Piedra, papel o tijera.
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Piedra, papel o tijera.

Sobre cultura y literaturaen América Latina

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Piedra, papel o tijera.

Sobre cultura y literaturaen América Latina

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Piedra, papel y tijera se propone como una metáfora del juego y del combate. Porque de eso se trata este libro que recuerda, recoge y reescribe en su mayoría las obsesiones que han articulado el pensamiento y la extensa obra del uruguayo Hugo Achugar sobre la cultura y la literatura de América Latina. Pensamiento que no cesa en ningún momento de interrogarse con agudeza siempre un paso más allá de toda provisoria certidumbre. Este libro recorre temas centrales del pensamiento cultural latinoamericano en el tránsito entre siglos, que desmontó paradigmas y modelos vigentes hasta el último tercio del siglo XX y que entra en este nuevo siglo todavía enzarzado en debates sobre la o las memorias, la construcción de la nación o los Estados-nación, pero también en la construcción de los relatos que hemos recibido y a veces no nos representan. Achugar indaga en la diversidad social y cultural, en la heterogeneidad que ha sido propuesta como clave para entender este ancho territorio que nos acoge. Por eso sus ensayos hablan del otro y de los muchos Otros que habitan el relato que ha armado, pensando al mismo tiempo en los enfrentamientos teóricos y políticos de nuestra América. Por eso también reflexiona sobre las múltiples memorias y el futuro que se nos viene y ya hemos comenzado a vivir en los empujes de la Inteligencia Artificial. Todo en tiempos de inútiles fronteras nacionales ante la peste que llega para hacer más intensas las incertidumbres del nuevo paradigma que asoma de la mano de un virus globalizado.

