Jesús Piñero
(Caracas, 1993). Licenciado en Historia y Comunicación Social summa cum laude por la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde fue profesor hasta el año 2020. Actualmente se encuentra cursando estudios doctorales en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). En 2021, su trabajo de investigación José Rafael Pocaterra, periodista en Nueva York: la oposición a Gómez desde el exilio (1922-1923) obtuvo el segundo lugar del Premio de Historia Rafael María Baralt, auspiciado por la Academia Nacional de la Historia de Venezuela y la Fundación Bancaribe. Colabora en diferentes medios, entre ellos El Estímulo, Prodavinci, El Nacional, Cinco8 y La vida de nos.
Índice
Descubrir a los testigos
Por Víctor Amaya
Introducción
Inés Quintero:
La historia diáfana
Germán Carrera Damas:
Escribir para entender
Elías Pino Iturrieta:
El que no evoluciona es un idiota
Rafael Arráiz Lucca:
En busca del gran público lector
Tomás Straka:
De musiú solo el apellido
Margarita López Maya:
Por el centro a la izquierda
María Elena González Deluca:
Naturaleza reservada
Guillermo Morón:
La historia no se cambia
Catalina Banko:
El día de los vivos
Ocarina Castillo D'Imperio:
El sabor de la historia
Luis Ugalde:
Escribir historia con la sotana puesta
Carole Leal Curiel:
Historiadora por azar
Edgardo Mondolfi Gudat:
La agonía de escribir
Manuel Caballero:
Confesión y testimonio del siglo xx
Simón Alberto Consalvi:
Una conversación con Diego Arroyo Gil
A Marielba, mi profesora de entrevistas;
y a Jacobo, quien me ayudó a presentar estas.
Descubrir a los testigos
Por Víctor Amaya
El nombre de Gregorio Marañón engalana una estación del Metro de Madrid, y también un hospital de renombre de la capital española. Su actividad pública, concentrada en la primera mitad del siglo XX, estuvo dedicada principalmente a la medicina. Como endocrinólogo, se convirtió en pilar de la disciplina en el Hospital Central de Madrid. Pero también fue historiador. De hecho, se lo recuerda como un gran biógrafo. Con su verbo, plasmó las vidas de Enrique VI de Castilla, del Padre Feijoo, del conde-duque de Olivares, de Tiberio y de Luis Vives. Además, fue individuo de número de la Real Academia de la Historia, una de las cinco que integró.
Y de Gregorio Marañón bastante se ha dicho y escrito, siendo uno de los intelectuales españoles fundamentales de su tiempo. Se sabe que fue hijo de abogados, que fue el cuarto de siete hermanos, que estudió en España y luego en Alemania, que se casó y tuvo cuatro hijos, que se instaló en París al estallar la guerra civil española y volvió a su tierra en tiempos del franquismo, que se declaraba liberal.
En términos periodísticos, Gregorio Marañón es un personaje inigualable. Por eso se sigue escribiendo de él, y por eso más de uno quisiera haber podido entrevistarlo alguna vez. Después de todo, lo que se sabe de él pudiera estar explorado más a fondo, y con sus propias palabras.
El rol del periodista es uno bastante debatido, especialmente cuando se trata de reseñar, escribir, ahondar no en sucesos o eventos, sino en la vida de protagonistas, incluso cuando no creen serlo. Pero el rol del historiador no ha estado fuera de definiciones y expectativas.
“Es el historiador quien da sentido a la experiencia colectiva, a esa necesidad del ser humano de conocer su historia; su papel es fundamental para entender el pasado”, escribió Josefina Manjarrez Rosas en 2015 en la revista Saberes y Ciencias, publicada en México. Desde Colombia, Marixa Lasso ha dicho, en una columna de El Espectador de 2016, que la profesionalización de la historia “buscaba construir una historia que fuera menos anecdótica y más analítica, una historia que se relacionara más estrechamente con los métodos de otras ciencias sociales como la sociología y la antropología. Una historia que evitara el anacronismo y que usara de manera seria y profunda los documentos de archivos”, según escribió en una reflexión titulada: “¿Por qué y para quién escribimos los historiadores?”.
