El jefe político.
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El jefe político.

Un dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 1856-1911

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El jefe político.

Un dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 1856-1911

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Este libro estudia las tensiones que surgen en el punto de confluencia entre las instancias de gobierno y quienes ocupan los amplios escalones bajos de la pirámide social. Se centra en una institución que fue fundamental en México y en muchos países, el jefe político, y desmenuza sus atribuciones y acciones en un país aún en formación. La obra explica cómo los procesos de dominación transforman a las sociedades pero, a la vez, cómo ese mando fue resistido y moldeado desde abajo. Finalmente, este libro es un intento por ir más allá de la narrativa de la formación del estado y descubrir un mundo heterogéneo y diverso, donde resalta la capacidad pueblerina para lograr aflojar algunos de los nudos recurrentes del dominio.

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Información

Año
2015
ISBN
9786074629576
Categoría
History
Categoría
Mexican History
II. DEL PODER: FACULTADES, LÍMITES Y ESTILO
Durante el primer y convulsionado medio siglo de la joven nación mexicana no escasearon, ante su eventual desintegración, los momentos de gran incertidumbre y temor. La elección de la forma política que debería adoptar el país dio pie lo mismo a guerras civiles que a un intenso debate sobre el federalismo y las libertades de las regiones, los grupos y las personas: todos los contendientes tuvieron que afrontar el problema capital de la relación entre las regiones y el centro, así como los nexos y formas de dominio que se establecerían vis a vis entre autoridades superiores y autoridades distritales, municipales, pueblos, comunidades e individuos.
Esta obra no incursionará en los disparejos procesos de formación del estado nacional, ni hará de éste el actor central de la narrativa y el meollo de la investigación, sino, por el contrario, los explorará desde la perspectiva de los grupos subalternos. No obstante, primero es necesario establecer los fundamentos institucionales y el marco formal de gobierno, con el fin de, más adelante, instituir un contrapunto entre ello y la abigarrada realidad social. Empezaré, entonces, por apuntar los ejes institucionales que enmarcaron a las prefecturas y jefaturas políticas, eslabones de poder que se crearon, precisamente, para desempeñar un papel fundamental en la compleja integración territorial, política, jerárquica, económica y jurídica que moldearía a la sociedad mexicana dentro de una estructura relativamente homogénea, centralizada y gobernable; eslabones, digo, que constituyeron auténticas llaves de paso con las que se buscaba regular la tensión derivada del choque entre las fuerzas que tendían a dispersar el mando y aquellas que propendían a concentrarlo.
Este capítulo está organizado en cuatro partes. La primera constituye un apuntamiento histórico de las principales atribuciones de las prefecturas y jefaturas políticas; enseguida se arroja luz sobre los intentos del estado mexicano por perfeccionar el conocimiento y control tanto de las poblaciones como de su entorno geográfico; en tercer lugar, para salir del estricto corsé institucional y adentrarse en la actuación de las jefaturas en el mundo real, se analizarán sus redes de amistad y compadrazgo clientelístico; el capítulo concluye con el examen de cómo los poderes legislativo y ejecutivo buscaron construir mojoneras a los poderíos informales, las extralimitaciones y los abusos típicos de estos funcionarios que, si se leen en un espejo, proyectan una imagen cercana a su ejercicio en el mundo concreto de los hombres y las mujeres del pueblo llano, frecuentemente empañada por sus incompetencias, extralimitaciones y mano dura.
I. VERICUETOS INSTITUCIONALES
Después de cortar las amarras del dominio de España, y durante más de medio siglo, la constante efervescencia ocasionada por las luchas civiles e intervenciones extranjeras dificultó en extremo el establecimiento en México de un gobierno eficiente y centralizado. En ese abigarrado escenario, se dieron no un proceso general evolutivo de las jefaturas políticas, sino, según la época y el lugar, muy variadas formas locales, en ocasiones contradictorias.[1] Durante los 105 años que tuvieron vida, de 1812 a 1917, adoptaron denominaciones variadas: gefes de departamento, gefes de policía, gefes de partido, jefes y prefectos políticos, entre otros, y si bien ciertas de sus atribuciones apenas se asemejaban —algunas eran francamente diferentes—, otras, como la de mantener la “tranquilidad pública” y ser el conducto formal entre autoridades de los estados y las que estaban por debajo, como las de municipalidades, municipios y pueblos, se parecían enormemente no sólo en diversas entidades sino, incluso, en varios países de América Latina; esto es, ciertos patrones se asemejaban hasta cierto punto, a los de las prefecturas y jefaturas políticas de numerosos países del continente, como los de Colombia y Guatemala.[2]
