PRIMERA PARTE
MENTIRA Y ESTUPIDEZ 1. EL JUICIO FINAL
1. EL BOSCO
No hace mucho, mis ojos se posaron sobre una nueva réplica del tríptico de El juicio final del Bosco. En lo alto está Jesucristo juez rodeado por la Virgen María, Juan Bautista y los apóstoles. En la parte baja, el martirio de los condenados, en colores oscuros. Los castigos los lleva a cabo una ruda caterva de monstruos que se arrastran por la tierra como insectos sobre carne podrida. Podemos ver cómo los condenados son quemados, atravesados, empalados, colgados de ganchos de carne, obligados a comer excremento o lanzados a las fauces de máquinas extrañas que parecen enormes picadoras de carne, entre otras diversiones de este tipo. Pero una escena en particular me llamó la atención. En medio de toda esta festiva violencia se puede discernir en un lugar que probablemente habría sido una forja de herrero, dentro de un lupanar en ruinas, una de estas figuras que clava una herradura en el talón de una mujer. No podía creer lo que veían mis ojos. Había encontrado descripciones de este horrible suplicio en libros que hablaban sobre la tortura que el pueblo armenio sufrió antes y durante el genocidio de 1915.4 Y estos hechos son también relatados por historiadores y testigos cuyas experiencias quedaron registradas. Entonces, todo era cierto.
Supongo que esta brutalidad perversa ya se ponía en práctica en la época del Bosco, pero la presencia de esta escena en particular en El juicio final, que se pintó en 1485, refuerza la realidad de lo que yo había leído sobre esa forma de tortura cuatro siglos más tarde. Esto confirma la idea trivial de que el arte está mejor dotado para revelar la realidad sobre algunos acontecimientos con una intensidad que los informes objetivos rara vez pueden alcanzar. No hay nada en la escena que pudiera molestar o distraer nuestra atención de esta representación, que es clara y definida. Esta atrocidad, tal y como aparece plasmada en la obra, está cargada de una intensidad tal, lleva consigo un significado tan profundo que comprende en sí misma todo un mundo de indignación, persecución y crueldad patente. A partir de ahora, pensé, uno todavía puede negar y rechazar esta realidad, pero nadie puede ignorar que es verdadera. No se trata de que haya interpretación sin hechos; por el contrario, no hay interpretación que no esté basada en hechos, es imposible inventarse estos últimos, nuestra imaginación no es tan poderosa. Puede que algunos acontecimientos solo aparezcan incorporados en el imaginario, pero la imaginación los acaba diluyendo en imágenes que se debilitan y se vacían con el tiempo. Este vacío y debilidad son la marca del mentiroso, ya que no hay ocultación de la verdad sin imaginación, una imaginación que lleva al mentiroso mucho más allá de la propia mentira.
2. EVENTUALIDAD, LIBERTAD E IMAGINACIÓN
Los acontecimientos en la historia manifiestan una notable ambivalencia entre la pura eventualidad y la necesidad. Cuando un acontecimiento tiene lugar, uno no puede dejar de sentir que todo podría haber pasado de otra manera, que las cosas podrían haber sido diferentes. Cualquier detalle imprevisto habría hecho que la historia siguiera un curso totalmente distinto. Por otra parte, como dice el dicho, lo hecho, hecho está. Este pequeño detalle está sobrecargado de significado precisamente porque no llegó a descarrilar las consecuencias fatales de la historia, algo pasa sin ninguna razón y lo que fuera que pasó se convierte en algo indeleble e irreversible. Es por eso que los acontecimientos tienen lugar en un momento y lugar precisos, un acontecimiento no es «una cosa» mecánica o natural. Después de todo, uno no acepta o se rinde a lo que pasa de forma pasiva, más bien consideramos la realidad desde una perspectiva muy específica y con cierta distancia. La distancia es la libertad, esa libertad, según Hannah Arendt, «de poder decir sí o no [...] a las cosas tal y como nos pasan, más allá de estar de acuerdo o no».5
Esta combinación de coincidencia y necesidad puede ser, por lo tanto, una fuente de remordimiento (ojalá no hubiera…) o gratitud (menos mal que…). Eso indica que un acontecimiento afecta a alguien que se encuentra en un contexto particular, marcado por la estructura de la acción: te hace algo o tú haces algo con el mismo. En virtud de lo que le pasa a uno y podría haber pasado de otra manera, se abriga el deseo de hacer algo distinto. Y ese mismo deseo está alimentado por la percepción de que lo que pasó no se puede revertir. En su texto «La mentira en la política», Arendt expresa acertadamente la afinidad entre la libertad y la acción como sigue:
