Mandarinas
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Crónicas de la primavera negra chilena

  1. 100 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Mandarinas

Crónicas de la primavera negra chilena

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Índice
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Información del libro

Equipado con un cuaderno de notas, una botella de agua y una mochila liviana, Diego Alfaro Palma avanza por las calles de Santiago de Chile durante la gran explosión popular que comenzó los primeros días de octubre y se extendió hasta el final del 2019. Durante el día marcha, se mezcla en movilizaciones multitudinarias, charla con vecinos y con poetas, y con la garganta lastimada por las lacrimógenas, encara a militares armados con tanquetas y carabinas, mientras los chicos bailan al ritmo de los caceroleos y recitan versos de Raúl Zurita en las avenidas.

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Información

Editorial
Neural
Año
2020
ISBN
9789878652405

El pulso salvaje

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El pulso salvaje

28 de octubre de 2019


A Maxi y Sofi

Escribo esto y mis vecinos barren la vereda; yo también barro, lavo mi ropa, preparo comida. A media cuadra un grupo se reúne a rezar el rosario: “Ave María purísima, sin pecado concebida”, repiten. Al frente alguien cuelga a secar sábanas, llega el pan a la panadería, se riegan plantas. Las micros son desviadas y en las plazas se comienzan a preparar para los cabildos. Anoche me junté con unos amigos luego de que se levantara el toque de queda. La 106 avanzó lo que más pudo por la Alameda donde el ambiente está más tóxico que nunca, tras una semana de agentes químicos arrojados sin descanso. Siguen las marchas y las banderas. Las murallas hablan con sus graffitis. Bebimos cervezas y celebramos entre risas “que el presidente nos diera permiso para carretear”. Había pocos temas, todo obviamente giraba en torno al calor de los eventos. Inevitablemente volvíamos a caer, por más que quisiéramos distendernos por un segundo, la política llegó para quedarse: “¿Cómo no va a renunciar ese hueón de Chadwick?”, “¡Aún no hemos logrado nada!”, “¡¿Cómo es eso de gente muerta calcinada en un supermercado?!”, “¡Piñera pidiendo un minuto de silencio por los muertos!”, eran algunas cosas que se podían escuchar.
Escribo esto y en el diario oficial de la república (del sábado 26) se anuncia sin asco que el Ministerio del Interior otorgará una gratificación a personal de carabineros de un 30% de su sueldo y a las fuerzas especiales de un 20%, por sus “operaciones”, en otras palabras por acciones represivas: siguen apareciendo más videos y fotografías de miembros de la policía y militares permitiendo saqueos, organizándolos, lanzando bombas, golpeando indiscriminadamente, incluso robando con mobiliario de la institución. Según la última encuesta CADEM el apoyo al presidente se desplomó al 14%, el más bajo que haya obtenido un mandatario desde la vuelta a la democracia. Más allá de que el mismo Piñera pidió la renuncia a su gabinete aún no se ve a nadie levantando la mano. La oposición sale a un debate con el oficialismo en televisión: se tiran una pelota con fuego en temas de alta importancia como la creación de una Asamblea Constituyente, el fin a las Administradoras de Fondos de Pensiones, la Reforma Tributaria, etc. Ni los socialistas ni la ultraderecha de Kast salen bien del paso, aunque todos se quieran colgar del resultado de la gran marcha del viernes. Un botón de muestra de la incomprensión del momento es el intelectual Carlos Peña, que luego de haber vapuleado el movimiento como inconsistente, hoy sale a decir: “Los partidos ya no conducen, son impotentes”, como si no lo supiéramos hace un par de años o no lo hubiéramos visto en las marchas donde hasta las banderas de los comunistas fueron bajadas por la presión popular.
No hay una sola micro en la noche. En Irarrázaval están encendidas las barricadas. Uso una aplicación para llegar a casa. El conductor es un mendocino que vivió muchos años en Buenos Aires y luego se instaló en Santiago. “Admiro el coraje de la gente”, me dice mientras esquiva otra barricada en Vicuña Mackena y se ve al fondo a la policía con los lanzaguas. Le escribo a un poeta joven de Rancagua que me cuente qué está pasando por allá; ahora habla él:
“Tanto mi mamá como varios amigos y amigas corroboran que cierto día los milicos sobrevolaron el sector alumbrando las casas e incluso lanzando bombas lacrimógenas a las villas. Mi madre me habló de algo como miedo pero que no era miedo y que se sentía adentro en el cuerpo cuando escuchaba el helicóptero. Un amigo me dijo que estaba cansado de salir todos los días pero muy feliz de estar todas las tardes con la gente en la calle, conversando. Y que no podía dormir, que no tenía pena, pero que no podía dormir. […] (El día sábado) la gente de la U siguió su camino por la calle Independencia mientras todos los locales bajaban sus cortinas metálicas. En la plaza se encontraron con la barra del Colo y comenzó una fiesta. Por mi parte busqué algún conocido entre la gente. Me encontré con un amigo que esperaba solo sentado en el pasto. Reconoció estar igual de nervioso que yo, pensaba que nadie marcharía y que todos estarían descansando para empezar el lunes con normalidad. En ese momento se realizaban dos cabildos abiertos en la comuna: uno en el Parque Koke y otro en la Plaza El Corregidor. Conversamos sobre la importancia de estos, pero ambos sentíamos que particularmente este día era más importante salir a la calle para que la tele nos grabara como multitud y nos mostrara en la pantalla para que mi abuela y el colectivero de la mañana dijeran: así que todavía hay marchas. Nos acordamos de los cabildos del 2016, donde las resoluciones terminaron como sugerencias que nunca se tomaron en cuenta, y concluimos que si Piñera nos está matando no tendría problema alguno en no considerar nada de lo que pensáramos sobre el país”.
#estonopara dice un hashtag y mi amigo Jorge tampoco para. Me encontré con él hace un par de días cerca de metro Salvador y continuamente nos llamamos. “Esto es un flujo que no debería detenerse, nace del flujo y se mueve con él”. Dicen que se lo vio el día viernes montar el caballo de Baquedano en Plaza Italia, sosteniendo un libro de Maiakovski. Nunca me deja de sorprender. Y me dice que lea un poema que se llama “Los ancianos” y que parece resumir esta intensidad:

