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En primer lugar, quisiera saber un poco de tu experiencia personal. ¿Cómo ingresas en ETA?
Entré en el año 1980, después de militar, desde principios de los 70, en organizaciones juveniles que primero desaparecieron y luego pasaron a ser de la izquierda abertzale. Formé parte del movimiento estudiantil contra la represión que había en esos años, claro. Al final era agua o sal. No tenías mucha elección. Yo decidí, después de darle muchas vueltas, que mi aportación al movimiento de liberación llegaría desde mi militancia en ETA. El primer recuerdo que tengo es el funeral de Txabi Etxebarrieta: los grises, las palizas que dieron, etc. Ese fue mi primer encontronazo con la realidad represiva. Luego, a partir de ahí, te encuentras con amigos cercanos y conocidos que han sido torturados. Frente a la represión, la única alternativa que nos quedaba era buscar la liberación como fuera. Y estaba dispuesto a ello, aun sabiendo que solo había dos alternativas: o cárcel o puchero. Estaba dispuesto a hacer esa apuesta, pues las únicas guerras que se pierden son las que no se empiezan.
Cuando entraste en la organización, ¿sabes que vas a caer?
Sí. Como te he dicho, tenía dos alternativas: cárcel o puchero. Eso se tiene claro antes de tomar la decisión, como que no me iban a dar besos, sino a retener o a torturar. Ahí es cuando pongo en la balanza las distintas opciones, valoro si estoy dispuesto a pasar por eso y, si merece la pena, pues adelante.
Desde el punto de vista que comentabas de la represión y de las características del conflicto, ¿ha cambiado mucho la situación?
El tipo de represión es distinta. A ver, hace cuarenta años la represión era mucho más dura en Euskal Herria. Por nuestra parte solamente había muertos; muertos en manifestaciones y en represiones. Hoy en día, la represión no es tan clara ni tan visible, excepto por lo que ha pasado en Cataluña. Cuando el Estado necesita reprimir, no le importa nada más: reprime y punto. Eso es lo que se ha demostrado en el proceso catalán. Lo que pasó en octubre [de 2017] ya se ha repetido en otros procesos.
Las respuestas varían según la situación y la época en la que se esté. Como digo, siempre voy a llevar mi decisión en la mochila. Sé lo que hay en esa mochila. Lleva un peso que acepté en el momento en que decidí entrar en la organización, y con ese peso aguanto. ¿Que si he dejado de ser militante de ETA? Pues sí, porque la organización ya no existe. ¿He dejado de defender los principios que en un inicio me llevaron al movimiento ETA? No. Sí hay otras organizaciones y otras formas de hacer política y de hacer frente al Estado, pero digamos que el ser miembro de ETA te deja el sello marcado, y eso lo vivo con mucho orgullo.
También es cierto que muchas personas se han arrepentido de todo ese proceso.
Sí, yo tengo muchos compañeros que han estado en la lucha armada o colegas que por diferentes motivos personales o políticos han dejado el movimiento, dejan su militancia y no pasa nada. Todo depende del momento, las circunstancias y el tipo de arrepentimiento; depende de qué consideres que es el arrepentimiento. Que hayas llegado a la decisión de decir… pff… hasta aquí… Eso siempre lo he tenido presente. He estado veintisiete años de mi vida en la cárcel y prefiero un compañero arrepentido a un compañero colgado en una celda. Sin ninguna duda. Otra cosa es el tipo de arrepentimiento; es decir, en qué época se hizo y bajo qué circunstancias. Aquí han llamado arrepentimiento a muchas cosas, todas muy diferentes. Mira los poli-milis, una de las organizaciones en las que milité y que tomó esa decisión. En su momento no estaba de acuerdo y me pareció un atraso porque para mí era una decisión que ralentizaba todo el proceso. Pero eso no tiene nada que ver con la colaboración con el enemigo. Si, para que puedas salir bien, tienes que enmierdar a otro compañero y lo haces, eso ya no es bonito. Eso es otra cosa.
Lo que nos interesa de esta historia es tu percepción. Es decir, tu papel en la lucha armada durante todo el proceso. ¿Cómo funcionaba la organización en aquel momento, en comparación con los últimos años?
