WWAntoni Bosch editor, S.A.U.
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Traducido de: Stephen Johnson, How Shostakovich Changed My Mind.
Copyright to the Work © Stephen Johnson
© de la traducción: Marina Hervás
© de esta edición: Antoni Bosch editor, S.A.U., 2021
ISBN: 978-84-121765-8-2
Diseño de la cubierta: Compañía
Maquetación: JesMart
Corrección de pruebas: Olga Mairal
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
Índice
Prefacio
Cómo Shostakovich me salvó la vida
Agradecimientos
Prefacio
«Y, sin embargo, la hermana tocaba tan bien. Su rostro estaba inclinado hacia un lado, su mirada seguía las notas del pentagrama atenta y tristemente. Gregor se arrastró un poco hacia delante manteniendo su cabeza cerca del suelo para que sus ojos, quizá, pudieran encontrar los de ella. ¿Cómo podía ser él una bestia, si la música le hacía sentir así?»
Franz Kafka, La metamorfosis
¿Conocía Shostakovich estas palabras? Me contaron que le encantaba Kafka, pero gente que lo conoció y trabajó con él me ha contado muchas cosas, de ese compositor imponente y enigmático, y reconciliarlas no siempre es posible. Era un hombre que solía usar máscaras. La supervivencia en la terrible dictadura de Stalin exigía eso a sus figuras públicas. Shostakovich parecía haber desarrollado el hábito de decirle a la gente, incluso a sus amigos, lo que él creía que querían escuchar. Probablemente solo confiaba realmente en un reducido número de personas íntimas, y solo debió de hacerlo en contadas ocasiones. Shostakovich fue sobre todo y en primer lugar un compositor, y como muchos otros compositores, parece haber sospechado de forma innata de las palabras como vehículo para sus pensamientos más privados y verdaderos.
Si Shostakovich leyó, efectivamente, la famosa y sombría parábola de Kafka −quizá gracias a que algún amigo valiente le facilitara una copia o a que él mismo localizara una en el mercado negro−, es difícil de creer que no se detuviera unos momentos en ese pasaje y, sobre todo, en la pregunta final. El hecho de que tenga que ver con la música habría sido motivo suficiente, si bien además en el contexto del relato de Kafka es totalmente inesperado. Después de la terrorífica transformación de Gregor Samsa en un insecto gigante, los miembros de su familia pasan sucesivamente por estados de shock, compasión y hostilidad, para acabar finalmente refugiándose en una especie de indiferencia adormecida. Su caso parece desesperanzador. Pero entonces suena un violín; es la hermana de Gregor, absorta, «atenta y triste» en su interpretación. Entonces, le asalta esa pregunta, como un repentino y oblicuo rayo de luz: «¿Cómo podía ser él una bestia, si la música le hacía sentir así?». Es fácil imaginar a Shostakovich preguntándose a sí mismo algo similar en los momentos de crisis de su carrera, llena de reveses: en los periodos en que se vio aplastado por la condena oficial, vilipendiado por colegas y amigos, atormentado por las dudas sobre su integridad artística, incluso sobre su propio valor fundamental como ser humano; sin embargo, de alguna manera encontró la fuerza para seguir adelante y seguir escribiendo.
Este libro no es, sin embargo, un intento en sentido enfático de alcanzar algo así como el «Shostakovich real», para sacarle de detrás de su complejo conjunto de máscaras y muros defensivos y sentenciar «¡Contemplen a este hombre!». De hecho, en realidad, este no es en absoluto un libro sobre Shostakovich, sino sobre lo que su música –como Gregor Samsa con el violín de su hermana– hace sentir a la gente: rusos que vivieron con Shostakovich a través de los horrores del estalinismo, occidentales que sintieron que, de alguna forma, esa música también se dirigía a ellos; y yo mismo, superviviente de tres diagnósticos de trastorno bipolar, para quien la música, y particularmente la música de Shostakovich, ha sido un salvavidas.
