1. INTRODUCCIÓN
Escena I: en febrero de 2007 se presentaron a la opinión pública internacional algunos extractos del cuarto reporte del estado actual del cambio climático mundial. En éste colaboraron miles de los más destacados científicos de diferentes partes del mundo. El reporte no deja lugar a dudas al afirmar que el actual y observable cambio climático ha sido causado por el ser humano. Un resumen de este reporte científico se había enviado previamente a los mandatarios con el fin de darles la oportunidad de presentar sus propuestas de cambio en el sumario final. Los representantes de diferentes gobiernos se oponen masivamente a la publicación de extractos del reporte. En el interior de la comunidad científica mundial no cabe la menor duda respecto a que el reporte resume de manera óptima el conocimiento actual disponible.
Escena II: nunca antes otro gran acontecimiento social había reunido tanta gente alrededor del mundo como la Copa Mundial de Futbol en Alemania —más de mil millones de teleespectadores observaron la final en Berlín el 9 de julio de 2006—. Al terminar, un respiro de alivio recorrió las filas de los organizadores responsables, pero también entre la comunidad mundial de aficionados: no hubo lugar para grandes actos xenofóbicos ni tampoco ataques terroristas. Alemania y el Campeonato Mundial de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) 2006: cuatro semanas alegres, pacíficas y sin preocupaciones, un cuento de hadas de verano —así se puede resumir el evento—. Lo que se recordará además de este campeonato mundial es el cabezazo de Zinedine Zidane contra el jugador italiano Materazzi. Aparentemente antes, éste le había gritado: “Eres hijo de una puta terrorista”.
Escena III: después del fallido atentado terrorista aéreo ocurrido en Inglaterra en agosto de 2006 en el que intentaron usar innovadoras bombas líquidas, un especialista antiterrorista explicó que Al-Qaeda, el grupo que opera internacionalmente, estaba fuertemente disminuido e imposibilitado en la actualidad para organizar actividades terroristas internacionales de gran alcance. No obstante, le ayudaba inspirar a una cantidad considerable de radicales locales en Occidente para realizar sus propias acciones. “Aparentemente Al-Qaeda se encontraba en condiciones de llenar otra vez sus filas y, al mismo tiempo, confiar en las redes que han crecido en diferentes localidades.”
Escena IV: en la contienda electoral legislativa de los Estados Unidos en otoño de 2006, el tema de la migración jugó un papel muy importante —igual que la contienda electoral mexicana para la presidencia del mismo año—. Se trataba sobre todo del control de los movimientos migratorios mexicanos y de la posible legalización de alrededor de 12 millones de personas que trabajan y viven en los Estados Unidos sin papeles válidos de residencia. En 2006 había aproximadamente la misma cantidad de mexicanos que trabajaban en los Estados Unidos que la totalidad que laboraba formalmente con seguro social en México (alrededor de 20 millones). Es sorprendente que las transferencias de dinero de los migrantes mexicanos que trabajan en los Estados Unidos sumen más que 20 mil millones de dólares, cifra superior a los ingresos de toda la industria turística en México.
Las cuatro escenas en los ejemplos anteriores tienen algo en común: muestran lo significativas y complejas que se han vuelto las relaciones transfronterizas entre los humanos y las naciones. Un antiguo sueño del Occidente moderno, pero también de los grandes reinos tradicionales asiáticos, de los pueblos africanos y de los latinoamericanos precoloniales, se ha disipado en las últimas dos décadas. Durante mucho tiempo los humanos en las regiones más variadas del mundo y en los sistemas sociales más diversos creyeron que podrían forjar los destinos de sus “propios” pueblos, de sus “propias” sociedades, dentro de las fronteras de un territorio definido, de modo autónomo y soberano, sin interferencias de otras fuerzas. Y cuanto más obstaculizados se sentían por poderes coloniales, reinos imperiales o consorcios todopoderosos, más se esforzaban por lograr la autodeterminación, la independencia nacional y la modernización social.
