CAPÍTULO II
LA POLÍTICA ECONÓMICA DE LOS GOBIERNOS RADICALES
Alberto Rossi
“Para los historiadores cada caso es único. Sin embargo, los economistas buscan patrones en los datos y relaciones sistemáticas entre un evento y sus antecedentes. La Historia es particular, la Economía, general.”
Kindleberger, Charles P., Manías, pánicos y cracs. Historia de las crisis financieras
La economía argentina en 1916
“La Primera Guerra fue el principio del fin de un mundo globalizado dentro de ámbitos institucionales que habían posibilitado una gran ampliación de los mercados internacionales.”
Cortés Conde, R., El laberinto argentino
La llegada del radicalismo al poder se realizaba en el mismo año en que se cumplía el primer centenario de la Independencia argentina. A diferencia del festejado con creces seis años antes, con motivo de los 100 años de la Revolución de Mayo, Argentina se encontraba en una coyuntura económica y financiera desfavorable.
El radicalismo se convertía en el primer partido y administración del Estado de otro signo político, luego de 36 años continuos de gobiernos conservadores. Tenía entre sus principales objetivos ampliar las bases de participación política, e incorporar a la agenda del poder los debates internos de la propia UCR, de la oposición no conservadora y de otros grupos de profesionales, como el que liderará Alejandro Bunge, con la intención de implementar políticas que modernizarán la economía y la sociedad de la Argentina.
En sintonía con estos principios, la base electoral que apoyó al radicalismo que iba desde profesionales, trabajadores urbanos, medianos y pequeños productores agropecuarios, están también esperando medidas que amplíen una mayor participación de estos en materia política, laboral, social y económica.
Pero la nueva administración no arribará en el apogeo del modelo exportador primario, el contexto internacional dominado por la guerra había puesto fin a la prosperidad y al progreso argentino. Desde 1913 las principales variables económicas y financieras de la Argentina se encontraban recesivas y parecía que en su declive siempre perforaban el piso de lo esperado, provocando una crisis económica y social que se espiralizaba día a día.
La producción, la recaudación fiscal, el respaldo monetario, la cantidad de circulante, la generación de divisas, la inversión interna y las políticas de obras públicas estaban directamente ligadas al funcionamiento en pleno del modelo exportador, y el Estado tenía muy poca, o casi ninguna injerencia en la regulación de estas variables.
El radicalismo no proponía cambios relevantes en materia económica, los radicales se sentían liberales reformistas, y compartían con las naciones más modernas, las iniciativas que consideraban que democratizaban aún más la sociedad. Creían que una moderada intervención política conllevaría a nuevas formas legales de manejo del Estado, con fines reparadores que mejoraran la calidad de vida de los habitantes de toda la Nación.
Pero el sector más concentrado y beneficiario de la economía argentina, que contaba con mayoría política en el Senado Nacional, no estaba dispuesto a que unos advenedizos cambiaran ni un ápice de las políticas económicas que llevaron a este país en treinta años a dejar de ser pastoril para convertirse en la octava economía mundial.
Si bien los conservadores eran conscientes de la magnitud de los problemas que afrontaba la Argentina (al fin y al cabo, habían gobernado hasta el día de ayer), pensaban que el contexto internacional desfavorable era una anomalía, y que una vez superada, todo volvería a estar en el lugar anterior a 1914. Acorde con esa la mentalidad conservadora, esa línea de pensamiento también los llevaba a diagnosticar a la nueva administración como otra anomalía, por lo tanto, se debía cerrar filas para que los nuevos ocupantes del Estado no alteraran aquello que consideraban volvería a su valor original.
La Gran Guerra (1914-1918), o Primera Guerra Mundial tal como se la denominó muchos años después, en 1916 se encontraban en su apogeo. Las principales naciones industriales europeas se batían en las trincheras belgas, alemanas y francesas. Toda la producción manufacturera de los países en conflicto se orientó a la producción de insumos bélicos, desatendiendo el flujo comercial con sus respectivas periferias, y/o colonias.
Todo el comercio internacional se interrumpió, la guerra interfirió con las rutas comerciales marítimas, por lo cual el abastecimiento de materias primas y alimentos con destino a Europa que era demandado por las naciones en conflicto se encontró mermado, volviéndose peligroso por las bajas que se ocasionaban en los convoyes mercantes con la intención de impedir los abastecimientos.
El desabastecimiento de bienes industrializados y el detenimiento total del flujo de inversiones desde Europa hacia América Latina, expuso las asimetrías económicas del modelo basado en la División Internacional del Trabajo impuesto por Gran Bretaña desde finales del siglo XIX.
En la Argentina las consecuencias económicas del este período bélico se tradujeron en una crisis que ponía en evidencia las bases endebles donde se apoyaba el Modelo Económico Agroexportador, que hacía totalmente dependiente al país de las naciones industrializadas.
Para el presente trabajo nos proponemos realizar un recorrido de la administración radical con el fin de comprender si fueron conscientes de la magnitud de las transformaciones que estaban obrando en el marco internacional, y si en realidad se propusieron modificar la matriz económica del país tal como lo intentaban hacer con respecto a la ampliación de la participación política.
Existen controversias en cómo definir económicamente el período que estudiaremos, y que temporariamente comienza dos años antes de que Yrigoyen sea ungido como presidente de la Nación. Juan Manuel Palacio sostiene que no se encuentra totalmente calificado el período que vamos a abordar, porque los estudios e investigaciones definen muy concretamente el que se inicia en 1880 y abarca hasta 1914, y el que se abre en 1930 con la crisis del modelo agroexportador, donde el primero suele ser llamado “El Progreso”, y está basado en el auge del modelo de exportación primaria, y el segundo “Crisis del Modelo Agroexportador”, dejando dieciséis años entre ambos sin una definición clara de cómo caracterizar esa transición.
