Nueva Crítica Hispanoamericana
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subjetividad en crisis y novelas cubanas después del muro

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subjetividad en crisis y novelas cubanas después del muro

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Este libro pretende entender las transiciones culturales y negociaciones entre arte y política en la época de la Post-Guerra Fría a través del análisis de la producción novelística cubana. En los treinta años de producción literaria que abarca este volumen no hay otro acontecimiento en el mundo con igual peso simbólico a la Revolución. Las últimas tres décadas –entre la época soviética y la época postpandémica– implican un entrelugar, un afuera del tiempo o un presente incómodo que abarca la crisis crónica que se inicia después de la caída del muro de Berlín y que se vuelve evidente en la novelística a partir de la relación entre sujeto y vivencia. Timmer analiza la crisis del sujeto como síntoma de lo social al mismo tiempo que escapa a los binomios y aborda el presente cubano a través de las múltiples subjetividades e imaginarios de su producción cultural.

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Información

Ⅰ.

El presente incómodo:
espacio literario-cultural cubano 1989-2020

Cuando uno mira durante largo tiempo a un mismo punto, todo se vuelve pura repetición. Un ejemplo de esto serían las artes y las letras dentro de la sociedad cubana. En 2018 el gobierno comunicó la propuesta de una nueva constitución que entraría en vigor un año después. Un grupo de artistas se indignaron y organizaron protestas cuando se dio a conocer el decreto 349, una ley que vinculaba arte y delito si este no venía avalado por un permiso institucional o caía en vulgaridades u ofensas a los símbolos patrios. Los artistas que hicieron circular su protesta organizaron el 23 de diciembre de 2018 un partido de fútbol bajo el lema “La plástica cubana se dedica al fútbol”, con esto intentaban dejar en claro lo difícil que sería hacer arte bajo dicho decreto. De la misma manera habían actuado sus antecesores treinta años antes, en 1989, cuando en protesta a sucesivas censuras organizaron un partido de béisbol bajo el lema “La plástica cubana juega al béisbol”. Ahora bien, esta anécdota no es para constatar que en la isla un tipo de deporte ha ido ganando popularidad sobre otro, sino para ilustrar cómo en la sociedad cubana se vuelve una y otra vez a la misma trabazón entre arte y política (o política y arte), y para marcar dos momentos que más o menos abarcan el período de treinta años comentados en este libro. El remake de la performance de aquel entonces ilustra que hay una memoria histórica que va acumulando esas experiencias de choque. “Dentro del juego todo, fuera del juego nada”, se decía irónicamente en 1989, y de nuevo –esta vez en 2018– los artistas plásticos dieron a conocer su opinión con respecto a la incapacidad de las instituciones para asumir la dinámica-cultura. La plasticidad creativa del campo cultural contrasta con la rigidez, el dogmatismo, la lentitud –y a veces el pragmatismo– de la política y burocracia en la que resuenan aquellas palabras a los intelectuales de 1961: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho”.
Este libro pretende entonces entender las transiciones culturales y negociaciones entre arte y política en la época de la Post-Guerra Fría a través del análisis de la producción novelística dentro del contexto que va desde ese comentado partido de béisbol al más reciente de fútbol. Al haber demarcado los treinta años con la anecdótica repetición de la misma performance, se hace evidente que una descripción cronológica de los sucesos macropolíticos no ayudarán mucho a entender el tiempo postsoviético en Cuba. Para este tipo de estudios la noción de temporalidad es más compleja. El valor de un acercamiento literario a determinada época pasa por tener acceso al orden subjetivo de las cosas, a imaginarios, y hasta a delirios sintomáticos de lo social. Orden que solo funciona desde el vínculo que el sujeto “hablante” establece con la temporalidad y la localización de su vivencia.
Existen tres modos diferentes en que el sujeto que habla se separa de su ser según el psiquiatra japonés Kimura Bin (1992): el postfestum: la temporalidad del melancólico que siempre llega tarde a su propia celebración de vida; el antefestum: la temporalidad del esquizofrénico que suele anticiparse a su ser y donde el yo nunca se alcanza; el intrafestum: el neurótico obsesivo que intenta compulsivamente coincidir alguna vez con su ser para aunque sea alguna vez no fallarle (o el epiléptico, que pierde su yo ante el éxtasis de la presencia), algo que muestra la incapacidad de nuestra conciencia a la hora de participar en nuestra propia vida.
