Una economía para la esperanza
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Una economía para la esperanza

  1. 328 páginas
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Una economía para la esperanza

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Información del libro

Nos empen~amos en debatir sobre si economi´a de mercado, capitalista o socialista; sobre si queremos una mayor o menor intervencio´n del sector pu´blico y del mercado; sobre si necesitamos un crecimiento sostenible, inclusivo, que tenga en cuenta las desigualdades o si buscamos, por el contrario, el decrecimiento y una economi´a ma´s ecolo´gica... Pero todo ello lo hacemos sin cuestionar el paradigma economicista en que vivimos, en el que la economi´a se pone por encima de todo.El presente libro ofrece una propuesta que sale de este marco y presenta un nuevo paradigma econo´mico, unas bases distintas desde las que entender el quehacer econo´mico. En sus li´neas se pueden encontrar caminos para reorientar la direccio´n en la que se mueve nuestra sociedad, co´mo modificar el concepto de racionalidad econo´mica, que´ hacer para modificar el funcionamiento de las empresas, de los mercados, del sector pu´blico, de la investigacio´n econo´mica, de los mercados financieros...Una propuesta que quiere que la economi´a se ponga al servicio del cuidado de la creacio´n, de la sociedad, de todas las personas que viven ahora y que vivira´n en el futuro. Un cambio de paradigma sobre el que dialogar para construir un sistema econo´mico que nos ofrezca la esperanza de un mundo mejor.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2021
ISBN
9788428836791
Categoría
Economia
1

