Democracia sin atajos
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Democracia sin atajos

Una concepción participativa de la democracia deliberativa

  1. 360 páginas
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Democracia sin atajos

Una concepción participativa de la democracia deliberativa

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"Un libro brillante" (Jürgen Habermas)Este libro articula una concepción participativa de la democracia deliberativa que aspira a mejorar el control democrático de la ciudadanía y defiende la importancia de la participación ciudadana frente a concepciones que menosprecian su valor. Para ello, ofrece un análisis crítico de concepciones pluralistas, epistémicas y lotocráticas de la democracia. Sus defensores proponen varios "atajos" institucionales para solventar problemas que aquejan a las sociedades democráticas como, por ejemplo, la necesidad de superar desacuerdos profundos, la ignorancia política de los ciudadanos o la baja calidad de la deliberación pública. Desafortunadamente, todos esos atajos no democráticos requieren que la ciudadanía defiera ciegamente a las decisiones de actores sobre los que no puede ejercer ningún tipo de control (mayorías electorales, expertos políticos o ciudadanos elegidos al azar). Implementar dichas propuestas socavaría, por tanto, la democracia.Además, dichas concepciones asumen ingenuamente que una comunidad política puede avanzar más rápido si ignora las creencias y actitudes de sus ciudadanos. Desgraciadamente, no hay atajos para hacer que una comunidad política sea mejor que sus miembros, ni puede una comunidad progresar más deprisa dejando atrás a sus ciudadanos. El único camino para mejorar los resultados políticos es el largo camino participativo en el que los ciudadanos transforman mutuamente sus opiniones y actitudes para forjar una voluntad política colectiva.Al hilo de esta convicción, el libro defiende una concepción de la democracia "sin atajos". Esta concepción ofrece nuevas respuestas a viejos debates sobre el alcance de la razón pública, el rol de la religión en la política y la legitimidad democrática de la revisión judicial de la legislación. También propone nuevas formas de utilizar innovaciones institucionales como los minipúblicos deliberativos para empoderar a la ciudadanía.

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Información

Editorial
Trotta
Año
2021
ISBN
9788413640464
Edición
1
Categoría
Philosophie

Parte II

¿POR QUÉ UNA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA DELIBERATIVA?

