El poder de la buena educación
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El poder de la buena educación

A los que pensaron que fallaron al sistema, vamos a revelarle que él es quien falló

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El poder de la buena educación

A los que pensaron que fallaron al sistema, vamos a revelarle que él es quien falló

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Admitamos por el momento que somos simples máquinas que respondemos a cuestiones de la vieja escuela sin aprender mucho, o en ocasiones nada. Verdaderamente, la escuela de ahora no se encarga de educar, sino de hacer memorizar y mecanizar. Ahí empieza la búsqueda del llamado sentido de la educación.Somos lo que la educación haga de nosotros.Como estudiante, me preocupa el tipo de educación que recibo, ¿y a vosotros?

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Información

Editorial
NPQ Editores
Año
2021
ISBN
9788418496905


Los profesores tienen el poder



¿Quién en algún momento de su vida no ha odiado a algún profesor o profesora? Odiar, no sé, ya que es una palabra un poco fuerte; bueno, sí, odiar. Detestarlo a él o a ella, a sus clases, a su forma de hablar, a sus pasos, a su manera de dirigirse a ti, a todo. Una vez llegué a aborrecer a un profesor: era de esos que llegaban a clase, se sentaban a dar la chapa, se metían con algún alumno y se iban. No aprovechaba en absoluto la materia y desperdiciaba la hora entera. A este sí que le cogí una manía increíble. Después tuve una profesora de la vieja escuela que se negaba a la innovación y cada vez que nos quejábamos sobre la multitud de trabajos con la que cargábamos, nos recordaba lo que hacían en su tiempo.

Al que más recuerdo era un profesor similar al demonio en cuanto a las maneras que poseía, de los más duros que tuve. No podías equivocarte, no aceptaba un error; todo a tiempo, nada de quejas, serio y controlador.

Existen muchos tipos de profesores, pero ¿existen maestros de verdad? Apunto a los buenos educadores en la enseñanza y en el contacto con el estudiante. No me atrae el concepto de profesor serio, estricto y raro. Que interaccione con los alumnos y que ponga sentido del humor a la clase viene muy bien. No es cierto que un buen profesor solo responda a la idea de estar bien formado y tener conocimiento de la materia. Obviamente tiene que tener el conocimiento suficiente para saber de lo que habla. Pero tenerlo y no saber transmitirlo a los alumnos no sirve de nada, ya que no está cumpliendo con su labor. Es decir, la cognición es necesaria, pero no suficiente. Hemos oído mil veces la típica frase de «Este profesor, no explica bien, ¡qué horror de materia!». Explicar y hacer llegar tus conocimientos a los alumnos es una tarea que pocos consiguen hacer de manera correcta.

Constantemente, pienso que el maestro puede hacerte tanto amar la materia como odiarla. Esto no está bien. Porque si la odias, pierdes las ganas o la motivación, después la oportunidad de aprender y más tarde la materia por completo. Lo que me irrita es ver serio a un profesor, que no tenga entusiasmo por enseñar, porque un día malo lo puede tener cualquiera, pero siempre estar de mal humor provoca el rechazo de los alumnos. En mi opinión, para ser buen profesor hay que amar la materia, querer enseñar y disfrutar haciéndolo. Desgraciadamente no es así, y ¡qué pena!, con lo que nos hubiéramos podido cultivar. El docente, al mantener un buen clima en el aula y tener una actitud positiva y motivadora, ayuda a los alumnos.

Me consta que, en algunos grados, los profesores acaban formándose con un máster de docencia, en el cual también se estudia cómo tratar con los alumnos. Perdonadme si hay que disculparse, pero en mi caso, no noto casi la presencia de estos estudios. Ser profesor es un oficio muy complejo por muy curioso que parezca. Hay que especializarse para tratar con nosotros. No hay derecho a que esporádicamente se den situaciones incómodas en la relación profesor-alumno.

Somos estudiantes con ganas de salir adelante y por ello queremos un maestro a nuestra altura, no vale menospreciar y quitar el impulso estudiantil. Es difícil convivir día sí y día también con un grupo de maestros que te quitan la propia voluntad para seguir adelante. Recuerdo que mi amiga vino llorando con lágrimas como puños a la salida del instituto contándome lo que le había ocurrido: el profesor le había hecho sentir inferior por no responder adecuadamente a una pregunta en relación al tema. Pero no solo eso, la humilló preguntándole si era tonta.

Vamos a ver, pequeño educador, todo el mundo tiene derecho a equivocarse, y si no lo sabes es que no tienes ni idea de ser profesor. Este es un ejemplo para demostrar que existen profesores tabernarios, muy tabernarios. Qué extraño decir esto, educan siendo maleducados, señalo y aclaro que no son todos. Pero lo más curioso es que hay unos que no tienen la más mínima voluntad de llevar una clase con un poco de fervor. Allí es cuando se te rompen los esquemas completamente.