DIEZ PREMISAS SAPIENCIALES

Comenzar un libro de economía no siempre es fácil. Si este libro pretende dar esperanza en un campo tan desesperanzado como este, y hacerlo de manera que sea útil y comprensible tanto para personas que no tienen conocimientos especializados sobre economía como para aquellas que sí los tienen, la cosa se complica un poco más. Si, además, su primer capítulo se titula «Premisas sapienciales» y cada uno de sus apartados van encabezados por un breve relato, la cuestión toma tintes verdaderamente surrealistas y la persona que lo lee puede pensar que el autor, o se equivoca, o pretende darnos gato por liebre.
Pero nada más lejos de mi intención como autor. Comenzar con unas premisas no solo es apropiado por la misma definición de la palabra, sino porque todos tenemos unas bases sobre las que fundamentamos nuestro pensamiento, aunque no nos demos cuenta o no queramos reconocerlo. Siempre hay unas creencias previas, unas ideas sobre lo que es bueno y lo que no lo es que sirven de soporte y armazón a nuestro análisis y que determinan nuestra manera de mirar la realidad.
Comenzar desnudando las premisas sobre las que está construido el resto del libro es una manera de mostrar su contenido sin trampas, sin velos que distorsionen lo expuesto, sin maquillajes ni vestidos que puedan engañar a nuestros sentidos haciéndonos creer que contemplamos belleza donde no la hay. Con ello, las propuestas del libro intentan despojarse de artificios y trampantojos que escondan el armazón que las configuran.
Calificar estas premisas como sapienciales es un intento de recuperar algo que se orilla con demasiada frecuencia en el debate económico. Porque sapiencial se refiere a la sabiduría, a ese intento de conducirse de una manera prudente en la vida, en los negocios, en la organización de la sociedad o en cualquier otro aspecto de la vida social o personal. La sabiduría aspira a maneras más altas de conocimiento y no busca solamente saber mucho sobre una materia, sino que lo que se conoce de esta resulte útil para la mejora de nuestro modo de vivir. La sabiduría es esa manera de entender nuestra existencia que nos permite aplicar nuestros saberes a los desafíos de la vida y así poder afrontarlos de la manera más correcta posible.
Ser sabio no es equivalente a ser instruido, a ser inteligente, a ser intelectual o experto en algo. Existen personas sabias que no son instruidas, que no son expertas en nada en especial. El sabio es quien sabe hacer frente a su día a día y sabe analizar los desafíos de la vida encontrando la mejor respuesta a las preguntas que nuestra realidad cotidiana nos plantea. Intentar que las premisas sobre las que se basan las propuestas de este libro sean realmente sapienciales equivale a buscar esa mirada global que quiere responder a los problemas que plantea la economía en nuestro día a día. La economía necesita caldear su fría mirada impregnada de tecnicismo, pragmatismo y erudición con el bálsamo reparador de lo sapiencial.
Porque sin sabiduría podemos encontrarnos con lo que José Antonio Marina 1 denomina «inteligencia fracasada». Personas muy inteligentes, que saben mucho sobre alguna materia, pero que no son capaces de hacer frente a su día a día ni de solventar con facilidad su vida social o los problemas cotidianos ante los que se enfrentan. Este fracaso no solo puede ser individual, sino que también puede darse en colectivos como podemos ser los economistas, los políticos, los científicos, etc.
Antes de adentrarme en las premisas sapienciales quiero recordar que estas no son complicadas, sino elementales y de sentido común. Al leerlas, alguien puede pensar que son tan obvias que podría haberme ahorrado el trabajo de escribirlas (y el lector de leerlas). Pero creo que con demasiada frecuencia se cumple el refrán que dice que «el sentido común es el menos común de los sentidos» y que esto podría aplicarse también a la sabiduría. La sabiduría es muchas veces la gran olvidada, lo que conlleva decisiones y políticas económicas que tienen consecuencias indeseadas que habrían sido fáciles de evitar si se hubiese tenido el sentido común que nos aporta la sabiduría. Por todo ello, no está de más recordar estas premisas, que son las que iluminan nuestra propuesta de otro paradigma económico.
1. No todo es economía, pero la economía está en casi todo
Las habían dejado allí, en aquel frondoso jardín. Les habían asegurado que el tiempo era magnífico, que tendrían cosechas todo el año, que iban a encontrar sin problemas todo lo que necesitaban para vivir, que las lluvias copiosas les proporcionarían el agua necesaria... Y todo parecía confirmar las promesas que les habían hecho. Allá donde miraban veían frutas, hortalizas, verduras, legumbres... Por la noche escuchaban el croar de las ranas y durante el día podían ver los peces desplazándose por el río. Animales domésticos paseaban tranquilamente por el jardín, dispuestos a proveer de carne, leche y huevos a sus nuevas compañeras. En ese paraíso terrenal podrían vivir sin estrecheces, podrían disfrutar del regalo de la vida. Pero pronto se dieron cuenta de que esto no se podía lograr sin su colaboración: tenían que recolectar, cuidar las plantas, el río, los animales, tenían que pescar, que cocinar, tenían que construirse una casa para vivir... Ese jardín del Edén no suponía no hacer nada, solo responsabilizándose de él podrían lograr que llegase a ser el paraíso soñado.
Desde el principio de la historia humana, las personas hemos tenido que organizar aquellos asuntos que vienen determinados por nuestra necesidad de vivir y sobrevivir. No podemos seguir con vida sin cubrir nuestras necesidades físicas, y para hacerlo debemos desplegar una serie de actividades que tienen ese fin esencial. La economía estudia cómo lograr esto, qué esfuerzos tenemos que realizar para conseguir cubrir nuestras necesidades y las de nuestros descendientes con los recursos con los que contamos. La economía versa sobre cómo cuidar y hacer fructificar la creación que nos ha sido dada, para que todos podamos vivir sin comprometer que nuestros descendientes puedan también hacerlo.