Las prefecturas y jefaturas políticas, hundidas sus raíces en la historia novohispana y en los poderosos subdelegados de los distritos, eran profundas. Surgieron en el ocaso de la época colonial y, con altibajos, se mantuvieron a lo largo y ancho del territorio aun hasta que la constitución revolucionaria de 1917 las abolió definitivamente, aunque en ciertas entidades las autoridades revolucionarias derogaron su existencia más tempranamente, como en el Estado de México, desde septiembre de 1914 por disposición del general Francisco Murguía, gobernador y comandante militar.[3] De acuerdo con las directrices impulsadas por los revolucionarios en el país, la mayor parte de sus poderes pasaron a formar parte de las prerrogativas municipales, en especial después de la constitución de 1917 que uniformó e impulsó este cambio. En términos de los derechos sobre tierras, bosques y aguas, buena parte del control quedó en manos de las nuevas instancias del programa agrario de la revolución: las autoridades ejidales.
Estos funcionarios, gracias tanto a que disponían de una amplia gama de prerrogativas como a los imperios de corte personal y clientelístico que los caracterizaron, fueron tendiendo redes de dominio personales dentro de las ciudades, rancherías, haciendas, pueblos, barrios, pequeñas propiedades y reales mineros, hasta alcanzar a quienes habitaban los más apartados rincones del país. Como sucedió en muchos otros países de América Latina, su contribución a la gobernabilidad y a la formación de las naciones —en este caso, la mexicana— estuvo directamente vinculada con esta posición estratégica de intermediarios inevitables entre el poder ejecutivo, estatal y federal, y las instancias comprendidas en sus distritos.
Las jefaturas encabezaron maquinarias de gobierno complejas y relativamente eficientes que representarían un gozne entre numerosas esferas: relacionaban a los que dominaban con los dominados, y al poder de la nación y de los estados frente a aquel que se hallaba depositado en las últimas autoridades y pobladores; ponían en práctica algunos mecanismos tendientes a regular la tensión entre propietarios, influyentes y gobernantes frente a quienes tenían menor poder y menos posesiones, y además, ayudaban a regular los difíciles nexos entre quienes decidían cómo, y con qué fines, el estado detentaría su poder mediante las armas y quiénes debían participar en los diversos cuerpos militares y sufrir sus acciones. Estaban encargados, como he dicho, de la “tranquilidad pública” y procuraban crear condiciones óptimas para el crecimiento económico. En suma, se forjaron para empezar a dibujar en la realidad el proyecto moderno de nación —liberal o conservador, federal o centralista— que se iba ideando desde los centros de poder.
Si bien su tono coercitivo impregnaba la mayor parte de los ámbitos en que operaban, también —la otra cara de la moneda— auxiliaban a asegurar el debido lustre de los ritos y rituales de la administración, instrumentaban formas —entre otras, las estadísticas, los censos, los mapas y los padrones— para que los gobernantes conocieran y controlaran detalladamente el tejido social, y cumplieran con las tareas propias de lo que se concebía como buen gobierno: salubridad, hospitales, beneficencia, escuelas. Incluso llegaban a servir como baluartes de la “moral pública”. Se esperaba, sobre todo en el discurso público, que, aunque modestamente, contribuyeran a “legitimar” gradualmente las acciones del poder público y su notable interferencia en la vida privada y la sociedad.
La conformación de la geografía política formal y la integración territorial de México, y el que las diputaciones provinciales sirvieran como basamento institucional y de práctica política del estado federal mexicano, tuvieron fundamento, como lo ha mostrado Nettie Lee Benson, en la constitución española liberal promulgada en Cádiz en 1812,[4] la que, no obstante, creó una poderosa correa de centralización, cuyo propósito fue mantener la autonomía de las regiones dentro de límites manejables, anhelo muchas veces fallido, dada la debilidad del gobierno y, en muchas coyunturas, la preponderancia de las élites locales, que con cierta frecuencia trataron, y a veces lograron, apoderarse de las jefaturas.[5]
Estas labores de control y centralización recayeron en buena medida en las jefaturas políticas. En 1812, surgió la “diputación provincial”, institución en la que los diputados americanos centraron sus esfuerzos para lograr que las primeras gozaran de mayor independencia, lo cual no evitó que las jefaturas políticas quedaran asentadas en la constitución y con amplios poderes: de hecho, tanto Ramos Arizpe, diputado por la Nueva España, como un representante del Reino de Guatemala, se opusieron a tal cantidad de prerrogativas, pues preveían que los funcionarios que las desempeñarían incurrirían en posibles abusos que, argumentaban, se asemejarían a los que cometían los virreyes en América.[6]
De las múltiples...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
  3. ÍNDICE
  4. AGRADECIMIENTOS
  5. INTRODUCCIÓN
  6. I. EL ENTORNO, LOS POBLADORES Y SU HISTORIA
  7. II. DEL PODER: FACULTADES, LÍMITES Y ESTILO
  8. III. BIENES, DERECHOS E IMPUESTOS
  9. IV. LA PRECARIA MODERNIZACIÓN LIBERAL
  10. V. VIEJAS QUERELLAS, NUEVAS ARENAS: LA CIENCIA Y EL ARTE DE LA CONTENCIÓN
  11. VI. LOS PUEBLOS ANTE EL ÚLTIMO RECURSO: BREVE MATRÍCULA DE LA VIOLENCIA
  12. EN SUMA
  13. CUADERNILLO A COLOR
  14. ENCARTE. Mapa México, 1885
  15. ANEXOS
  16. ANEXO A. Cronología, 1852-1917
  17. ANEXO B. Cuadros y gráficas
  18. ANEXO C. Solicitudes y formatos para la adjudicación de terrenos
  19. ANEXO D. Mapas
  20. BIBLIOGRAFÍA
  21. CATÁLOGO GENERAL DE IMÁGENES
  22. ÍNDICE ANALÍTICO
  23. SOBRE LA AUTORA
  24. COLOFÓN
  25. CONTRAPORTADA