Creí que borraban todo rastro de ti
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Creí que borraban todo rastro de ti

  1. 262 páginas
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Creí que borraban todo rastro de ti

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Ruanda, primavera de 1994. La tierra de las mil colinas se incendia: "Tenemos que ocuparnos de los tutsis antes de que ellos se ocupen de nosotros". París, 2017. Sacha Alona, una exreportera de guerra que ahora es crítica de restaurantes, recibe un pequeño lote de cartas. El aroma de lirios y vainilla vuelve a ella, así como una serie de eventos que ocurrieron veinte años atrás en aquel pequeño país africano.Por aquel entonces, Sacha fue enviada por su editor para cubrir las primeras elecciones democráticas en Sudáfrica. Un extraño cargamento de armas y machetes dirigen su atención a Ruanda, donde las tensiones están aumentando, aunque la comunidad internacional no llega aún a apreciar la inminencia del genocidio. Decidida a conseguir una entrevista con el líder de la FPR, Paul Kagamé, Sacha conoce a su médico personal, Daniel. Este ha estado tratando loca y desesperadamente de localizar a su familia, su esposa Rose, muda de nacimiento, y su pequeño Joseph, que desaparecieron al estallar el conflicto y comenzar las terribles masacres.Creí que borraban... es una impresionante novela sobre el genocidio de Ruanda, de un poder y una belleza inusuales.