3

CONCEPCIONES PURAMENTE EPISTÉMICAS DE LA DEMOCRACIA

«¿No sería más fácil para el Gobierno disolver al pueblo y elegir otro?».
Bertolt Brecht, «La solución»
Podemos adoptar una perspectiva muy diferente acerca de las instituciones y prácticas democráticas si aceptamos que las cuestiones políticas pueden, en principio, resolverse razonablemente por la vía de llegar a un acuerdo sobre los méritos sustantivos de sus potenciales respuestas. Esto nos ayuda a ver que el ideal democrático va mucho más allá de la equidad procedimental. Mientras que los pluralistas profundos consideran que la legitimidad democrática es una función de la equidad de los procedimientos de decisión como la regla de la mayoría, la cual permite que cada participante tenga las mismas oportunidades de influir en el resultado (y por lo tanto trata a todos como iguales), los demócratas deliberativos no consideran que esto sea suficiente. Es la calidad de las justificaciones (y no solo el mayor número de votos) lo que puede otorgar legitimidad a los resultados de las decisiones democráticas. Esta opinión está en consonancia con las propias prácticas de deliberación y contestación de los ciudadanos que, como se demostró, se basan en el supuesto de que la legitimidad de muchas decisiones políticas puede verse socavada no solo por razones de procedimiento, sino también por razones sustantivas (relativas a su justicia, eficiencia, etcétera).
Como vimos en el capítulo 2, una dificultad de la concepción pluralista profunda es que el derecho al voto es compatible con un escenario en el que algunos ciudadanos salen perdiendo sistemática y repetidamente cuando las decisiones se adoptan de manera mayoritaria. Para las minorías permanentes, esta versión de la igualdad de oportunidades que la equipara al derecho formal al voto puede fácilmente equivaler a la ausencia de cualquier oportunidad efectiva de prevenir resultados mayoritarios injustos. En cambio, al rechazar el atajo procedimental, la concepción deliberativa puede dar cuenta de recursos adicionales que ya están incorporados en las prácticas e instituciones democráticas y que pueden ayudar a las minorías desempoderadas a evitar la dominación que puede ejercer una mayoría consolidada. La concepción deliberativa rechaza el principio de dar un tratamiento igual a las opiniones de todos. De hecho, requiere que mejores razones tengan mayor influencia sobre los resultados, manteniendo al mismo tiempo la igualdad de derecho al voto. Así pues, la legitimidad política está vinculada internamente a la calidad de la deliberación que tiene lugar antes de que se tomen decisiones colectivas. Al añadir este requisito discursivo, la concepción deliberativa pone de relieve una forma en la que las minorías pueden impedir el dominio político de la mayoría. Como vimos en el capítulo 2, las minorías sin poder pueden tratar de influenciar y cuestionar la opinión pública dominante mostrando que sus propuestas están apoyadas por mejores razones y, al hacerlo, mantener la esperanza de que «la coacción sin coacciones del mejor argumento» lleve a una mayoría de sus conciudadanos a transformar en consecuencia sus puntos de vista y a respaldar sus propuestas1.
Naturalmente, al evaluar la legitimidad de las decisiones políticas, solo tiene sentido añadir consideraciones sustantivas a las puramente procedimentales si suponemos que (muchas) decisiones políticas pueden tener respuestas correctas o incorrectas (o mejores y peores, o razonables e irrazonables). Esta suposición proporciona una justificación directa para añadir un requisito de deliberación a la toma de decisiones políticas. Es necesario deliberar sobre los méritos sustantivos de las decisiones políticas para aumentar la probabilidad de llegar a decisiones correctas o, como se suele decir, para «rastrear la verdad»2. La corrección de las decisiones políticas depende de la correcta evaluación de la información relevante y esto, a su vez, requiere de deliberación racional3. Esta perspectiva indudablemente expresa una intuición importante detrás del ideal deliberativo, pero su naturaleza puramente epistémica también constituye una amenaza importante para la defensa de la democracia deliberativa.
Una vez que se acepta que las cuestiones políticas pueden tener respuestas correctas o incorrectas en un sentido sustantivo, parece difícil descartar la posibilidad de que algunos puedan ser mejores que otros en averiguar esas respuestas. Si este es el caso, y la corrección sustantiva es el único objetivo, la conclusión de que estos expertos deben gobernar parece difícil de resistir. Una justificación puramente epistémica del ideal deliberativo no tiene recursos internos para explicar por qué la deliberación política y la toma de decisiones deben ser democráticas. Si la función principal de la deliberación es rastrear la verdad, como afirman los demócratas epistémicos, y resulta que la deliberación de alta calidad epistémica podría asegurarse mejor por medios no democráticos, por ejemplo, mediante la deliberación limitada a una élite de expertos en política o a un pequeño grupo de ciudadanos seleccionados al azar, entonces no quedaría ningún argumento interno para justificar la afirmación de que la deliberación y la toma de decisiones deben ser democráticas.
