Vidas II. Cuentos de China contemporánea
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La literatura es un prisma que transparenta el universo. El escritor la usa para mostrar su mundo interior y su visión acerca de lo que le rodea. El lector, para conocer otros mundos. Y en medio de la simbiosis entre autor y lector, está la letra escrita que proporciona goce, conocimiento e inspiración...Vidas II. Cuentos de China contemporáneaes el segundo volumen de una antología de novelas cortas y relatos representativos de la literatura contemporánea china. La intención de esta antología es abrir para el lector una ventana que le permita conocer la vida y el modo de pensar, de ver y de actuar del chino común y corriente que, además de contribuir a la construcción de la potencia del sigloxxi, se dedica a vivir.

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Información

Año
2019
ISBN
9786075642475

LA LISTA DE CHEN WANSHUI


Chen Jiming

LOS HILOS DE SEDA (1959)

1

Detrás de Fengyu estaba su hermanito Yangbing. Se arrastraban uno detrás del otro. La lluvia de la madrugada sólo había remojado un poco la tierra y le había quitado dureza al suelo, que ahora resultaba más propicio para arrastrarse. Pero apenas habían avanzado cinco o seis metros cuando el hermanito inclinó la cabeza y dejó de moverse. Fengyu también se detuvo. Volteó y trató de recuperar fuerza. En pocos instantes recordó que era la hermana mayor, así que apretó los dientes y continuó arrastrando su cuerpo. Tocó el suelo con el pie, pero el hermanito no reaccionaba. Está mal, pensó. Primero se había roto el hilo de seda de la vida de su padre, y ahora el de su hermanito más pequeño también se cortaba; al parecer, los hilos de los hombres sí son de seda porque se rompen con mucha facilidad. Pensó en regresar a casa para avisarle a su madre y luego salir de nuevo. Pero de pronto Yangbing levantó la cabeza y le sonrió con la carita embarrada de lodo. Siguieron arrastrándose, aparentemente con gran confianza. Sabían que la alfalfa no estaba lejos; llegas hasta Gangdao, das vuelta al norte y ahí está.
Al arribar a Gangdao descansaron de nuevo. Luego, siguiendo el meandro del río, avanzaron otros cincuenta metros cuando Fengyu vio un bulto que cegaba los ojos: era un niño cuyo hilo de seda seguramente ya estaba roto. Su cara apuntaba al cielo, su cuerpo estaba desnudo, su tórax estaba recto como un tablón, y su ombligo hundido parecía estar clavado al suelo. En lo más hondo flotaba una hoja sobre un charco de agua sucia y gris.
—Sanming —musitó Fengyu con voz apenas audible.
Yangbing también reconoció a Sanming y pensó en empujarlo hasta la orilla del camino o voltear su cuerpo. Pero sólo lo pensó cuando otra idea se hiló en su cabecita: si yo me muero quiero quedarme mirando al suelo, jamás mirando al cielo, ¡qué feo se ve!
Miraron el sembradío de alfalfa sin ver la alfalfa por ningún lado. No tuvo tiempo de asomarse; antes de crecer ya le habían sido arrancadas incluso las raíces. Lo más apetecible es un pedazo de raíz blanca entre la semilla y el retoño, suave y crujiente y muy aromática. Fengyu y Yangbing habían llegado buscando un poco de suerte.
Tú por la izquierda y yo por la derecha, indicó Fengyu con la mirada. Lentamente, Yangbing comenzó a arrastrarse hacia la izquierda. Su hermana, antes de seguir, volteó y miró la aldea, cubierta por una nube blanca, vacía, sin humo, sorda, sin siquiera una sombra humana. Sólo los rayos del sol, como charcos de agua estancada, brillaban por todos lados. Parecía como si todos se hubieran escondido ante un inminente peligro. Fengyu recogió la mirada y la centró en el campo de alfalfa, sin vida y sin verdor. Pero de pronto, como cuando pasas cerca de la cocina en la casa de alguien, un fuerte aroma llegó directamente a sus fosas nasales; era el olor penetrante de la tierra bañada por la lluvia de esa madrugada.
Fengyu cerró los ojos, abrió la boca y se zampó un gran bocado de tierra. Luego comenzó a masticar lentamente como si tuviera que ocultar un gran secreto que jamás podría salir a la luz. Cuando intentó tragársela supo lo peligroso que era engullir a fuerzas puños de tierra. Con cautela escarbó la superficie hasta llegar a la tierra mojada. Tomó un puño, la apretó y la metió en su boca. Pacientemente masticaba metiéndose a la boca los puños uno tras otro, ahora mucho más apetecibles. Sintió los globos oculares como holgadas pelotas que de pronto se llenaban de aire, salían de sus ojos y parecían flores a punto de brotar. Miró al frente, los rayos eran mucho más brillantes. Todo resplandecía, todas las cosas inertes brillaban y le cegaban los ojos.
Se lamentaba por no poder ser una cosa inerte, sorda, sin el soplo de la vida, sin jamás sentir ni hambre ni saciedad. Sus pies se movieron. Comenzó a arrastrarse hacia un sitio donde tal vez sí habría alfalfa. Mientras pisaba, rascaba la tierra que estaba suave a causa de la lluvia de la madrugada. Tuvo suerte; a unos pasos encontró una larga raíz de alfalfa. La vieja raíz y la recién crecida se escondían en lo hondo de la tierra negra esperando la llegada de una niña de nombre Fengyu. Sin consideración alguna arrancó la raíz, la metió en su boca y con suavidad comenzó a masticar. Un aire se esparció por todo su cuerpo como un potente medicamento y la invadió desde los pies hasta la cabeza.
En un abrir y cerrar de ojos, la mitad de la raíz había desaparecido. Apachurró el corazón del tubérculo y decidió conservar la otra mitad como evidencia para mostrársela a su hermano. Fue ella quien había forzado al perezoso Yangbing a salir. Ni él ni su madre creían que en el campo alguien pudiera hallar ni siquiera la sobra de una alfalfa. Mmm, ¡para que vean!, pensó, y ese pensamiento de pronto paralizó su hilo de seda. Se asustó y, sin poder mover ni manos ni piernas, sin poder pensar, se quedó pasmada como una piedra. Sintió los rayos del sol en su nuca, pero no eran calientes, eran helados. Todo se veía como la escarcha fina del inicio del invierno, aunque algo alrededor faltaba. Suavemente giró la cabeza y vio a su hermano acostado casi donde había iniciado el arrastre.
—¡Yangbing, Yangbing! —gritó sobresaltada, pero en voz baja, y luego calló.
Caminó hacia donde estaba su hermano, extendió la mano y toco apenas su cabeza… estaba helada. No pudo evitar sentir una gran irritación. Pero después empujó la cabeza de Yangbing y su carita la iluminó. Parecía la carita de un osezno dormido, con los ojitos formando una fina raya. Por su boca semiabierta, llena de tierra húmeda, entraban y salían hormigas. Mmm, profirió un insulto sin poder evitar un rayo de envidia por esas hormigas. Que el hilo de seda se rompa no es gran cosa, pensó, lo malo es que se rompe sin ton ni son; parece que nada pasó, como cuando uno se esconde en un sitio cercano y lejano a la vez para comer a solas.
Pensando en ello, regresó a casa. En la puerta vio a Funü, la madre de Sanming, recargada con la cabeza agachada, tal vez viva, tal vez no. Se acercó, movió su cabeza y le informó:
—Tu Sanming perdió su hilo de seda.
Funü abrió bruscamente los ojos y, entendiendo todo, preguntó:
—¿Dónde está?
—Sales a Gangdao e inmediatamente a la izquierda.
Funü miró en dirección a Gangdao, camino peligroso, por cierto; dudó por un instante y nuevamente cerró los ojos.
Fengyu entró a su casa. Al verla entrar sola, su madre, Waqin, preguntó:
—¿Y tu hermano?
Sin contestar, la niña le entregó la raíz que había guardado. La madre tomó la raíz, la metió en su boca y comenzó a masticar.
—Se le cortó el hilo de seda, mamá —dijo la niña casi susurrando.
La madre miró fijamente a su hija durante unos instantes y luego cerró los ojos.
—Sanming también se quedó sin hilo —susurró la niña de nuevo.
Waqin abrió los ojos y, tal vez con algo de regocijo, miro la puerta de enfrente.
2

