Las jugadas que importan
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Las jugadas que importan

  1. 384 páginas
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Las jugadas que importan

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Información del libro

El ajedrez es solo un juego del mismo modo que el corazón es solo un músculo.Se ha considerado durante mucho tiempo una metáfora de la guerra o de los negocios, pero es aún más potente aplicada a la vida cotidiana.Jonathan Rowson ha sido gran maestro de ajedrez y en estas páginas desvela los secretos que este juego le ha enseñado sobre la vida. Reflexiona sobre sus retos y alegrías, sobre lo que significa amar, pensar o preocuparse profundamente, y también sobre los conflictos e incertidumbres del mundo actual.El relato revela nuestra enorme interdependencia y se convierte en un elogio de la gente que nos rodea."Uno sale sintiéndose más capaz de navegar no tanto por un tablero de ajedrez sino por el mundo que hay fuera de él" — Sarah Stein Lubrano, The School of Life

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Información

Editorial
Turner
Año
2021
ISBN
9788418428920
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology
iii
Aprender y desaprender
Nuestros pilotos automáticos requieren atención y cuidado
En el otoño del año 2002, en la residencia de estudiantes de Harvard, estaba disfrutando de un helado medio derretido después de cenar cuando uno de mis amigos me comentó que le gustaban especialmente los helados en estado semilíquido, cuando las bolas apenas se distinguían y el helado se parecía a un batido. Comparto la misma preferencia, y traigo este recuerdo a colación porque creo que el gusto por los helados derretidos puede que esté influenciado por mi experiencia como jugador de ajedrez. De inmediato me recordé a mí mismo, cuando tenía unos ocho años, mirando con curiosidad la típica permanente de los años ochenta de mi madre, después de una hacer una visita a la familia para ir a la piscina.
Puede que no sea algo muy normal, pero cuando vi el helado derretido se me vino a la cabeza inmediatamente la idea de los estados de transición y pensé en un ejemplo comparativo. El cabello con permanente no está ni totalmente liso ni totalmente rizado, y eso era algo que me gustaba. El helado medio derretido y la permanente son muy diferentes entre sí, pero la relación es parecida; para mí, el patrón es el mismo. Espero que los dueños de mis heladerías preferidas se den cuenta de ello, aunque me temo que, de leer esto, me mirarían como si fuese un alienígena y me despacharían lo más rápido posible.
Mi comparación puede que sea un tanto excéntrica, pero no es para nada una locura, ya que tanto el helado a medio derretir como el pelo muy seco cambian su forma original mediante procesos comparables, aunque se trate de cosas distintas.
En El mundo de las palabras Steven Pinker escribe: “La fuerza de las analogías no reside en que den cuenta del mero parecido entre las par­­tes que se comparan, […] radica en percatarse de la relación entre dichas partes, incluso en el caso de que sean muy distintas entre sí”.1 El pensamiento ajedrecístico desarrolla la disposición necesaria para considerar los patrones dinámicos de cualquier situación dada, y de la vida en general, como si se tratara de sus elementos constitutivos. La transferencia del ajedrez a otros dominios pasa por aquí.
El ajedrez no versa sobre relaciones en el sentido interpersonal o emocional, pero sí es cierto que se trata de un juego más ecológico de lo que parece a primera vista. Con “ecológico” no quiero decir que el ajedrez favorezca la conciencia medioambiental ni nada por el estilo (una confusión bastante común), sino que posibilita una especie de percepción ecológica; la realidad se experimenta más bien como un proceso relacional emergente que como una colección de objetos.2 Pensar ecológicamente no es tener en cuenta los árboles, las nutrias y los arroyos como tales. Se trata más bien de una forma de entender el mundo para la que el asunto principal son las relaciones entre las cosas, definiéndose su naturaleza en función de las características de dichas relaciones y de los vínculos entre ellas.
Pongamos un ejemplo. El caballo en ajedrez es una pieza particular; su movimiento es excéntrico comparado con las otras piezas, más lineales. Esto se debe a que el caballo puede saltar por encima de las fuerzas enemigas, atacando frecuentemente piezas de mayor valor y siempre controlando casillas del color contrario a la que ocupa. Muchos de los sacrificios en la apertura, si no todos, están basados en un caballo que galopa dentro de la posición del rival en una fase temprana de la partida y se sacrifica a sí mismo para destruir la formación de la posición del oponente y romper su compostura, del mismo modo que hace la caballería en una guerra cuando carga contra las líneas enemigas. La infame derrota de Kaspárov frente al programa informático Deep Blue, en la sexta partida del match del año 1997, es un buen ejemplo de esto. La máquina sacrificó un caballo en la octava jugada tan solo por un peón, pero haciendo estragos en la posición del campeón del mundo y forzando su abandono en la decimo novena jugada. Sin embargo, en cualquier posición dada, las características específicas del caballo son mucho menos importantes que su relación con el resto de las piezas y con los propósitos predominantes de la posición, que pueden hacer del caballo, por ejemplo, una noble pieza defensiva, manteniendo el rey a salvo durante toda la partida.3
