La seducción de la extrema derecha
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La seducción de la extrema derecha

Un ensayo sobre el comportamiento electoral y la psicología tras el voto populista

Adrián Lardiez

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La seducción de la extrema derecha

Un ensayo sobre el comportamiento electoral y la psicología tras el voto populista

Adrián Lardiez

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"Los periodos de crisis sacian a la extrema derecha y cualquier populismo y más tras una recesión en la que la clase gobernante se olvidó de quienes les pusieron en esa posición de poder".Del prólogo de Nacho Caballero.Enciendes la televisión, pones una tertulia política y todo son intervenciones rápidas en busca del titular. Los conceptos se desgastan, se banalizan y pierden su significado real. Eso le ha pasado al populismo, que se usa como una definición de la actitud política mentirosa. Su irrupción en el panorama político mundial ha puesto en cuestión los márgenes habituales de la política y ha permitido aterrizar en el tablero ideológico a actores que no tenían cabida antes.La seducción de la extrema derechaplantea un ensayo que mezcla teoría política con psicología social para llegar a comprender el comportamiento electoral frente a esta ola populista.

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Información

Año
2021
ISBN
9788418769320

Capítulo 1. El populismo como creador de sujetos populares

El icosaedro populista

«Epidemia viral», «amenaza», «enemigo principal de la democracia liberal» o «degeneración de la democracia» (Llosa, 2017, p. 9). Todas estas adjetivaciones se encuentran en uno de los últimos libros publicados sobre el populismo: El estallido del populismo, de junio de 2017. En este ejemplar, Mario Vargas Llosa se refiere en estos términos a los fenómenos populistas. Él, al igual que muchos analistas, periodistas y políticos, maneja una definición del concepto «populismo» como sinónimo de demagogia. Esta acepción, con la irrupción de movimientos calificados de populistas en Europa y Estados Unidos, se escucha día sí y día también. Sin embargo, existen autores que difieren de esta definición de populismo y profundizan más en el fenómeno a fin de dar con el último reducto puro.
Es el caso de autores como Peter Wiles, quien elaboró una lista de veinticuatro rasgos definitorios. Al filósofo y teórico político argentino Ernesto Laclau no le convenció ni la ristra de características de Wiles ni otras más limitadas (numéricamente hablando). En su opinión, hay un error en el enfoque, ya que otros autores buscaban la esencia del populismo en contenidos políticos, en la ideología de los movimientos: «Denominarlos populistas implicaría diferencias de atributo de otras caracterizaciones en el mismo nivel de definición, como “fascistas”, “liberal”, “comunista”, etc.» (Laclau, 2005, p. 51). De esta manera, Laclau propone acercarse al concepto desde un punto de vista ontológico y no óntico, es decir, analizando la lógica de articulación de los contenidos y no los contenidos per se.
En La razón populista, Laclau desarrolla su visión sobre el populismo, un fenómeno que entiende que consiste en la construcción de sujetos populares a partir de una lógica equivalencial conformada entre lo que llama sujetos democráticos (demandas diferenciales). De esta manera, se crearía una nueva identidad que descansa sobre unos significantes vacíos y que exige el establecimiento de una frontera interna que dicotomiza la sociedad en dos polos antagónicos e irreconciliables (Laclau, 2005).

