Entrevista a Antonio Pasquali
Mario Kaplún (M.K.): Danos un breve currículum tuyo, así, sintético pero central, háblanos de lo que has hecho y de tus publicaciones principales.
Antonio Pasquali (A.P.): Bueno, comenzaría diciendo que yo soy un mestizo, un mestizo cultural, no un mestizo como mis hijos; tengo cinco hijos y cada uno tiene un tonito de color de piel diferente. Yo soy un mestizo en el sentido de que no nací en América Latina, nací en Italia.
M.K.: ¿Naciste en qué año?
A.P.: Nací, lamentablemente, en 1929.
M.K.: No te lamentes porque estás frente a alguien que nació antes todavía (risas)
A.P.: Yo llegué a América Latina de adolescente, exactamente a la misma edad en que llegó Henry Kissinger a los Estados Unidos, lo que pasa es que el llegó a ser secretario de Estado y yo no.
M.K.: Llegaste entonces de adolescente.
A.P.: Sí, llegué a Venezuela en 1947 o ‘48. El que emigró en realidad fue papá, que en paz descanse, y se trajo a la familia. Es decir, no soy un emigrante, porque yo no decidí emigrar. Entonces, para cerrar rápidamente este capítulo, a un adolescente se le plantea la necesidad de optar y toma la decisión con toda honestidad, porque a esa edad todo es honesto; en mi caso, yo decidí nacionalizarme venezolano en 1955. Lo hice con una espontaneidad absoluta, y desde que tengo uso de razón, o desde que hago uso de ella, me considero, sinceramente, un latinoamericano más, un mestizo como tantos. Y por suerte, la vida me ha dado la posibilidad de viajar mucho, y de reducir o eliminar esa carga nefasta de nostalgias, que uno lleva cuando deja algo atrás.
Bien, ahora la otra pregunta. Yo he cultivado siempre y sin llegar a estridencias, una especie de muy saludable esquizofrenia cultural. Estudié filosofía y nunca renegaré de ello, pues lo poco que he podido hacer se lo debo a mi formación filosófica; tuve excelentes profesores como Juan David García Vaca, entre otros. Cultivé una esquizofrenia que consistía en ser un ferviente servidor del pensamiento filosófico y un amante secreto de lo audiovisual, del cine, y eso desde un comienzo. Yo fui crítico de cine. En un principio, comencé siendo estudiante de filosofía y crítico de cine. Tuve la hermosa oportunidad de ganarme una beca de la Universidad Central de Venezuela, lo que me permitió doctorarme en París entre 1955 y 1957, pues yo saqué un doctorado en filosofía pero también seguí los cursos de filmología del Instituto de Filmología que dirigía en aquella oportunidad un hombre llamado Gilbert Cohen-Séat; ahí daban clases Jean Val, Paul Ricoeur y Edgar Morin, quien nos leía los capítulos que iba escribiendo de su primera y tal vez mejor obra llamada Les Stars, “Las estrellas”.
Pasaba las noches en la cinemateca de Francia, donde el mismísimo Lang Loua, antes de pasar a la cabina a rodarnos la película, nos cobraba la entrada. El espectáculo tenía lugar en los almacenes del Instituto Pedagógico Francés, en la rue d’Ulm, cerca del Panthéon. Era una época particularmente apasionante, la recuerdo con mucho afecto por muchas razones. Yo era un estudiante pobre de solemnidad, comía en los comedores estudiantiles por 75 centavos de franco de la época, por supuesto comía una comida infecta, ya tenía esposa y una hija, y nació otro de mis hijos en París. La pasaba bastante mal, pero no importaba, era muy apasionante. Lang Loua era un personaje de leyenda, le había sacado vagones de películas en circunstancias misteriosas a los propios alemanes durante la ocupación, había pasado de todo. Pero tal vez lo más apasionante es que las sesiones eran dobles y el que salía después de la primera película perdía el puesto, entonces todos entrábamos con una baguette rellena de salchichón o de queso, que comíamos en el entreacto para no perder la silla. Lo más interesante es que yo vi ahí a quienes integrarían la nouvelle vague, porque la nouvelle vague era un fenómeno de cinemateca, y yo estaba sentado todo el tiempo al lado de Trufaut, de Marie, y oía sus griticos de placer, ahí nació la nouvelle vague. Yo me codeé con toda esa gente sin que nunca cruzáramos una palabra, pero en fin, yo los veía a todos gesticular y a los pocos años cuando me vine, hubo la explosión de la nouvelle vague. Puedo decir que he perseguido siempre esta dualidad, no la he traicionado nunca, soy un esquizofrénico absolutamente fiel a mi esquizofrenia, he cultivado siempre la filosofía y lo audiovisual.
Al regreso, de mi estancia en Francia me sucedieron varias cosas, la propia filosofía creo yo, me jugó un buen tiro o un mal tiro, ya no sé. Me hizo ver la insuficiencia de mis amores cinematográficos y me obligó a saltar enseguida de la especie al género, es decir, todo el que hace filosofía termina siendo un aristotélico y de alguna manera, a mí me sucedió también. La filosofía me llevó, me disparó de la especie al género e inmediatamente abandoné el cine como meca y objeto de una reflexión crítica y me dediqué de inmediato al conjunto de los medios de comunicación. Recuerdo -tal como se recuerda a un gran amor de la vida- que fue para mí todo un descubrimiento sensacional que llevé en solitario, como esos navegantes de ahora, que circunnavegan el mundo en solitario, y es que me di cuenta de que yo estaba pisando un terreno absoluta o casi totalmente inexplorado, por supuesto que me abalancé inmediatamente sobre todo lo que uno conseguía en los años ‘50: las investigaciones de Lazarsfeld, la semiología del periodismo de Kaiser, lo que pude haber aprendido de Cohen-Séat, la noción de conocimiento de Jean Val, el análisis empírico de la sociología americana, etcétera. Pero me di cuenta de que nada de eso podía coserse, que eso no daba para un traje decente que uno pudiera vestir. Entonces fue, con toda la modestia del caso, que me sentí impulsado o catapultado a tener que inventar una aproximación metodológica a ese tema gigantesco y por supuesto, aquí sí la filosofía no me traicionó, o me traicionó solo en parte. Vea usted, en Comunicación y cultura de masas está presente esta esquizofrenia, y creo que en todos mis libros está, menos en el último, pues aunque trato el aspecto puramente teórico, inmediatamente salto a su verificación en una realidad concreta.
Bueno, para ser breve y para no embalarme en una cosa autosatisfactoria, lo que pasó es que yo me sentí obligado a verificar teóricamente ciertas premisas, pero me sentí absolutamente fascinado por una realidad que a mí me parecía el colmo de la distorsión. Una realidad que no tenía copia en ninguna otra región del mundo, que era precisamente la realidad comunicacional latinoamericana, una mezcla de terreno invasivo, de “pulperías”, de actitudes voluntaristas, de veleidades, donde parecía que pasaban grandes cosas y nunca pasaba nada. Total, que quedé fascinado y me puse casi inconscientemente, a tratar de darme a mí mismo una teoría que me explicara una realidad y por supuesto, desde 1957 y hasta el año ‘60 o ‘61, cuando se gesta Comunicación y cultura de masas, yo prácticamente ignoraba la existencia, por ejemplo, de la escuela de Frankfurt, y me tuve que dar a mí mismo una especie de fundamentación teórica y categorías metodológicas para el análisis de algunas realidades, y fue allí donde comencé a ver la importancia que tenía contar emisoras, contar periódicos, contar lectores.
M.K...