofía
SEGUNDA PARTE
DIAGNÓSTICO Y PRONÓSTICO
4.
LA FE Y LAS CONVULSIONES SOCIO-POLÍTICAS CONTEMPORÁNEAS[1]
EL AÑO 1989 HA TRAÍDO DRAMÁTICOS virajes en el panorama político y espiritual de Europa, tales que, muy poco tiempo antes, ninguno habría podido pronosticar. Estas revoluciones —y es esto lo que representa la verdadera novedad— no han tenido lugar por obra de la fuerza militar o de la violencia política, sino en virtud de nuevos principios y de revoluciones espirituales, que simplemente han corroído los fundamentos de las antiguas estructuras de poder y las han derrumbado de la noche a la mañana.
Tales procesos no conciernen solo a los estados anteriormente dominados por la ideología marxista, sino que revisten una importancia mundial. Rebasan con mucho los límites de la política, incluso con creces los de la metapolítica, y han sacado a la luz la fuerza política de factores no políticos en su origen.
Estaría fuera de lugar alimentar sentimientos de satisfacción acerca del fracaso ajeno; estemos más bien dispuestos a reflexionar con calma acerca de los fundamentos espirituales sobre los que puede construirse el camino hacia el futuro y sobre cuáles no es posible hacerlo.
Por lo mismo, las siguientes reflexiones tratan sobre los acontecimientos políticos del año 1989, pero se dirigen a la dimensión metapolítica, la cual se ha mostrado en dicho caso en toda su apremiante actualidad.
EL ALCANCE DE LA CRISIS DEL MARXISMO
Lo que ha fracasado
Debemos, de acuerdo con lo anterior, comenzar nuestra investigación de los hechos acaecidos delimitando su interior fuerza propulsora y, con esto, puntos de referencia para el siguiente camino. La primera pregunta que debemos plantear es: ¿qué se derrumbó realmente en el transcurso de los años 1989 y 1990?
Ante todo puede y debe decirse simplemente que el marxismo, como interpretación totalizadora de la realidad y como guía del quehacer histórico, ha sido derrotado. Sus promesas de libertad, igualdad y bienestar para todos no se hicieron efectivas en la realidad. Esta fue falsificada por los hechos políticos y económicos. Pese a lo cierto de estas afirmaciones, todo quedaría en un análisis superficial si nos contentáramos solo con ellas. Debemos dar un paso más y preguntarnos: ¿qué es lo específicamente falso en esta interpretación del mundo y en su fracasada praxis? Una observación detenida del fenómeno conduce de inmediato al núcleo del problema: la fuerza del espíritu, la energía de las convicciones personales, del sufrimiento y de la esperanza ha hecho caer las estructuras existentes. Esto significa: ha fracasado aquel materialismo que concebía el espíritu como el simple producto de las estructuras materiales, como simple superestructura del sistema económico. En este punto sin embargo no hablamos ya simplemente del problema del marxismo y de su realidad social, sino de nosotros mismos. Pues el materialismo es un problema que nos concierne a todos; su fracaso nos obliga a todos a una detenida reflexión.
Para esto es necesario detenerse algo mas en este punto, y preguntarse cuál es realmente el núcleo de la ideología materialista. Esta no consiste en la negación absoluta de la realidad del espíritu. También el materialismo acepta que en un cierto momento de la historia aparece el espíritu, y que a partir de este momento debe ser diferenciado de lo puramente material. La esencia del materialismo moderno es más sutil: consiste en la forma según la cual se concibe la relación entre materia y espíritu. La materia es aquí lo primero y originario. Al principio existe la materia y no el logos. A partir de ella se desarrolla todo en un proceso casual, que acaba siendo necesario. El espíritu se mantiene como producto de la materia. Cuando se conocen sus leyes y el modo de manipularle, se hace posible entonces dirigir el curso del espíritu. El espíritu se transforma cuando se modifican sus condiciones materiales de existencia. Es así posible, de forma mecánica, adaptar y desarrollar la propia historia, mediante la modificación y transformación de las estructuras[2].