Del sujeto democrático al sujeto popular

Ernesto Laclau recurre a la palabra «demanda» como la unidad de análisis mínima de su teoría. Todo comienza ahí. La «demanda» como sinónimo de petición, es el «hilo conductor» y la «forma elemental de construcción del vínculo social» (Laclau, 2009, p. 53).
Dentro de un orden social imperante existe un ciudadano con una demanda insatisfecha. Esa demanda es trasladada a la Administración a fin de que sea subsanada. La petición no se puede autosatisfacer, sino que se entiende que es necesario recurrir al Gobierno. La Administración tiene dos opciones: o bien satisface la demanda o, por el contrario, la desestima. Por ejemplo, varios vecinos de una villa situada a las afueras de Buenos Aires (Argentina) reclaman a la Administración local una línea de autobús hacia el centro de la ciudad para facilitar el traslado hacia sus respectivos lugares de trabajo. El Gobierno puede satisfacer —o no— la demanda. Al mismo tiempo, vecinos de la villa colindante a la primera exigen una mejora del sistema de alcantarillado de sus calles, y los campesinos de una localidad situada a dos kilómetros de distancia de ambas villas reclaman subsidios a la Administración, ya que las fuertes lluvias han aniquilado sus cosechas. Cada petición se realiza de manera individual, son demandas particulares. Laclau las denomina demandas democráticas, y a las personas que las reclaman, sujetos democráticos. Estos ciudadanos se mueven en un orden social institucionalista y diferencial. A estas lógicas sociales las denomina lógicas de la diferencia.
En caso de que tan solo exista una o dos demandas no satisfechas, no pasará a mayores. Pero, ¿qué ocurriría si los residentes en la primera villa toman consciencia de que sus vecinos reclaman un sistema de alcantarillado y los campesinos de la localidad de al lado unos subsidios? ¿Y si entran en contacto con otros colectivos que reclaman seguridad, vivienda, educación…?
Los vecinos del ejemplo pueden no tener nada en común: estatus económico diferente, situación geográfica distinta, diferentes niveles educativos, edad, ocupación… Pero hay un común denominador que vincula a todos ellos: tienen demandas insatisfechas. En otras palabras, «las demandas comparten una dimensión negativa», (Laclau, 2009, p. 56).
En este punto, surge el proceso que Laclau llama lógica equivalencial. Los diferentes sujetos populares (demandas diferenciales, particulares) pueden reagruparse en torno a la base negativa de la demanda y establecerse así una cadena equivalencial. Esta cadena se tornará en red equivalencial y se originará, de esta manera, un nuevo sujeto: el pueblo.
Cada demanda es tan particular e individual como el sujeto. Si una Administración de un orden social determinado es capaz de absorberlas, la cadena equivalencial no podrá articularse. Sin embargo, si existiera una pluralidad de demandas insatisfechas y una creciente incapacidad de las instituciones para proponer soluciones, las demandas democráticas pueden tornarse en demandas populares: el sujeto democrático se torna en sujeto popular, surgiendo así la ruptura populista.
Laclau sostiene que esta ruptura requiere, necesariamente, el establecimiento de una frontera interna. Aquí surge el carácter anti establishment o anti statu quo de los movimientos populistas: el sujeto popular construido mediante una lógica equivalencial se enfrenta a una Administración incapaz de absorber sus demandas. Se configuran, de esta manera, dos polos antagónicos, opuestos y cuyo corolario es la dicotomización de la sociedad: Nosotros, el pueblo oprimido, frente a Ellos, el establishment opresor.

