La odisea de Marco Polo
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La odisea de Marco Polo

Trás los pasos del mercader que cambió el mundo

  1. 288 páginas
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La odisea de Marco Polo

Trás los pasos del mercader que cambió el mundo

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Una travesía fascinante con más de 100 fotografías siguiendo el increíble viaje de Harry Rutstein, el único hombre en la historia que ha recorrido el mismo camino de Marco Polo, partiendo desde Venecia y cruzando por Israel, Turquía, Irán, Afganistán, Pakistán, hasta llegar finalmente a la China. Desde Venecia hasta Pekín, reviva, paso a paso, los casi veintiún mil kilómetros que recorrió aquel comerciante que, con su historia, cambió la percepción del mundo. Harry Rutstein, el único hombre en la historia que ha podido repetir la ruta que siguió Marco Polo en el siglo XIII, nos relata la crónica intensa de ese largo viaje, realizado durante diez años en tres diferentes expediciones. Utilizando todos los medios disponibles: caballos, camellos, tractores, balsas hechas de piel de cabra… ha conseguido autentificar el legendario viaje del mercader del siglo XIII. Así, en este fascinante libro, partiremos con él en esta audaz aventura saliendo de Venecia, desembarcando en Acre (Israel), para luego, volvernos a embarcar hasta Marmaris (Turquía) para, desde allí, iniciar la más espectacular travesía por tierra, pasando por Irán, Afganistán, Paquistán y llegando hasta Pekín, en China. Harry Rutstein, en este intenso libro de viajes --muy ilustrado, con miles de anécdotas y datos históricos y culturales--, con un estilo muy ágil y sencillo, logra además explicar cómo fue realmente el trabajo de aquel mercader del siglo XIII que se inició con el comercio directo entre el Este y el Oeste y amplió los imperios mercantiles de la Europa medieval.

