La caída de Tenochtitlan y la posconquista ambiental de la cuenca y ciudad de México
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La caída de Tenochtitlan y la posconquista ambiental de la cuenca y ciudad de México

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La caída de Tenochtitlan y la posconquista ambiental de la cuenca y ciudad de México

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Con un enfoque comprensivo y explicativo, este libro aborda las transformaciones ambientales del paisaje del valle y ciudad de México antes y después de la caída y derrota de la ciudad indígena de Tenochtitlan hasta la primera mitad del siglo XX. Toma como eje de su relato y análisis el estudio de las ideas, proyectos y de algunos de los más significativos impactos socio ambientales que tuvieron las obras de construcción del desagüe del valle de México concluidas en 1900. También estudia la percepción que de los problemas ambientales de la ciudad tuvieronsus habitantes y las prácticas ambientales de éstos, la opinión de científicos de la época sobre los mismos, y destaca la estrecha relación que hubo a lo largo de los siglos entre la urbanización de la ciudad de México y el empeño secular y prometeico del poder político, aliado con los saberes técnicos y científicos, en dominar a la naturaleza mediante el desagüe del valle para producir una ciudad desequilibrada social y ambientalmente, pero ajustada a los intereses y aspiraciones de individuos, gobiernos, empresarios y burocracias técnicas y científicas.

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La ciencia y la política del desagüe del valle de México