La construcción del pueblo y los significantes vacíos

El auge de una serie de demandas insatisfechas provoca su reagrupación en torno a la insatisfacción de las propias demandas. Surge así, de varios sujetos democráticos, un sujeto popular, el pueblo, y se establece una frontera interna entre el pueblo y la Administración que ha sido incapaz de dar respuesta a las demandas democráticas.
De esta manera, se origina un nuevo sujeto popular cuya consistencia radica en la tensión permanente entre las demandas particulares y la lógica equivalencial. Lo único que comparten todos los puntos (individuos) de la red equivalencial es su rechazo y hostilidad hacia el grupo que les ha denegado la satisfacción de sus peticiones. Ahora bien, esta red es fácilmente atajable: si la Administración subsana ciertas peticiones inscritas en el pueblo o si no se dota de cierta consistencia al sujeto popular, este se desintegrará.
Hay que mantener cierto equilibrio entre la tensión democrática y popular. Laclau menciona (2009) que se trata de la misma suerte de los puercoespines de Schopenhauer (dilema del erizo) a los que se refiere Freud: si se distancian demasiado mueren de frío, pero si se acercan en exceso, acabarán pinchándose unos a otros, provocándose daño. Las relaciones entre los sujetos democráticos de nuestro tejido social denominado pueblo se mantienen en constante tensión. Los nodos comparten la base negativa de la demanda, pero si estas demandas tan solo son particulares, no surge un sujeto popular, sino que se inscriben en el sistema institucionalista; y si todas y cada una de las demandas se asocian a la red equivalencial, se perderá intensidad.
Entretanto, con las propias dinámicas que surgen dentro del sujeto popular, llega un punto en el que una demanda comienza a privilegiarse y a ganar terreno al resto, de tal manera que acaba por expresar la totalidad del sujeto popular. Se trata de un enfoque holístico, ya que no es que una demanda se imponga al resto, sino que, por alguna razón, adquiere cierta centralidad a partir de las dinámicas entre particulares, y surgen así una serie de significantes que revelan la naturaleza del pueblo.
Toda identidad popular requiere de una serie de elementos simbólicos (imágenes, palabras…) que condensen y den cuerpo al sujeto popular. De no ser así, la red equivalencial no sería más que una suerte de tejido surgido de demandas particulares que acaban inscribiéndose en el sistema institucional imperante, puesto que no comparten más que cierto grado de solidaridad.
En suma, el lazo equivalencial, que al principio de la constitución del pueblo estaba subordinado a las demandas particulares, ahora se subvierte y se produce una relación inversa. El lazo equivalencial gana autonomía y tiene influencia en las demandas particulares. En este punto, queda claro que de la tensión particularidad-sujeto popular surgen una serie de significantes que expresan la totalidad del pueblo. A estos significantes que funcionan como totalizadores y unificadores Laclau los llama significantes vacíos.
El sujeto popular no comparte más que la insatisfacción de sus demandas. Y cuanto mayor número de demandas democráticas aglutina menor será la intensidad. Aquellos que señalan que el populismo es pura retórica y que no es más que un discurso vacío y vago, no andan muy desencaminados . Como no existe ningún supuesto anterior que aglutine al sujeto popular, se establecen unos significantes que deben ser lo suficientemente vacíos como para representar la totalidad del pueblo.
La palabra «trabajadores», en cualquier discurso, se podría entender como una alusión sectorial. Sin embargo, en el peronismo ganó centralidad y acabó por erigirse como el totalizador del movimiento del general Juan Domingo Perón[1]. Se trata, por tanto, de utilizar conceptos en disputa política, insuflarles un contenido —el del movimiento—, adueñarse de él y utilizarlo. Por ejemplo (se analizará más detenidamente en el capítulo 4 de este trabajo), Donald Trump enarboló un discurso cuya centralidad era el sujeto popular que había configurado: el pueblo, al que llamó «american people». Y como «no hay populismo sin construcción discursiva del enemigo» (Laclau, 2009, p. 59), no solo se requieren significantes vacíos que den unidad, cohesión y coherencia al sujeto popular, sino que, como la precondición equivalencial es la oposición al régimen imperante, se requiere representar continuamente el otro lado de la frontera: el ancien régime, el establishment, el poder, la oligarquía, la casta…
Estos significantes que representan los dos polos antagónicos no son los únicos. Existen otros surgidos de la totalización del movimiento. La cadena equivalencial requiere de una representación que solo es posible cuando una demanda particular, sin abandonar su individualidad, empieza a funcionar como un significante vacío que representa la totalidad del sujeto popular. Por ejemplo, Laclau menciona que las demandas de solidaridad en Gdanks (Polonia), que comenzaron siendo un reclamo de los trabajadores, terminaron por representan el tejido equivalencial íntegro (2009). Otro gran ejemplo serían las tres demandas que condensaron la Revolución rusa de 1917: «Paz, pan y tierra». No todos los sujetos democráticos que formaban parte del movimiento revolucionario tenían esas peticiones, pero significantes vacíos tales como «justicia» o «libertad» consiguieron aglutinar a un mayor número de demandas democráticas y particulares que se expresaron en el lema «paz, pan y tierra». Este ejemplo es esclarecedor y evidencia que tres demandas ganaron centralidad y acabaron por expresar la totalidad de la Revolución rusa.
Los significantes vacíos tienden a dar consistencia e impacto a las demandas, pero también restringen su autonomía. En la década de 1940 y 1950, el Partido Comunista Italiano tenía numerosas demandas en varios frentes. Estas se inscribieron en el tejido equivalencial y, del resultado de sus lazos, las demandas ganaron definición y sus objetivos fueron más eficientes, pero tenían un menor margen de maniobra porque estaban subordinadas a unos objetivos comunes estratégicos.
Solo es posible construir un sujeto popular con significantes tendencialmente vacíos (Laclau, 2005). Además, para que sean eficazmente políticos, los significantes deben ser «pobres», «vagos», «vacíos», dado que su cometido es homogeneizar un tejido heterogéneo.

Populismo

Con esta descripción ya estaría completa la visión de lo que es el populismo según la teoría de Ernesto Laclau. Cuando unos sujetos democráticos con demandas particulares se agrupan en torno a la insatisfacción de sus demandas se produce una ruptura populista que dicotomiza la sociedad en dos polos antagónicos mediante el establecimiento de una frontera interna: «Nosotros, el pueblo oprimido, contra Ellos, el establishment opresor». Este sujeto popular se constituye gracias a una cadena equivalencial, por lo que, para no desintegrarse, deben surgir unos significantes vacíos que, siendo fruto de la suerte equivalencial y sin abandonar la demanda particular, se erigen como la totalidad del movimiento. Pero falta un último paso. El objetivo final del sujeto popular es la universalidad. El pueblo es un plebs (un conjunto de ciudadanos) que reclama ser populus (la totalidad del orden social). Ahora sí, la noción de la perspectiva de Laclau con respecto al populismo estaría completa.

Significantes vacíos: la permutación del signo político

Con la definición de populismo descrita, en la que se entiende el fenómeno como una lógica de articulación cuyo corolario es el establecimiento de una frontera interna que dicotomiza la sociedad en dos polos antagónicos, surgen dos dudas. La primera tiene que ver con la inscripción de las demandas en uno u otro polo. ¿Todas las demandas se adscriben a alguna de la...

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