Una característica de la acción humana es que siempre comienza algo nuevo, pero esto no significa que le esté permitido alguna vez empezar ab ovo o crear ex nihilo. Para dejar sitio a la acción propia, algo que había antes debe ser quitado o destruido; se ha de cambiar el orden previo de las cosas. Este cambio sería imposible si no pudiéramos desplazarnos mentalmente del lugar físico donde nos encontramos para imaginarnos que las cosas podrían también ser diferentes de lo que en realidad son. En otras palabras, la habilidad de mentir, la negación deliberada de la verdad fehaciente y la capacidad de cambiar la realidad, la habilidad de actuar, están interrelacionadas; ambas deben su propia existencia a la misma fuente: la imaginación.6
La habilidad de tomar distancia e imaginar que las cosas podrían ser diferentes de lo que son en este momento son también las dos propiedades estructurales de la dinámica de la imaginación como tal. No en vano Sartre definió la imaginación como una conciencia en tanto que realiza su libertad.7 Lo imaginario no puede ser reducido por medio del análisis psicológico a la capacidad mental de formar imágenes, cuando representa una actitud global frente a la realidad. El poder de lo imaginario reside en la habilidad casi mágica que tenemos para negar la realidad o decir que no en favor de una narración ficticia. Lo imaginario, por tanto, se reafirma como un rechazo a aceptar lo que pasa o como una distancia de la realidad en favor de lo posible o lo irreal. Es esta estructura interna de una doble néantisation que, como sugiere Arendt, es una característica de la libertad y de la acción. Actuar significa ignorar algo en la realidad o neutralizar su impacto en favor de lo que todavía no existe y se quisiera cambiar, adaptar o reemplazar.
Yo diría, siguiendo con el pensamiento fenomenológico de Sartre, que los acontecimientos nunca son recogidos o registrados de forma pasiva, sino que aparecen dentro de un contexto como un evento, un momento, un objeto, en virtud de los cuales se genera una serie de posibilidades. En este contexto, Deleuze habla con acierto de «voyance», una especie de visión premonitoria por la cual, dentro de lo que nuestra percepción puede comprender habitualmente, uno descubre un detalle específico que le permite desplazar el curso de las circunstancias hacia una nueva e inesperada dimensión y dirección.8 Piénsese, por ejemplo, en un cómico que, rápidamente y con destreza, detecta y explota ambigüedades en las palabras y de forma inesperada «traduce» el significado de ciertos enunciados a un registro diferente. Un hecho o acontecimiento es, por lo tanto, una especie de foto instantánea, un punto central en el cual se condensa una distinción mínima entre lo real y lo posible. Esta distinción está basada en lo imaginario. La realidad, por lo tanto, nunca aparece de forma objetiva y desnuda, sino que, como todo lo que aparece, viene (usando la expresión de Sartre) «cargada de imaginario». Este imaginario da significado implícito a lo real: mientras más rica sea la imaginación, más aguda la premonición. Por ejemplo, en la cantidad de los detalles que se tendrá el poder de evocar en los momentos de ese mundo en el que «todo podría haber sido diferente». O a la inversa, el poder de obtener algo de flexibilidad y eventualidad sobre lo que ha pasado y se experimenta como irreversible.
3. IMAGINACIÓN Y MENTIRA
Sartre, de este modo, sugiere que la imaginación funciona como un horizonte implícito dentro del cual lo real puede aparecer como significativo. Se trata de una forma de trascender (neutralizar) lo real «en le constituant comme monde», si se constituye como mundo. Lo que se ve y lo que se valora traiciona la naturaleza de lo imaginable; el mundo gana profundidad gracias a la riqueza interior y complejidad con la cual nuestras representaciones intentan alcanzar y comprender la realidad. Lo que Sartre sugiere es que la profundidad determina el valor de lo que se espera que sea verdadero o falso. «La verdad», como concepto, solo tiene sentido entonces dentro de un contexto que determina si lo que se dice y se piensa, lo que se manifiesta o se comprende como cierto es significativo o no. En su famoso ensayo de 1899 «La decadencia de la mentira», Oscar Wilde negaba que el arte imite a la naturaleza y afirmaba que en realidad es la naturaleza la que imita al arte.9 Nadie realmente había «visto» nada especial en la niebla londinense antes de la existencia de los cuadros de Turner. Esta «objetividad natural» que se observa, por ejemplo, en esta niebla de pronto adquiere un valor que antes no tenía; si de repente un turista manifestara que la niebla de Londres es fea y malsana, estaría diciendo algo que para los admiradores de Turner sonaría falso. ¿Por qué? Porque va en contra del valor que la niebla ha adquirido de súbito. Este es el ámbito de la acción, la experiencia o la vida.