Esta arrogancia materialista se ha revelado como falsa. Es cierto que el espíritu depende en buena parte de sus condiciones materiales, pero las supera. No se puede liberar al hombre de su propia libertad delimitando los canales por los cuales esta debe moverse. El pretexto de que se podría, con recetas estructurales, construir el hombre perfecto y la sociedad perfecta es la clave del materialismo moderno, y esa clave se ha revelado como falsa. Quien se apoya en lo mecánico en lugar de en lo espiritual y eterno, tarde o temprano atenta contra sí mismo.
Si esto es cierto, también se pone en cuestión con ello un determinado tipo de fe en la ciencia, que en sus efectos llega mucho más allá de la esfera de poder del marxismo. La ciencia, en el sentido estrecho del término, se ciñe al ámbito de lo necesario, que se rige por leyes rígidas y conduce por esa vía a certezas objetivas y verificables. Esto significa empero que la ciencia, así entendida, no puede abarcar la esfera de la libertad, esto es, lo propiamente humano en el hombre y en sus relaciones comunitarias. La fascinación de un concepto totalizador de ciencia, que abarque al hombre con una exactitud no inferior a aquella con la cual aborda las leyes de la física, ha intentado, sin embargo, traspasar esas fronteras. Ya desde Augusto Comte todos los esfuerzos se dirigieron a concebir también al hombre como un ser determinado por leyes necesarias, y a no dejar, en el mapa del mundo científico, ningún sitio inexplorado. De aquí proviene aquella concepción fundamental de la ciencia social que, a pesar de todas las diferencias, se manifiesta en el Este como marxista, en el Oeste como sociología positivista, y que en ambos casos representa, según una frase de Jürgen Habermas, el «proyecto de la modernidad»[3].
Sobrepasaría el ámbito de nuestras reflexiones la pretensión de esclarecer aquí la raíz metodológica fundamental común que actúa detrás de todas las diferencias entre marxismo y positivismo, referente a un tipo de ciencia humana que se presenta como la nueva metafísica, como interpretación de los fundamentos del ser del hombre. Puede bastar remitirse una vez más a Habermas, según el cual el ser personal no debe considerarse una «variable independiente», sino «una esencia genérica, que (ante todo) se realiza en un proceso histórico y dentro de una época y una sociedad absolutamente determinadas». El concepto de persona se refiere entonces a «un individuo que se hace tal en la socialización y a través de ella, que no puede ser concebido con independencia de la sociedad. Este es, por así decirlo, producido o generado en el mecanismo de la socialización»[4].
El intento de manipular al hombre «científicamente» —en la más estrecha acepción del término— encierra un determinismo que proviene del materialismo subyacente. Una idea científica, que se obtiene en el ámbito de lo no libre, es trasladada al ámbito de lo libre, de lo humano, para posibilitar una «física del hombre», en la cual solo existen leyes necesarias y previsiones exactas[5]. Tal teoría, si es asumida consecuentemente, exige la exclusión del factor libertad. El sistema marxista se ha limitado a aplicar con todo rigor esos presupuestos fundamentales a la acción política: la represión de la libertad a través del sistema no constituye un abuso del sistema, sino su consecuencia lógica. La explosión práctica de la libertad contra el sistema en las calles de las capitales del Este, tiene por lo mismo consecuencias teóricas decisivas. No se ha puesto en tela de juicio solamente el pensamiento marxista, sino que se cuestiona nuestro modo de plantear las ciencias humanas sobre fundamentos metodológicos que excluyan lo humano. Cuanto ha sucedido en el espacio de la política es también una contribución importante y real al problema fundamental de qué sea la libertad y el hombre.
