La dictadura de la felicidad
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La dictadura de la felicidad

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La dictadura de la felicidad

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Información del libro

Vivimos en un mundo de mierda en el que la gente cada vez tiene más, se siente peor y recurre con mayor frecuencia a los psicofármacos. Reconócelo, por más que hagas, por más que produzcas o consumas, no vas a ser feliz en tu puta vida. La buena noticia es que no te hace falta.La Dictadura de la Felicidad es un libro de "autoayuda" diferente. Para romper esquemas, desaprender lo aprendido y escapar del Estado del Malestar interno y construir un mundo nuevo... dentro de ti mismo. Y así, poder gritar con orgullo: ¡soy infeliz... y me alegro!David Salinas es psicólogo y escritor y, con esta obra, le da una vuelta de tuerca a los libros sobre crecimiento personal, de la que es difícil salir indiferente.

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Información

Editorial
Mirahadas
Año
2021
ISBN
9788418789953

El sistema de la deuda

TANTO DEBES, TANTO VALES

Los primeros negocios se hicieron por medio del trueque. Un plantador de lechugas intercambiaba sus lechugas por la leche de un lechero; un pastor daba lana de sus ovejas a un granjero a cambio de los huevos de sus gallinas. Y así.
Luego apareció la moneda para sustituir al trueque. Los billetes aparecieron más tarde para completar la función de aquella, pero el sistema seguía siendo el mismo.
Hoy, no obstante, con monedas y billetes aún en funcionamiento, a la economía global no la mueve el dinero. La mueve la deuda. Hoy día se compra deuda, se vende deuda. Vales en función de la deuda que tienes o dejas de tener.
Hoy día, todos estamos endeudados. Hasta las cejas. Y es una mierda.
Pero hay una forma de dejar de estarlo. No pagando tu deuda. No reconociéndola, no aceptándola y no estando dispuesto de manera alguna a pagar esa deuda, desentendiéndote de ella.
Y así es como uno sale del Sistema de la Deuda.
Mandando a tomar por culo la deuda.

TIENES UNA DEUDA

De nuevo, insistiré en que ni este capítulo en particular ni el libro en general pretenden ser un panfleto de adoctrinamiento respecto de ideas políticas, religiosas, económicas o sociales.
Tampoco intento que vayas al director de tu banco para hacerle un corte de mangas ni te estoy invitando a que te mudes con cuatro amigos a un pueblo fantasma para vivir allí a partir de lo que produzcáis y os intercambiéis entre vosotros. ¿Estaría mal algo de eso? No tiene por qué. Bueno, a lo mejor el corte de mangas moralmente no es muy aceptable, ¡pero y el gusto que debe dar!
En este capítulo no vamos a hablar de deudas económicas, por mucho que quizá nos gustase a todos, a mí incluido, aprender truquitos para dejar de tenerlas. Aquí vamos a hablar de una deuda que hemos contraído, hace mucho muchísimo tiempo, y de la que ni siquiera nos acordamos si es que alguna vez fuimos conscientes de ella.
Aquí vamos a hablar de la deuda con uno mismo. Aquí vamos a hablar de la autoestima.
Y de cómo dejar de ser tu puto banquero.