A principios del siglo XXI ese viejo sueño de autodeterminar y mejorar progresivamente los destinos de los propios grupos étnicos o sociedades nacionales dentro de un territorio delimitado geográficamente quedó destruido en más de un sentido. La ilusión autocomplaciente del Occidente moderno de que el mundo podía ser estructurado mediante avances científicos a voluntad del hombre se derrumbó. La confianza en la planificación factible de un orden y un desarrollo social fue reconociéndose poco a poco como lo que es en realidad: una concepción de fe secularizada, el resultado de un intercambio de los dioses tradicionales y los dirigentes exógenos del mundo mediante la autoentronización del hombre como dirigente endógeno del mundo. Estas suposiciones fundamentales, no cuestionadas, sobre la posibilidad de explicar el mundo, su factibilidad y progreso no se diferencian en lo esencial de otras concepciones religiosas del mundo. Por ello, no sorprende que la fe en la modernización haya caído en crisis, así como la confianza que experimentaban las sociedades tradicionales al creer que aseguraban la ayuda de fuerzas sobrenaturales por medio de la realización de rituales.
Aunado a este desencanto posmoderno de la ilusión de la posibilidad de explicar el mundo y su factibilidad, viene un segundo despertar del sueño. A lo largo de algunos milenios, se alimentó la idea de que llevar una vida sedentaria arraigada en un lugar, dentro de un grupo establecido, podría dominar los avatares de la vida. Las tribus se establecieron en asentamientos y regiones. Grandes reinos como China lograron gobernar con éxito por milenios un determinado territorio geográfico. El Estado moderno personifica de forma pura la idea de un soberano público que, de acuerdo con el sociólogo Max Weber, defiende de modo eficiente el monopolio de la violencia legítima dentro de sus límites territoriales. Finalmente, el concepto de sociedades nacionales surge de unidades de grupos humanos más o menos definibles que poseen significativamente más afinidades entre sí que con otros grupos humanos debido a su historia, su cultura y sus entramados funcionales, y a que han poblado un territorio común por un periodo de tiempo prolongado.
Las dos caras del antiguo sueño de la humanidad —la fe en el control del mundo y la ilusión de su divisibilidad espacial y social— sufren una sacudida en el siglo XXI. El primer aspecto de esta desilusión tiene mucho que ver con el debate en torno a palabras clave como la posmodernidad y la transición a la segunda modernidad (Beck 1986). El segundo aspecto se refiere a fenómenos que con frecuencia están contenidos en el término genérico globalización. Los dos procesos de cambio —el del fin de la primera modernidad y el de la globalización— están estrechamente ligados. No obstante, lo esencial de las siguientes reflexiones está en el último problema: se trata de la interrelación entre los ámbitos sociales y geográficos en los cuales los hombres conducen sus vidas. Por siglos estas ideas acuñadas por los Estados nacionales y las sociedades nacionales originaron las fuerzas decisivas.
Desde hace aproximadamente tres décadas se cuestionan de manera creciente en el contexto de la globalización los modos de vida con ataduras exclusivamente locales o nacionales. Hay quien habla incluso de la disolución de todas las estructuras estables de vida, tanto las de tipo social como las espaciales, en un “pueblo global” informativo-técnico (McLuhan/Powers 1992) o en “corrientes de movimiento” globales (Urry 2001). Si todos los hombres estuvieran conscientes de las limitaciones de pensamiento y sentimiento marcadas por criterios étnicos o nacionales, podría propagarse un cosmopolitismo cultural (Ohmae 1990) simultáneo a la globalización económica. De esta manera todavía podría hacerse realidad el viejo sueño de Immanuel Kant (1784) de una ciudadanía mundial, y “todos los hombres serían hermanos”, como lo formuló patéticamente Ludwig van Beethoven en su Novena Sinfonía.
Sin embargo, las imágenes en los noticieros nos dicen otra cosa. Conflictos étnicos y enfrentamientos armados internos y entre diferentes Estados-nación tienden a aumentar, no a disminuir. Los forcejeos por intereses en conflicto debidos a las subvenciones económicas y las aduanas de importación conducen al fracaso de la liberalización del mercado mundial no obstante todas las conferencias internacionales convocadas en torno al tema. Las regulaciones para permisos de entrada y los controles migratorios de muchos países se endurecen, como lo demuestra el ejemplo citado previamente del permiso de ingreso a los Estados Unidos. Por un lado, la intolerancia religiosa y étnica-cultural ha disminuido quizá, pero por otro lado se manifiesta de modo ubicuo, como en el caso de Zinedine Zidane. La convivencia multicultural cada vez se sobrentiende más en las grandes capitales mundiales, y, al mismo tiempo, la amenaza del terrorismo fanático se torna omnipresente. Es evidente que la creciente globalización o cosmopolitización del mundo son insuficientes para describir los complejos procesos de cambio.