Y yo,
buscaba enloquecido,
el pulso salvaje de la ciudad
acostándome con “La Pasión” de sus plazas.
¡Entren pasiones!
¡Trepen con amor!
¡Desde hoy no soy dueño del corazón!
En los demás –yo sé–
el corazón está en casa,
en el pecho,
lo sabe cualquiera.
Conmigo,
se volvió loca la anatomía,
soy todo corazón,
y palpita en todas partes.
¡Oh! Cuántas primaveras tuve
en veinte años encendidos y plenos.
El corazón tiene su apéndice,
y su carga sin gastar,
es simplemente insoportable.

Limpio el baño, duermo siesta, salgo a oír los cabildos. Trato de leer y no puedo. Afuera, confirma el Instituto Médico Legal, hay cien personas con trauma ocular severo por los balines de goma (con punta metálica) disparados por agentes del Estado. Me mantengo atento a las elecciones en Argentina: el neoliberalismo abandona el país, vuelve el peronismo con Fernández. En Uruguay hay ballotage. Llamo a mi papá en Ecuador: ¿cómo van las cosas allá, viejo? Me envían un video de Viña del Mar nuevamente conectándose con Valparaíso en una marcha histórica, mucho más grandes que las anteriores; un periódico a esta hora cuenta: “Las miles de personas que avanzaron sin disturbio alguno por avenida España fueron atacadas con gases a pesar de la presencia de niños, adultos mayores, y familias completas”. El alcalde del puerto reclama: “Lo que hizo el gobierno fue encender la mecha”. Vuelvo al departamento y en el camino compro el pan, se escuchan aislados cacerolazos. En este país no hay normalidad, no hay nada de normalidad. Es posible que nos estemos preparando para otra semana intensa, otra semana para saber la verdad sobre las violaciones a los Derechos Humanos, otra semana de asambleas, otra semana de sobrecargo de información y poca humanidad en los medios, otra semana para pulular en las calles como el polen que surge desde las flores y flota con el viento.


Ilustración 7 - El día de la Gran Marcha, aparece la bandera negra en el Parque Forestal.


