Lalo, Eduardo
Intemperie / Eduardo Lalo; 1ª ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Corregidor, 2019.
Libro digital, EPUB - (Archipiélago Caribe / Pampín, María Fernanda; 9)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-950-05-3785-8
1. Ensayo Literario. 2. Ensayo Filosófico. 3. Pensamiento Crítico Ⅰ. Título.
CDD Pr864
ISBN edición impresa: 978-950-0531-27-6
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Ezequiel Cafaro
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Digitalizado por DigitalBe© (MAR/2019)
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Descreer. Descreer del mundo equivale a interrogar las formas que lo sustentan.
Hacerlo es una forma de abandono, una renuncia a las ideas universales y la apuesta por una aventura a los límites de la mente.
Descreer, pues, para acceder a la condición de superviviente.
Descreer para que la escritura arribe como un don.
El superviviente es el que puede hacer el relato. En la Odisea, su protagonista es el único que resiste las pruebas del periplo. Odiseo logra dar fin a su exilio porque antes, en la ciudad de los feacios, en los límites del mundo helénico (más allá solo vivían los postreros etíopes), el héroe cuenta la historia de su supervivencia. Nace entonces, remotamente en tiempo y espacio, el relato hecho en primera persona. Desde entonces, desde tan lejos, la aventura personal se cifra en la pérdida y esta solo termina con un relato en que uno se ha convertido en personaje.
Leo un anuncio: “30 días de suministro”. Se trata de un frasco de pastillas. Este texto podría seguir la misma pauta: tal número de días de suministro de palabras, de vocablos que alteren la homeostasis del mundo.
Un texto fue en algún momento una libreta vacía.
En la edición del único periódico que ahora se publica los domingos en esta sociedad, hay un reportaje de seis o siete páginas sobre algunos de los secretarios del gabinete del nuevo gobierno. Hay fotos de ellos con los brazos cruzados, sonrientes y bien vestidos, ante un fondo de débiles colores. En un recuadro las preguntas son las mismas para todos. ¿Cómo llegó al gobierno? ¿Qué es para usted su pareja? ¿Qué piensa de la pobreza? Cada entrevista (no exagero) no debe llegar a una quincena de líneas.
Descreer, descreer, descreer. Ya no hay nada aquí en la revista de esta edición dominical de uno de los tres diarios puertorriqueños: ni entrevista ni prensa ni secretarios de gabinete. Solo la imposición de un silencio escrito. El vacío conceptual para un público que no solamente no espera más, sino que se satisface en él.
Padecer sin luchar, este es el nuevo estado atroz del conformismo generalizado y autocomplaciente. El periódico del domingo fue diseñado para obtener estos resultados desde una zona de comodidad para sus lectores. Las palabras de la prensa ya no les alertan del peligro inminente. En pocos meses estos mismos secretarios de gabinete formarán parte de una continuidad catastrófica cuyos orígenes y responsables habrán devenido opacos. Para entonces ya habrán desaparecido causas y nombres de culpables.
Ante la aniquilación de casi todas las formas culturales, hacer la etnología de los vencedores.
Pasearme con un cuaderno por los desiertos de plástico en que se han sacrificado los sabores.
En una cultura en tantas cosas determinada por los gestos del cristianismo, renunciar a la fe. Vivir sin familia, sin credo, sin partido, sin sociedad, aunque no reniegue ni pretenda otra que esta. Pero para llegar a ver, para acceder a una visión densa de la realidad, para pensar y también para trascender el pensamiento, debo dejar de creer. Ni iglesia ni mercado. Ni Dios ni Marcas. Dejar de usar muchísimas palabras.
En algún momento de mi vida estuve muy lejos de aquí y pensé que no regresaría. Sin embargo, años después, soy un quedado. Viví los extremos, pues conocí tanto la vastedad irradiante de lo lejano y el origen. Ambos son formulaciones del vacío.
¿Quién es uno cuando, sin haberse ido, se está lejos? ¿Quién está cuando digo ˝no pertenezco˝?
Escribir como si el acto fuera una carcajada o una expresión armada con silencio. Sé que absolutamente nada cambiará excepto esta página que progresivamente iré ennegreciendo. Esto es una forma de libertad.
Enfrentarme, enfrentarme, enfrentarme. La vida es la constante definición de una derrota que irá adquiriendo los rasgos de la propia voz y la propia faz. Pero enfrentarme, enfrentarme, enfrentarme, para construir el legado inútil de mi paso por el mundo.