Si no te gusta, no es necesario que lo hagas, pero no solo por ti, sino por la influencia que puedan tener los niños. Es que realmente hay profesores que marcan a los estudiantes, hay que ser muy responsable para presentarse a ser maestro. A todo esto, hay que marcar que la base de la enseñanza no es del todo mala, pero es muy mejorable. Tener un conocimiento es solo un prerrequisito, ya que el conocimiento no tiene la capacidad de transmitirse por sí solo.

La cognición completa de la asignatura no queda clavada en tu mente, más que unas simples nociones que son permanentes. Sin embargo, lo que queda es la actitud, el estilo, la ayuda y, por supuesto, el recuerdo de un buen profesor. Es tan fácil como entender que un maestro correcto es el que enseña a estudiantes, no a aulas vacías por alumnos inactivos. Es peligroso poner a un mediocre frente a personas con ganas de salir adelante. Cada vez que recuerdo la suerte de toparme con grandes y verdaderos profesores, lo agradezco.

Calculo que a lo largo de la vida de un estudiante habrán pasado muchísimos maestros. En educación infantil teníamos muy pocos, pero con el tiempo se iba agrandando el número, concretamente uno por cada materia durante la ESO y el Bachillerato. En la universidad, según mi hermana, también. Y ahora, de todos los profesores que han pasado por nuestras vidas, ¿alguno nos ha dejado algo en ellas? Ya sea alguna experiencia, algún aprendizaje, alguna actitud, alguna manera de vivir o de hacer algo. En caso contrario, sería un gran fracaso por su parte.

Recuerdo a casi todos los maestros que tuve, pero recuerdo con el alma a tres de ellos. A parte de estos tres, he tenido muy buenos profesores que también mencionaré. Meditad sobre ello, reflexionad: si un profesor no ha dejado algo bueno en ti, por muy pequeño que sea, no fue un buen profesor ni es digno de ser recordado de las decenas que han pasado. Profesores enamorados de lo que explican y de la explicación.

Por ejemplo, Martí: no lo conocía de nada, es más, yo era nueva en el instituto y me dio una bienvenida tan agradable que fue la causa de mi continuidad. Un profesor de inglés y culturalizado que apostaba por la innovación. De vez en cuando iba parando la clase en medio de una explicación y contando una anécdota o una experiencia relacionada con el tema. Cuando estaba dando una lección y veía algún gesto o alguna mirada extraña directamente preguntaba al alumno en qué punto se había perdido. Pues lo volvía a explicar, pero nunca de la misma manera. Se rompía la cabeza para hacer comprender a mi compañero la lección, ya fuera con ejemplos, con otras palabras u otros métodos. Me di cuenta por estas cosas de que era un buen profesor. Solía preguntar por la salud de sus alumnos, tendía la mano a cualquiera de nosotros. Nos recordaba que podíamos contar con él, aunque no fuera en relación a la materia, y eso sumaba mucho a su favor. Hacía sentir un acercamiento muy auténtico, lo que llevaba a una relación muy cercana entre profesor y alumno. No tenía ningún tipo de reparo en demostrar un «amor rígido» hacia nosotros. La confianza que se creaba en clase era inmensa nadie tenía miedo de levantar la mano para participar, ya que si fallabas no suponía un problema.

El inglés y yo no es que nos lleváramos especialmente bien, pero como dije anteriormente, un maestro lo es todo, y te puede hacer amar u odiar la materia. A mí me la hizo querer.

El que tiene el poder de modelar las mentes tiene el poder de todo. La pasión que tiene por enseñar y hacer aprender es la que hace poner tanta energía en su trabajo. No puedes trabajar cada día sin vehemencia. Solo imagínate ser doctor, pero odiar tratar con los pacientes y curarlos. ¿A que no tiene sentido? Pues lo mismo pasa con los profesores.

Parece que ser maestro sea lo más fácil del mundo y acaban entrando por descarte. Y no, no es una opción de descarte. Martí espera que sus alumnos o «alumnes molt trampats» como los llama él, trabajen duro y aprendan. Es muy consciente de que sus alumnos están a diferentes niveles y tienen distintos ritmos de aprendizaje. Pero lo mejor es que espera y cree que todos sus alumnos pueden aprender. Lograr un progreso real durante el curso, allí está la diferencia: importa más tu progreso que tu nota. Todo acaba dando su fruto, y adquieren un buen grado de competencia. Lo que me hizo sentir que era un buen profesor era que cuando tocaba inglés, Jana y yo nos alegrábamos. Cuando normalmente veíamos el horario que nos esperaba durante el día, nos deprimíamos, pero en ese caso, no era así.