Asimismo, el hecho de que nuestra imaginación influye de forma implícita en nuestra percepción y nuestras acciones es en sí mismo un pensamiento bastante banal. Por ejemplo, la forma en la que pensamos sobre higiene depende enormemente de las imágenes que usamos de forma inconsciente sobre el cuerpo. En el siglo xvi, a los recién nacidos se los untaba de grasa de arriba abajo y se los vendaba de cuerpo entero porque algunos pensaban que las enfermedades como la peste bubónica se filtraban en el cuerpo a través de minúsculas grietas en la piel. Esta idea se formó en parte porque en algunas representaciones del cuerpo humano, probablemente sin darse cuenta, tomaban prestadas imágenes de la arquitectura. Veían la piel como una especie de muro, y en una casa con grietas el agua se filtra y las filtraciones producen moho y debilitan toda la estructura. Descartes se habría reído con toda probabilidad de estas ideas y, sin embargo, las máquinas que él mismo tenía en mente cuando describe el cuerpo como un autómata también tienen sus limitaciones (al menos sus modelos mostraban nuevas posibilidades frente a la forma en la que podemos pensar sobre el cuerpo e imitar su funcionamiento). Mucho de lo que decía suena hoy como falso, aunque lo cierto es que nadie asumiría que estaba mintiendo o tratando de engañarnos.
La idea de que la verdad misma depende de un contexto y un criterio de significado implica, entre otras cosas, dos puntos. Por un lado, como veremos en el siguiente capítulo, algunas verdades, por muy científicas que sean, a veces aparecen como inútiles, inapropiadas o estúpidas como respuesta a lo que desean probar. Por otro lado, las mentiras y los fraudes iluminan a veces aspectos verdaderos de la realidad y entran en la historia como verdades inquebrantables. Pensemos en el ejemplo de lo que Arendt dice sobre la banalidad del mal. Nadie podría cuestionar esta tesis que, sin embargo, está inspirada por el estafador e impostor Adolf Eichmann, cuya aparición en el famoso juicio se convirtió en un gran espectáculo, una argucia premeditada. En suma, un engaño.10
Finalmente, ¿qué es una mentira? Recordemos el argumento de Arendt sobre cómo «la negación deliberada de la verdad fehaciente (la habilidad de mentir) y la capacidad de cambiar la realidad (la habilidad de actuar) están interrelacionadas. Ambas deben su existencia a la misma fuente: la imaginación». Una mentira, por tanto, apunta a una afinidad estricta e interna con la imaginación. No tanto porque necesitemos mucha imaginación para fantasear sobre una «realidad alternativa», ya que, como veremos más tarde, muchos mentirosos e impostores se traicionan a sí mismos precisamente por su falta de imaginación, sino porque la mentira y la imaginación tienen la misma estructura. Después de todo, ambas son expresiones de la libertad de aceptar algo y, por lo tanto, del deseo de cambiarlo. En definitiva, de la acción.
Es por eso que se miente principalmente, por no decir exclusivamente, sobre un «hecho real» o acontecimiento que está cargado de imaginación y se refiere en sí mismo a otras posibilidades, por ejemplo, datos por los cuales la distinción entre lo real y lo posible parece condensada y contenida. Así, realmente nos da lo mismo cuando el contenido de una mentira no está relacionado con asuntos que nos conciernen. Nuestro supuesto amor natural a la verdad es muy selectivo en sí mismo: se despierta especialmente en aquellas circunstancias en las que lo verdadero afecta a nuestra vida o a nuestra convicción en su valor. Vistos por sí mismos, no hay mucho en juego cuando se trata de acontecimientos que son irrelevantes en cuanto a lo que nos dirige en nuestras acciones y nuestras vidas. No hay espacio o latitud para tener cierto margen entre su objetividad y lo imaginario. Mentimos sobre cosas que «importan», que nos afectan, y si realmente queremos hacer algo, especialmente si tenemos la intención de actuar, debemos, como se ha dicho, negar algún aspecto de lo real en favor de lo que queremos ver como diferente. Pues bien, esta estructura de doble néantisation conforma la estructura de la mentira.
Men...