Waqin salió.
—Madre, ¿a dónde vas?
—A la casa de Chen Wanshui.
Fengyu supo de inmediato que su madre iba a registrar a Yang Yangbing en la lista maldita. En la casa de Chen Wanshui había una lista donde se debía apuntar a todos aquellos cuyo hilo de seda se había cortado. Chen Wanshui anotaba con un lápiz el nombre, la edad, la fecha y la causa de la muerte. Decían que tal vez el gobierno algún día los recompensaría. Desde la primavera anterior la lista había crecido mucho; decían que ya se había sobrepasado la barrera de los doscientos.
—Yo voy —dijo Fengyu.
Waqin siguió caminando sin contestar.
—Descansa, déjame ir a mí —insistía la niña.
—Cuando me muera, te tocará ir a ti —contestó la madre.
Waqin vio a Funü recargada sobre el quicio de la puerta de su patio al lado de la pared con la ...

Índice

  1. Portada
  2. Prólogo. Liljana Arsovska
  3. Crear sonido. Jia Pingwa. (Traducción: Pablo Rodríguez Durán)
  4. El Amante Lu Hanming. Ye Zhaoyan. (Traducción: Liljana Arsovska)
  5. El joyero de la luna. A Lai. (Traducción: Liljana Arsovska)
  6. El sombrero de Irina. Tie Ning. (Traducción: Liljana Arsovska)
  7. La insoportable levedad de George. Wei Wei. (Traducción: Pablo Rodríguez Durán)
  8. La lista de Chen Wanshui. Chen Jiming. (Traducción: Liljana Arsovska)
  9. Mensajería onírica. Fan Xiaoqing. (Traducción: Javier José Lara Lara)
  10. Inflando vacas. Hong Ke. (Traducción: Radina Dimitrova)
  11. Tapu. Liu Zhenyun. (Traducción: Liljana Arsovska)
  12. Todo el universo me habla. Ai Wei. (Traducción: Pablo Rodríguez Durán)
  13. Olla mongola. Tie Ning. (Traducción: Liljana Arsovska)
  14. Cine al aire libre. Xu Zechen. (Traducción: Liljana Arsovska)
  15. El pez del pueblo. Su Tong. (Traducción: Liu Hao)
  16. Señorita Elefanta Salvaje. Zhang Chu. (Traducción: Liljana Arsovska)
  17. Semblanzas