Historia de Yuké
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Historia de Yuké

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Historia de Yuké

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Información del libro

Con un registro que renueva la escritura de Eduardo Lalo que conocíamos hasta el momento, dos tiempo coinciden en esta novela. El tiempo mítico, un tiempo fuera del tiempo, y el histórico se entrecruzan en el relato de una montaña desde sus orígenes volcánicos hasta el presente. La que probablemente es la montaña más querida de los puertorriqueños, recupera aquí su nombre nativo y sirve de escenario para que fuerzas humanas y naturales luchen y se reconcilien, formen alianzas y defensas. Historia de Yuké es además un novedoso acercamiento a la terrible experiencia de la conquista del Caribe, verdadero laboratorio para las posteriores incursiones europeas en el continente americano, que aquí es narrada lejos de las lógicas de los cronistas de Indias y de las historias eurocéntricas.

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Sí, puedes acceder a Historia de Yuké de Eduardo Lalo, Consuelo Gotay en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Colecciones literarias. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9789500531887

Historia de Yuké

Fotografía de Eduardo Lalo

EDUARDO LALO

Ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2013 por su libro Simone, el puertorriqueño Eduardo Lalo es también fotógrafo y artista plástico, autor del libros en los que reúne su pasión por palabra y la imagen: La isla saliente, Los pies de San Juan, La inutilidad, donde, Los países invisibles, El deseo del lápiz, Intemperie, Necrópolis, Intervenciones e Historia de Yuké. Dirigió, además, los mediometrajes donde y La ciudad perdida. Su obra visual se ha reunido en múltiples exposiciones nacionales e internacionales.

Anteportada

EDUARDO LALO
Historia de Yuké
Ilustraciones
Consuelo Gotay
Logo Ediciones Corregidor

Colección
Archipiélago Caribe

  • 1 Simone, de Eduardo Lalo
    Prólogo: Elsa Noya
  • 2 La piscina, de Edgardo Rodríguez Juliá
    Prólogo: Carolina Sancholuz
  • 3 La inutilidad, de Eduardo Lalo
    Prólogo: Gabriela Tineo
  • 4 Un seguidor de Montaigne mira La Habana,
    de Antonio José Ponte
    Prólogo: Teresa Basile
  • 5 Los países invisibles, de Eduardo Lalo
  • 6 Emoticons, de Aurora Arias
    Prólogo: Gabriela Tineo
  • 7 La Catedral de los Negros, de Marcial Gala
    Prólogo: Celina Manzoni
  • 8 Sentada en su verde limón, de Marcial Gala
  • 9 Intemperie, de Eduardo Lalo
  • 10 Historia de Yuké, de Eduardo Lalo
  • 11 Intervenciones, de Eduardo Lalo
    Prólogo: César A. Salgado
  • 12 Roncanrol, de Marcial Gala

Dedicatoria

A Nikitas, Lucas y Diego
que crecieron escuchando esta historia

Portadilla

Portadilla 'Historia de Yuké', Eduardo Lalo. Colección Archipiélago Caribe nº10

Tabla de contenidos

Índice

Guía

Paginación equivalente a la edición en papel (978-950-0531-66-5)

Primera parte

1.