TU PRINCIPAL RELACIÓN

Después del aceptable éxito del Taller ¡Soy infeliz y me alegro!, al que asistieron cuatro gatos, y del enorme exitazo del Taller Desarmando a Cupido, ¡al que vinieron por lo menos seis!, había que cerrar la trilogía. Hoy, por cierto (18 de junio de 2020, hace calor, un ventilador me escupe aire en la cara) tengo trece talleres distintos.
Me gusta hablar de mis talleres porque quiero que la gente se anime más a venir a ellos, a los míos o a cualquier otro taller de psicología (o actividad semejante sobre bienestar y crecimiento personal) que se haga en tu población, ya que considero que hacer una actividad de este tipo es una oportunidad magnífica para aprender, pero no solo aprender de quien da el taller, sino principalmente de los demás asistentes, porque las personas que participan en estos talleres suelen compartir sus conocimientos y experiencias personales y, gracias a eso, nos nutrimos todos de todos. Yo he aprendido mucho, muchísimo, tanto de mis pacientes como de las personas que acuden a mis talleres, y gran parte de lo que estoy transmitiendo en este libro proviene de ellos.
Pero que me enrollo y me desvío. El caso es que decidí que mi tercer taller iba a ir sobre la autoestima y que lo iba a titular Taller ¡Soy imperfecto y me alegro! Hasta hoy (sigue siendo 18 de junio, no han pasado tantas líneas desde la última vez), no he hecho aún un tercer ¡Soy… y me alegro! Estoy barajando varias opciones: soy gilipollas y me alegro, soy un cero a la izquierda y me alegro, soy la peor mierda de la galaxia y me alegro… Incluso he pensado en algún giro: soy la peor mierda de la galaxia y me parece cojonudo. No me he decidido todavía, pero sea lo que sea, seguro que lo petaré.
Me sigo enrollando y desviando, perdón, será el calor (NOTA: comprar un ventilador más potente). El caso es que elegí el tema de la autoestima porque, tras mis primeros meses como psicólogo clínico, descubrí que era el problema principal por el cual las personas venían a consulta.
Las estadísticas dicen que la gente acude a un psicólogo, además de por problemas de relaciones sentimentales —de los cuales ya hemos hablado en el capítulo anterior—, por problemas de depresión y ansiedad. De hecho, no hay ningún trastorno clasificado como trastorno de autoestima o algo similar. Pero, en realidad, de lo que me di cuenta muy poco después de empezar a ejercer la profesión es que, detrás de cada problema de depresión y ansiedad, había problemas de autoestima.
De hecho, se podría decir que el verdadero problema era un problema de autoestima y que la depresión y la ansiedad solo eran el producto de ese problema. Incluso los problemas de relación se pueden considerar también como el producto de un problema de autoestima.
Porque, además, nuestra principal relación es, precisamente, la que tenemos con nosotros mismos. Y sí, en efecto…
… también en esta relación, estamos jodidos. Muy jodidos.

¡MÁS EMOCIONES Y MENOS ECUACIONES!

Desde pequeños nos enseñan a relacionarnos con los demás. «No interrumpas cuando están hablando los adultos», «di ‘gracias’», «di ‘por favor’», «compórtate adecuadamente». También nos enseñan a relacionarnos con nuestro entorno: «tira eso a la papelera», «no rompas las cosas», «cuida la naturaleza».
Sin embargo, ¿recuerdas que te enseñaran algo sobre la relación que tenemos con nosotros mismos? Es posible que incluso ahora mismo te estés preguntando: ¿tengo una relación conmigo mismo? Sí, la tienes. Y, quieras o no, te va a durar para toda la vida. De hecho, posiblemente, exceptuando la relación que tienes con Hacienda, es la única que te va a durar tanto.
No es muy común que a la gente de mi generación (soy de los ochenta) y también de generaciones anteriores y posteriores nos enseñaran algo sobre cómo comprender y regular nuestras emociones, qué hacer para gestionar de manera adecuada los conflictos o ni siquiera qué narices es la autoestima. Hoy en día, cada vez se están incorporando más materias como la inteligencia emocional, las habilidades sociales o el autoconocimiento en las escuelas (más en Estados Unidos y otros países que en España), pero todavía son insignificantes en cuanto a tiempo y peso si las comparamos con las ecuaciones, los afluentes de los ríos o las partes de una mitocondria.
Que las ecuaciones sean más importantes que las emociones, ¡manda cojones!
Y eso que eres la persona con la que más hablas a lo largo de tu vida. Los estudios indican que podemos llegar a producir sesenta mil pensamientos al día. ¡Sesenta mil! ¡Al día! ¿Tienes… —me da miedo hasta preguntarlo— tienes a alguien en tu vida que te hable tanto? Uf, sinceramente, espero que no.
Nosotros nos hablamos. Y nos tratamos. Y nos maltratamos. Y a veces mucho de esto último. Y es la consecuencia lógica de haber sido enseñados en el modelo del Sistema de la Deuda, a través del método de la opresión del todobienismo, adquiriendo como dogmas básicos los siete «debo capitales», y acabando anulados por los cuatro jinetes del apocalipsis de la autoestima.
¿Que no tienes ni idea de lo que estoy hablando? Claaaaro… Demasiadas ecuaciones de pequeño, chaval. Je.

