1521 en el arte barroco
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Este libro examina las estrategias de representación de las imágenes sobre la conquista de México y sus protagonistas creadas en el imaginario de la pintura novohispana (finales del siglo XVII). Pone énfasis en el papel significativo de los discursos visuales dirigidos a convencer a propios y extraños de que la Nueva España se había fundado sobre un antiguo imperio de grandes riquezas ganado gracias a la sagacidad de los ejércitos españoles comandados por Hernán Cortés, convirtiéndose inmediatamente en uno de los territorios cristianos más leales y fructíferos de la Corona española, ejemplo de buen gobierno y del éxito de sus instituciones en el ejercicio del poder.

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Información

Los biombos de la conquista de México: dispositivos
para la memoria

Los biombos son una tipología especial de artefactos culturales que abren y cierran o se doblan en escuadra, dependiendo de las necesidades de su poseedor. Fueron inventados en China posiblemente desde la antigüedad. Su nombre proviene del japonés byo¯bu que significa “protección contra el viento”. A partir de 1573, cuando el comercio transpacífico entre el puerto de Acapulco y Filipinas quedó establecido de manera regular, los objetos orientales de lujo y, de manera especial, los biombos, despertaron un interés creciente entre las élites de Occidente.
En la Nueva España, los biombos formaban parte del ajuar doméstico de las familias acaudaladas. Considerados símbolos de poder y prestigio social, se usaban tanto en estrados o salones, donde las señoras recibían a las visitas importantes, como en las alcobas. En los inventarios y documentos de archivo se denominan rodaestrados o rodastrados a estos biombos destinados a los espacios de visita. Por supuesto, su función estaba ligada a su temática. Entre los ejemplos conservados predominan los de temática secular, paisajes con escenas de cacería, vida cotidiana y naturaleza, temas mitológicos y alegóricos, y personajes históricos.
Los artistas novohispanos comenzaron a imitar los diseños orientales de las mercancías artísticas de importación y poco a poco las formas, formatos y temas representados fueron adaptándose a los gustos locales y su sentido del decoro. Como rodaestrados, estas enormes pinturas, de mayores dimensiones que el espectador, fungían como instrumentos de demostración del orgullo novohispano y se mostraban en medio de las salas para que los visitantes disfrutaran viendo las imágenes de sus dos caras. Ahí quedaba consagrada la ciudad ordenada, rica, abundante y devota de la que hablaban los opúsculos desde el siglo xvi, comenzando por la Crónica de la Nueva España, escrita por el humanista español Francisco Cervantes de Salazar (1514-1575) —que pese a no haberse publicado en su época, consolidó un imaginario compartido con el que se buscaba situar a América en la larga duración de la historia de Europa y, en particular, enlistar las grandezas de la Nueva España: sus riquezas naturales, su clima y su geografía—.
Si bien los primeros biombos orientales debieron de llegar a la ciudad de México en las últimas tres décadas del siglo xvi, muy pronto los artistas locales comenzaron a copiar sus motivos y esquemas visuales. Un siglo después, las pinturas y los muebles integraban ya patrones decorativos de muy diversa naturaleza y estilo, y en el caso de los diseños orientales, los inventarios hacían hincapié en ello: se describía como pintura “al remedo de la del Japón”.
En los biombos de la conquista de México el único ejemplo que combina una escena “achinada” en uno de sus lados con la representación de la gesta en el otro, es el que resguarda el Museo Histórico del Castillo de Miramar en Trieste, Italia, y cuyo valor documental es notable, ya que se trata del único ejemplo firmado que ha llegado hasta nuestros días. Al pie de una cartela ovalada donde se refieren largamente los sucesos representados en la pintura se lee: “Pedro de Villegas, fec en Méx año 1718”. El autor obtuvo su título como maestro de pintor en la Nueva España en 1723 pero no se cuenta con información abundante sobre su carrera artística, y su nómina de obras firmadas es bastante reducida, aunque sabemos que destacó como pintor de paisajes y escenas históricas.