Una concepción puramente epistémica de la democracia está esencialmente comprometida con la epistocracia (el gobierno de los que saben)4 y solo comprometida contingentemente con la democracia (el gobierno del pueblo). Es decir, este último compromiso depende de la verdad de la afirmación empírica de que la democracia es la mejor forma de epistocracia, verbigracia, que el conjunto de los que saben resulta ser toda la comunidad política. En la medida en que el vínculo entre la deliberación democrática y la corrección sustantiva es contingente, no puede excluirse a priori que alguna forma de deliberación no democrática pueda (supuestamente) ofrecer mejores garantías de alcanzar resultados sustantivamente mejores. Si así fuera, entonces la deliberación y la toma de decisiones democráticas serían (y deberían ser) prescindibles, según este punto de vista5. Visto desde esta perspectiva, uno empieza a comprender el profundo recelo de los pluralistas hacia la democracia deliberativa, así como su insistencia en que el procedimentalismo democrático es la única forma de defender genuinamente la igualdad política y la democracia participativa.
Pero dado que, como acabamos de ver, el procedimentalismo democrático no está exento de dificultades, ¿por qué no afrontar el desafío epistémico de frente y defender la epistocracia? Al fin y al cabo, si la cuestión de la competencia política es una cuestión abierta y empírica, podría resultar que la respuesta correcta no sea la epistocracia elitista, sino la democrática. Si resulta que el conjunto de conocedores es toda la comunidad política, entonces la democracia podría defenderse por razones estrictamente epistémicas. Sería muy tranquilizador saber que la democracia es valiosa no solo por razones no epistémicas (como la igualdad, la equidad, la reciprocidad, el respeto mutuo, etc.), sino también por su probabilidad de alcanzar mejores resultados políticos que los sistemas políticos alternativos. Como afirma Hélène Landemore, «aunque siempre se sospecha que los demócratas epistémicos abren la puerta al gobierno de los expertos, sus argumentos podrían en realidad proporcionar una manera de cerrar esa puerta para siempre: estableciendo que las democracias y sus procedimientos son, a fin de cuentas, una apuesta epistémicamente mejor que las expertocracias»6. Además, incluso si resulta que la epistocracia elitista es la respuesta correcta a la cuestión de la competencia política, esto tampoco excluye necesariamente la democracia7. De hecho, las concepciones elitistas de la democracia suelen defender al menos algunas formas mínimas de igualdad política y participación de los ciudadanos. Estos compromisos, aunque se interpreten de manera limitada, son incompatibles con el autoritarismo8. Si la igualdad y la participación políticas pueden preservarse manteniendo la igualdad de derecho al voto, ¿por qué no tomar el «atajo expertocrático» para alcanzar mejores resultados políticos más rápidamente?
Aunque los epistócratas elitistas y los democráticos tienen opiniones radicalmente opuestas sobre la cuestión de quién pertenece al conjunto de los conocedores políticos (1), ambos comparten el supuesto de que el conjunto de conocedores, en virtud de su conocimiento, puede conducir a la comunidad política hacia resultados sustantivamente mejores (2). El acuerdo sobre esta última suposición es lo que hace que ambos enfoques sean concepciones epistémicas de la democracia, mientras que el desacuerdo sobre la primera los lleva a posiciones evaluativas muy diferentes respecto del ideal democrático. Mientras que los epistócratas democráticos piensan que la estrategia epistémica de justificación apoya el ideal democrático de autogobierno, los epistócratas elitistas creen que esta misma estrategia en realidad lo socava. Dado que mi objetivo sistemático al evaluar las diferentes concepciones de la democracia es determinar el atractivo y la plausibilidad de sus respectivas interpretaciones del ideal democrático de autogobierno, mi análisis de estas dos variedades de concepciones epistémicas de la democracia se centrará principal- mente en su supuesto compartido de que el grupo de conocedores puede llevar a una comunidad política a alcanzar resultados sustantivamente mejores9. No trataré de adjudicar el desacuerdo interno entre los epistócratas sobre la primera cuestión, empírica, relativa a quién pertenece al conjunto de los conocedores políticos. En su lugar, examinaré la plausibilidad de la estrategia epistémica presentando caritativamente cada uno de estos enfoques en su mejor luz para explorar las consecuencias para el ideal democrático en cada caso.
Dado que los epistócratas elitistas rechazan explícitamente el ideal de autogobierno en favor de una concepción mínima de la democracia, las consecuencias de su enfoque para el ideal democrático solo pueden analizarse indirectamente, a saber, examinando la plausibilidad de la promesa de que una epistocracia elitista alcanzaría resultados sustantivamente mejores, promesa que es común a todas las defensas epistémicas de la democracia. Teniendo presente este objetivo, mi análisis de la epistocracia de élite no cuestionará si su estrategia para identificar el conjunto de los conocedores políticos puede tener éxito o no. Más bien, argumentaré que, incluso si lo tuviera, la epistocracia de élite no puede cumplir su promesa de generar resultados políticos sustantivamente mejores. Si este argumento es exitoso podremos empezar a cuestionar la plausibilidad, no solo de la variedad elitista de la epistocracia, sino de la justificación puramente epistémica de la democracia en general. Nos permitirá mostrar que la democracia participativa puede ser más atractiva que la epistocracia —ya sea en la variedad elitista o la democrática— y esto no solo por las razones intrínsecas que los procedimentalistas destacan (equidad, igualdad, respeto, etc.), sino también por razones instrumentales relativas a la calidad de los resultados políticos que tanto importan a los epistócratas. Con respecto a los epistócratas democráticos, mi análisis se abstendrá igualmente de cuestionar si su estrategia epistémica para identificar el conjunto de los «conocedores» políticos puede tener éxito. Porque argumentaré que, aunque lo tuviera, no puede proporcionar una interpretación plausible o atractiva del ideal democrático de autogobierno.

