07
La invisibilidad de las
mujeres para la ciencia
El final de Antígona da pie a una paradoja: por un lado su entierro se corresponderá en adelante con la invisibilidad de las mujeres en la historia del género humano, de donde ha sido excluida, bien porque se las invisibiliza realmente, bien porque se las obliga a permanecer calladas, o bien porque se habla de ellas como transgresoras para castigarlas. Pero, por otra parte, aquí reside su paradoja, al enterrarla viva no se permite verla morir, ver su cadáver. Este ha sido sustraído a nuestros ojos, la muerte no ha sido verificada.
VICTORIA SAU
Una profesora de instituto, de 48 años, se empieza a sentir muy cansada a principios del mes de diciembre y con algunos síntomas de fiebre y resfriado. Ella misma cree que tiene tan solo un resfriado y guarda cama durante un fin de semana para no faltar a sus clases, ya que está al final del primer trimestre. Al volver al trabajo continúa muy cansada, se ahoga y tiene dificultades para subir escaleras y hacer esfuerzos. Al mismo tiempo empieza a presentar confusión mental y mucho sueño, por lo que fácilmente se queda dormida durante el día, y en cambio se despierta por la noche con insomnio y da vueltas por la casa. Empieza a olvidar cómo se prepara la comida o hacer una taza de té. Su familia consulta con el hospital y, después de ser visitada en urgencias, la derivan al servicio de psiquiatría por su estado de confusión. En el servicio de psiquiatría atribuyen su estado al estrés del final del trimestre y le administran sedantes y antidepresivos. Su estado empeora progresivamente, casi no puede hablar y sus piernas y abdomen se hinchan cada vez más, aumentando de peso sin casi comer ni beber. Vuelven a ir a urgencias de psiquiatría, donde aumentan la dosis de antidepresivo. Pasan las Navidades sin que mejore, y el día antes de fin de año la familia la vuelve a llevar al servicio de urgencias, donde por primera vez se le practica un electrocardiograma, en el que se pone de manifiesto una gran inflamación del corazón, una miocardiopatía dilatada, y una severa insuficiencia cardíaca, lo que hace que pase una semana entre la vida y la muerte y preparándola para un posible trasplante cardíaco. El cuadro, que se trató como un problema psiquiátrico, era en realidad una deficiencia grave de oxígeno en el cerebro debido a las dificultades del corazón para bombear la sangre, lo que asimismo explicaba la hinchazón de la mitad inferior de su cuerpo. Las inflamaciones del miocardio se pueden presentar después de una infección.
El hecho de que las mujeres sean invisibles para la atención sanitaria en lo referente al diagnóstico y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares, e incluso para su rehabilitación y para los programas de promoción de la salud, o que sus síntomas sean confundidos, minimizados o mal diagnosticados y que sus quejas sean siempre relegadas a quejas psicológicas o psicosomáticas, pone en cuestión las bases que ha empleado la ciencia para reconocer los problemas de salud de hombres y mujeres.Todas las ciencias han nacido en un periodo histórico determinado, y aunque se había creído que la ciencia era objetiva y neutra, desde Thomas Kuhn se inició un pensamiento crítico respecto a la pretendida «objetividad de la ciencia» que evidenció que esta es una construcción social, por lo tanto influenciada por intereses políticos, económicos, ideológicos y sociales, externos e internos a la propia generación científica. La ciencia no es ajena a las actitudes que tienen los investigadores hacia las mujeres y los hombres ni a los estereotipos mentales que marcan su conducta. La ciencia médica nace fundamentalmente de la concentración de pacientes en los hospitales, donde se empezó a acumular la información para construir el cuerpo científico y los diagnósticos de las enfermedades, y a comprobar la evolución de los tratamientos. Pero, como analizaba en el libro Mujeres y hombres. Salud y diferencias, la mayoría de los hospitales atienden sobre todo patología masculina —si exceptuamos la relacionada con el parto y la atención posparto—, predominantemente enfermedades agudas como neumonías, infartos de miocardio o úlceras de estómago, que tienen un predominio de incidencia en el sexo masculino. Por lo tanto, buena parte de la ciencia que se ha basado en la acumulación de datos se ha centrado sobre todo en los que presentaba el sexo masculino. Además, se partía de la base de que al estudiar al varón se estudiaba también a la mujer, y por tanto se consideraba que hombres y mujeres eran iguales para la ciencia biomédica, dando por hecho que estudiar a uno de los sexos ya permitía actuar sobre el otro.
La ciencia médica ha nacido sesgada debido a su androcentrismo, por lo que se hace necesario investigar en qué apartados y cómo ha conseguido invisibilizar a las mujeres o sesgar su aproximación diagnóstica y terapéutica.
¿Existe una esencia en la ciencia de la diferencia?
Se ha dudado, desde Aristóteles y los padres de la Iglesia hasta los pseudocientíficos del siglo XIX, de la capacidad intelectual de las mujeres para desarrollar, planificar o realizar un trabajo científico. Londa Schiebinger analiza profundamente cuáles son las dificultades de la ciencia para incorporar la visión científica de las mujeres a lo largo de la historia: «Las opiniones sobre la “naturaleza especial” de las mujeres se han agrupado en torno a tres posturas fundamentales: el esencialismo, el feminismo liberal y el feminismo cultural».
Las y los esencialistas creen que las mujeres no pueden hacer un trabajo científico de la misma calidad que el de los hombres, que hay en su naturaleza física o psicológica algo que les veta la labor intelectual creativa. Las y los feministas liberales (hoy también denominados feministas científicos) se han enfrentado con los esencialistas, al menos desde el siglo XVII, aseverando que es lo nutricio y no lo natural lo que explica el mal papel de las mujeres en la ciencia. Los liberales sostienen que las numerosas supuestas diferencias entre la mente y el cuerpo de hombres y mujeres son producto de los esfuerzos por mantener a las mujeres en roles subordinados. Las y los feministas culturales de hoy defienden lo que indicó John Stuart Mill hace más de un siglo. En su libro El sometimiento de las mujeres planteaba que «lo que ahora se llama la naturaleza de las mujeres es algo eminentemente artificial, consecuencia de una represión forzada en algunos sentidos, de un estímulo antinatural en otros. Podemos afirmar sin titubear que no ha...