SECCIÓN I: LINGÜÍSTICA Y DIDÁCTICA DE LAS LENGUAS
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Reflexiones sobre la motivación del lenguaje
IRAIDE IBARRETXE-ANTUÑANO
Universidad de Zaragoza-IPH
Una de las características que nos indican que los niños van avanzando adecuadamente en su desarrollo cognitivo-emocional es cuando, en la etapa preescolar, empiezan a preguntar el porqué de las cosas: desde preguntas «científicas» como «¿por qué llueve?» hasta preguntas «embarazosas» como «¿por qué lleva el pelo tintao esa señora?». En los años posteriores, los niños siguen preguntado, pero el matiz de las preguntas, además de cambiar, también suele empezar a adaptarse a las estrategias y convenciones comunicativas; eso sí, la insistencia no cesa y es que, no en vano, el preguntar es una de nuestras capacidades cognitivas más importantes. No hay que olvidar que el hacer una pregunta indica que se tiene la capacidad de la abstracción y que solamente interpelando, haciendo preguntas, algunas totalmente estrambóticas, es la manera como se ha llegado a tener el conocimiento que actualmente poseemos los seres humanos.
No sé si la insistencia inquisitiva infantil fue uno de los motivos por los que a finales de los años setenta y los ochenta se hizo famosa toda una colección de libros titulada Dime por qué. Yo la recuerdo bien. En mi casa había una, de tapa dura, color rojizo y con las letras blancas y filigranas en oro. Me veo a mí misma, sentada en el suelo de mi cuarto, ojeándola y leyendo un articulito aquí, un articulito allá. Y es que eran pequeñas entradas con ilustraciones que explicaban el porqué de las cosas. No sé si me influyó en algo toda esa enciclopedia. Lo que sí que es cierto es que hoy en día, unas cuantas décadas después, me sigo preguntando, como cualquier niño, por qué suceden ciertos fenómenos y, de hecho, el leit motiv de toda mi carrera investigadora siempre ha girado en torno a la misma pregunta: el porqué del lenguaje, o por acotarlo un poco más, el fenómeno de la motivación del lenguaje. El objetivo de este ensayo es ofrecer una reflexión personal, basada en mi investigación, sobre el concepto de motivación del lenguaje en relación con la cognición y sobre aspectos clave como el significado, el uso y la forma.
1. El concepto de motivación
Si se busca en el Diccionario de lengua española (ASALE, 2014) la definición de la palabra motivación, se dice que es el «conjunto de factores internos o externos que determinan en parte las acciones de una persona». Como suele ocurrir con las definiciones del DLE, tiene luces y sombras. Quizás la sombra más grande sea la palabra determinan, puesto que en un contexto lingüístico, como el de este ensayo, puede llevar a históricas interpretaciones erróneas sobre la influencia entre lenguaje y pensamiento, un tema del que me ocuparé en la sección 3. Sin embargo, sí tiene algunas luces, como el hecho de que sea un «conjunto de factores» y que puedan utilizarse para explicar «parte de» algo. Es decir, que a la hora de buscar los porqués se ha de ser consciente de que es poco probable que demos con esa única, unívoca y comprehensiva explicación, sino que más bien estaremos ante una miríada de explicaciones poliédricas. Al menos eso es lo que yo creo que puede ocurrir cuando se trabaja sobre el lenguaje, especialmente en relación con la cognición y la comunicación; es decir, en mi área de especialización, que yo describiría como la relación que existe entre la capacidad del ser humano de comunicarse a través de unos recursos lingüísticos multimodales y las capacidades cognitivas que tienen todos los seres humanos y que se desarrollan en un entorno socio-cultural específico.
Como ya he advertido en este ensayo, voy a intentar ofrecer mi visión sobre el concepto de motivación. Y empezaré por dar una definición de lo que considero que es la motivación del lenguaje. Es la siguiente: el conjunto de factores que pueden explicar cómo y por qué los seres humanos somos capaces de procesar y comunicar conceptos a partir de nuestra conceptualización del mundo a través de unos recursos multimodales específicos de manera ontogenética y filogenética.
Al igual que yo soy consciente de las limitaciones incardinadas en una visión tan personal, el lector ha de ser también consciente de que esta visión de la motivación siempre va a ser no solo personal, sino también incompleta y abierta a otras explicaciones complementarias. Eso sí, también ha de ser sabedor de que esta visión no se ha edificado sobre meras intuiciones –el hecho de que no se propongan respuestas verdaderas absolutas no significa que no sean respuestas científicas, más bien al contrario–, sino sobre unos cimientos epistemológicos y metodológicos sólidos, testados en diversas lenguas del mundo. A continuación se resumen brevísimamente los tres pilares en los que se sustenta mi reflexión y que, por tanto, es preciso tener en cuenta para contextualizar las ideas que se ofrecen en las siguientes secciones.
El primer pilar sería el de la lingüística cognitiva (Croft y Cruse, 2004; Geeraerts y Cuyckens, 2007; Ibarretxe-Antuñano y Valenzuela, 2012, 2020; Dąbrowska y Divjak, 2016; Dancygier, 2017). La LC es un enfoque teórico que pone de relieve la estrecha relación que hay entre el lenguaje y la cognición y que presta especial atención a los significados (conceptos), de toda expresión lingüística (desde un alófono hasta una estructura compleja). Estos significados se explican desde la conceptualización experiencial del hablante, se relacionan con el conocimiento del mundo de este (carácter enciclopédico del significado) y se basan en el propio uso del lenguaje. De ahí que las características del lenguaje, según la LC, se puedan agrupar bajo cuatro principios básicos: 1) el lenguaje es cognición (fenómeno integrado dentro de las capacidades cognitivas humanas); 2) el lenguaje es simbólico (compuesto de unidades formadas por la asociación entre una forma (construcción) y un significado (conceptual, enciclopédico, contextualizado); 3) el lenguaje es motivado (o corporeizado, es decir, incardinado en la naturaleza sensorio-motora del ser humano y en su percepción e interacción con el mundo físico, social y cultural que lo rodea [Johnson, 1987]), y 4) el lenguaje está basado en el uso (se fundamenta tanto sobre el conocimiento acumulativo de su propia utilización en contextos reales como en las generalizaciones extraídas de ese uso; por lo que es un sistema dinámico, complejo, emergente y adaptativo (Langacker, 1987, 1991; Kemmer y Barlow, 2000; Tomasello, 2003; Goldberg, 2006; Bybee, 2010).
El segundo pilar sería la tipología semántica y el relativismo lingüístico. La tipología semántica se encarga de investigar los aspectos universales (y los divergentes) que existen en las restricciones que las lenguas imponen a las representaciones semánticas de diversos dominios conceptuales (Koptjevskaja-Tamm et al., 2007; Evans, 2011; Majid, 2015; Moore et al., 2015). Por un lado, se investigan qué conceptos se encuentran en las lenguas del mundo. Esto se suele hacer en dos pasos: 1) describiendo los etics –características (componentes o distinciones semánticas) que intervienen en la conceptualización y la categorización de un determinado concepto–; y 2) averiguando cómo se distribuyen en cada lengua y estableciendo los emics –categorías propias de cada lengua. Por otro lado, se investigan cómo se organizan y codifican estos mismos conceptos de manera lingüística a partir de la realización de varias tareas: 1) la compilación de estructuras lingüísticas para la codificación; 2) la descripción del alcance semántico de cada estructura, y 3) el establecimiento de la granularidad (grado de especificidad) del concepto codificado por cada estructura.
La relación entre el concepto y su codificación en una determinada lengua no es baladí, puesto que l...