Diversos autores se han manifestado contra la unilateralidad de las tendencias de la globalización. Roland Robertson (1992 y 1994) acuñó el término glocalización, en el cual retoma simultáneamente tendencias de la globalización y de la localización. Ulrich Beck (1999) se posicionó contra una “metafísica del mercado mundial” demasiado global (196 y s.), y aportó el “universalismo contextual” (141 y ss.) como propuesta contra el “universalismo totalizador” de una cultura unitaria mundial subordinante. El universalismo contextual acepta que, aunadas a la propia visión del mundo y los referentes propios, existen también otras culturas que se consideran a sí mismas universales, o, por lo menos, como el punto de referencia importante. Desde los años noventa se ha desarrollado en el interior de todas las ciencias sociales y las humanidades una línea de investigación que se compendia bajo los términos investigación de la transnacionalización y transnacionalismo. Las cuatro escenas introductorias citadas aportan buenos ejemplos del transnacionalismo. En el punto central están las relaciones y los entramados económicos, culturales, políticos y sociales que traspasan las fronteras de los Estados nacionales, pero que no se desarrollan en primera línea entre los Estados o gobiernos. Al mismo tiempo, se trata de relaciones sociales, redes o ámbitos sociales que no se presentan “des-localizadamente”, de modo global ni en todo el orbe, sino que se extienden entre localidades y sitios muy específicos, cruzando fronteras.
En el plano micro, el transnacionalismo se refiere a los hogares de las familias migrantes que cultivan relaciones transfronterizas muy intensas por periodos más prolongados, por ejemplo, mediante transferencias de dinero regulares, llamadas telefónicas diarias o semanales, o por el ir y venir de miembros de la familia entre localidades en diferentes países. Por una parte, ahora como antes, la migración internacional está estructurada por regulaciones nacionales y estatales, ya sea por estatus migratorios como el Green Card, por el correspondiente derecho a la ciudadanía o por las políticas de nacionalización. Por otra parte, también se escapa al control estatal directo —por ejemplo, por medio de la migración indocumentada, las transferencias informales de dinero y las redes transnacionales sociales—. A la vez, esta migración internacional no es global ni “des-localizada”. La migración transnacional tiene lugar fuera de los planos globales y nacionales.
En un nivel meso los entramados transnacionales se refieren primordialmente a organizaciones con y sin fines de lucro que están operando más allá de un país. Sobre todo, las grandes corporaciones multinacionales aumentaron su peso y significado frente a los Estados-nación: muchas veces administran más ventas anuales que el producto interno bruto de Estados nacionales. Sin embargo, estas organizaciones multinacionales con fines de lucro no están completamente desarraigados de sus contextos locales, regionales y nacionales. Dependen de reglas legales nacionales, de mercados de trabajo regionales o de culturas locales. Las organizaciones sin fines de lucro, sobre todo las organizaciones no gubernamentales (ONG), aunque frecuentemente desarrollan campañas en contra de ciertos Estados nacionales o gobiernos locales, dependen de grupos de activistas locales o regionales, y reciben recursos de gobiernos o fundaciones nacionales o regionales. De esta manera, las organizaciones transnacionales no están “flotando en el aire”, sino que se encuentran entramadas y sirven como puente entre los niveles global y nacional.
Finalmente, en el plano macro también han surgido arreglos institucionales a largo plazo y más consolidados entre nuevas realidades transfronterizas, los cuales, por una parte, sacuden las creencias ya descritas sobre la posible divisibilidad social y espacial del mundo en naciones soberanas pulcramente separadas entre sí, pero, por otra, remiten también al significado —bajo determinadas circunstancias un creciente significado— de los Estados y sociedades nacionales. Así se establecieron ciertos parámetros mínimos en cuanto a los derechos humanos y las condiciones laborales y de empleo en el plano de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ante los cuales los Estados-nación ya no pueden actuar de manera completamente independiente y soberana, a pesar de todas las debilidades políticas y organizativas de esta unión global. Esto se garantiza con la movilización de tropas de protección bajo el mandato de la ONU en determinados Estados de África o de Medio Oriente, aunque también por la im...