La naturaleza es una sinfonía de sistemas. Es cierto que los seres humanos somos una parte cada vez más disonante dentro de dicha sinfonía, pero es importante que escuchemos la música. El último Gregory Bateson captó la importancia de esta percepción de manera precisa: “El problema más relevante del mundo radica en la diferencia que existe entre la forma en la que la naturaleza transcurre y la manera en la que la gente piensa”. También dijo, en una cita que parece referirse directamente a la experiencia de la competición ajedrecística, que “hacen falta dos para conocer a uno”.4
El ajedrez quizá tenga su papel en la reducción de la distancia que existe entre la forma en la que la naturaleza funciona y la manera en la que solemos pensar. Esto se debe a que, en un momento determinado, la posición puede entrar en un estado de alta tensión dramática, y la sensación de no saber qué puede pasar equivale, en lo esencial, a la pregunta: “¿cómo van a cambiar las relaciones entre las piezas?”. La cuestión acerca de qué hacer durante una partida, al igual que en la vida, equivale a preguntarse sobre cómo podemos retocar y recalibrar las relaciones existentes de tal forma de que se ajusten mejor al propósito que tenemos entre manos. El ajedrez, entonces, puede ayudarnos a pensar el mundo en términos relacionales y sistémicos, e incluso cultivar cierta forma de sensibilidad ecológica, cosa que necesitamos más que nada. Como ha dicho el filósofo William Ophuls en su libro La revancha de Platón: “La sabiduría y la ética de la ecología se sigue directamente de los hechos ecológicos de la vida: las limitaciones naturales, el equilibrio y la interconexión implican necesariamente humildad, moderación y conectividad […]. Por todas estas razones, la ecología tendrá que ser la ciencia fundamental y la metáfora que guíe cualquier civilización futura”.
Hacer del ajedrez la clave para la creación de una nueva civilización sería pedirle demasiado, pero lo cierto es que este juego puede ayudarnos a mejorar la relación entre la mente y el mundo de una forma que no es para nada trivial. El ajedrez sirve para destacar perspectivas que pueden transformar nuestra comprensión de lo que tendríamos que hacer para pensar con más claridad y acierto, por ejemplo, mediante una percepción ecológica de las cosas, pero también con el desarrollo de nociones relacionadas con esta, tales como el pensamiento sistémico, el amor a nuestros errores, la toma de conciencia de nuestros patrones de percepción y automatismos, y el aprecio por la importancia de desaprender. Estas ideas están presentadas aquí en una narrativa lineal, pero son más bien un círculo hermenéutico; en gran medida, se definen entre sí. Es muy natural querer apresar lo que no sabemos echando mano de lo que creemos saber, pero en algunas ocasiones, en cambio, es recomendable dejar de perseguir por un momento lo que no sabemos, para que así pueda surgir una nueva forma de ver las cosas. De este modo, en lugar de apresar lo que no pudimos conocer en principio, hacemos bien en ahuyentarlo.
Una posición de ajedrez puede entenderse como un sistema, y probablemente de este modo nos demos cuenta plenamente del valor educativo de este juego. El pensamiento sistémico es, sobre todo, una forma de percepción basada en la idea de que las totalidades tienen propiedades que no se reducen a la suma de sus partes y que todo, en mayor o menor grado, está conectado con todo. No obstante, si definimos lo que entendemos por “sistema” de manera muy estrecha, nos arriesgamos a cosificar el concepto e identificarlo con una de muchas cosas que contiene, lo que iría en contra de la premisa básica del pensamiento sistémico, esto es, que las características fundamentales de la vida no son “cosas”, sino más bien procesos relacionales.
Sin embargo, hay una cuestión sutil para tener en cuenta cuando hablamos del pensamiento sistémico; aunque nuestra definición de los sistemas sea muy general, también es cierto que la propia idea de “un sistema” es un constructo humano. Resulta útil reconocer que nuestros propios mecanismos de pensamiento crean la idea misma de “sistema”, lo que significa que los límites que dibujamos para separar sistemas dentro del mundo pueden ser muy útiles, pero siempre son, en cierto sentido, arbitrarios. Si me viera en la obligación de definir qué es un sistema, diría que se trata de todo proceso en el que se implican múltiples elementos interrelacionados entre sí, enmarcados en un límite conceptual que es ideado por los seres humanos con la pretensión de subrayar una determinada función u objetivo.
El pensamiento sistémico puede sonar muy riguroso y académico, pero los sistemas no son cosas exóticas, sino que pueden encontrarse en todas partes. El sistema solar incluye todo el sistema atmosférico de la Tierra. Organizamos nuestra vida en este planeta mediante sistemas políticos que hacen todo lo posible por regular el sistema económico, relativo a su vez a los recursos materiales proporcionados por el sistema natural, así como la creación y perpetuación de la demanda de productos de consumo gracias a un sistema semiótico de persuasión denominado marketing. El marketing incide en nuestro sistema nervioso con el objetivo de aumentar nuestro deseo por adquirir un sinfín de cosas que no necesitamos pero que puede que nos gusten: rosquillas azucaradas, mermelada de fresa, glaseados de color rosa o crema de vainilla de Madagascar. Esos dónuts tan deliciosos subvierten nuestros sistemas de control del apetito, que pasan de la debilidad por los alimentos altamente calóricos a la satisfacción a corto plazo de cara a la su...

Índice

  1. Prólogo
  2. Introducción
  3. I Pensar y sentir
  4. II Ganar y perder
  5. III Aprender y desaprender
  6. IV Culturas y contraculturas
  7. V Cíborgs y ciudadanos
  8. VI Poder y amor
  9. VII Verdad y belleza
  10. VIII La vida y la muerte
  11. Seguir adelante
  12. Agradecimientos
  13. Apéndice. La notación algebraica