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Información

Editorial
Nowtilus
Año
2010
ISBN
9788497639491

TERCERA PARTE

17

EL LARGO CAMINO AL PASO KUNJERAB

Pakistán, 5 a 15 de agosto de 1985

Por lo tanto los dos hermanos y Marco junto con ellos continuaron su camino y andando verano e invierno, al fin llegaron hasta el Gran Kan, que se encontraba a la sazón en cierta rica y grande ciudad, llamada Kemenfu (ahora llamada Shangdu y Xanadú). Con respecto a lo que encontraron en el camino, ya sea yendo o viniendo, no daremos detalles en este momento, porque os los daremos todos en forma ordenada en la parte final de este libro. Su viaje de regreso al Kan llevó tres años y medio, debido al mal tiempo y el frío extremo que hallaron. Y dejadme deciros que en verdad cuando el Gran Kan supo que micer Nicolo y micer Maffeo Polo se encontraban en su camino de regreso, envió gente en un viaje de cuarenta días a recibirlos; y en este trayecto al igual que en el anterior, fueron agasajados honorablemente durante el camino, y provistos de todo lo necesario.
Marco Polo (1298)
En una fresca tarde de verano en Seattle cogí el vuelo 84 de British Airways para comenzar el segmento final de la gran aventura de mi vida, con el fin de convertirme en la primera persona en recorrer la ruta entera de ese explorador intrépido que viajó por tierra desde Venecia hasta Pekín en el siglo XIII, Marco Polo.
Mientras volaba por la ruta polar hacia Londres, mis pensamientos iban y venían entre las experiencias de las pasadas dos expediciones y la anticipación de los meses por venir. Me sentía excitado por regresar al espectacular paisaje montañoso del norte de Pakistán. La expedición volvería a recorrer una parte de nuestra ruta anterior, desde Gilgit hasta Hunza, solo que esta vez continuaríamos a través de las montañas cubiertas de nieve hasta China. Marco Polo cruzó por el paso Mintake, en lo que era entonces la principal Ruta de la Seda. Remedaríamos sus pasos un poco más al sur, por el paso Kunjerab, el único paso de frontera en todo el oeste de China y el más alto del mundo con un camino pavimentado. Y seríamos los primeros occidentales en superarlo en casi cuatro décadas.
Michael Winn, proveniente de Nueva York, me esperaba en el aeropuerto Heathrow de Londres a las diez de la mañana. Una vez más me acompañaría en esta odisea. Era fácil de localizar, con su llameante cabellera roja y la barba haciendo juego. Sabía que no lo perdería durante la excursión; no podía pasar inadvertido en ningún lugar de China.
Fue una reunión ruidosa, como si fuésemos dos hermanos que no nos veíamos desde hacía mucho tiempo. Nos sentíamos eufóricos por los logros de la última expedición y estábamos realmente excitados por la próxima. La historia y las fotografías de Mike de nuestras aventuras en el norte de Pakistán se publicaron en un artículo de diez páginas en la revista Smithsonian. Adventure Travel también publicó su historia en forma destacada con una fotografía en la que yo aparecía montado a caballo en la portada. Fotos y la historia del proyecto también salieron en otras publicaciones. Éramos famosos.
No había visto a Michael durante más de un año, pero en los meses venideros no estaríamos nunca separados más de unos pocos metros de distancia el uno del otro. Se le veía muy bien. Ahora era propietario de dos restaurantes de comida etíope en la ciudad de Nueva York, y debía de haber probado muchos de sus platos exóticos. Los kilos ganados le sentaban bien y, considerando la comida que esperábamos encontrar en el oeste de China y la amenaza continua de la disentería, no venía mal tener unos kilos extra como reserva.
British Airways nos perdonó con generosidad los cargos por exceso de equipaje, como un gesto hacia lo que creían que era un proyecto valioso. Despegamos en un vuelo de quince horas hasta Islamabad. Mientras Mike dormía, yo estaba sentado con mi equipaje de mano sobre mi regazo, un bolso de tela azul con una delgada correa deshilachada con el logotipo de Pan American en un lado. Contenía documentos y papeles que tardé doce años en reunir —un visado adherido a mi pasaporte que me permitiría entrar a China desde Pakistán por el paso Kunjerab, copias de correspondencia de funcionarios de ambos países, un contrato oficial con CNS (China News Service, el servicio de noticias de China) y mapas hechos por el explorador de principios de siglo Auriel Stein—. El bolso me lo dio en 1975 nuestro patrocinador Pan American, quien nos facilitó de forma gratuita los billetes de ida y vuelta para la primera expedición. Durante esta, rara vez se separó de mí. En la cubierta trasera de mi libro que narraba la primera expedición, Tras los pasos de Marco Polo, hay una fotografía mía montando a caballo en las altas montañas de Afganistán, con el mismo bolso de Pan American colgado de mi hombro. Diez años después, este simple saco de tela contenía una vez más la sangre vital del proyecto Marco Polo. Por esa razón estaba sobre mi falda, en lugar de en el compartimento para el equipaje. Si debía abandonar el avión, se quedaría conmigo.
En la bodega del avión iban dos grandes mochilas y un gigantesco y pesado saco de lona, todo cargado con lo que necesitaríamos para sobrevivir los meses venideros en los desiertos, las montañas y las frías y arenosas praderas del norte de China. También llevábamos un frigorífico de dos pies cúbicos (aproximadamente 56 decímetros cúbicos) formado mediante un acumulador de automóvil, que era necesario para proteger los cientos de carretes de fotografía de 35 milímetros mientras cruzásemos el desierto de Taklamakán —uno de los más grandes y formidables desiertos del mundo, donde nada vive—. La temperatura llega a los 55 OC durante el día y baja cerca del punto de congelación durante la noche. La película viajaría con mayor confort que los seis fotógrafos que iban a utilizarla. La palabra Taklamakán se traduce como «el desierto del cual nadie regresa».
Palpé la funda de los artículos de tocador en mi bolso de mano y sonreí al sentir el estuche de la seda dental. Hace mucho tiempo llegué a la conclusión de que la seda dental es el ítem más indispensable en un viaje campestre: casi no ocupa espacio y tiene miles de usos: como cordón de zapato de recambio, para liar bultos, como sedal para la pesca o para tender la ropa. Puedes atar una piedra a un palo con ella para improvisar un martillo; atada alrededor del dobladillo de tus pantalones evita que pequeños insectos trepen por tus piernas. Mientras filmábamos nuestra segunda expedición en Pakistán, una vez improvisamos una jirafa casera atando la cámara Bolex de 16 milímetros a la rama de un árbol mediante la seda dental. Era evidente que nuestro cineasta Charles Vanderpool tenía suma confianza en su resistencia. Hasta puedes usarla para limpiar tu dentadura.
