Yo, mi doctor
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Yo, mi doctor

  1. 356 páginas
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Citas

Información del libro

Insertados por un designio inescrutable en un planeta al que llamamos Tierra –que surca las inmensidades siderales con sus habitantes al hombro, sin percibir siquiera que lo hacemos–, intentamos disfrutar en él lo más posible, nuestro paso fugaz de esta increíble experiencia. Si nos preguntasen: ¿qué deseas de la vida?, la respuesta muy posiblemente sería "...realizar mis sueños y ser feliz…"Y aunque ese deseo no llega a ser una meta inalcanzable, tampoco es un objetivo asequible a cualquiera que lo intente.La vida es un transcurrir a la par misterioso e impredecible, que extiende sus manos colmadas de alegrías y sonrisas, y también de lágrimas y sorpresas no queridas. Siempre en algún recodo se hará presente lo que podríamos llamar "la adversidad latente".Y de ella, nadie está exento. Solamente diferido. ¿Cómo asumir entonces aquellas circunstancias que nos impactan día a día en forma inesperada y con distinta escala de adversidad, para que no alejen de nuestro alcance la felicidad buscada?Requiere de nosotros un deseo constante y decidido para lograr una transformación que implica un cambio de pensamiento, actitudes y una nueva forma de mirar la vida.El contenido del libro intenta, con humildad y sencillez, poner al alcance del lector algunas herramientas y conceptos que, meditados con perseverancia y sentido crítico, pueden allanar el camino hacia esa búsqueda a la vez esquiva y profundamente ansiada.