Aún un tercer aspecto de los procesos analizados me parece muy claro. Por medio de lo ocurrido se ha puesto en cuestión una determinada modalidad de la idea de progreso. La palabra «progreso» se había convertido en un corolario de la filosofía de la historia poshegeliana. Esto presupone aquella interpretación mecanicista de la historia que acabamos de someter a crítica. El término «progreso» es empleado como una etiqueta fácilmente vendible. En el ámbito socialista se pensaba que el progreso es aquello que sirve a la construcción del socialismo. Existe también, sin embargo, un liberalismo superficial no menos partidista. La libertad se identifica con la ausencia de vínculos, y el progreso es, precisamente, aquello que anula todo tipo de vínculos. Finalmente, la variante tecnológica de la fe en el progreso, que ve como progreso del hombre el aumento del poder de la técnica. Romano Guardini ha hablado en relación con esto de la «insensatez de la fe en el progreso»[6]. Allí donde el progreso se ha visto como un proceso necesario del desarrollo, sujeto a leyes de la historia, este permanece al margen de lo propiamente humano y, en el fondo, se dirige contra el hombre. La libertad personal y la responsabilidad ética pueden ser vistas entonces solo como factores perturbadores de tales procesos. La irrupción masiva de estos «factores de disturbio» en los últimos años (1989-90) en la escena de la historia es un proceso que nos da esperanzas, y a la vez un hecho que nos obliga a reflexionar y a revalorizar nuestras convicciones.
Es inevitable en este punto preguntarse si estamos dispuestos a tal cambio y somos capaces de llevarlo a cabo. ¿Hasta qué punto somos capaces verdaderamente de desarrollar nuevas visiones de conjunto y de refutar aquel materialismo, implícito o evidente, que ha conducido al peligroso flirt de los intelectuales occidentales con el marxismo, del cual hoy nadie quiere saber nada?
Las fuerzas motrices del cambio
Debemos retornar ahora a la cuestión práctica de qué fuerzas han promovido el viraje en el Este de Europa, aunque aquí no se trata de un análisis político en el sentido estrecho del término. Después de haber investigado qué ha fracasado realmente, qué se ha revelado sin futuro, busquemos lo positivo, es decir, aquellas energías que lograron producir el cambio. Naturalmente no puede tratarse de un análisis exhaustivo, sino de un acercamiento inicial al problema.
¿Qué ha provocado el cambio? En primer lugar, debemos detenernos en los procesos políticos concretos, para inscribirlos después en un contexto de significado más amplio.
Como hecho evidente y fuerte impulsor de los recientes procesos, hay que mencionar, en primer término, la decadencia material del sistema marxista en los ámbitos económico y social. De hecho, el marxismo falló en su propio terreno —como teoría económica—, y hoy no es ya posible tomarlo en serio desde el punto de vista científico. Los teóricos del sistema y sus funcionarios lo sabían desde hacía tiempo. La fe en el sistema decayó frente a la evidencia de los hechos. Desde hacía tiempo el sistema no se sostenía sobre una verdadera convicción, sino en la autoafirmación del poder. La duración de un poder desnudo, que se sostiene a sí mismo sin apoyarse en valores espirituales, está limitada por necesidad. En el instante en que la «pérdida de fe» de los poderosos se conjuga con la «pérdida de confianza» de los súbditos, por la falta de medios, la frágil construcción comienza a derrumbarse.
El segundo factor que debe mencionarse al respecto es la fuerza de la religión. Se había dicho que la religión desaparecería por sí sola cuando las relaciones sociales, que condicionaban la enajenación religiosa, fueran transformadas. Desde mucho tiempo atrás se había aceptado que la rapidez de tal proceso se había sobrevalorado. Finalmente se introdujo poco a poco la posibilidad de que la religión no fuera eliminada definitivamente nunca. Finalmente sucedió lo más sorprendente: entre los intelectuales dedicados a las ciencias naturales se planteó de nuevo la cuestión acerca de Dios. Una ciencia que había tomado conciencia de sus límites, reconoció que las verdaderas respuestas a sus inquietudes se encuentran más allá de cuanto ella es capaz de plantear. Simultáneamente a este renacimiento de la pregunta acerca de Dios en pleno corazón de la más rigurosa racionalidad, se despertó, en lo más profundo de la existencia humana, la sed de lo eterno, que de manera evidente se halla impresa en el fondo de nuestra alma. Sabemos a través de numerosos testi...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. PRÓLOGO
  6. INTRODUCCIÓN
  7. PRIMERA PARTE. IGLESIA Y MUNDO MODERNO. ELEMENTOS ESENCIALES Y PROBLEMAS DE FONDO
  8. SEGUNDA PARTE. DIAGNÓSTICO Y PRONÓSTICO
  9. REFERENCIAS Y FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
  10. AUTOR