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Sí, puedes acceder a Piedra, papel o tijera. de Hugo Achugar en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Letteratura y Critica letteraria dell'America Latina e dei Caraibi. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
II. Nación, memoria
y otras bibliotecas
La biblioteca en ruinas
Estás por comenzar a leer la nueva novela Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Relajate. Recógete. Aparta de ti todo otro pensamiento. Deja que el mundo que te circunda se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; de ese lado la televisión está siempre encendida.
Italo Calvino
Si una noche de invierno un viajero (Mi traducción, 5)
La biblioteca es ilimitada y periódica. Si
un eterno viajero la atravesara en cualquier
dirección, comprobaría al cabo de los siglos
que los mismos volúmenes se repiten en el
mismo desorden (que, repetido, sería un
orden: el Orden).
Jorge Luis Borges, (471)
“La biblioteca de Babel”
Tal es también mi suerte. Sé que hay algo
inmortal y esencial que he sepultado. En esa
biblioteca del pasado.
Jorge Luis Borges, (892)
“Lectores”
En la biblioteca
Estoy en una biblioteca; ni pública ni privada. Cerca, demasiado cerca, la televisión me hace llegar su entrecortado, espasmódico, intermitente mensaje. El afilador pasa con su ominoso sonido, el silencioso hablar de los libros se apila a mi alrededor, los imprescindibles lentes agusanan las viejas nuevas lecturas.
Estoy en la biblioteca tratando de cerrar un libro que he estado escribiendo y borrando a lo largo de casi toda mi vida, pero cuya escritura final comenzó en los últimos meses de 1991; decía hace casi un cuarto de siglo; pero no, continúo escribiéndolo a finales de la segunda década del siglo XXI. Un libro que se fue haciendo así, sin más. Toda labor crítica, toda labor intelectual es una suerte de autobiografía y acompaña la vida. Y como ya se sabe, toda autobiografía es ficcional.
Estoy en la biblioteca escribiendo un ensayo que encierra otro y posible/seguramente otro y otros más en estado larval, virtual. Las preguntas de fin siglo –y que continúan hoy, ya entrado el siglo XXI– me vienen asediando desde hace unos cuantos años y encontraron una primera formulación, de la que ahora sólo quedan las trazas, en parte de estas páginas. Si esas trazas aparecen casi como de contrabando en esta biblioteca es porque han estado allí, alimentándose con su escepticismo, con su babélica acumulación, con su secreta rabia. Las bibliotecas, como se sabe, suelen ser indiscriminadas. Sus estómagos digieren todo sin establecer mayores jerarquías o distinciones.
No es cierto. Toda biblioteca, como todo museo, elige, olvida, clasifica, archiva, celebra. La biblioteca privada dice de una sórdida historia personal. La pública, más todavía si es nacional, dice de la barbarie cometida por la comunidad hegemónica. La biblioteca es el cementerio de los que no tienen voz, su muerte definitiva. Las bibliotecas nacionales son el poder exacerbado, son la historia oficial, el panteón de los próceres, la fosa común de la clase media, el paradojal lugar sin límites al que los heterodoxos no pueden ingresar. La biblioteca pública es una ilusión, una falaz utopía de la democracia. La biblioteca pública, sin embargo, también posibilita la construcción. La biblioteca privada, la ilusión del poder y un modo del solipsismo. El poder reprime pero también posibilita la creación (Foucault, 2005).10 No necesariamente la propia, sino la que otorga la sociedad, el sistema, las reglas de juego o de batalla de los dueños de todos los discursos quienes con palabras crean y destruyen.
No es cierto. No estoy ni en una biblioteca privada ni en una biblioteca nacional. Estoy en un avión iniciando el retorno final, aunque seguramente no el último viaje. Atrás quedan, esta vez, las planicies de Illinois como antes quedara el valle de Caracas. Y también atrás queda la maravilla árabe de un palacio lleno de fuentes y la hospitalidad granadina. Atrás quedan los restos imperiales de la otra España que me echa en cara mi extranjería y posiblemente me ha de helar el corazón. En la biblioteca me acompañan Rubén Darío, Julio Herrera y Reissig, Roque Dalton, Jorge Luis Borges, José Donoso, Cristina Peri Rossi, Julio Garmendia, José Emilio Pacheco, César Vallejo, Alejandra Pizarnik, Vicente Huidobro, Ángel Rama, Omar Cabezas, Rómulo Gallegos, Néstor Perlongher, Yolanda Pantin, Rosario Ferré, Arturo Ardao, Álvaro Mutis, Eugenio Montejo, Miguel Barnet, José Martí. Cuba y Martí; Cuba está en su agonía, no en su muerte, en su patética porfía. (A lo largo de los años y en ocasión de esta mínima reescritura es justo precisar que la aleatoria lista de autores ha ido creciendo y también se ha ido modificando).
Estoy en una biblioteca latinoamericana. América Latina, ¿o es que nunca ha sido otra cosa más que Hispanoamérica? No necesariamente; algún haitiano, algún brasileño (esto ha variado mucho y los brasileños, ficción y teoría, han crecido de modo más que significativo) tentaron mi anhelo, aunque sus resultados fueron escasos al comienzo y hoy, 2019, se me hayan vuelto imprescindibles. De ellos y de mucha otra materia, sin embargo, no queda registro esta vez. Américas latinas, muchas y múltiples, pero también una, única, mía/nuestra. La que quisieron, quisimos, queremos construir contra el tigre de adentro y sus garras de terciopelo. Y el tigre de afuera.
No hay una historia como no hay una América Latina. Pero no es de historias sino de bibliotecas que quiero escribir; de una biblioteca en búsqueda y movimiento constante, de una biblioteca en ruinas. Y de hoy, de este espacio simbólico que es el fin de siglo/milenio que nos acoge. El plural del “nos” no se refiere a ustedes –improbables lectores– sino a todos esos muchos que habitan mi mano mientras escribo/escribimos. Escribimos desde la excéntrica plaza del que está afuera, descentrado. Esos que en mi mano escriben y los otros esos que en mi mano desescriben. Los que afirman y los que de un modo subterráneo erosionan mi escritura. Hoy hay quienes se lamentan y otros que celebran y otros más, suspendidos por el mundo, que no saben qué actitud tomar: si horrorizados por la apoteosis televisiva, fáxica –ahora corrijo y digo internética–, deben proclamar la santa magnificencia de un orden muerto; si fascinados por el avasallante poder triunfal de extraños clarines, marchar con los aires de las auras frías; si percibiendo en trance de muerte aquello que fue, seguir peleando aunque sabiendo también que el baile y el ritmo es otro; si petrificados en la dupla seguridad de antaño, repetir las palabras terriblemente metódico/metodológicas de cuando éramos jóvenes.
La anunciada época de la reproducción mecánica de la obra de arte que analizó Walter Benjamin (1989) nos ha estallado en la barroca proliferación de los multimedios. Y sin embargo, para aquellos que nos damos por placer y oficio la lectura, la revolución que conllevaba la reproducción mecánica de la obra de arte es un hecho casi prehistórico. No sé qué habrá experimentado un monje lector en su biblioteca de manuscritos iluminados ante el avance y la universalización de los democráticos e infernales libros posibilitados por Gutenberg. En todo caso, para quienes nos ocupamos y deleitamos con las obras de arte reproducidas mecánicamente en cientos, miles y millones de ejemplares, el manuscrito original sólo tiene y ha tenido desde hace siglos un interés de erudito o de coleccionista. La obra de arte única e irrepetible comparte el espacio con la reproducción desde hace demasiado tiempo para que se ignoren mutuamente.
Hoy el libro-objeto, el cuadro único, la edición de bolsillo y el cartel-póster- afiche-serigrafía conviven en un espacio múltiple donde el mercado, el marchand y el erudito se dan la mano. La fuente de placer no nace de la presencia o ausencia del aura. Al menos no únicamente. Y el aura hoy tiene muchas formas y maneras de existencia.
Estoy en una biblioteca; entre sus ruinas el ojo de la computadora pestañea, los libros callan entre sus tapas ablandadas por el uso. No es cierto, estoy en una biblioteca universitaria de un pequeño país latinoamericano, hay muchos libros viejos y pocos libros recientes. No es cierto, estoy en una biblioteca universitaria de un pequeño/grande país/parís latinoamericano, las computadoras chillan bajo las manos mestizas. No es cierto, estoy en una biblioteca pública, en una biblioteca ambulante, en un librobus, en una biblioteca/librería de un pequeño pueblo latinoamericano que los habitantes no usan, que los habitantes no pueden usar, que los habitantes –¿cuáles, quiénes cuándo?– no saben para qué sirve. No es cierto, estoy en la biblioteca de un “afortunado” que acaba de llegar del ombligo del mundo, de los múltiples ombligos del mundo, y leo Critical Inquiry, Revista de Estudios Hispánicos, Casa de las Américas, Revista de Crítica Literar...

Índice

  1. Cover
  2. Legales
  3. A María, por todos estos años de aguante.
  4. Advertencia
  5. I. Piedra, papel o tijera
  6. II. Nación, memoria y otras bibliotecas
  7. III. Espacios inciertos. El otro y sus balbuceos
  8. IV: Variorum. Pasados y futuros
  9. Noticia sobre la historia de Piedra, papel o tijera
  10. Bibliografía