En el último tercio del siglo xix el deterioro de las estructuras del desagüe del valle y de la ciudad —causado por la falta de recursos, la inestabilidad política nacional y local, la indefinición legal de responsabilidades en los tres niveles de gobierno que actuaban en el valle y la ciudad, la indolencia de autoridades y vecinos, y la explotación ilegal y comercial de los recursos naturales— propició no sólo la repetición de las inundaciones, sino severos problemas ambientales y de salud en la población, cuyo origen atribuían los médicos de la época a las aguas estancadas y miasmáticas que dejaban tras de sí las lluvias e inundaciones, y a aquellas otras pútridas anegadas en las acequias, zanjas y canales de la ciudad y en el lago de Texcoco, convertido en la gigantesca cloaca de la capital mexicana.
Para entonces, la amenaza de inundaciones ya no provenía únicamente de los lagos del norte del valle, sino que, como vimos antes, el desborde de los lagos del sur —provocado por el poblamiento de las orillas de éstos y por la ruptura, destrucción y desgaste de las estructuras que regulaban y contenían las aguas— se constituyó también en una amenaza real para la ciudad, como se manifestó en 1856 y de nuevo en 1865.
La creencia de que los miasmas —emanaciones pestilentes que desprenden los cuerpos enfermos, materias en descomposición o aguas estancadas— corrompían el aire, la tierra, los animales y las plantas, y dañaban la salud humana, dominó las teorías médicas desde la antigüedad hasta que en el último tercio del siglo xix se fue abriendo paso la teoría microbiana a partir de los descubrimientos y trabajo del químico y microbiólogo francés Louis Pasteur (1822-1895), dejando en claro el origen bacteriano de las enfermedades y dando inicio a la medicina científica. No obstante, las ideas miasmáticas sobre el origen de las enfermedades mantuvieron su influencia en Europa, Estados Unidos y países del continente americano, como México, hasta bien entrado el siglo xx.
Impulsados por la necesidad de combatir las enfermedades y epidemias supuestamente provocadas por los miasmas, los gobiernos de las principales ciudades europeas, y bajo su influjo los de otros continentes, a mitad del siglo xix empezaron a introducir modernos sistemas de suministro y drenaje para evitar la anegación de aguas residuales o de lluvia y expulsarlas de las ciudades, ya fuera hacia ríos, mares o tierras de la periferia urbana.
En este contexto, hacia el último tercio del siglo xix la opinión pública dominante y el proyecto de expulsar de la ciudad las aguas, residuales y de lluvia, vinculando de manera directa su drenaje al desagüe del valle de México y desecando los lagos de éste como solución a las inundaciones, enfermedades y degradación racial y moral de las poblaciones empobrecidas de la ciudad y del valle, cobró aún mayor dominancia en el imaginario colectivo y en la realidad material fomentada por las autoridades. Sobre todo porque la comunidad médica vino a respaldarla a través de publicaciones especializadas, pero también con su apoyo político a las iniciativas oficiales, insistiendo en que las aguas estancadas y su presencia eran fuente de las enfermedades epidémicas que azotaban recurrentemente a la población.
Pocas fueron las voces científicas que opinaron en sentido contrario a la desecación del valle, idea que dominó a la comunidad científica y política y que encontró un respaldo inicial en el gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo y tuvo continuidad con los gobiernos de la república restaurada y su fastuosa concreción bajo el gobierno dictatorial del general Porfirio Díaz.
Mejorar las condiciones sanitarias y de salud, evitar la degradación racial y moral, y hacer próspera la agricultura de las poblaciones y tierras de la ciudad y el valle de México, fueron las máximas con que se argumentó y defendió el proyecto de desagüe del valle de México que, respaldados por el gremio médico y científico, realizaron los gobiernos del último tercio del siglo xix siguiendo los lineamientos que había formulado desde 1856 el ingeniero Francisco de Garay y que, como vimos, canalizarían las aguas muertas de la ciudad y de los lagos, sobre todo del de Texcoco, para expulsarlas del valle y desecar sus recipientes.
Pero detrás de este discurso médico, ambiental, moral y economicista estaban también los intereses y proyectos de la clase terrateniente, empresarial, comercial y política para beneficiarse de la explotación de los suelos que la desecación del valle traería, entre éstos los señaladamente propicios para el ensanche y urbanización de la ciudad de México.
En este contexto de intereses y proyectos, el conocimiento y diagnósticos de la ciencia opuestos a la desecación no tuvieron cabida ni el poder para imponerse, aunque sí unas pocas páginas en la prensa política y especializada. Veamos algunos episodios de esta historia.
Leopoldo Río de la Loza, pionero de la química y de la farmacia en México, había destacado en 1864 la importancia ambiental y económica del lago de Texcoco. Llamó a retomar los trabajos para su mantenimiento, a plantar árboles en la zona donde se ave­cindaba con la ciudad para detener las emanaciones pútridas que los vientos arrojaban a ella y a limitar la superficie del lago, desazolvando con regularidad una parte de su vaso.
En 1867, el geógrafo e historiador Manuel Orozco y Berra había recomendado no desecar sino reencauzar las aguas de los lagos y aprovecharlas para la agricultura. Apuntó también que la problemática del lago de Texcoco era independiente a la del desagüe del valle, y que había que desaguar de él las toneladas de desechos fecales que recibía de la ciudad para retomar el control de sus aguas y lograr “el equilibrio entre su gasto y su caudal”, que permitiera que su vaso quedase estacionario y sólo registrara los cambios estacionales. Las tierras de sus alrededores dejarían de infectarse y recuperarían su feracidad y belleza; el ambiente vol­vería a refrescarse, el comercio recuperaría la nave­gación mediante una canalización metódica y bien calculada, y se dejaría de arrebatarle a la gente “que ha menester de más consuelo, a la infeliz, los objetos de subsistencia que de las aguas se proporciona”.
Reunidos en su sede los miembros de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en abril de 1874, apoyándose en la opinión de médicos, acordaron enviar al entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada la petición de desecar el lago de Texcoco y conectar el desagüe de la ciudad directamente al desagüe del valle, pues con dichas obras se pondría un alto a la degeneración física y moral de la raza de sus habitantes, los terrenos desecados alcanzarían un alto valor y el comercio, la agricultura, la higiene y el erario se verían beneficiados. Además, las aguas dulces de Chalco y Xochimilco regarían continuamente a la ciudad, lavarían sus atarjeas y le devolverían su “primitiva belleza”.
Ese mismo año el médico José María Reyes, no obstante que reconocía la nocividad extrema de las emanaciones producidas por las toneladas de excrementos humanos que se acumulaban en el lago de Texcoco, se rehusó a dictaminar sobre una cuestión tan delicada como la del desagüe, “visto por algunos como un verdadero remedio de todos nuestros males, y por otros como un mal para la salubridad, por la falta de humedad en la atmósfera”.
Poco tiempo después, en medio de la convulsión armada desatada por el Plan de Tuxtepec, en octubre de 1876 la Comisión de Higiene de la Academia de Medicina de México recomendó como indispensable el desagüe del valle a condición de que junto con esta obra el gobierno cumpliese con una serie de medidas de higiene pública. Llamó a sus afiliados a debatir y determinar los posibles efectos de la desecación en la salud y en las tierras para la agricultura, pues hasta entonces el desagüe del valle se había considerado sólo desde la necesidad de salvar a la ciudad de las inundaciones, cuestión que los ingenieros podían resolver sin dificultades, pero no se había sujetado al “severo examen de la multitud de cuestiones de higiene pública que entraña”.
En opinión de los médicos era necesario ahondar en el estudio para determinar si la falta de humedad atmosférica transformaría el aire enrarecido en aire respirable por su sequedad, el cual ocasionaría tal vez efectos muy funestos; si la desecación completa de los terrenos, cuya humedad los hacía fructíferos, no sería un mal para la agricultura; si los lugares pantanosos y los lechos mismos de los lagos, que quedarían a descubierto, ocasionarían por sus emanaciones epidemias más mortíferas que las que ya padecían los habitantes del valle; si los derrames del desagüe del valle no infectarían con su corriente envenenada otras poblaciones, y si estas obras no se realizarían sin consultar previamente a los consejos de la higiene (“Congreso Médico”, Gaceta Médica de México, 15 de noviembre de 1876, pp. 431-432)....

Índice

  1. México 500 Presentación
  2. Introducción
  3. El paisaje de la cuenca de México y Tenochtitlan
  4. La cuenca, la ciudad de México, el paisaje y el ambiente reconquistados
  5. El régimen independiente y la prolongación colonizadora del ambiente
  6. El desagüe de la ciudad
  7. La ciencia y la política del desagüe del valle de México
  8. La ciudad monstruo
  9. Bibliografía
  10. AVISO LEGAL
  11. Colección México 500
  12. Contraportada