También eran indispensables los regalos para la gente que conociéramos en el camino. Doris Crawford, una antropóloga que pasó mucho tiempo en Afganistán, nos sugirió imperdibles, que fueron muy populares en 1975. Esta vez empaqué mil globos para diversión de los niños; llevaban impresa la leyenda «La expedición de Marco Polo» en inglés y en chino.
Ya estábamos listos para iniciar la expedición.
***
Entre los cientos de paquistaníes que saludaban a la aplastante multitud de pasajeros que arribaron en el vuelo de la mañana, un hombre bajo y fornido sostenía un cartel que decía «Rutstein y Winn». Nos llevó hasta el hotel Flashman en la antigua ciudad de Rawalpindi, en los alrededores al sur de la moderna capital de Pakistán, Islamabad. Estos arreglos fueron hechos con la ayuda de Gulum Beg, a quien conocimos durante el proyecto Marco Polo de 1981 en Gilgit, en el norte de Pakistán. Gulum era un hombre corpulento, sociable, con un bigote tupido y habilidad para lograr que los objetivos difíciles se concretasen. Gulum era el propietario de la tienda de libros The Muhammad Book Stall donde Michael y yo pasamos muchas horas tomando té y resolviendo todos los problemas que surgían en Pakistán septentrional y filosofando acerca de la vida.
Unas horas antes de que partiera de Seattle, el señor Mohamed Salim, de la embajada de Pakistán en Washington D.C., llamó para avisarme de que había recibido un télex de Islamabad en el que decía que la Corporación Pakistaní para el Desarrollo del Turismo (PTDC, por sus siglas en inglés) nos brindaría transporte, alojamiento y facilidades a lo largo de toda la ruta hasta la frontera con China. ¡Bienvenidas las nuevas! Sin embargo, pronto nos enteraríamos de las noticias inquietantes que no nos mencionó.
En nuestra primera mañana en Pakistán, el periódico de Islamabad The Muslim ponía en su portada el siguiente titular: «El paso Kunjerab será abierto a los turistas». Nos enteramos de que el Gabinete Federal de Pakistán, en una reunión realizada tres días antes, aprobó la modificación del protocolo Pakistán-China de 1972, para permitir el uso del paso Kunjerab a ciudadanos de terceros países, incluyendo a los Estados Unidos. La noticia nos sacudió. Estábamos bajo la impresión de que el visado de China era todo lo que necesitábamos para viajar a través de Pakistán septentrional y cruzar el paso Kunjerab. Si el gabinete no hubiese cambiado el protocolo, nuestra aventura habría terminado antes de comenzar. Esa frontera estaba cerrada para todo el mundo excepto los ciudadanos locales desde hacía más de treinta y seis años y el 5 de agosto de 1985 el Gobierno decidió abrirla. No sabíamos si considerar esto un milagro, buena suerte u otro ejemplo de una feliz coordinación accidental, pero nos inundó el alivio una vez que nos recuperamos de la pasmosa novedad. Hacía poco tiempo que había abierto una galleta de la suerte en mi restaurante chino favorito en Seattle. Rezaba: «Suerte es lo que sucede cuando la preparación se encuentra con la oportunidad». Amén.
El señor Salim de la embajada de Pakistán nos dijo que nos pusiéramos en contacto con Assad Naqvi, director de promoción en el PTDC, tan pronto llegásemos a Pakistán. Lo conocimos en el hotel Flashman. Era un hombre bajo, de cabello tupido con una sonrisa dentuda y tímida. Trabajó durante muchos años para periódicos en Inglaterra y en Pakistán antes de ocupar su actual puesto.
El señor Naqvi confirmó que la decisión del gabinete era una muy buena noticia para nosotros; luego procedió a darnos las malas. La división de Turismo del Ministerio de Turismo y Cultura no había establecido el procedimiento que nos permitiría obtener la autorización para viajar desde el puente Batura hasta y sobre el paso Kunjerab a China. Una vez más estábamos mudos de asombro, pero esta vez sin ningún alivio a la vista. En nuestra expedición anterior no habíamos pasado el puente y no necesitamos permisos. Nadie mencionó que se requerían esta vez, en especial cuando nos informaron de que nos proveerían de transporte y alojamiento hasta la frontera… ¿Acaso esta expedición estaba hechizada con el mantra «no hay problema» que nos persiguió desde el comienzo de nuestra travesía?
Después de resumir nuestra situación, el señor Naqvi nos llevó con presteza al Ministerio de Turismo y Cultura, donde hablamos con el señor Muneeruddin, subjefe de la división de Turismo. Este día era el jueves 8 de agosto, una semana antes de nuestro cruce programado hacia China. En Pakistán todo estaría cerrado durante el viernes y el sábado, el fin de semana musulmán; disponíamos solo de unas pocas horas preciosas para ver qué pasos eran necesarios para resolver el aprieto en el que nos encontrábamos. El señor Muneeruddin dijo que era necesaria una solicitud de expedición de parte de la Fundación Marco Polo. Al ser uno de los directores redacté una carta manuscrita solicitando un permiso especial para nuestro paso hasta la frontera. Él recibió mi solicitud, junto con otros documentos que probaban que teníamos los visados necesarios y la aprobación del Gobierno chino para cruzar la frontera desde Pakistán.
***
La aprobación del Gobierno chino había tardado mucho tiempo en llegar. Primero me puse en contacto con la delegación china ante las Naciones Unidas, en 1971. En 1980, mi amigo George Udell, que tenía relaciones políticas, y yo hicimos una presentación al senador de los Estados Unidos por Maryland Paul Sarbanes, quien accedió a enviar cartas en mi nombre a funcionarios clave en el Gobierno de China. Esto no hizo mella en la burocracia china. Mi contacto en el Ministerio de Cultura, con una lógica típicamente china, me aconsejó: «Lo que usted necesita es que alguien muy alto en vuestro Gobierno hable con alguien muy alto en nuestro Gobierno, quien instruirá a todas l...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Cita
  4. Índice
  5. Introducción
  6. Primera parte
  7. Segunda Parte
  8. Tercera parte
  9. Epílogo
  10. Bibliografía
  11. Agradecimientos
  12. Contracubierta