3.1. Epistocracia elitista y la promesa de mejores resultados: el atajo expertocrático

Las concepciones epistémicas de la democracia de la variedad elitista promueven una forma mínima de democracia. Interpretan la democracia como un sistema político en el que las élites políticas compiten por los votos de los ciudadanos. Los expertos políticos son los únicos que se supone que toman decisiones políticas sustantivas, no los ciudadanos comunes. Sin embargo, al participar en las elecciones, los ciudadanos pueden obligar a las élites políticas a rendir cuentas mediante la amenaza de removerlas de su cargo10. Esta división del trabajo político permite a las concepciones elitistas de la democracia excluir a la ciudadanía de la toma de decisiones políticas sustantivas sin abrazar directamente el autoritarismo (por ejemplo, eliminando el derecho al voto de los ciudadanos). Las concepciones elitistas varían enormemente en su enfoque, perspectiva y análisis institucional, así como en sus recomendaciones para reformas institucionales. Para los propósitos presentes, no necesitamos analizar en detalle cada una de estas diferentes concepciones. En su lugar, basta con destacar sus afirmaciones fundamentales. La estrategia argumentativa para las defensas epistémicas de la democracia elitista puede resumirse como sigue.
En primer lugar, los demócratas elitistas contemporáneos se basan en la literatura sobre la «ignorancia del votante», que proporciona pruebas empíricas sobre el escaso conocimiento político que poseen los ciudadanos11. Somin ofrece algunos ejemplos:
Décadas de investigación sobre opinión pública muestran que la mayoría de los votantes están muy lejos de cumplir con los requisitos de conocimiento que demanda la democracia deliberativa. Por el contrario, a menudo ignoran incluso información política muy básica [...] La ignorancia pública no se limita a la información sobre políticas específicas. También se extiende al conocimiento de los partidos políticos, las ideologías y la estructura e instituciones básicas del gobierno. […] Por ejemplo, la mayoría de los votantes ignoran los fundamentos del sistema político de los Estados Unidos, como quién tiene el poder de declarar la guerra, las funciones respectivas de los tres poderes del gobierno y quién controla la política monetaria. […] Una encuesta de Zogby de 2006 encontró que solo el 42 % de los estadounidenses podían nombrar las tres ramas del gobierno federal. […] Otra encuesta de 2006 reveló que solo el 28 % podía nombrar dos o más de los cinco derechos garantizados por la Primera Enmienda de la Constitución12.
Sobre la base de esta evidencia empírica, se presentan dos argumentos normativo...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Agradecimientos
  6. Lista de figuras
  7. Introducción: Democracia para nosotros, los ciudadanos
  8. Parte I
  9. Parte II
  10. Parte III
  11. Bibliografía
  12. Índice analítico
  13. Índice general