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Información

Año
2021
ISBN
9789878717357

Capítulo VI

—Aquella mañana se despertó Tomás descansado y lúcido.
Había pasado una buena noche.
Pudo dormir con un sueño sereno y profundo. Ese sueño del que hacía mucho tiempo deseaba disfrutar, y felizmente llegó
Mientras se vestía, recordó la cita que había acordado con Zazar para ese día.
Miró el reloj… y apresuró un poco su rutina para tomar al menos un mate como era costumbre hacerlo todas las mañanas.
No salir de casa sin haber ingerido algo caliente, se había convertido ya en norma, que respetaba rigurosamente.
Tenía curiosidad por saber, que nuevas ideas y pensamientos escucharía esta vez en las palabras de Zazar.
No era para nada el médico ortodoxo o tradicional a que estaba acostumbrado.
Zazar tenía ideas un poco extrañas para lo que él acostumbraba escuchar.
Aunque debía reconocer que eran en el fondo positivas, porque dejaban al final, un mensaje esperanzador de algo mejor. Si bien trascendía en ellas –según apreciaba– algo así como un dejo de utopía.
Envuelto en esos pensamientos y como si hubiese atravesado un vórtice del tiempo, se encontró de pronto junto a su médico, que frente a él, le consultaba con afecto sobre alguna mejoría con relación a días anteriores.
Tomás le contó su buen descanso y reiteró lo dicho en su última cita sobre la tristeza interior y aquel vacío, que permanecía en el tiempo sin desvanecerse, ni mostrar su origen.
También le recordó a Zazar, la frase, que dejo flotando en la cita anterior.
El médico esbozó una discreta sonrisa al escucharlo y comentó:
AZ —Vamos por buen camino Tomás. Ya el hecho de un buen descanso es un signo inequívoco que las tensiones bajan y cuerpo y mente se empiezan a ordenar.
No vamos a descorchar una sidra... pero estamos avanzando...
Sobre la frase que menciona… Sí. La recuerdo…
“Si el Señor no protege la ciudad, en vano monta guardia el centinela” (Salmo 127).
Le pedí no olvidarla, porque nos trasmite algo de gran importancia.
Es un versículo tomado de las Sagradas Escrituras…
Y por qué se lo mencioné Tomas…
Porque las Escrituras son las enseñanzas que nuestro Dios pone a nuestro alcance, para que el ser humano, siguiendo los senderos que El nos marca, alcance la felicidad que tanto ansia.
T —¡Pero eso es religión!
AZ –Ciertamente Tomas.
Se lo comento con un profundo respeto por las creencias que usted pueda tener, que de hecho desconozco.
De ellas no hemos hablado y tal vez encuentre extraño que toquemos este tema…
Pero en realidad... no puedo dejar de tocarlo, si buscamos seriamente sanaciones verdaderas, porque la Fe, mucho tiene que ver con ello.
En algún momento le dije que el hombre tiene herida el Alma. Y es por ese motivo, que sus acciones y actitudes lo llevan por caminos extraños, que no lo conducen hacia su felicidad, que es en definitiva, lo que Dios quiere para nosotros.
No sé sus creencias Tomás…
No sé si cree en Dios… o es ateo… o tiene alguna religión.
Pero sea cual sea su creencia, no voy a pedirle ni que la cambie, ni que la deje, porque ello no es en absoluto motivo de esta charla.
Solamente pido que me escuche. Analice y medite estos pensamientos que le trasmito, porque estoy seguro, que algo bueno dejaran, y siempre tendrá toda la libertad de coincidir o discrepar con ellos.
T —Si doctor… creo en Dios.
Mis padres eran católicos… y mi religión es la católica.
Si bien le confieso que no soy muy practicante.
AZ —Todo lleva su tiempo para madurar Tomas. Incluso eso…
La misma Escritura nos lo dice:
“Hay un tiempo para llorar y otro para reír”…
“Un tiempo para los lamentos y otro para las danzas”4
Y los tiempos de la Fe, en particular, no los maneja el hombre.
Pero quería comentarle Tomás...
A nosotros, pequeños mortales, nos resulta muy difícil, “entender” Y mucho más “practicar” estos principios que son en definitiva las “herramientas válidas” que nos dieron –a cambio de nada– para poder enfrentar aquellas vicisitudes –incluyendo la adversidad latente– que por nuestra condición terrenal debemos soportar.
El versículo que le pedí no olvidar:
“Si el Señor no protege la ciudad, en vano monta guardia el centinela” (Salmo 127).
Viene a recordarnos que es Dios, quien obra “Todo en todos.”
Estamos en El. Vivimos en El. Salimos de El y Volvemos a El.
Y nada puede lograr el hombre, si la voluntad de Dios no lo respalda.
Nos enseña que abordemos nuestras tareas con toda responsabilidad y esmero, pero quiere que nos abandonemos con mansedumbre a su voluntad, porque de El dependen todos los resultados.
Sus enseñanzas no son un tema “religioso” Tomás. Son la vida misma.
Cada acción, cada pensamiento, cada actitud de cada hora y cada día, está marcado, para ser asumido con las enseñanzas o “herramientas” que El nos provee para nuestro bien.
Con ellas nos enfrentamos a la pobreza, a la enfermedad, a la desilusión, a la soledad, a la vejez, a la intolerancia, a la ingratitud, a la muerte.
Con estas “armas” debemos responder a los amigos, a los padres, a los hijos, al jefe, al subordinado, al ministro, y al obrero.
No hay acto en la vida humana, que pueda ser ajeno a lo que dictan sus enseñanzas..
Es triste la pobreza, de aquel que piensa, que el mensaje de nuestro Señor, solo se reduce a la parroquia, al rosario o a la misa del domingo.
Para “practicar” estos principios, es necesario primero “entender”.
Y para entender, se necesita “buscar”, y abrir el espíritu y el corazón a esos mensajes maravillosos que a través de los tiempos nos han ido dejando aquellos seres, que transitando por caminos de paz y de virtud incomparables, –y no sin sufrir– tuvieron la generosidad de dejarnos su riqueza.
Pero en esencia, siempre fue la Palabra de Dios, la que transformó el corazón, la voluntad y la mente de aquellos, para que pudieran dejar lo que dejaron.