LA OPRESIÓN DEL TODOBIENISMO

¡Átate bien los zapatos! ¡Saca buenas notas! ¡Come bien, habla bien, anda bien, respira bien! ¡Bien, bien, bien!
Desde niños hemos sido bombardeados con el «bien». Y, si lo pensamos (bien), es normal: nuestros padres quieren que hagamos las cosas bien. Nosotros queremos hacer las cosas bien. Me siento bien si hago las cosas bien.
Pero ¿y si las hago mal qué? ¿Me debo sentir entonces como una mierda?
La opresión del todobienismo se da cuando me creo, como consecuencia de la extrema importancia que se le ha dado en mi entorno a hacer las cosas bien, que debo hacerlo todo bien. Y que, cuando no sea así, cuando falle, fracase, me porte mal, haga daños a otros o no dé lo que se espera de mí, entonces, siempre, deberé sentirme muy mal por ello. Sentirme muy mal conmigo mismo. En mi relación conmigo mismo.
Y, pese a lo cual:
Hacer las cosas bien nos gusta y es importante.
Sentirse bien con uno mismo nos gusta más y es más importante.
Tanto «bien, BIEN, ¡BIEN!» desde pequeños ha provocado una cultura exacerbada del producto, del resultado, del rendimiento, de la eficacia y la eficiencia, de los objetivos y metas, del éxito. Es una cultura en la que sentirse bien queda en segundo plano, por debajo de hacer las cosas bien.
Y ahí reside la deuda. Ahí es donde nos la han dado con queso.