Primavera negra

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Primavera negra

29 de octubre de 2019


La muchacha se desvaneció, perdiendo el color en el rostro y desplomándose lentamente sobre el piso de la micro. “¿Alguien tiene algo dulce?”, gritó una de sus compañeras y, en cosa de segundos, una chica sacó un paquete de galletas que compartió, yo pasé mi botellón con agua, otro una caja con leche y una joven dominicana –la reconocí por su acento– que vestía de enfermera la asistió. “Es que no toma desayuno y tampoco almorzó”. “A ver, sentémosla ahí, con cuidado”. Lentamente volvió en sí, con dificultad. Los pasajeros no prestaban atención al panorama exterior: una cuadra completamente calcinada.
Me quedé pensando en esa niña todo el día, en su uniforme raído, es sus zapatillas negras, en por qué no tomaba desayuno. Durante años fui profesor de muchachos de la misma edad y tal vez en peores condiciones en una escuela pública de Santiago. Muchos de esos chicos llegaban cada mañana por su caja de leche, su manzana y su pan con mortadela. Muchos de ellos repetían estas frases: “Oiga, profe, si yo vengo aquí no más por la comida”, “vengo aquí porque aquí hay algo de orden y gente que me cuida”, “estoy aquí porque estoy cumpliendo condena y me tengo que portar bien”. Varios tenían una rabia incontrolable contra cualquier tipo de autoridad, capaces de prenderle fuego a una sala, robar o amenazar de muerte a un profesor o simplemente no dejarlo hacer clases. La mayoría de sus apoderados (no hablemos de padres en estas circunstancias, los hay pero son pocos) era gente de escasísimos recursos, que ganaban con dificultad el sueldo mínimo y sobrevivían con las también mínimas coberturas ofrecidas por el Estado. En las reuniones aparecían no más de diez o quince –con suerte– de un curso de cuarenta y siete alumnos. De esos cuarenta y siete, quince necesitaban terapia psicológica urgente, diez tratamiento psiquiátrico, cinco un programa de integración y, en general, bastante cariño y atención. En sí hacía falta un docente –y un equipo– menos preocupado por las tediosas labores pedagógicas o de adaptar el currrículum, ese mamotreto imposible de seguir al pie de la letra cuando hay niños de trece años que no saben ni leer ni multiplicar: Chile es el fracaso de cualquier práctica elaborada en los laboratorios de los “paneles de expertos”, a todo nivel: político, económico, en la salud y obviamente en el transporte: la gota que quebró el vaso bajo la cascada.
Por años los gobiernos han hecho oídos sordos a estas complejidades, con infinitas soluciones parches, continuando con los endeudamientos de las familias de los estudiantes y perseverando en los vacíos formativos. De izquierda y de derecha –que aquí son lo mismo– sentaron por tres décadas a los profesores en esas “mesas de diálogo”, esa gran foto, mientras que el negativo de la imagen decía otra cosa: un sistema educativo que desfallecía y con él el marco general que sostiene a todo el país. Pero había también otra foto, una que a esta altura ni los más rebeldes quieren ver: una turba llena de ira que va a quemar lo que haya a su paso. Esa foto es el comienzo de la ultraviolencia. Me refiero a que en este minuto están los que asisten a las marchas pacíficas en los centros de las ciudades y por el otro una masa que no posee ni un ápice de educación cívica, y que a esta altura tampoco la quiere, salvo el deseo incontenible de reducir a cenizas un sistema que los violentó desde el nacimiento. Del otro lado, del lado de los uniformados, la reacción es genéricamente la misma: capaces de incendiar un parque, acosar sexualmente en las detenciones, desplegar el carro hidrante sobre tías de jardín infantil, incentivar la cacería de quienes defienden la democracia.
El retroceso de los militares ante el desembarco de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el fallido cambio de gabinete del gobierno, la continua decadencia de la clase política desenfocada, la efectiva represión (con muertos, heridos graves y desaparecidos), hicieron que esta tapa de olla que voló por los aires en la periferia se trasladara en las últimas fechas hacia el centro de la capital, con un único llamado a la venganza y al todo por el todo. Así lo he visto en las últimas movilizaciones que más que ser una celebración se tornaron en una lista de audio para un concierto de grindcore o black metal o un hip-hop creado en una fundición de cobre. Anoto esto último en mi cuaderno, salgo del banco de plaza donde estoy sentado, camino cuatro cuadras y veo un grupo avanzar sobre un móvil de la policía al grito de “¡A quemar la yuta!” y los cascotes de piedra sobrevuelan el espacio. De la contraparte, la consabida respuesta lacrimógena, el balazo limpio, la luma en el cuerpo. Ayer en la tarde algo parecido: me despego de la marcha con una sensación incómoda, dejo a los cantan, porque en el fondo veo a las barras preparando una gran hoguera. Minutos después aparece en la tele de la verdulería arder un centro comercial en pleno Alameda, en frente a la Biblioteca Nacional. En esta etapa, en que se procede a la formación de cabildos y asambleas, lo que hace desfallecer es esa falta de desayuno del debate de estos grupos que lo que menos quieren es diálogo; están más cerca del narco que de la revolución armada, más cerca de la piratería o de...

Índice

  1. MANDARINAS
  2. Una manera de contar lo que pasó
  3. Día de Furia en Santiago. Otro más
  4. Las barricadas apareciendo como luciérnagas
  5. El día de las canciones viejas
  6. El futuro es un lugar extraño
  7. La necesidad del arte
  8. Todo tiempo es presente
  9. Cecilia Morel y los alienígenas en vivo
  10. El pulso salvaje
  11. Primavera negra
  12. Este es el momento
  13. Nosotros, los anarquistas
  14. Lxs niñxs del SENAME
  15. Wangulén o el espíritu de Violeta Parra
  16. La tía del kiosko
  17. La música de los cuerpos
  18. Una constelación con la forma de un país
  19. PSU o la muerte de Polifemo
  20. Agradecimientos