Capítulo 1
El nacimiento del Klan
Pulaski es una cabeza de partido (con una población de 6.616 habitantes en 1960) del sur de Tennessee, a unas ocho millas al sur de Nashville, y no muy lejos de la frontera estatal de Alabama, situada en una región que un escritor de la localidad en cierta ocasión denominó “el hoyuelo del Universo”. Incrustada en el muro de uno de los edificios del centro de la ciudad, hay una placa que indica el principal renombre de la misma:
EL KU KLUX KLAN ORGANIZÓ EN ESTA CIUDAD EL DESPACHO LEGAL DEL JUEZ THOMAS M. JONES 24 DE DICIEMBRE DE 1865 NOMBRES DE LOS ORGANIZADORES ORIGINALES: Calvin E. Jones Frank O. McCord Richard R. Reed John B. Kennedy John C. Lester James R. Crowe |
Esta placa fue descubierta en mayo de 1917 por la viuda del capitán Kennedy, el último de los seis fundadores en fallecer.
Hay placas parecidas a esta en otras ciudades, en las paredes de los colegios mayores, que conservan cuidadosamente el recuerdo de los “seis inmortales” (o cinco, o siete) que fundaron alguna de las hermandades estudiantiles. El propósito original del Klan difería muy poco del de otros grupos universitarios: un puñado de muchachos muy amigos entre sí, que buscaban dar a su amistad alguna forma permanente con cierta pincelada de misterio y exclusivismo. Los acontecimientos muy pronto hicieron desvanecer la similitud, ya que el Klan no estaba sujeto a ninguno de los controles (las normas universitarias y la vigilancia de la facultad) que han mantenido a las hermandades relativamente inofensivas. Pero, en los inicios, aquel día antes de las Navidades de 1865, los seis jóvenes de Pulaski parecían no tener más motivos que los de orden puramente social.
Casi todos, si no todos, habían vestido el uniforme confederado unos pocos meses antes. A toda guerra le sigue una evidente desorganización social y económica, y los soldados que regresaban a casa eran los que recibían la peor parte de todo aquello. Resulta fácil creer que en una ciudad rural como Pulaski, el aburrimiento, tras cuatro años de heroicidades llevadas a cabo en favor de una causa perdida, fuese enorme para los jóvenes Lester, Kennedy, Crowe, Reed, Jones y McCord. No había prácticamente ni dinero ni trabajo: la moneda confederada había sido totalmente devaluada tras la derrota, y la mano de obra que desde tiempo inmemorial había trabajado en la región, ya no lo hacía a causa de la emancipación. Así, formar un club era la única alternativa posible para evitar el tedio.
Poco más se hizo en aquel “día de los fundadores” que ponerse de acuerdo para organizarse y dividirse en dos comisiones: una elegiría un nombre conveniente y la otra prestaría atención a detalles tales como normas, títulos y actividades. John Kennedy había asistido brevemente al Centre College de Kentucky, donde debió fijarse en algunos detalles de la estructura de las hermandades. Recordaba de sus estudios de griego la palabra kuklos, que significaba “banda” o “círculo”. Uno de los informes sobre la fundación cita la presencia de un visitante de Georgia que propuso la palabra “Clocletz”, el nombre de un imaginario jefe indio al que temían mucho los negros, pero esto ha de considerarse como inverosímil (y, por supuesto, muy poco clásico). James Crowe sugirió dividir kuklos en dos y cambiar la letra final por una “x”, convirtiéndolo en ku klux. Y luego, John Lester, observando el hecho de que todos ellos eran de origen escocés, propuso que se añadiera la palabra “clan”, escrita como “k”, para darle más consistencia; después pronunció el nombre lentamente: ku klux klan.
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Durante la mayor parte del siglo XIX, sir Walter Scott fue un autor predilecto en el Sur, aunque quizá no tanto como se haya podido suponer. No cabe la menor duda de que a él se debe gran parte de esa aura que siempre se le ha atribuido al Sur de romanticismo caballeresco, de honor, de orgullo… y de resistencia a lo que se concebía como tiranía del exterior. El Ku Klux Klan jamás se basó en los lazos de sangre de los clanes escoceses, pero tampoco había sido el Sur un país independiente sujeto a una sumisión forzosa por un vecino más fuerte, aunque algunos sureños vean tal paralelismo en la derrota de la Confederación. Las novelas de Scott han ayudado mucho a inculcar en las mentalidades sureñas ilusiones sobre un idílico pasado, y conceptos extraños de superioridad personal y regional; ilusiones que la derrota militar, lejos de disipar, ayudó a fomentar firmemente. La Troya derrotada siempre ha sido exaltada sobre los vencedores griegos, y la sangre troyana se ha tornado así de un rojo mucho más puro; las causas perdidas siempre evocan este tipo de magia.