En la historiografía cubana y en los periódicos internacionales podríamos destacar una misma particularidad del tiempo. Abundan las construcciones de un eterno presente tanto en la retórica del Estado como en el negocio del turismo que vende la imagen de una isla fuera de toda zona de modernidad. En la prensa internacional, sin embargo, desde hace décadas proliferan las noticias sobre “la hora final” del sistema político cubano. Es decir, muchos de los testimonios y noticias sobre la isla se organizan a partir de una relación temporal con el cambio futuro (anhelado o temido), o con el cambio que produjo la revolución. En dependencia de lo que uno haya vivido como acontecimiento de verdad, se ubica el festum (festivo o traumático) como centro de la experiencia que marca al sujeto. Tanto para defensores como para enemigos, la revolución cubana instaló una forma peculiar de relacionarse con las temporalidades. En la retórica nacional, 1959 es nombrada y conmemorada compulsivamente mediante la conmemoración a sus héroes pero también a los “apóstoles” del siglo XIX, construyendo así un eterno presente como consecuencia. Los relatos nostálgicos o post festum se construyen en relación con el tiempo republicano prerevolucionario o a la década inicial de la Revolución y construyen una contemplación desde el deterioro de vida, mientras el antefestum se anticipa a un futuro que todavía tiene que realizarse, tanto en su variante “socialismo del futuro” como en su opción de cambio de sistema ideológico.
En los años de producción literaria que abarca este libro no hay otro acontecimiento en el mundo con igual peso simbólico a la Revolución. Quizás, solo, la caída del muro de Berlín, año que abre la época estudiada aquí. Pero –para ser sinceros– esta caída no fue noticia en la isla y muchos se enteraron tiempo después, aunque resulta innegable la marca de ese evento para el resto del mundo. Para Cuba, los efectos más bien empezaron a vivirse a posteriori, a inicios de los años noventa, con la desintegración de la Unión Soviética. Años traumáticos, sin dudas. Años que implicaron un intento de hablar obsesivamente sobre ello (intrafestum), de otorgarle un lugar en la memoria (postfestum), de darle un lugar de fuga en el recuerdo (antefestum). Al iniciarse la Post-Guerra Fría, el gobierno cubano instaló el llamado Período Especial en Tiempos de Paz, período que como su nombre indica, representó un estado de excepción y un situarse afuera de todo límite. Ese paréntesis revela mucho sobre la percepción de una temporalidad semejante a la de la crisis, tal como lo formula Rebecca Bryant (2016) 1. Ella explica que una crisis siempre es vivida como un presente uncanny que da la sensación de un presentness producido por futuros que no pueden ser anticipados de manera alguna. Al ser incómodo, el presente supera nuestros esfuerzos de separarnos de él y no nos deja ver más allá. Bryant (2016) argumenta que la sensación de un presente incómodo solo logra prever el futuro como repetición o vuelta al pasado, y por supuesto, no a uno cualquiera, sino a uno traumático, que se haya conservado como experiencia visceral, como fractura. En los noventa se inició una crisis crónica que desvinculó el ahora (todo lo que podía ser nombrado como ahora en la isla) del entonces. La crisis económica, la respuesta política ante el mundo cambiante y la apelación al sacrificio produjeron un malestar generalizado que hacieron ver o entender el tiempo como algo no progresivo.
El Período Especial oficialmente nunca ha concluido (algunos lo fechan entre 1991 y 1994, otros entre 1991 y 2004, otros hasta hoy mismo) y esto redunda en la sensación de crisis crónica en la que se sigue percibiendo la incapacidad de imaginar un futuro más amable. No es que no haya habido momentos claves en los últimos treinta años en la historia del país. Pensemos en las simbólicas fechas del inicio del mandato de Raúl Castro en 2006, en el año de la muerte de Fidel Castro en 2016, en el inicio del mandato de Miguel Díaz-Canel, por ejemplo. Estos momentos adquieren valor en la historiografía oficial a través de marcadores temporales de la historia revolucionaria pre-noventa. Cuando en 2007, por citar un caso, se emite un programa en la televisión –celebrado por el mismo Raúl Castro– en homenaje a Luis Pavón Tamayo, la imagen televisiva disparó el miedo y el recuerdo a los años más duros de los setenta. Pavón había sido el ejecutor de la política cultural más dogmática recordada en el país y fue responsable de la erradicación de los elementos indeseables que incumplían la moral de la revolución. Aquello llevó a una “guerrita por email” en la que los intelectuales expresaron su preocupación por la vuelta a una época de censura e inflexibilidad. Tal recuerdo inició un debate que de alguna manera participó en la reconfiguración del espacio público y coincide, además, con el momento en que internet va a ser una plataforma cada vez más visible donde –desde las redes y revistas virtuales– se han redistribuido las subjetividades, los afectos y el ejercicio de ciudadanía. Revistas en las que participaron y participan una gran parte de los autores de las novelas tratadas en este libro.