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Información

Editorial
Armaenia
Año
2021
ISBN
9788418994265
Edición
1
Categoría
Literatura
YOAN SMADJA
Creí que borraban todo rastro de ti
Traducción de Antonio Roales Ruiz
www.armaeniaeditorial.com
Título original: J'ai cru qu'ils enlevaient toute trace de toi (Belfond, 2018)
Primera edición: Enero 2021
Segunda impresión: Febrero 2021
Primera edición ebook: Agosto 2021
Copyright © Yoan Smadja, 2019 © Belfond, Place des Éditeurs, 2019
Ilustración de cubierta: © Aline Bureau, 2017
Copyright de la traducción © Antonio Roales Ruiz, 2020
Copyright de la edición en español © Armaenia Editorial, S.L., 2021
Armaenia Editorial, S.L.
www.armaeniaeditorial.com
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas por las leyes,
la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
ISBN: 978-84-18994-26-5
Yo cogí y le mostré un puñado de polvo; le pedí, insensata,
alcanzar tantos cumpleaños como granos tenía el polvo.
Ovidio, Metamorfosis, libro XIV
1
Fue en abril de 1994 cuando le pedí a Dios el divorcio. ¿Aceptó? Creo que nunca me respondió.
Habitualmente, la primavera es una estación dorada. En abril de 1994, no fue así. Por entonces vi un país vestido todo de verde, de tierra y de aflicción.
La primera impresión se percibe desde el cielo. Lo siento mucho por los periodistas que llegaron por carretera, porque se perdieron lo más bello, a la par que singular, que ofrece Ruanda: la maraña de colinas, su geometría inacabada, atormentada, de una belleza que corta la respiración. La sensación de una naturaleza subyugada. De ese damero imperfecto nace una armonía particular, que es prueba de la existencia de un propósito. Creí descubrir en aquello algo que nos supera, más allá del azar, más allá de la mano del hombre, absolutamente incapaz de modelar un orden tan sutil, una magia semejante a la alternancia de las estaciones, al rocío de la mañana, a la esperanza.
Irresistible resulta la predilección de los seres por las apariencias, por la espuma de las cosas; en Ruanda, aquella había nublado nuestra visión. Habíamos pasado por alto tanto los acontecimientos importantes como las pequeñas señales, sin que encontraran eco alguno, ni en el hueco de los corazones, ni en el pliegue de las almas que habían pronunciado el «esto nunca más», ni ante los ojos de los vigías en los que habíamos depositado tantas esperanzas. Sin embargo, se nos dice que nos inspiremos en el océano. Él, que está tan alejado de Ruanda, que desde siempre menosprecia su superficie, desdeña el viento, el ruido de las olas, la resaca. La espuma. Porque el océano solo es profundidad, lo que hay por encima no le importa.
Deberíamos haber comprendido lo que ocurría en Ruanda mucho antes de la primavera de aquel año. Quizá habíamos tratado de no ver, de tranquilizarnos. Quizá habíamos bajado la guardia. Aunque los ruandeses y la comunidad internacional no deberían haber cedido ni un palmo de terreno, lo cierto es que habían desviado la mirada, durante años, frente a la hidra. Hasta el naufragio.
El tiempo que pasa ejerce poca influencia en nuestras vidas. Las heridas más profundas se nos infligen en un abrir y cerrar de ojos. Las que uno no se espera. Las que empujan a pedir cuentas a los seres a los que se ama con pasión. Las que terminan por separar.
Digamos que discutí —sola—; no me hizo falta mucho tiempo para admitirlo.
Fue en abril de 1994 cuando le pedí a Dios el divorcio.
Sacha Alona estaba releyendo este texto escrito veinte años antes.
Después de un descanso forzoso de varias semanas a su vuelta —su huida— de Kigali, le había comunicado al redactor jefe de Le Temps que dejaba las páginas de internacional del periódico para dedicarse a la crítica gastronómica. Él le pidió que lo repitiera. Lo tomas o lo dejas.
En pocos meses, había logrado integrarse en ese círculo tan restringido como masculino, cuyos artículos lo mismo crean que destruyen una reputación. La repostería se convirtió en su ámbito predilecto. A medida que su pluma se afinaba para describir el equilibrio de una crema de naranja, lo obvio de ciertas mezclas, limón y clavo, rosa y pistacho, trufa y kadaif, había ido teniendo la sensación de librarse de los reflejos de antaño. Lo que su mano iba ganando en sueños y en emociones sentía que iba perdiéndolo en precisión, en lucidez. En vehemencia. Obstinada y talentosa, nunca confesó sus dudas ni sus remordimientos. Había cambiado la exaltación por sueños razonables y serenos. A medida que adquiría galones en este universo mediocre, enguatado, iba quedando en el olvido que en el pasado había cubierto algunos de los conflictos más trágicos de los años ochenta y noventa. La gran reportera se había hecho crítica gastronómica, y aquello se había convertido en una pasión. Se había convertido en un refugio.
La extrañeza había sido el rasgo sobresaliente de su personalidad, desde la infancia; Sacha había sido una alumna que se sentía fascinada por cada clase, cada visita a un museo, cada fragmento de conversación captada. De tal modo que no supo qué rumbo tomar, por miedo a perderse algo apasionante, a encerrarse. Su única certeza fue que debía estar allí donde tenía lugar la historia, allí donde la multitud, los sobresaltos del tiempo le parecían de interés. Se incorporó al Instituto de Estudios Políticos de París con el sentimiento ambivalente de que lo público era tan vasto que debía abarcar todos los ámbitos y todas las materias, pero se enseñaba con tal altura que olvidaba la suerte del ciudadano, su día a día. Acudió a conferencias y descuidó las clases, pasó sus veladas con militantes politizados y dejó de prepararse los exámenes. Jamás dudó lo más mínimo cuando cualquier estudiante extranjero, en los bancos de la facultad, le proponía descubrir su país. Participó en todos los frentes, no faltó a ningún concierto. ¿Sus estudios? Un visto y no visto, castigado por algunos profesores incapaces de captar ese frenesí plagado de ausencias; aceptado con una sonrisa por otros, benévolos, conmovidos por tanto ímpetu.
Mientras que, una tras otra, las puertas de los gabinetes ministeriales, de los centros de investigación y de los grandes grupos se les iban abriendo a sus amigos, que administraban sus propias carreras y mostraban su determinación de ser tenidos en cuenta, Sacha, por su parte, vagaba. Una vez obtenido su título, como si fuera una llave maestra y aun cuando la noción misma de desempleo masivo parecí...

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