Así como la propia Confederación, al final de la contienda, estimuló sentimientos nostálgicos en los tiempos que siguieron, el Klan, con las mismas gentes y por las mismas razones, tuvo la habilidad de crear y fijar en todas las mentes una noción de nobleza esencial. Susan Lawrence Davis compartía este pensamiento: su libro Authentic History: Ku Klux Klan, 1865-1877, publicado en 1924, rebosa adoración hacia el grupo. La dedicatoria no deja la menor duda sobre sus puntos de vista:
A mi madre, Sarah Ann (McClellan) Davis, y a las demás mujeres del Sur que diseñaron e hicieron con sus propias manos los atavíos para los hombres del Ku Klux Klan y los arreos para sus caballos. Asimismo dedico esta historia al Ku Klux Klan, 1865-1877, tanto a sus vivos como a sus muertos.
Al informar sobre las primeras horas del Klan, Davis habla con un respeto casi palpable sobre el momento en que John Lester dio nombre a la organización, cuando “por primera vez dichas palabras brotaron de una lengua humana”.
En el mismo año en que apareció el libro de Davis, William B. Romine y su mujer, de Pulaski, publicaron un panfleto de 30 páginas donde daban una versión ligeramente diferente de la fundación. Estaban de acuerdo con Davis en alabar a las mujeres que habían confeccionado los atavíos, pero daban más detalles acerca de esto:
Como el objetivo primordial del Klan era la pureza y conservación del hogar y la protección de mujeres y niños, especialmente las viudas y huérfanos de los soldados confederados blancos, se eligió el emblema de la pureza para las túnicas. Y para las guarniciones o cenefas se escogió un color rojo fuerte, emblema de la sangre que los hombres del Klan estaban dispuestos a derramar en defensa de los desamparados. Era muy probable que se hallara presente cierto pensamiento sentimental al adoptar el color, ya que el blanco y el rojo eran los colores confederados. Dicho sea en honor de las mujeres del Sur que diseñaron e hicieron con sus propias manos más de cuatrocientas mil de estas túnicas del Klan, tanto para jinetes como para caballos, que no dijeron una sola palabra a nadie acerca de ello, y que no revelaron un solo secreto.
La siguiente reunión se celebró pocos días después de la primera, no en el despacho del juez, sino en una casa cuyos propietarios se encontraban de viaje; estos propietarios habían encargado al capitán Kennedy que cuidara del lugar. Davis los cita como el coronel Thomas Martin y su esposa, pero un informe de Romine sitúa esta segunda reunión en la mansión Spofford, que en 1924 albergaba un club de caballeros de Pulaski. Durante el curso de la noche, James Crowe tuvo la brillante idea de que las vestiduras debían añadir misterio, y no tuvieron el menor inconveniente en opinar que no estarían abusando de la hospitalidad de los dueños si saqueaban los armarios de la casa apoderándose de sábanas y fundas de almohada. Después de todo, tal y como Davis observa en su libro, “en aquellos días las mascaradas eran una de las formas más populares de entretenimiento”. Y, al parecer, hubo igual opinión con respecto a apoderarse de unos cuantos caballos que dormitaban tranquilamente en un establo cercano. Después de usar más sábanas de la señora Martin (o Spofford) para disfrazar a los animales, los seis primeros miembros del Klan montaron en ellos y recorrieron lentamente y en silencio las calles de Pulaski, divirtiendo a los transeúntes con gestos cómicos.
Pero lo que podríamos llamar la guinda de aquella broma iba a ser puesto de manifiesto a la mañana siguiente, al escuchar los comentarios de los amigos y parientes que habían presenciado aquel extraño desfile. Uno de los inesperados resultados, del cual informaron varios testigos, fue que los supersticiosos negros no se habían divertido, ni muchísimo menos, con el espectáculo; muy al contrario, ya que habían tomado a los jinetes por fantasmas de los muertos confederados. Lo que se había ideado como una broma para matar el tedio tomó repentinamente una nueva dimensión: si los negros holgazanes podían asustarse tan fácilmente, quizá ello sirviese para hacerles volver al trabajo y así podría establecerse una situación parecida a la de antes de la guerra: el sistema de plantaciones que mantenía a los negros sometidos en los campos para que produjesen los considerables ingresos a los que estaban acostumbrados los hombres blancos (el informe de Romine antes citado también dice que tal desfile procesional tuvo lugar mucho después, cuando se tomó la decisión de atemorizar a los negros para que regresaran al trabajo).
La novedad por sí misma podría haber sido suficiente para atraer solicitudes de ingreso en el club, pero la posibilidad de intimidar a los libertos sin duda aceleró el desarrollo del Klan de Pulaski. Despertar a un negro en plena noche para pedirle un cubo de agua y fingir beberla toda sin un respiro era un divertimento con un propósito serio; no se precisaba más que un simple aparato oculto por la túnica del Klan, un dispositivo compuesto por una tubería de goma y una bolsa. Después, haciendo sonar los labios con delectación, el encapuchado diría: “Es el primer trago que bebo desde que me mataron en Shiloh”. Otra buena diversión era la de obligar a un negro a que les estrechara la mano, para sacar por debajo de la túnica la de un esqueleto o una hecha de madera. Existía un tercer truco que recuerda al jinete s...