LAS OBRAS
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¿ERA ALFONSO X EL SABIO TAN SABIO COMO SE DICE?
En efecto, es merecido el sobrenombre de Sabio que se le suele otorgar a este monarca castellano, cuyo reinado transcurrió entre 1252 y 1284, por la gran labor cultural que llevó a cabo en una época en la que el saber se encontraba encerrado en el muro de los monasterios. El motivo principal de este merecimiento fue el de elevar el castellano al rango de lengua oficial y de cultura. A partir de entonces este idioma va a ser empleado en documentos que hasta entonces se redactaban en latín. Se convierte así en vehículo de todo tipo de contenidos y en lengua de los españoles de las tres comunidades: musulmana, judía y cristiana.
Este rey se preocupó de establecer una lengua castellana que asimilara los rasgos burgaleses, toledanos y leoneses, y que se alejara de los extranjerismos y de los cultismos innecesarios, si bien introdujo muchos neologismos latinos o árabes que no tenían equivalencia en la lengua romance.
Aunque, como es lógico, no escribió él mismo todas las obras que se le atribuyen, dirigió personalmente un equipo de expertos de las tres creencias antes referidas, que traducían y preparaban textos históricos, científicos y legales. Para esta labor el rey sabio se sirvió de la Escuela de Traductores de Toledo, fenómeno cultural que se desarrolló entre los siglos XII y XIII. Se trata de un grupo de personas que trabajaron juntas o siguieron unos métodos comunes para trasladar a Europa la sabiduría de Oriente y, en especial, la de los antiguos griegos y los árabes.
Los manuscritos copiados a instancia de Alfonso X el Sabio son volúmenes lujosos, de gran calidad caligráfica e ilustrados con miniaturas. Estaban, por tanto, destinados a poderosos nobles que pudieran costear estos códices.
Las universidades europeas se habían alimentado hasta aquel momento de la cultura latina y, aunque se tenía conocimiento de la existencia de los grandes filósofos griegos, no existían traducciones y se ignoraba el contenido de su obra. Los árabes, en su expansión por las tierras de Bizancio –heredera de la Antigüedad griega–, asimilaron, tradujeron, estudiaron, comentaron y conservaron las obras de aquellos autores, y finalmente las trajeron consigo hasta la península ibérica junto con un ingente bagaje cultural que ellos mismos habían generado.
Toledo fue la primera gran ciudad musulmana conquistada por los cristianos, en 1085. Como en otras capitales de al-Ándalus, existían en ella bibliotecas y sabios conocedores de la cultura que los árabes habían traído de Oriente y de la que ellos mismos habían hecho florecer en la península ibérica. Con la presencia en Toledo de una importante comunidad de doctos hebreos y la llegada de intelectuales cristianos europeos, acogidos por el cabildo de su catedral, se genera la atmósfera propicia para que Toledo se convierta en la mediadora cultural entre el Oriente y el Occidente de la época.
La Escuela de Traductores de Toledo tuvo dos períodos separados por una fase de transición. El primero fue el del arzobispo don Raimundo, que en el siglo XII impulsó la traducción de obras. Se tradujeron libros de Aristóteles comentados por filósofos árabes y también se tradujeron el Corán y los Salmos del Antiguo Testamento. La astrología, Astronomía y la Aritmética se enriquecen igualmente al ser vertidas al latín las obras de Al-Razi, Ptolomeo o Al-Jwarizmi. Con la llegada del rey Alfonso X, ya en el siglo XIII, se da un nuevo impulso y nuevo vigor a esta escuela. Comienza la etapa de las traducciones de tratados de Astronomía, Física, alquimia y Matemáticas. La recepción de un caudal de conocimientos tan enorme fructifica en la composición, a instancias del rey, de obras originales, como el Libro de las Tablas Alfonsíes. Se tradujeron tratados de Azarquiel, de Ptolomeo y de Abu Ali al-Haytham, pero también obras recreativas, como los Libros del ajedrez, dados y tablas y recopilaciones de cuentos tan fecundas para las literaturas occidentales como Calila e Dimna y Sendebar. La labor de Alfonso X consistió en dirigir y seleccionar a traductores y obras, revisar su trabajo, fomentar el debate intelectual e impulsar la composición de nuevos tratados.
En una segunda fase las traducciones ya no se hacen al latín, sino al castellano, con lo que el romance se desarrolla para ser capaz de abordar temas científicos que hasta entonces sólo habían sido tratados en latín. La labor liderada por este soberano se realizaba siguiendo un proceso que contaba con cuatro fases:
- Recopilación: se recogían todos los materiales que podían ser útiles para la elaboración de la obra. El rey pedía libros prestados a los monasterios.
- Selección: entre todo lo recogido se escogían los textos más adecuados.
- Traducción: se vertían en lengua romance todos aquellos textos que no estuvieran en castellano. Los colaboradores árabes y judíos traducían al romance los textos árabes y hebreos. Luego los eruditos cristianos –o incluso el mismo rey– los redactaban en un castellano más culto y cuidado.
- Ayuntamiento: unión ordenada de todo en un conjunto coherente.
Suelen distinguirse dos períodos en este quehacer. El primero, que abarca de 1256 a 1260, se centra en los textos científicos. Tras una larga interrupción provocada por las tareas políticas y militares, el rey inicia una nueva etapa en 1269. Entonces se muestra más exigente e incluso rehace algunas de las versiones anteriores. Emprende producciones tan ambiciosas como la Estoria de España y la General Estoria. Como ha quedado dicho, la obra de Alfonso X se compone de trabajos de traducción y recopilación. No hay que buscar, por tanto, originalidad en sus escritos; es ante todo una labor enciclopédica de proporciones gigantescas.
El monarca ponía su cuidado en alcanzar la mayor perfección de la prosa que estaba imponiendo como lengua oficial. Por eso, huía de todo cultismo o latinismo innecesario y utilizaba las voces castellanas obtenidas por evolución popular. Frecuentemente le resulta imposible evitar el uso de giros tomados de las propias lenguas traducidas, en especial del árabe, con el que su prosa tiene grandes concomitancias sintácticas, e incluso del latín. También echa mano de expresiones tomadas de los juglares. La lengua de Alfonso X, en su conjunto, tiene un carácter más reflexivo y estudiado que la espontánea de las gestas o de la lírica. Por otra parte, la variedad de asuntos tratados en estas obras obligaba a la creación de un vocabulario abundante.
Así, la obra de don Alfonso recopila todo el saber de su época, que abarca todas las disciplinas: Derecho, Historia, Astronomía, la poesía y los juegos. Además de estas obras en prosa castellana, Alfonso X nos ha dejado las Cantigas de Santa María, un extenso cancionero dedicado a la Virgen, escrito en lengua gallega, en metros variados, aunque la mayoría de las composiciones tienen la forma de zéjel árabe. Es su única obra personal.
En conclusión, aunque el monarca no fue el realizador directo de las obras en prosa referidas, sino su inspirador e impulsor, a él se deben con absoluta propiedad. Igualmente, gracias a su labor, a partir del siglo XIII se produjo una gran proliferación de escritos en prosa.
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