De las necesidades que tenemos, la principal es respirar. Sin hacerlo fallecemos rápidamente. Sin embargo, la respiración no ocupa nuestros pensamientos ni nos suele preocupar, porque tenemos suficiente aire para todos, podemos respirar en cualquier momento de nuestra vida sin tener que hacer ninguna actividad extra para conseguirlo. A pesar de que no dejamos de respirar en ningún minuto de nuestra existencia, el hecho de que el recurso que precisamos para hacerlo sea ilimitado hace que podamos cubrir esta necesidad vital sin preocupaciones, sin realizar ninguna actividad adicional que vaya más allá de inspirar y espirar en el momento que nos plazca y en el lugar en el que estemos.
Pero esto solamente nos sucede con la respiración. Para el resto de necesidades que tenemos no existen recursos ilimitados. No podemos imaginar que queremos comer y hacerlo sin más, en el momento y en el lugar que deseemos sin que medie una actividad previa. No podemos refugiarnos del frío y del calor de una manera inmediata sin que se haya realizado algún trabajo anterior que nos permita tener una casa, una sombra, una calefacción, unos vestidos... La cobertura del resto de necesidades precisa de unos recursos que no son ilimitados, sino escasos. Por ello nos vemos obligados a realizar actividades que nos surtan de los medios suficientes para cubrir nuestras necesidades. De esto trata la economía, de cómo nos organizamos individual, familiar y colectivamente para lograr cubrir todas esas necesidades que no son la respiración y para las que precisamos de unos recursos que no son ilimitados como el aire que respiramos.
La economía se muestra así como algo íntimamente ligado a nuestra existencia. Todos, tengamos o no conocimientos especializados sobre economía, sabemos algo relacionado con ella, porque es una parte de nuestra existencia, una actividad que tenemos que realizar bien para que se pueda desarrollar correctamente el resto de nuestra vida. La economía no tiene por qué ser lo más importante de nuestra existencia. Solo para aquellas personas que no tienen lo suficiente para sobrevivir y que no pueden más que preocuparse por lograr esos ingresos de los que depende su vida lo es por obligación. Y para aquellos que, a pesar de poder vivir dignamente con lo que tienen, voluntariamente y sin necesitarlo deciden que toda su vida gire en torno a sus ingresos y a lo que ganan intentando que estos se incrementen más y más. Para el resto, la economía no tiene por qué ser lo más importante, pero es un elemento de nuestra existencia que no podemos dejar de tener en cuenta.
Tomemos el ejemplo de una familia. Su propósito principal no es el económico, ya que busca ser una unidad en la que quienes la forman se vean potenciados como personas gracias a su convivencia. El buen ambiente, el cariño entre sus miembros y el refuerzo mutuo son muestras de que está cumpliendo bien su función de ayuda a todos sus componentes. Ahora bien, para que esto sea así es necesario que esta familia tenga unos ingresos mayores que sus gastos, que gestione bien sus asuntos económicos para que estos ayuden al cumplimiento de la función principal de la familia. El buen funcionamiento económico es preciso para que la familia pueda cumplir sus objetivos, pero no es lo principal, es tan solo una condición necesaria para que el resto funcione bien.
2. La economía puede organizarse de muchas maneras válidas
«Lo hemos hecho porque no teníamos otra opción, era lo único que podíamos hacer». Lo dijo así de rotundo, sin dudarlo; era una afirmación que no admitía discusión, y ella se preguntó por qué nunca lo veía todo tan claro, por qué siempre encontraba varias alternativas y tenía que elegir la que creía que era mejor. Pensó que tal vez no tenía la inteligencia suficiente, que era demasiado indecisa y por eso tenía siempre que elegir entre distintas opciones. Se sentía mal porque sabía que todo sería más fácil si pudiese ver el único camino, si tuviese claro que no había otra posibilidad... Así, al menos no tendría que calentarse tanto la cabeza.
Porque esto nos sucede a menudo, escuchamos que las cosas solamente pueden ser como son y no de ninguna otra manera. Pero ante esta afirmación podemos preguntarnos si esto es realmente así. Volviendo a nuestro ejemplo de la familia, podríamos plantearnos: ¿tiene una familia una única manera de organizar sus asuntos económicos? ¿Pueden diversas familias organizar de diferente manera su día a día económico? Por supuesto que sí. No existe un único modo de organizar la economía. Existen muchos, todos con sus ventajas e inconvenientes (volveremos a esta cuestión en la premisa 3), pero diferentes y posibles. Lo mismo que se puede decir para las familias se puede afirmar para las personas y para las sociedades. Podemos organizar nuestra economía de muy diversas maneras; de hecho, lo venimos haciendo así a lo largo de los siglos. La organización económica actual no es la misma que la que existía hace treinta años, ni hace cien, ni hace mil. La organización económica en España no es igual que la francesa, ni que la argentina, ni que la tailandesa (aunque sean parecidas y similares en algunos aspectos).
Alguien podría pensar que esta afirmación es de cajón, que está claro que siempre se pueden hacer las cosas de otra manera, que no existe un único modo de estructurar la economía. Sin embargo, esto no parece tan evidente en el campo económico. Fue Francis Fukuyama quien, en su famoso libro de 1992 El fin de la historia y el último hombre 2, apuntaba su tesis de un sistema económico y político que supera a todos los demás y que se plantea como el ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Dedicatoria
  3. Prólogo
  4. Introducción
  5. 1. Diez premisas sapienciales
  6. 2. Reorientar la economía
  7. 3. Cambiar el concepto de racionalidad económica
  8. 4. El mercado y su regulación
  9. 5. La intervención del Estado en la economía
  10. 6. La empresa
  11. 7. Las finanzas
  12. 8. La investigación económica
  13. 9. Conclusiones
  14. Bibliografía
  15. Notas
  16. Contenido
  17. Créditos