Érase una vez la lectura
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Érase una vez la lectura

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Érase una vez la lectura

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Esperar un libro como quien espera una amistad: en esa intimidad en la ilusión es incontable, se abren las historias, los cuerpos y las geografías, sobrevienen infinitos personajes, y hay una alegría incipiente cuya pérdida tememos más que nada en el mundo. Después de todo, nuestras vidas son demasiado breves, demasiado parcas, someras, superfluas, pequeñísimas, austeras, convencionales. Podríamos contentarnos con todo ello, es verdad: someternos a las lógicas bastardas actuales de la felicidad empobrecida, hacer de cuenta que vivir es transcurrir en el tiempo que pasa, obviando la necesidad de que pase algo en nuestro tiempo. O bien, leer un libro que nos quite de nosotros, de nuestras obsesiones, de nuestra indiferencia, de nuestros modos naturalizados de ver y comprender, de nuestras formas consabidas de hablar, de pensar, de percibir, de desear.

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Sí, puedes acceder a Érase una vez la lectura de Carlos Skliar en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Literary Essays. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2021
ISBN
9789876995979
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays
leer y saber
La pregunta del porqué de la lectura parece hoy obsoleta o algo pueril o quizá desacertada en estos tiempos en que predomina la fórmula del para qué –ese modismo del lenguaje que solo expresa su más fiel servidumbre– en la cual incluso los recién llegados al mundo parecen haber sucumbido.
Semejante cuestión no alude al conmovedor e insistente temblor de las entrelíneas, o a la incertidumbre que se instala delante y detrás de cada palabra, o porque valga la pena interrogar por el aliento y desaliento de lectura, sino más bien por el vacío que provocan las repeticiones sin voz, esa suerte de burocracia del alma que se yergue por delante de las dudas, el rumor sin sonidos, su consabida inutilidad en un mundo que sólo se precia y se jacta de las finalidades y de los provechos.
El problema no está en hallar el rastro de una racionalidad lectora, previa e inalterable a estos tiempos, sino más bien en moverse en la arena cenagosa de sus efectos singulares; hacer de cuenta que cada vez que se lee es como si fuera la primera vez, y de esa experiencia habitada por los riesgos de la impotencia y la indiferencia buscar el surgimiento de una potencia inaudita, el nacimiento de un acontecimiento tal vez revelador: que cada texto, cada libro, cada obra provoca una particular definición de la lectura, inhibe la ley o el concepto precedente, enhebra una suerte de asombro único e irrepetible, desata el nudo torpe que asfixia el mundo obligando a la vida a ser o tener, simplemente, solamente, un comienzo, un desarrollo y un final.
No es tarea simple abandonarse y perderse en la lectura, no, y sin embargo es de las pocas cosas que aún valen la pena hacer en este mundo de barullo de informaciones, mismidad de imagen y negación de soledad y silencio: una de las pocas formas de preservar la vida de otros, darles hospitalidad, remontarlas en vuelo, en tiempo y en espacio, para quitarnos de una buena vez de la vida convencional –nuestra vida convencional, como escribió Antoine Compagnon–,4 y advertir cuánto la alteridad, cuánto lo desconocido, cuánto lo ignorado, cuánto las vidas ajenas revuelven y renuevan nuestra limitada vida individual.
Pero aún resta explicitar lo más importante: la lectura debería formar parte de la utilidad de lo inútil o, para decirlo de otro modo, debería evitar la promesa de ganancias, acumulación progresiva de conocimiento en tanto mercancía o lucro: la lectura, así, no sirve ni debería servir para nada.
Ni utilidad, ni provecho, entonces: leer no es obtener ni poseer algún valor material; no es un medio a la espera de una finalidad de usufructo. Leer, leer literatura es, en este sentido, un gesto de contra-época: perder un tiempo que no poseemos, estar a la deriva, transitar por un sendero estrecho lleno de encrucijadas, y desnuda la imagen irritante –por rebelde, por desobediente– de un cuerpo que no está haciendo nada, nada productivo, delante de la mirada ansiosa y vertiginosa de una época acelerada.