El bosque de El Yunque es muy antiguo, mucho más de lo imaginado. Al principio, cuando la isla de Boriquén se formaba, no era ni siquiera un bosque, sino lava convertida en piedra que muy lentamente, a lo largo de siglos incontables, fue levantando una montaña desde el fondo del mar hasta llegar a ser la Tierra Blanca más allá de las nubes.
Durante un tiempo prolongadísimo, se acumuló polvo, tierra y agua en los resquicios y las grietas de las piedras, sobre los enormes peñascos y en los fondos de los precipicios. Más tarde llegaron las semillas llevadas por los vientos, los pájaros y los murciélagos. Poco a poco la roca volcánica fue cubriéndose de hierba y materia vegetal y fueron naciendo los primeros arbustos y árboles. Sus frutos atrajeron a su vez a más pájaros, insectos y arañas. La abundancia de vida trajo desde las costas a los reptiles, que de generación en generación fueron ganando altura, adaptándose a la humedad y temperatura del bosque joven, tan distintas a las de las costas y los valles.
Por muchos siglos el bosque creció solo. En él no había otras veredas que las que hacían las hormigas y nadie sabía lo que era cortar un árbol. Las hojas que caían cada año de las muchas especies de la madera se convertían en más tierra, en más nutrientes para las plantas y los animales que habían al fin encontrado una casa.
Entonces todo se transformó. Las piedras que habían surgido con la lava ardiente de un volcán submarino, el polvo que había creado la tierra, las plantas y los árboles que habían nacido de ella, los pájaros, peces, insectos, arañas, reptiles y mamíferos que fueron arribando y poblando el bosque, se dieron cuenta un día de que podían comunicarse entre ellos. Los animales descubrieron que entendían lo que les decía el agua de los ríos y las cascadas. El agua estaba toda junta pero podía hablar por separado. Los ríos no callaban casi nunca y apenas dormían. Los animales escuchaban en el bosque el grito de alegría de las gotas de lluvia que resbalaban por las hojas y desde las altas copas de los árboles se lanzaban al vacío riendo a carcajadas. La luz del sol se pasaba la jornada hablando con las ramas, pero todos callaban cuando la voz del Viento intervenía. Este era respetado porque conocía otras tierras y hablaba solamente cuando hacía falta, mandando a callar la cháchara de los pájaros, las ranas y los troncos, cuando con un rugido decía que ya estaba bien de parloteo y diversiones y que era hora de prepararse para el aguacero o la noche.
Estos árboles, animales y fuerzas de la naturaleza, fueron los primeros habitantes del bosque de El Yunque. No existe en él vida más antigua. De ellos, antes que nadie, es esta tierra.
Una noche de las más frías del año, el Viento, que había estado muy callado durante el día, llamó a una reunión con gritos que fueron escuchados por todos. Como era tan poderoso, los animales y las plantas podían asistir al cónclave sin tener que congregarse en un mismo lugar.
En el momento convenido, el Viento habló a todo el bosque. Su voz hacía mecerse las ramas de los árboles inmensos, formaba ondas frígidas en las aguas y remolinos de polvo y hojarasca. Entonces el Viento dijo:
—Hermanos, hasta ahora cada uno de ustedes piensa que es un pedazo, algo que convive con otros pedazos. Yo puedo hablar porque vengo de lejos, de tierras que ninguno de ustedes ha visto, sé lo que es la distancia y el cansancio, el estar atrapado entre montañas altísimas y el estar moribundo en mares llenos de algas, sé lo que es enloquecer en tormentas. Pero un día llegué aquí y me he quedado. Soy ya, desde hace mucho tiempo, de esta isla y de este bosque. Nada volverá a llevarme lejos porque los grandes árboles me retienen, como las piedras y la tierra retienen a los árboles, como los árboles retienen a animales y pájaros, como las aguas retienen a peces y cangrejos. ¡Ya no puede haber secretos! Ni los lagartijos ni las ranas son de los valles, las piedras no son del fondo del mar, los pájaros ya no recuerdan las rutas a las tierras desde las que volaron hasta aquí, las aguas no saben cómo regresar a las nubes. ¡No puede haber más secretos!