Mi tristeza es el anuncio del final de la muerte. Mi felicidad es una fuga fallida.
Imaginar la muerte propia brinda a la vez dolor y alivio. Dolor por el que mi cesación temporal causará en otros —o en esa presencia preocupante de los otros que tengo en mí—; alivio porque no habrá más sufrimiento. El hueco que a veces es mi vida será entonces simplemente un hueco tapiado. Es un proceso normal: voy de la ilusión agónica causada por factores incontrolables (padres, países, genes, hábitos, pulsiones) a la ausencia más plena, sin contenido alguno.
“El destino es una suerte de poeta que crea múltiples personajes: el náufrago, el pobre, el exilado, la celebridad, el paria” (Léonce Panquet, Les cyniques grecs, pág. 190).
La sensación en el mismo centro de la ciudad de ser inencontrable. Me pierdo, sentado junto a unos columpios vacíos, en una suerte de mundo silvestre urbano. Reposo brevemente en un lugar que crea los mismos efectos que un páramo o de un pedazo de bosque. Simultáneamente me hallo oculto y perdido.
Esperar la llegada del texto, como siempre.
Anoto tres pasajes de Movimientos del pensar Diarios 1930-1932/1936-1937 de Ludwig Wittgenstein:
“La alegría por mis pensamientos (pensamientos filosóficos) es la alegría por mi propia vida extraña. ¿Es eso alegría de vivir?” (pág. 71).
“Quizá solo soy yo mismo en la medida en que de hecho me siento rechazado”. (pág. 69).
“En la civilización de la gran ciudad el espíritu solo puede retirarse a un rincón”. (pág. 41).
Habitar la calle a la manera de los cínicos griegos: en lo público que es supuestamente de todos y con lo que casi nadie quiere verse asociado. Estar demasiado tiempo sentado en el banco de un parque es una suerte de autodegradación: la imagen viva de la pobreza y la soledad. No obstante, este ha llegado a ser mi mundo. Esta es mi vida a la intemperie.
Diferenciar entre una renuncia violenta al mundo y simplemente su renuncia. Este es un asunto fundamental, pues la violencia delata la ausencia de la verdadera renuncia.
No lidiar con la propia soledad mediante el rechazo de los demás. Es una manifestación de la violencia que frecuentemente se esconde bajo la austeridad, pero también bajo la inteligencia. Esta estrategia no enfrenta la pregunta ineludible: ¿qué es lo que hay que abandonar en el mundo? Seguramente de lo que se trata es de dejar atrás las relaciones que se han construido con él, especialmente las razones que se adelantan para su abandono.
Abandonar el mundo es dejar de necesitar las relaciones que se han construido con él. El mundo no es negable porque no existe un más allá de sus límites, pero si son negables (es decir, interrogables), las relaciones que nos ubican y determinan en él. El abandono solo es posible a partir de uno mismo o, más precisamente, de formas descartadas de uno mismo.
He obtenido de una biblioteca virtual la autobiografía de un estadounidense que fue monje budista. Significativamente titulada Getting Off, su autor lleva la renuncia de su identidad al punto de firmar mediante solamente una letra: V. Aun así, el monje relata su lucha por desprenderse de los libros: “De cualquier forma, los libros son un vicio más difícil de abandonar que el opio. Y es tan fácil perderse en ellos. Por el momento, me satisfacía con el tipo de libros que recomendaba dejar los libros (al igual que otras adicciones)”. Más adelante añade: “Cada paso en la senda de la renuncia me dejaba ante una pregunta: ¿Y ahora qué hago para llenar las horas? Cada vez la perspectiva de abandonar otra forma de estructuración de mi tiempo me dejaba con una sensación de desconsuelo, de vacío y cada renuncia era seguida por la búsqueda de un forma alterna de actividad. De la sensualidad al estudio, del estudio a la meditación, de la meditación al gozo, del gozo a la frustración, de la frustración a la intelectualización, de la intelectualización a la conversación, de la conversación a la escritura…”.
Trazo el mapa de mi deriva, nombrando el espacio: el parque de las abejas, el de los ratones, el de las cucarachas…
Estoy sentado en el tren en la estación de Sagrado Corazón. Veo, cuando cae la noche, el Coliseo de Puerto Rico y los montes y las nubes que quedan tras él. Percibo una belleza casi sobrecogedora, acompañada por la sensación de que esta nada tiene que ver conmigo. S...