A eso no te puedo responder, porque los últimos años los he pasado encerrado. Yo sé cómo funcionaba la organización en la cárcel, que siempre ha funcionado igual; no como las FARC, que tenían una estructura militar, un ejército, una comandancia, etc. Siempre hemos sido más Pancho Villa, pero bueno, eso nos ha ayudado durante más de cincuenta años. El respeto que uno siente por un compañero nuevo o por uno más veterano, vivirlo, ver que todos somos militantes voluntarios en una organización armada… todo eso es diferente, y creo que es lo que más nos ha ayudado a afrontar todos estos años, a hacer lo que hemos hecho por Euskal Herria. Sin nosotros, el Estado español habría gobernado sobre absolutamente todo.
¿Cómo fueron los veintisiete años que pasaste en la cárcel? ¿Cómo se vivía allí dentro lo que pasaba fuera?
Yo caí en el año 86 y salí con la Parot en 2011. Entré en la cárcel en un momento álgido, cuando transcurrían las conversaciones de Argel, y salí un poquito antes de la renuncia y el fin de la lucha armada. Sabía que era el momento de tomar una decisión así. Aunque no tengas un contacto directo con la calle, por medio de visitas o de la información que te llega te vuelves un poco politólogo. Lees todos los periódicos, en especial los de otras líneas, para saber cuál es su opinión en situaciones determinadas o sobre los procesos de paz. Cuando nosotros caímos, éramos conscientes de que se iniciaba un proceso de paz, empezaba un proceso de negociación con el Estado. Lo vivimos esperanzados. En la cárcel nos hacíamos muchas preguntas, pero al final sabíamos que cuando saliéramos íbamos a tener las puertas abiertas. Con el proceso de Argel recibimos el primer reconocimiento político: un gobierno del Estado español quería sentarse a negociar. Había un punto de esperanza importante que el Estado español terminó por frustrar. Había tanta gente… La esperanza de mis compañeros encerrados en la cárcel se esfumó cuando se interrumpió el proceso. Se nos cayó el cielo encima. Hubo mucho desgaste personal. El Gobierno español lo sabía y por eso quiso romper las negociaciones de Argel y activar la dispersión. La «dispersión» era otra forma de afrontar la cárcel, de sobrevivir a la cárcel. Antes de la dispersión nosotros nos manteníamos en nuestra comuna política, estábamos todos juntos. Teníamos a los compañeros al lado. ¿Estás mal? Lo ven, te preguntan. Empieza la dispersión y todo eso desaparece. En ese momento muchos compañeros, frustrados con el fracaso del proceso y por otras situaciones fuertes, dijeron: «Me voy a casa». No hay palabras para explicarlo.
Después de eso, cuando comienza la dispersión, a ti te trasladan.
Sí, me llevan a Puerto-2. Hubo épocas muy duras, pero lo que ahí viví fue importantísimo en mi vida. Estábamos en aislamiento con otros compañeros. A veces salíamos al patio de dos en dos o de tres en tres. En mi celda solo había una ventana y frente a ella dos muros, nada más. Había tres o cuatro celdas contiguas. El calor humano no te faltaba y, cuando había enfrentamientos con los carceleros, la respuesta siempre era la misma por parte de todos. A veces hacíamos huelgas de hambre. Una duró treinta días y al final conseguimos lo que queríamos. Después de seis meses vaciaron la cárcel.
Cada uno ha vivido una historia propia en la cárcel, algunos lo han pasado peor que otros, pero la cárcel siempre es la cárcel. Es como la tortura. Todos pasamos por ella, nos adaptamos y sobrevivimos como pudimos. Hay gente que sale más tocada, otra, menos. Lo único que te queda es: «Habla, te escucho». Al final todos nos miramos a los ojos y sabemos por lo que hemos pasado.
¿En la cárcel tenías contacto con los presos comunes? ¿Cómo te llevabas con ellos?
Muy bien. Alguna discusión en el patio, pero nada serio. Empecé a conocer a los presos comunes más o menos en el año 92. Recuerdo la primera situación que viví cuando llegué a Valdemoro. Un día que iba hacia aislamiento me dijeron: «No, te vas para el módulo». Y yo dije: «¿Cómo que al módulo?». «Sí, vas con el artículo 100». Era un régimen especial: hacías medio día normal y por la tarde te encerraban hasta la hora de la cena. Al menos pasabas unas horas en un patio grande y podías ir al economato a por un café.