Encontramos aquí, pues, la rara virtud de la lectura: su indiscutible inutilidad. Inutilidad en el sentido elogioso del término en un tiempo que declama lo opuesto: la celebración de la ocupación, el esfuerzo hacia la felicidad tensa y banal, ganar tiempo –o al menos no perderlo–, aprovechar incluso el tiempo libre –el más falaz de los contrasentidos–. Inutilidad de la lectura, de lo literario, como bien escribe Ordine:
La literatura (…) puede por el contrario asumir una función fundamental, importantísima: precisamente el hecho de ser inmune a toda aspiración al beneficio podría constituir, por sí mismo, una forma de resistencia a los egoísmos del presente, un antídoto contra la barbarie de lo útil que ha llegado incluso a corromper nuestras relaciones sociales y nuestros afectos más íntimos. Su existencia misma, en efecto, llama la atención sobre la gratuidad y el desinterés, valores que hoy se consideran a contracorriente y pasados de moda.5
La inutilidad de la lectura, su gratuidad y postura de desinterés, así como el vagar sin rumbo, el andar libremente, la conversación sin motivo ni fin previsto, el no hacer nada, se contrapone nítidamente a la imagen de una humanidad que –del mismo modo que un hámster– gira incesantemente en una rueda, enjaulada, sin ir hacia ningún sitio, sin desplazarse hacia ninguna parte, movida por el reflejo absoluto de la aceleración continua, incapaz de detenerse, de mirar hacia los lados, reacia a preguntarse poco y nada.
¿Qué es lo que se sabe al leer? ¿Se sabe algo? ¿Y en todo caso aquello que se sabe podría llamarse, entonces, saber?
Los argumentos pueden ser esquivos o, incluso, desconcertantes. Pero sin dudas, habrá que referirse a una suerte de conocimiento inalcanzable o inoperante por otros medios, y que quizá comparta con otras formas del arte su potencia o evanescencia. Inalcanzable por el tiempo transcurrido, inoperante pues no produce un conocimiento evaluable o que pueda ser formulado por fuera de la lengua de la lectura.
No se pone aquí en cuestión la autenticidad de unos hechos que bien podrían adquirirse a través de testimonios o de referencias documentales, sino en los términos de una veracidad que, expresada bajo formas literarias, nos hace presentes de un modo peculiar en un tiempo no vivido, en un espacio no habitado, en medio de una conversación de la cual somos testigos oyentes, sí, aunque mudos.
Esta es la cuestión: lo remoto de los aconteceres que se leen –tanto en su pasado como en su futuro, tanto en el espacio de aquí como en el de allí– se hacen presentes no solo por la fuerza de una imagen o la duración de una descripción, sino sobre todo por la fuerza de un lenguaje que, producido en un tiempo determinado se desancla en el instante de la lectura; también, por la impresión de una intimidad a todas luces inicialmente ajena y poco a poco quizá próxima; incluso por la incertidumbre de una historia que se desconoce por completo; y además, por la recreación de una conversación que vuelve corpórea la implicancia del lector.
El gesto de la lectura es, en cierto modo, el gesto de la veracidad. Un gesto no del todo narrable cuyas partículas elementales requieren todo el tiempo del quizá, del casi y del sin embargo.
Las ciencias se ocupan de dar nombre a los resultados de sus experimentos que recién acaban de realizar. Los científicos no acaban por decidirse entre vociferar o mantener en secreto sus hallazgos. Las disciplinas organizan qué sabrán y qué no sabrán sus posibles discípulos. Las materias se disponen a durar en su típica mezquindad del semestre. Un concepto determina la circunferencia errada del cuerpo, y pierde de vista las percepciones infinitas que le dieron vida. Los profesores navegan con rumbo cierto pero flotando entre incertidumbres. Los estudiantes blasfeman y buscan la vida, su vida, en otra parte.
Leer, leer literatura es, en este sentido, un gesto de contra-época: perder un tiempo que no poseemos, estar a la deriva, transitar por un sendero estrecho lleno de encrucijadas, y desnuda la imagen irritante –por rebelde, por desobediente– de un cuerpo que no es...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legales
  4. Dedicatoria
  5. La fragilidad de la lectura
  6. Leer y saber
  7. ¿Enseñar a leer?
  8. Final: Mi lectura
  9. Índice