Cuando vemos en una persona manifestar en su caminar, virtudes que admiramos, en realidad no es la persona la que nos asombra, sino, que disfrutamos de las maravillas que Dios Padre puede hacer, con un pedazo de barro.
Usted me preguntó en algún momento, si debía ser “su propio doctor”.
Y le respondí que sí.
Y este, Tomas, es un momento singularmente propicio para hacer sobre ello una aclaración, que permita entender correctamente aquella observación.
Cuando le decía que debe ser usted “su propio doctor” se lo decía en el sentido que usted, es el “único responsable” de tomar los caminos y actitudes, que conducen a una sanación.
Porque nadie más puede hacerlo por usted. Nadie puede meditar o pensar por usted, ni tomar por usted, los medicamentos recetados.
Pero sería un error muy grave, creer, que “reside en uno mismo” la “omnipotencia” para sanarnos de algún mal, corregir errores, o encontrar incluso, la felicidad.
Cuando damos cabida a “nuestra omnipotencia” ofendemos a Dios y nos alejamos de El, porque solamente en El, habitan la Misericordia, la Justicia, el Conocimiento, el Amor y la Verdad para administrarla.
Existe en nosotros Tomás –y para nuestro mal– un sentimiento muy marcado de ingratitud y desamor hacia ese Dios que nos trajo a la vida, tan solo por Amor.
Y no solo a la vida... sino a una vida de felicidad y gozo eternos junto a El.
Tenemos ingratitud cuando rechazamos o ignoramos sus consejos y enseñanzas plasmados en las Sagradas Escrituras.
Tenemos ingratitud, cuando olvidamos que es El, quien pone el pan en nuestra mesa y nos da una cama tibia para dormir.
Pocas veces y quizá nunca, damos gracias por el agua caliente de la ducha, –cuando hay millones que carecen de ella–.
No agradecemos los padres que nos dieron, o los hijos que alegran nuestros días.
Tampoco damos gracias del techo que nos protege, ni de los maestros que tuvimos, por quienes aprendimos a leer, escribir y comprender.
Mostramos ingratitud, cuando olvidamos agradecer ese trabajo, que nos permite solventar las necesidades de la casa y mantener una familia.
Brota la ingratitud, cuando pensamos que por nuestra capacidad y suficiencia logramos ese trabajo, sin reconocer que fue el Dios que nos protege, quien en realidad abrió la puerta para nuestro bien.
“¿Con qué pagare al Señor todo el Bien que me hizo?”5
Debería ser ese, nuestro sentir de cada amanecer…
Esas actitudes y olvidos nos alejan de Dios. Y al alejarnos de Dios, pierde todo sentido nuestra vida y nuestra razón de ser.
Imperceptiblemente al alejarnos del Bien, toma poder en nosotros la Oscuridad.
Y aquellos actos que podrían haber sido luminosos, –al ser bendecidos por Su cercanía–, serán contaminados por una bruma que es intrínsecamente oscura y de maldad.
Que para peor... al ver las cosas con lentes empañados, ni siquiera reparamos en ello.
“La razón y la experiencia muestran, no solo la debilidad de la libertad humana, sino también su drama.
El hombre descubre que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta apertura a lo Verdadero y al Bien, y que demasiado frecuentemente prefiere de hecho, escoger bienes contingentes, limitados y efímeros”6
Y el hombre careciendo de Dios, no tiene otra opción que dirigirse hacia el desastre.
Le cuento Tomás, solo a título de ejemplo, en qué medida influye en nuestra vida el alejarse de Dios.
Observe lo que sucede en España:
Un país tradicionalmente católico, que por excelencia destacaba en el mundo por su Fe y sus creencias cristianas, se fue alejando en los últimos años de aquella Fe que lo distinguía y cayó en un descreimiento tan marcado, que lo lleva hoy, a atacar abiertamente a la Iglesia que fundó nuestro Señor y a todo lo que represente respeto y veneración por las cosas sagradas.
Y con ese alejamiento volvieron nuevamente, a herir su Alma.
Por eso España es responsable de 100. 000 abortos por año.
Es responsable de registrar al menos 8. 000 intentos de suicidio.
Una de las cifras más altas del mundo.
Es responsable de tener uno de los índices más bajos de natalidad:
1. 2 niños por pareja.
Tiene un altísimo consumo de drogas.
Y en un estudio estadístico de nivel mundial sobre la felicidad personal, España se siente “El más infeliz de Europa” y “El segundo más infeliz del mundo”. 7
El hombre sin Dios Tomas, créame, tan solo puede navegar hacia el desastre.
Se estará preguntando, seguro… porqué tocamos estos temas…
Porque el hombre sin Dios o con un Dios lejano, ajeno a nuestra vida, queda irremediablemente “privado de esperanza”.
Es el hombre mismo, quien, libremente, se encadena por error a este mundo falaz y transitorio y pierde la perspectiva de su propia vida.
Y solo podría lograr su “felicidad”, si consigue materializar todos sus sueños en los pocos años de vida que le han sido asignados. (Y que por cierto, desconoce)...
Pero como humanos, nacemos en un –bien definido– “Valle de Lágrimas”.
Sin saber si habrá un próximo cumpleaños, sin saber la salud que afrontaremos, si tendremos oportunidad de estudiar, si conseguiremos trabajo… si nuestros hijos nacerán sanos…
Sin saber siquiera qué “adversidad latente” nos tocará superar.
Y si solo contamos con este mundo y esta oportunidad para asir esa felicidad tan anhelada, entonces nuestra vida, se convierte simplemente en una ruleta rusa, donde solo la suerte determina, quien será el agraciado.
Si la suerte estuvo de su lado, entonces podría darse el gusto de descorchar una sidra. Pero ¡Ay de aquel, a quien la suerte le resultó adversa!, porque en su concepción desesperanzada de la vida, le hubiese sido...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Prólogo
  4. Prolegómenos
  5. Capítulo I
  6. Capítulo II
  7. Capítulo III
  8. Capítulo IV
  9. Capítulo V
  10. Capítulo VI
  11. Notas
  12. Sinopsis
  13. Índice