El historiador Edward Hallett Carr habla y teoriza sobre todo esto ya en el año 1961, cuando en su obra ¿Qué es la historia? escribió que “la Historia requiere la selección y el ordenamiento de los hechos referidos al pasado, a la luz de algún principio o norma de objetividad aceptado por el historiador, que necesariamente incluye elementos de interpretación. Sin esto, el pasado se disuelve en un informe montón de innumerables incidentes aislados e insignificantes, y no es en modo alguno posible escribir la historia. Por tanto, no se debe aceptar ‘la objetividad absoluta e intemporal’ por ser una ‘abstracción irreal’”. De allí que Ignasi Vidal afirme que los historiadores no son los que saben de historia, sino los que la interpretan.
Pero los historiadores son más que eso; son personas con sus propias historias. Vidas adultas construidas en torno al estudio del pasado, en la búsqueda de comprensiones del presente y, a solicitud la mayoría de las veces, faros que intentan brindar luces sobre los acontecimientos por venir. Después de todo, quien sabe lo que pasó antes puede tratar de elucubrar lo que pasará a futuro si ciertos patrones, elementos, variables se reeditan.
La historia no es cíclica. En todo caso, sus lecturas pudieran parecerlo. La historia vive de la memoria, de la vivencia del humano, de las huellas y evidencias. Es el historiador el llamado a explorar la madeja, darle sentido, entender sus bemoles, sus principios y finales en constante cambio; y a explicarla desde su propio tiempo, espacio y lugar.
Y allí viene un aspecto fundamental: la vivencia humana. Porque el historiador no solo recopila, estudia y divulga aquella de las sociedades y momentos históricos que decide escudriñar, sino que lo hace con todo el peso que tiene la suya propia. La subjetividad propia del ser se cuela siempre en la labor asumida, en la manera de contar, en las decisiones de qué mirar y explorar. Por eso es valioso tener la oportunidad de conocer a quienes se han convertido en los relatores de la historia en la Venezuela contemporánea, a quienes mantienen la historia viva desde espacios académicos, pero también populares, a quienes han tenido que registrar y contar episodios de la vida nacional no solo viendo por el retrovisor sino saliendo a la calle, viviendo la historia en presente.
La Academia Nacional de la Historia de Venezuela ha incluido entre sus miembros a destacadísimos investigadores del pasado nacional desde hace casi 132 años. En estos tiempos modernos, sus sillones resisten el modus vivendi que soporta el país, y sus ocupantes asumen el reto de mantener los pilares. Pero no solamente en esos salones hay historias que contar, las del devenir nacional y las de quienes ocupan los espacios, sino también extramuros. Es justamente el reto que ha asumido Jesús Piñero desde que se propuso indagar en las personalidades de quienes han enfocado sus vidas en contar las ajenas.
En estas páginas queda retratada Carole Leal Curiel admitiendo que en algún momento entendió que ya no le interesaba la vida de los vivos, sino la de los muertos. “Quería saber todo: qué pensaban, qué comían, cómo eran. Allí nació la pasión que conservo hasta ahorita”, dice la actual directora de la Academia Nacional de la Historia, hasta 2021, cuyo sillón albergó antes a Ramón J. Velásquez. También encontramos a Germán Carrera Damas, no solo compartiendo un diálogo con ese historiador convertido en presidente de la República por azares de la política, sino incluso haciendo las paces con la institución con la que tanto polemizó a partir de su crítica, sostenida y vigente cinco décadas después, al culto a Simón Bolívar que, afirma, pululaba por aquellos rincones.
En el volumen que construye Piñero, en tanto periodista e historiador, descubrimos a una Inés Quintero llegando al estudio histórico por accidente y por descarte, y luego desarrollándolo por amor “a primera vista”; pero también a una Ocarina Castillo que opta por una historia sin rigidez y con mucho sabor, condimentada no solo por el destino sino por los ingredientes que han construido nuestra manera de ser y actuar en tanto venezolanos; así como a un Rafael Arráiz Lucca que asume con hidalguía la dilatancia de sus intereses, dejando atrás los rigores de la academia para abrazar las pasiones del estudio libre de la Historia. “No trabajo para historiadores”, reta a quien lo cuestione.
Son historiadores a los que les ha tocado vivir y contar una contemporaneidad acelerada, determinante para el devenir nacional. Se han convertido en relatores de un pasado muy reciente, estudiosos de algo que han atestiguado. Incluso de eventos en los que han participado. Porque cuando Elías Pino Iturrieta le habla a la “tía Amelia” lo hace a un país entero a través de plataformas digitales; cuando dice que estudió Historia sin saber en qué se estaba metiendo pero motivado por lo que vio y sintió con la caída de Marcos Pérez Jiménez, y cuando explica po...