LOS SIETE DEBO CAPITALES

Porque si hacer las cosas bien es más importante que sentirse bien…
O, para sentirme bien, primero tengo que hacer las cosas bien…
Estoy en deuda. Puedo sentirme bien, a cambio de (debo) hacer las cosas bien. Esta es la deuda que estamos pagando. Este es el paradigma en el que vivimos.
Un paradigma es el conjunto de creencias, valores y experiencias a través del cual la persona percibe los estímulos de su entorno (realidad) y los interpreta y responde frente a ellos. Es, por tanto, una estructura de patrones formado por variables constantes. Es un esquema, un modelo, relativamente fijo. El estilo con el que yo me relaciono con el mundo y conmigo mismo.
Y el estilo de relación conmigo mismo viene marcado por el Sistema de la Deuda:
Hago las cosas bien → Me valoro → Me siento bien
Si hago las cosas bien, entoooonces es cuando puedo valorarme positivamente y entoooonces será cuando me haya ganado el derecho a sentirme bien conmigo mismo. Pero, si no las hago bien, no puedo, no debo; no me he ganado ese derecho. Si no las hago bien, estoy en deuda.
Le estoy poniendo, pues, condiciones a la autoestima: me valoro, me quiero, me amo… si antes cumplo con unos requisitos.
Y esos requisitos son los siete debo capitales.
¿Qué es un «debo»? Pues, básicamente, un debo es… Un debo es un coñazo.
Son como los deberes del colegio, que por algo se llamaban deberes, porque debíamos hacerlos y, si no los hacíamos, habría severas consecuencias: castigos, catear, repetir curso. Aquí vemos una muestra más de cómo desde la infancia se ha cimentado nuestro Sistema de la Deuda.
Un debo es una presión psicológica autoimpuesta. Pero el origen de ese debo parte de la cultura de la sociedad en la que cada individuo vive. Así, aunque la presión sea de uno mismo, el peso del entorno en la generación, expansión, mantenimiento y fortalecimiento de estos debo es incuestionable, como veremos luego.
Los debo no tienen nada que ver con los deberes que se presuponen a los ciudadanos para compatibilizar sus derechos y poder convivir en sus respectivas comunidades. Estos debo no están recogidos en ninguna Constitución, Carta Magna o programa político (al menos que yo sepa, ya que políticos hay para todo).
Y, aun así, están muy presentes en nuestra cultura y, por tanto, en nuestros aprendizajes más primarios, aquellos que configuran nuestra personalidad cuando solo somos niños y que tienen una enorme influencia sobre la relación que mantenemos con nosotros mismos.
Son muchos más que siete, muchísimos más. Si te pones un poco a pensar sobre ello (a pensarte) seguro que encuentras tus propios debo que están fuera de esta lista. Sin embargo, he hecho una clasificación limitada de los que son, a mi parecer, los debo más importantes y también… los más perjudiciales.
Las condiciones más perversas que nos hemos puesto para, a cambio de cumplir con estos debo, poder valorarnos de manera positiva.
Y estos son los siete debo capitales:
Debo ser productivo. Es el debo por excelencia del sistema socioeconómico, político y cultural en el que vivimos.
¿Conocéis a personas que, si no están haciendo algo productivo, se agobian y se culpan por ello? No sé… quizá tú te sientas bastante identificado. La razón se encuentra en este debo. Para el «debo ser productivo», descansar es de vagos; divertirse, de irresponsables.
Las consecuencias: estrés por llevar un ritmo de vida excesivamente cargado y acelerado, y depresión por esa culpa que se instala cuando «pierdes el tiempo» (paradójicamente: perder el tiempo a veces es una de las tareas más productivas que pueden hacerse); cuando se hacen actividades agradables que no tienen ningún otro fin que hacerte sentir bien, no se aprecian, no se disfrutan, porque aparece la idea «ahora podría (o, más bien, debería) estar haciendo algo mejor… algo más productivo».
El origen de este debo se encuentra en una cultura exacerbada del esfuerzo. «Tienes que ser un chico aplicado para llegar a ser un hombre de provecho. ¡Mira tu primo, el que quiere ser actor! No hace más que divertirse y disfrutar de la vida… ¡Vaya pérdida de tiempo!».
Debo ser popular. De pequeños, todos queríamos ser como el chico gracioso o la niña con más amigas del cole. De adolescentes, como los que más llamaban la atención, ya fuera por su rebeldía o atractivo. De adultos, como el cuñado o cuñada más exitoso de la familia, que suele corresponderse con quien más posesiones tiene o de mayor calidad (la casa más grande, el coche más caro…). Cuando seamos viejos, querremos simplemente una máquina del tiempo para volver al pasado y evitar ser tan gilipollas.
Este debo nace de la obsesión de los padres por que los demás aprecien a sus hijos tanto, o más, que ellos. Esta obsesión suele manifestarse de forma diferente en función del género: a los niños se los educa para que sean competitivos (el más fuerte, el más listo, el más gracioso); a las niñas se las educa para gustar y convertirse en objeto de deseo: «¿Has visto qué vestidito más mono te ha comprado mami?, ¡qué guapa estás...

Índice

  1. Cubierta
  2. Créditos
  3. Título
  4. Índice
  5. Estado del malestar
  6. La cárcel del ego
  7. La tiranía de la mejor opción
  8. La trampa del amor
  9. El sistema de la deuda
  10. La dictadura de la felicidad
  11. Un grito de rebelión: ¡Soy infeliz y me alegro!
  12. Agradecimientos
  13. Fuentes