Llegados aquí, me imagino que algunos lectores experimentarán una sacudida de incredulidad: ¿Shostakovich? No es el tipo de música que la mayoría de personas elegirían para animarse, o no en esos momentos de lo que Sigmund Freud llamaba «infelicidad ordinaria» –el tipo de infelicidad que se detiene un poco antes de llegar a lo patológico. Las quince sinfonías y cuartetos de cuerda, sus conciertos, canciones y su ópera Lady Macbeth del distrito de Mtsensk contienen parte de la música más oscura, triste, violenta, amarga y desgarradora de la escrita en el siglo xx. ¿No debería tener el efecto opuesto, hundiendo a sus oyentes con ella, o en el mejor de los casos ofreciendo un placer perverso o incluso masoquista? Una y otra vez, sin embargo, las historias que he escuchado sobre los efectos de las obras de Shostakovich, especialmente en aquellos que estaban pasando por duras pruebas emocionales o espirituales, revelan algo muy diferente. En momentos en los que el sufrimiento ha estado a punto de quebrantar su ánimo, oyentes que han escuchado sus propios sentimientos reflejados tan viva y sinceramente se han preguntado a sí mismos algo similar a lo que detuvo a Gregor Samsa en su propia senda depresiva: ¿Cómo podemos ser seres miserables y despreciables cuando la música puede hacernos sentir… bueno, así?
Esta pregunta es el tema subterráneo de este libro. El mero hecho de identificar cómo la música «nos hace sentir» es ya un gran reto. Todo está íntimamente unido al instante subjetivo, ese momento de inmenso compromiso con la música, que tan a menudo se escapa de nuestros intentos de racionalización consciente. En el intento de entender estas cuestiones, me ha animado y ayudado mucho hablar con neurólogos, psicólogos, psicoterapeutas, filósofos y músicos, en parte a través de mi trabajo con The Musical Brain, fundación benéfica que reúne a expertos en las artes, las ciencias y la mente, y en parte a través de la investigación que llevé a cabo para varios artículos relacionados y documentales radiofónicos. La ciencia neurológica ha hecho grandes avances en la comprensión de cómo procesa el cerebro, y, a un nivel intelectual y emocional más profundo, le da sentido a la música. Algunas reflexiones de neurología me han causado una profunda impresión, particularmente aquellas sobre cómo la música puede ayudarnos a adaptarnos a una experiencia traumática. Los puntos de vista que ofrecen colegas lúcidos y musicalmente perspicaces como Michael Trimble, autor de The Soul in the Brain [El alma en el cerebro] y Why humans like to cry: Tragedy, Evolution and the Brain [Por qué a los humanos nos gusta llorar: Tragedia, evolución y cerebro], fundamentan este libro. También lo hacen pensamientos de filósofos antiguos y modernos, poetas, dramaturgos, novelistas, músicos y amantes de la música amateurs. También he tenido el privilegio de conocer a muchos músicos, escritores y pensadores rusos que conocieron a Shostakovich y compartieron su experiencia de sobrevivir bajo la rígida imposición del comunismo soviético. Al poner en común algunas de sus observaciones, especulaciones, argumentos y anécdotas espero dar a los lectores la oportunidad de formarse una imagen más amplia. Soy plenamente consciente de que, cuando se trata de Shostakovich, algunos lectores pueden tener una noción vaga, en el mejor de los casos, de su trasfondo, así que será necesaria una buena cantidad de información histórica y el retrato de escenas biográficas. Afortunadamente, la historia de la vida y la época de Shostakovich es una de las más dramáticas y conmovedoras, a veces incluso oscuramente cómica, de la historia de la música clásica. Parte de ella desafía lo creíble, y ha habido momentos en los que, al volver a contar partes de ella, me he encontrado deteniéndome con incredulidad. Existe, sin embargo, una gran cantidad de testimonios de testigos oculares, como pronto descubrirá el lector.
Antes de que lleguemos a los antecedentes históricos, debo decir algo personal. Cuando empecé a escribir este libro, esperaba mantener a raya la sección de confesiones. Con el tiempo, me di cuenta de que mi experiencia privada tenía una relevancia directa: después de todo, si el tema de este libro es cómo la música puede hacer sentir a los oyentes, son mis propias experiencias, entonces, las que puedo describir mejor. Cuando hice el documental para la radio de la BBC Shostakovich: A Journey into Light [Shostakovich: un viaje hacia la luz], mi productor, Jeremy Evans, me convenció de que grabara un par de comentarios cortos, que sirvieran de enlace, sobre cómo sentía que la música de Shostakovich me había ayudado a superar una depresión clínica grave. Entre las variadas reacciones que siguieron a la transmisión, algunas personas –periodistas, profesionales médicos y oyentes no especializados– hicieron comentarios sobre esas partes del programa, todos ellos positivos. Desde entonces, las charlas que he dado y los artículos que he escrito sobre este tema han generado repetidamente la misma valoración. De lo que hablo no es, simp...