Con la intención de lograr una aproximación concreta a la economía de esos años, y establecer si nos encontramos ante continuidades o cambios, recorreremos las principales variables económicas que administraron los Conservadores y heredaron los radicales.
Analizaremos los cambios que se instalarán en la producción agropecuaria y en el nuevo modelo diversificado que propusieron los terratenientes, el avance de los Trust Frigoríficos que establecerán las reglas de producción y venta de la carne vacuna por parte de los ganaderos, y la necesidad de intervención estatal dentro nuevo horizonte tecnológico y energético mundial basado en el motor a explosión y en la extracción y refinamiento del petróleo.
Este recorrido por los tres gobiernos, o administraciones radicales pondrá el acento en las continuidades y/o rupturas con la Argentina previa a 1916, y también su relación con la elite terrateniente y el novedoso liderazgo norteamericano, tratando de entender si sus políticas estaban en consonancia con el fin del ciclo abierto por Inglaterra a nivel mundial cincuenta años antes, o trataron de sostener un período que ya no volvería a ser igual.
El marco internacional
Los Estados Unidos a partir de 1914
En 1913 Henry Ford abrió su nueva fábrica de automóviles fabricando el Ford Modelo T en Detroit (Michigan), EE.UU. Si bien la Ford Motor Company, fundada en 1903, tenía una fuerte presencia en el mercado automotor, la novedad estaba dada en los cambios en los procesos de producción, de contratación de trabajadores y en la cantidad de turnos de trabajo por día que se realizaría en esa factoría.
Ford introdujo la cadena de montaje en la producción de autos, con el fin de acelerar y elevar la producción diaria de vehículos, elevó el salario que los trabajadores industriales recibían hasta el momento, y estableció un horario de ocho horas de trabajo para introducir un tercer turno diario.
En poco tiempo el valor del automóvil comenzó a bajar, pudiendo ofrecer un producto más accesible para su compra. El Modelo T se adaptaba a todo tipo de terreno, y por su tracción, distancia entre ejes y altura fue adoptado en las zonas rurales donde se necesitaba un vehículo que permitiera ser más rápido que el de la tracción a sangre. Su sistema de concesionarios, la accesibilidad para comprar repuestos, y la red de servicios que abarcó todos los Estados, lo pusieron al tope de las ventas. Su éxito inspiró a otros fabricantes, de electrodomésticos esencialmente, que imitaron la producción fordista y también elevaron los sueldos y turnos de producción.
Con un fuerte sistema financiero, de ventas a plazo, por catálogo y grandes tiendas que comenzaron a abrir de costa a costa, el mercado interno norteamericano se fortaleció, facilitando el auge de la demanda. Además, el país contaba con cuantiosos recursos naturales y se autoabastecía en materia de alimentos.
La inmigración seguía fluyendo, la mano de obra abastecía los emprendimientos rurales y urbanos, y los sueldos que comenzaban a elevarse, conformarían para la década de 1920 un mercado interno fortalecido, y la producción de bienes, siempre en alza hasta el Crack de 1929, encontraría nuevos mercados en la demanda externa de sus productos.
La gran industria norteamericana producía en una escala sin precedentes, atendiendo a una expansión del mercado interno que se adelantaría treinta años a la masificación de la sociedad de consumo de la pos-Segunda Guerra.
En este contexto, EE.UU. al término de la Gran Guerra a la que ingresó en 1917, comienza a enviar misiones comerciales a los distintos países sudamericanos, con el fin de expandir los mercados que la producción de sus industrias comenzaba a requerir.
La presencia de inversiones norteamericanas en nuestro país no era novedosa. Si bien se puede rastrear la presencia comercial y de filiales de ese origen desde fines del siglo XIX, a partir de finales de la primera década del siglo siguiente, comenzará a realizar inversiones en América Latina con la finalidad de aprovechar los recursos naturales de la región, compitiendo a la par, y en los mismos mercados y rubros con el Reino Unido.
Desde 1909 EE.UU. comienza a invertir en frigoríficos, proponiendo un novedoso proceso de producción, el enfriamiento, con el objetivo de exportación de carne vacuna, compitiendo en este rubro con el método de congelamiento, hasta el momento sólo realizado por capitales ingleses en nuestro país.
El final del conflicto mundial proponía nuevos escenarios comenzando a avizorarse profundos cambios en la economía global, a partir del nuevo liderazgo estadounidense que introducía nuevas metodologías productivas y de comercialización que acabarían con la supremacía industrial del Reino Unido. Los tiempos de las manufacturas textiles, el hierro y el carbón del horizonte productivo inglés comenzaban a declinar al final de la guerra, siendo sustituidos por el acero, el motor a explosión y el petróleo.
La relación comercial con Estados Unidos proponía nuevos horizontes, ya que este país exportaba maquinarias, automóviles, motores eléctricos, ascensores, materiales para la construcción, y sus inversiones directas en materia de extracción y refinamiento de petróleo estaban íntimamente ligadas con el auge del transporte automotor, que comenzaba a utilizarse masivamente.
A principios de los años veinte, Norteamérica poseía más de la mitad de las Reservas de Oro mundial, convirtiéndose en el principal país acreedor de ese momento.
A partir de ello, las nuevas estrategias empresariales conquistarán los mercados internacionales, y también exportarán, principalmente subsidiarias de sus poderosas fábricas ...