La pintura de la conquista formaba parte de los bienes que Maximiliano de Habsburgo —emperador de México entre 1864 y 1867— poseía en su palacio en Trieste. La escena oriental que se ve en el biombo comprende la vista de una ciudad imaginaria donde predominan los jardines alrededor de pagodas, murallas y de una inmensa fuente de planta cuadrada cuyas aguas abundantes parecen caer continuamente en delgados chorros. Venados, tigres, dragones y otros seres fantásticos ocupan la base de las hojas, consecuentes con una tradición pictórica oriental bastante apreciada por las aristocracias europeas del siglo xvii.
En este biombo “achinado” identificamos una característica tecnológica que comparte la mayoría de los biombos de la conquista conservados en las colecciones mexicanas, y que bien podría interpretarse como una marca de origen. La parte superior de las hojas presenta como decoración una arcada de medio punto, o de arcos escarzanos, terminada a modo de pinjante en sus impostas, que confiere ritmo al conjunto y, al mismo tiempo, resalta su condición extravagante de objeto de lujo. El campo o fondo está realizado en hoja de oro sobre una capa de aparejo con relieve, hecho posiblemente de una pasta aplicada mediante plantillas, que parece imitar la técnica del cuero repujado y policromado. Esta llamativa ornamentación proviene de las prácticas de un taller especializado en la creación de una tipología artística que, al evocar a los ejemplares japoneses, presume también su conocimiento de las artes orientales y su destreza en el dominio de la técnica de la pintura.
Los cuatro biombos de la conquista están estructurados en diez hojas plegables. La narrativa de la imagen se extiende por todo el formato y queda inscrita dentro de la arcada dorada o bien, en un grueso marco que aparenta ser de madera recubierta por hoja de oro. Se trata de óleos sobre lienzo de gran tamaño cuyos bastidores alcanzan los cinco metros y medio de ancho por aproximadamente dos metros de alto, por lo cual es imposible tener una vista completa y detallada en un mismo foco o plano de acercamiento a la pintura (figuras 7a y 7b).
Figura 7a. Autor Anónimo, Biombo de la conquista de México, ca. 1680, óleo sobre tela, 201.8 x 560 cm, Museo Soumaya.
Figura 7b. Autor anónimo, Biombo de la conquista de México, ca. 1670-1690, óleo sobre tela y hoja de oro, 213 x 550 cm, Colección Museo Franz Mayer.
Cuando uno se coloca frente a estos artefactos plegables es necesario transitar, alejarse y acercarse, agacharse y levantar la mirada, hacer coincidir el cuerpo de manera paralela con el eje de cada sección. Para evitar perderse, el espectador cuenta con una guía precisa, organizada mediante números consecutivos que van marcando los sitios notables y cuyo índice se despliega al inicio de la pintura, en la esquina inferior izquierda de la obra. Pero hay que volver varias veces al comienzo para confrontar imágenes y textos ya que ni las escenas están organizadas en el orden cronológico en el que ocurrieron los hechos de la conquista ni los listados permiten dar seguimiento a una historia lineal. Más bien es una invitación para que el espectador participe de un imaginario en el que se recrearon los sitios importantes donde tuvieron lugar los encuentros, las batallas, las huidas y las muertes.
Como se dijo antes, la intención original de lo...

Índice

  1. México 500 Presentación
  2. A primera vista
  3. Frente al cuadro
  4. La muy noble y leal ciudad de México
  5. Los biombos de la conquista de México: dispositivos para la memoria
  6. El encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma II en realidad aumentada
  7. Los retratos de doña Marina, Hernán Cortés y Moctezuma II
  8. Una versión iridiscente de la conquista
  9. Epílogo
  10. Bibliografía
  11. AVISO LEGAL
  12. Colección México 500
  13. Contraportada