La Creación Bíblica
Es verdaderamente muy triste y trágico que se continúe enseñando a nuestros hijos en las escuelas (por desconocer las evidencias de la Biblia), que los seres humanos no somos más que el producto de una evolución fortuita y accidental, sin presentarles la otra cara de la moneda.
No cabe duda que cuando los jóvenes creen realmente que descendemos de los animales, ¡se portarán como animales!
Muy pocas veces los jóvenes tienen la oportunidad de que se les presenten las asombrosas evidencias bíblicas acerca de la creación, porque son consideradas simplemente como “religiosas” o leyendas antiguas. ¡Cuánta ignorancia existe detrás de estas asunciones prejuiciosas!
No existe ningún otro libro en el mundo, entre los billones de volúmenes que existen en las Bibliotecas y Librerías, que nos provea de tal cúmulo de evidencias científicas, históricas, geográficas, arqueológicas, genéticas, lingüísticas, antropológicas, biológicas, etc., acerca del origen de todas las cosas, como la Biblia.
Si nos detenemos a pensar en alguna lista de los más grandes intelectuales y pensadores que han existido en la historia humana, que hayan profesado creer en el Señor Jesucristo como su Salvador, y en la Biblia como su regla de fe y conducta, podríamos nombrar a Isaac Newton, Blaise Pascal, Galileo Galilei, Luis Pasteur, Lord Kelvin, Bacon, Francis Collins (Director del Proyecto del Genoma Humano-2010-11), etc.
Lo curioso del caso es que la mayoría de todos estos hombres fueron reconocidos como grandes científicos que reconocieron la existencia de Dios como el supremo Creador y Sustentador de toda la creación. Es obvio entonces, que ni la erudición ni la inteligencia han impedido ni impedirán la realidad de la necesidad de un Salvador y de un Creador de todas las cosas.
Hace algunos años fui invitado a sostener un debate en una Universidad de la Ciudad de México, con un profesor ateo y por supuesto, evolucionista. En algún momento de nuestro debate, queriéndome ridiculizar frente de los estudiantes, me preguntó: “¿Acaso usted es de esos cristianos que creen que provenimos de una pareja humana?” A lo que le contesté inmediatamente: “¿Y usted es de esos profesores que creen que provenimos del chango? Si es así, ¿de dónde sacó entonces el chango a la changa?”
El profesor me respondió qué quería decir yo con esa pregunta, a lo que respondí: “Ustedes los evolucionistas ateos enseñan que por un “accidente” de la naturaleza apareció un chango con órganos reproductores masculinos y por otro “accidente” apareció también una changa con órganos reproductores femeninos y… ¡por otro tercer accidente estos dos changos tuvieron un changuito como hijo!”
En otras palabras, le dije: “Ustedes creen que somos ¡un accidente en medio de dos accidentes! ¡Cuántos accidentes de la naturaleza… Dios mío!”
Esta clase de pensamientos tan absurdos e irrelevantes es como encontrar en un desierto el motor de un carro Ford, con toda la complejidad de un motor como estos, y después llegar a la conclusión que las arenas del desierto lo fabricaron por un accidente de la naturaleza después de algunos millones de años. Ni en 100 billones de años las arenas del desierto podrían organizar y fabricar un motor de esta complejidad.
También podríamos comparar la irracionalidad de este pensamiento, con poner 20 monos encima de un piano y creer que con el tiempo pudieran componer la Novena Sinfonía de Beethoven. Sin embargo, es increíble que millones de personas puedan haber llegado a la conclusión irracional e ilógica (yo la llamo: ¡inanidad mental!) que después de millones de años la NADA produjo por accidente, la complejidad de la vida vegetal, animal y humana.
La Biblia le da a las investigaciones científicas, muy al contrario de lo que se cree o se enseña, el fundamento de un universo impresionantemente afinado y organizado, diseñado y creado cuidadosa y sabiamente, con un propósito y significado, sostenido por un Creador sabio, bueno, infinito y eterno.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
“¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra y pesó los montes con balanza y con pesas los collados?... ¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿Nunca os lo habían dicho desde el principio?
¿No habéis sido enseñados desde que la tierra se fundó?... ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio y su entendimiento no hay quien lo alcance.” Salmo 19:1; Isaías 40:12, 21, 28
Lo que el rey David y el profeta Isaías nos querían decir es que sólo se necesita contemplar el orden y el diseño inteligente del universo a nuestro alrededor, para comprender que detrás de una pintura, hay un pintor; detrás de una escultura, hay un escultor; detrás de un edificio, hay un arquitecto; detrás de un reloj, hay un relojero y detrás del universo, ¡un Diseñador inteligente!
Como dijo el gran científico, Albert Einstein: “Un científico ateo será siempre un científico limitado”.
1. Pruebas Bíblicas acerca de la Creación.
Vayamos ahora a la presentación de las asombrosas evidencias bíblicas y científicas acerca de la creación del universo y del ser humano. El libro del Génesis describe con asombrosa exactitud el “orden” perfecto con el cual Dios creó todas las cosas.
Día 1: Fue la luz.
“Y dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz”. Génesis 1:3
La luz es la más básica forma de energía que existe y está íntimamente relacionada con todas las demás formas de energía presentes en el universo.
Realmente podríamos describir la luz como “energía en movimiento”. El famoso físico y matemático judío, Albert Einstein, relacionó la energía con la materia en su famosa ecuación: e=mc2 (c = la velocidad de la luz).
Podemos pues, deducir, que en el primer día, Dios creó la energía. Es interesante notar aquí que la transmisión de la energía en el universo es en forma de “ondas” (ondas de luz, ondas de calor, ondas de sonido, etc.). Con la excepción de las “fuerzas nucleares”, las cuales están envueltas en la misma estructura de la materia, Solamente existen tres clases o tipos de fuerzas operando sobre la materia:
1. La fuerza gravitacional.
2. La fuerza del espectro electromagnético.
3. La fuerza nuclear.
Todas estas fuerzas están asociadas a campos de actividad y a la transmisión de movimientos de ondas. Por lo tanto, en este primer día de la creación, Dios creó en el universo las tres clases de fuerzas que actualmente conocemos y que regirían tanto a la materia como al tiempo y al espacio.
Para quienes no estén compenetrados con estos aspectos físicos del universo, trataré de explicar estas tres fuerzas: La fuerza gravitacional es la que ejerce atracción entre dos objetos. Esta ley, llamada “Ley de la Gravitación”, fue descubierta por Isaac Newton, y es la fuerza que rige a todos los planetas y galaxias de nuestro universo para que no se salgan de sus órbitas. La fuerza electromagnética o espectro electromagnético, es la que se ejerce entre los electrones y los núcleos de los átomos. Gracias a ella, podemos tener los avanzados medios de comunicación actuales, como la televisión, la radio, los satélites de comunicación, etc. La fuerza nuclear es la que se ejerce entre los protones y los neutrones al interior de los átomos.
Dios creó la luz (energía) en primer lugar, sabiendo perfectamente que sin ella, nada podría existir. Muchas civilizaciones de la antigüedad poseían historias o leyendas acerca de la creación (sumerios, babilonios, asirios, egipcios, chinos, griegos, etc.), pero únicamente la Biblia expone que… ¡la luz fue antes que el Sol!
Día 2: El Firmamento.
“Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas y separe las aguas de las aguas....