—¿A qué secretos te refieres, Viento? –preguntó una gran enredadera.
—Pondré un ejemplo. Una de tu familia, la ortiga, sabe que es venenosa pero no se lo ha dicho a nadie. ¿Cuántos animales enferman al tocarla? ¿Cuántos árboles ahoga al enredarse en sus troncos? ¿Por qué la ortiga no habla?
Entonces una ortiga muy vieja tomó la palabra.
—Hermano Viento, como tú vengo de lejos. En todas las tierras en que han crecido mis hermanos y hermanas hemos sufrido. Los bordes de nuestras hojas innumerables han sido una maldición. Hemos enfermado por igual a quienes nos devoran y a quienes nos acarician y por ello en todas partes nos arrancan. Sobrevivimos porque crecemos rápido y porque sabemos escondernos en las partes más oscuras de los bosques, donde crecemos hasta ser gigantes.
—¿Pero por qué no han develado su secreto? –preguntó el Viento.
—Porque siempre hemos temido por nuestra vida. Nuestro veneno es un secreto que no podemos revelar.
—Así es –dijo un ciempiés al salir de su oscuro escondite de hojas muertas–. Por eso vivimos ocultos en la sombra, lo más lejos posible de ti, Viento. Mi abuelo me previno que un día nos descubrirías y te irías sin nosotros.
—¡Pero no ha sido así! –exclamó el Viento– No me iré como tampoco ninguno de ustedes.
Entonces sin que los animales ni las plantas ni las piedras lo esperaran, el Viento guardó silencio. Por largo rato los árboles permanecieron inmóviles y ningún grillo osó frotar las patas. Aun el agua, tan locuaz siempre, optó por callar.
En un estanque formado por un río se escuchó un tenue rumor. Todos aguzaron el oído y algunos se acercaron a mirar.
En la pared de una roca colosal había algo todavía más oscuro. Era un gran camarón negro con larguísimas antenas.
Cuando todos lo vieron se volvió a escuchar al Viento.
—Al fin sales—dijo.
—¿Quién es? –preguntó una rana asustada que había pasado toda su vida en ese estanque sin haber nunca visto al camarón.
—Buenas noches, Viento –dijo el Camarón Negro, apenas perceptible en la roca oscura y brillante–. Buenas noches animales, plantas, piedras, aguas.
Los seres del bosque se miraron perplejos. Las ramas de los árboles volvieron a moverse ansiosamente, los insectos iniciaron un coro de chirridos y gritos, los pájaros y los murciélagos volaron en pequeños círculos nerviosos. “¿Quién es? ¿Quién se cree este?”, preguntaban por todas partes.
El Camarón Negro miraba con sus enormes ojos tristes. Era muy viejo y parecía estar cansado. Las escamas de su cuerpo eran amplias y a pesar de ser muy oscuras, parecían luminosas.
El rugido del Viento hizo que todos callaran. Bajó de los árboles y vino hasta el estanque a asentarse ante el Camarón Negro. Hasta entonces, en los larguísimos años del bosque, nadie lo había visto posarse en tierra. Al sentir su presencia tan cerca de la superficie, los animales sintieron escalofríos y el agua del estanque tuvo un extraño e intenso temblor que aterrorizó a los peces y los caracoles.
El estupor fue general cuando los seres del bosque vieron al Viento inclinarse antes de abrazar al Camarón Negro.
—Él es la raíz de la vida –proclamó el Viento y permaneció un rato largo sin hablar.
Luego volvió a hacerlo muy despacio para que todos lo escucharan y entendieran.
—Dije que no podía haber más secretos y el Camarón Negro es el secreto más profundo del bosque. Probablemente ninguno de ustedes lo haya visto. Es de suponer que no sepan que el estanque donde vive es el centro del bosque. Ese estanque es muy hondo y oscuro y en el túnel en que no viven peces ni algas, el Camarón Negro está solo. En las profundidades que habita se encuentra el gran misterio del bosque.
Los seres del bosque escuchaban al Viento sin distraerse. Sabían que asistían a algo que nunca habían presenciado y esperaron a que el Camarón Negro se decidiera a hablar.
—Soy la raíz de la vida –dijo al cabo con una voz débil y frágil que el Viento llevó a los oídos de los seres del bosque–. Ninguno de ustedes lo diría al verme. Lo sé. No soy fuerte ni rápido ni dispongo de colores brillantes. Apenas puedo nadar lentamente. Mi único mérito es orientarme en...

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  1. Primera Parte