Todo esto distingue a los buenos profesores del resto. Nos explicaba un poco de todo de vez en cuando, algún día nos hablaba sobre la filosofía, otro sobre la vida, en otro caso sobre las emociones. Esas pausas de cinco minutos se agradecen. Cuando nos descuidábamos o no hacíamos una tarea inmediatamente preguntaba: «¿Qué pasó con la tarea que pedí? ¿Por qué no pudieron completarla?». Es decir, permitía que existiera el diálogo. Su voz no era la de la autoridad represora que decide lo que está bien y lo que está mal. El estudio, las clases y los exámenes son prácticas muy pesadas y duras y a menudo tediosas. De no ser por el humor que ponía, habrían resultado insoportables. Es, además de imprescindible para la salud física y mental, la mejor arma didáctica de los buenos profesores. Él era de aquellos que utilizaban su propia metodología, diferente al resto, y era más eficaz que todos los demás juntos.

Antes de ir a por el siguiente, recordaré un momento que no sé cómo definir. Cuando hice el cambio de la ESO a Bachillerato, me comí la cabeza preguntando a conocidos y a desconocidos, a profesores actuales y que tuve antes, a mis hermanos, a mis primos sobre la escuela a la que me aconsejarían ir. Definitivamente, me partí la cabeza para ir a un colegio, pero un colegio con buenos profesores. No les pregunté nada de las instalaciones del instituto, ni de lo grande que era el patio, ni siquiera de si había papel higiénico o un espejo en los lavabos. Mi única pregunta fue: «¿Hay buenos profesores, enseñan bien?». Y las únicas respuestas que recibía eran: «Soukaina, hay como en todos los institutos: buenos y malos profesores». No sabía cómo tomarme la respuesta; si bien o mal. Ciertamente, me la tomé mal. No entiendo cómo puede haber profesores malos. Impartir una asignatura por la cual no sientes ningún tipo de entusiasmo, y no despiertas interés a los alumnos, eso es ser mal profesor.

Es como si digo: «No sé a qué hospital ir porque hay muchos doctores malos». Oye, los maestros son los que educan a los niños del futuro, procurad escogerlos bien, no vaya a ser que os arrepintáis. Solo pedimos buenos profesores, aquellos que sufren si el alumno no llega al nivel exigido para pasar la materia porque sabe que es signo de que el docente no ha estado al nivel. Eso es, se culpa a sí mismo y por último y no necesariamente culpa a los demás.

Fue la decisión más rara que tomé, porque no sabía a lo que me enfrentaba: una lucha entre dos bandos que me iban a definir y formar como persona. La respuesta más hilarante fue la de mi tutor en aquel momento cuando finalmente le expuse dos opciones y le pregunté su opinión y hacia dónde me orientaría. Arrugó el entrecejo, me miró con una mirada intensa, respiró aire por la nariz y lo expulsó por la boca. No apostaba por ninguno, pero se inclinó hacía uno, en el que estoy actualmente.

Y he de decir que hay profesores con más y menos ganas. Le preguntaría a cada uno de los maestros malos qué narices hacen allí. Con el aburrimiento, la mala vibración que transmiten, la incompetencia que tienen, lo pesados que son, ¿qué hacen? «Vete, profesor malo, vete y no vuelvas jamás o, por el contrario, fórmate y convéncete de que quieres ser un buen profesor». Queremos maestros que nos entusiasmen, no que nos desanimen, y esos están en peligro de extinción.

Puede ser ...

Índice

  1. PORTADILLA
  2. CRÉDITOS
  3. DEDICATORIA
  4. PRÓLOGO
  5. LA BUENA EDUCACIÓN
  6. LAS CONSECUENCIAS DEL SISTEMA SOBRE NUESTRA SALUD
  7. ¿ALUMNOS O ROBOTS?
  8. REPETIR CURSO, ¿UNA PRÁCTICA EFICAZ?
  9. REALMENTE, ¿SOMOS LIBRES?
  10. IGUALDAD
  11. SER DIFERENTE
  12. LAS DISTINTAS INTELIGENCIAS
  13. LOS PROFESORES TIENEN EL PODER
  14. LOS PADRES Y SU ACTITUD
  15. EL CAMBIO DE LA ESCUELA
  16. MEMORIZAMOS, PERO ¿APRENDEMOS?
  17. AUTONOMÍA
  18. EQUIVOCARSE NO ES UN ERROR
  19. FINAL