La relación con los presos sociales siempre ha sido muy buena. Saben cuánto llevas en la cárcel y eso provoca un cierto respeto. «Este tío lleva aquí media vida». En ese sentido sí te respetaban por ser militante de ETA. Eso siempre lo hemos tenido. Yo, de hecho, estaba en el mismo patio con auténticos fascistas, militantes de ultraderecha que el primer día venían a decirme: «Mira, ya sabes quién soy». Yo respondía: «Sí, y tú ya sabes quién soy, tranquilo». Querían sobrevivir, y yo también. Les decía: «No te equivoques, no te metas conmigo porque tenemos un problema y aquí, en esto, tú no me interesas». En aquel momento se establecía una relación de respeto. Eso lo viví de cerca, hasta el punto de que tengo amigos, no compañeros, amigos, que eran presos comunes y con los que tuve un feeling especial. Con el tiempo se volvió una relación de confianza, en el sentido personal, no político.
Siempre tienes que estar con la luz encendida porque de pronto a alguien le caes mal y es mejor tener apoyos. Cuando llegaba gente nueva, no te equivocabas: en un cuarto de hora ya sabías de qué palo iba. También es verdad que en los últimos años sí había cambiado mucho el tipo de delincuencia, se veía en las cárceles. Por ejemplo, en el año 86 estuve doce días en una galería con presos comunes; ahí había de todo: balseros, traficantes internacionales, drogueros, etc. Pero también había atracadores de los años fuertes, de los años 80. Esa gente desapareció con el tiempo. Algunos se fueron muriendo de forma natural o de sida, y luego ya no se reprodujo ese tipo de delincuencia en el Estado español. Entonces sí que había mucho extranjero. Yo les decía: «Tú eres extranjero, pero yo también». Al final tienes que convivir con personas con las que jamás en la vida se te hubiese pasado por la cabeza hacerlo. Hasta con los psicópatas me he llevado bien.
Después de entrar en prisión, ¿cómo veías los cambios de ETA?
A la cárcel no me llegaban los datos que se tenían fuera. Me enteraba de todo por medio de los periódicos, la radio, la televisión, las visitas… Me iba haciendo un esquema con los muchos o pocos datos que tenía. Evidentemente había datos que la gente no conocía, pero que a mí, como militante, me llegaban, y esos eran los importantes.
Por ejemplo, con el primer gobierno de Aznar yo estaba muy esperanzado, incluso más que en la época de Argel, porque era un planteamiento de pueblo, un planteamiento de organización, y eso hizo que la negociación fuera diferente. A ver, es verdad que Argel fue el primer reconocimiento que recibimos, porque un gobierno del Estado español quiso sentarse a negociar con nosotros. Era un reconocimiento político; cuando lo tienes, puedes jugar de otra forma. En Lizarra-Garazi la organización hizo sus aportaciones, pero fue también un proceso de pueblo, con la participación de varios partidos a la vez y de varias organizaciones sindicales. No como el planteamiento que han hecho los catalanes, si bien en el fondo es el mismo: negociemos como pueblo, aunque detrás tengamos nuestra pequeña ayuda. Con el proceso de Aznar, claro, era la derecha española la que se estaba sentando a negociar contigo. Eran los continuadores del franquismo y sin embargo te dices: «Coño, es otro proceso diferente». Te lo planteas y concluyes que igual estos pueden solucionarlo.
¿Y cómo es ese planteamiento una vez que terminan los procesos?
El Estado español es un Estado franquista, aunque el dictador esté sepultado bajo una losa que ahora quieren quitar. Con el tema de las fosas ya se está viendo. En los pueblos a los que Franco ayudó con tierras, animales, etc., había gente que no tenía para comer y él les dio la posibilidad de comer. Claro, eso tiene su peso. Cuando los sucesores de ese régimen son los que se sientan a negociar, aunque hayan utilizado la guerra sucia, la percepción política no es la misma. Al final, pasara lo que pasase, los malos éramos nosotros.
Cuando Aznar consigue la mayoría absoluta en el año 2000 se produce un vuelco en la lucha antiterrorista. Otro cambio importante sucede a raíz de los atentados del 11-M.
Tras las imágenes del atentado del 11-M supe inmediatamente que nosotros no teníamos nada que ver. Jamás se nos hubiera podido pasar por la cabeza hacer un atentado como ese, contra una población civil y trabajadora. Cuando vi los trenes dije: «Esto no es nuestro». Tanto mis compañeros como yo coincidimos en esto: «Hoy más que nunca se nos tiene que ver en el patio». Hubo problemas porque resultó que algunos presos tenían amigos, conocidos o familiares en los trenes, pero esos problemas se arreglaron, se canalizaron. Lo que pasó con el 11-M tuvo una repercusión importante en el sentido de la lucha armada. El 11-M removió el concepto de enfrentamiento armado que tenía el Gobierno español. El Estado aguantó ciento noventa y dos muertos en el 11-M, pero no hubiera aguantado un general muerto en Madrid. El impac...