Aunque biológicamente inevitable, es imposible no ver también en la muerte de Fidel Castro –que para la retórica de Estado era un símbolo de vida eterna– un acontecimiento que abre y cierra una época. En las primeras décadas del siglo XXI Raúl Castro implementó unas tímidas liberalizaciones económicas que estructuraron cambios en la organización sociopolítica nacional. A nivel simbólico, sin embargo, el discurso continuó justificándose sobre los mismos valores de medio siglo atrás. El noticiero cultural (2019, Julio, 5) en la televisión cubana, por ejemplo, celebró y subrayó con frecuencia la similitud entre el discurso de Miguel Díaz Canel en el IX Congreso de la UNEAC y las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro en 1961. Algo que muestra cómo se inscribe el presente dentro de una línea de continuidad histórica y se enfatiza la monumentalidad del pasado instalado en el hoy.
Las últimas tres décadas –entre la época soviética y la época postpandémica– implican un entrelugar, un afuera del tiempo o un presente incómodo que abarca la crisis crónica que se inicia después de la caída del muro de Berlín. Los prefijos “neo, post, ultra, multi, anti, trans, ex, contra”, tan usados por el crítico de arte Iván De la Nuez en relación con el paisaje global del siglo XXI en plena transformación (2001, 14), son ilustrativos de lo que vengo diciendo. Estos describen un tránsito entre dos mundos, repiensan espacio y tiempo. El autor se posiciona como “un poscomunista en el paisaje global” y se describe a sí mismo desde la “memoria imprecisa de un sujeto maleable, perdido en sus clasificaciones, acaso sospechoso para suscribir el mundo: poscomunista, excubano, excomunista, poscubano” (14). Así –argumenta el ensayista– todo Occidente se ha convertido “en un mundo multiperiférico y, si se quiere, poscomunista”, y propone una lectura más transnacional de 1989. De la Nuez subraya que del mismo modo que 1968 no fue solo París, 1989 no fue (no es) solo Berlín; ambas fechas implican un cambio a nivel global, no solo para países o continentes, sino y ante todo, para entornos familiares, para vidas domésticas. “La caída del Muro de Berlín es esa especie de estampida cuyos efectos físicos y culturales nos han abocado, con toda contundencia, al paisaje desnudo de la intemperie del mundo” (2001, 17), y agrega: he dejado “de ser un hijo de la Utopía para [convertirme] en algo así como un hermano de la Atlántida” (2001, 31). De la Nuez hace el intento de pensar el momento Post-Guerra Fría de manera particular y a la vez de manera global. El modo transnacional que propone intenta salir de la claustrofobia isleña, para crear las posibilidades de anticipar un futuro posible. El presente, pensado desde los pedazos de un estallido (el del muro de Berlín), “hacen replantearnos nuestra relación con la geografía, la sociedad, la historia, la naturaleza o la reproducción de la especie humana desde los retos imponentes de un futuro que ya está con nosotros” (2001, 15). Habría que enfatizar también que, aunque el mundo ha cambiado, la lógica estatal cubana ha seguido sirviéndose de la misma retórica de Guerra Fría y poder centralizado del que ha hecho ostentación en sus más de sesenta años.
En su acercamiento, Iván De la Nuez muestra cuán esencial es lo que él nombra la mirada “apátrida” (2001, 31), no solo porque su reflexión sobre la cultura no está atravesada por la noción inmanente de comunidad, identidad y orígenes organizados en torno a una obra simbólica, como pudiera estar la de Harold Bloom... De la Nuez propone más bien leer la cultura con Kafka, “con sensación de extranjería siempre”, sensación que de alguna manera tiene un parentesco con el modo en que me quiero aproximar a las novelas cubanas en los capítulos de este libro. Extranjería –tengo que decir– en muchos sentidos. Primero, el más literal: el mío propio; ya que a pesar del lifetime de largas estadías en la isla y de la necesaria conexión con la cultura cubana, hablo siempre desde un afuera. Pero extranjería también en el sentido de que el estudio de la literatura cubana que me propongo no busca fijar su objeto en esencias o identidades, sino en intentar ver la literatura como escritura en sí, como “individuos que desconocen sus culpas, cuyos destinos no pueden gobernar, con unas contradicciones que están siempre causadas por fuerzas que los desbordan” (De la Nuez, 2001, 34), tal y como lo narra el mismo Kafka. Y por último, extranjería también en el sentido de vínculo, lugar y nación, intentando pensar si de alguna forma en estas novelas se reflexiona sobre la pertenencia o no a una construcción simbólica dentro de la retórica estatal. O al contrario, si tal y como apunta el autor de El mapa de sal, ya vivimos en una era postcomunista y googlelizada y, por lo tanto, se ha dejado atrás la preocupación por lo nacional, por el pasado y sus respectivos pretéritos.
¿Pueden leerse entonces las novelas cubanas desde la caída del muro de Berlín hasta ahora mismo siguiendo una lectura postfestum?
Sí y no.
En la última década el mundo cambió mucho. Se derribó un muro en 1989, pero se proclamó la construcción de...

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