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La mirada a la persona en la educación integral
1.1. Introducción
Este capítulo enfatiza la dignidad de la persona en la auténtica educación y, por tanto, el enfoque adoptado excede la mera preocupación por el rendimiento académico. En la medida en que se sitúa el punto de mira en el desarrollo personal, es muy posible que también se contribuya a la prevención del fracaso escolar. De hecho, muchas de las consideraciones que se realizan pueden tomarse como referencia para el quehacer habitual en los centros escolares.
En lo que se refiere a la persona, algunas concepciones pedagógicas, consciente o inconscientemente, se han centrado más en la esencia y otras en la existencia, pero aquí se subraya el compromiso con ambos aspectos. Desde esta perspectiva, tras repasar algunas cuestiones filosóficas, hay un acercamiento a asuntos pedagógicos de actualidad y se hace hincapié en el carácter humanizador/personalizador de la educación. Se describen también algunas de las dimensiones fundamentales de la educación y diversas propiedades de la persona con alto valor pedagógico. Asimismo, se insiste en que la personalización es superación de la individualización y de la socialización, y se concluye con el recordatorio de que la pedagogía está comprometida con la mejora personal, con la felicidad, el amor, la libertad y la convivencia.
1.2. Sobre el concepto de persona
La necesidad de hallar el sentido y el significado al ser y al estar de la persona en este complejo mundo es cuestión palpitante en muchas disciplinas y, desde luego, también en el ámbito de la pedagogía del siglo XXI. Como no hay teoría pedagógica sin una concepción explícita o implícita de la persona, en estas páginas queremos reflexionar sobre la compleja y arcana realidad personal. Parece, pues, procedente la aproximación a la antropología, esto es, al conocimiento del ser humano. En su vertiente pedagógica, la ciencia antropológica acerca su lente al homo educandus, es decir, a la persona en cuanto ser educable, aunque también se interesa por los procesos de transmisión cultural en una determinada comunidad. Obviamente, las concepciones sobre la persona y la educación varían significativamente según las culturas.
Por muchos conocimientos que poseamos sobre el ser humano, la persona, al menos parcialmente, es un enigma para sí misma. Esta aseveración nos anima a parafrasear al romántico Bécquer (1836-1870) y decir que, mientras el hombre sea un misterio para sí mismo, ¡habrá poesía!, esto es, verdad estética, razón cordial. Además, debe haber un lugar para la poesía, para la belleza, en el territorio pedagógico. No sorprende, por otra parte, que todas las culturas hayan tratado de desvelar los misterios del mundo personal. Se dice que en el templo de Apolo en Delfos, lugar de culto en la antigua Grecia, figuraba la inscripción: «Conócete a ti mismo», y, ciertamente, continúan los desvelos por dar cumplimiento al imperativo. Hasta llegar a nuestros días se ha recorrido un largo camino heurístico, a menudo laberíntico, al que no ha sido ajena la pedagogía, en cuyo marco indagativo interesa ahora el concepto de persona como sujeto y como objeto de la educación en nuestra cultura occidental.
Hagamos inicialmente un rápido repaso etimológico. La palabra persona nos llega del latín persōna (máscara de actor, personaje teatral), que procede del etrusco phersu, que a su vez deriva del griego πρόσωπον. El infinitivo personare, con el significado de «hacer resonar la voz», nos remite al sonido que emitía el actor a través de la máscara. De manera que el vocablo persona ha ido asumiendo sucesivamente los significados de «máscara de actor» y «personaje teatral» hasta llegar al actual de «persona». Si adoptásemos una posición crítica, variable según la experiencia de cada cual, diríamos que en el vasto mundo educativo, en el que no escasean los tartufos, hay también «caretas», «disfraces», «ecos» y «silencios».
En este tiempo pandémico en que el virus maligno se ha convertido en enemigo público número uno, se ha generalizado el uso de la mascarilla, singular careta de alto valor semiótico, en el escenario social, en el que interpretamos muy a nuestro pesar una obra de ambiente hospitalario. Todos nos parecemos un poco más con este obligado complemento facial, asociado al contexto sanitario, que nos cubre, protege y, al mismo tiempo, limita considerablemente nuestra comunicación. El rostro, fundamental en la expresión de las emociones, queda ahora parcialmente tapado y con él muchos indicadores de nuestros estados de ánimo, lo que nos obliga a imaginar la sonrisa completa, los dientes que desdeñan, la mueca de obstinación o de pena... El tapaboca, omnipresente en la vida cotidiana, se ha convertido en el particular carcelero de los gestos. Y en verdad, esta profiláctica prenda de nuestro atuendo confina nuestra expresión, resignada mímica. Un espectáculo extraño y gris al que asistimos sin querer, pero que no ha de frenar los latidos del corazón ni el brillo de la mirada. La mascarilla, que nos recuerda nuestra condición dramática, es hoy símbolo de fragilidad y de solidaridad, de miedo y de protección. Con reminiscencia calderoniana, en el gran teatro del mundo todos hemos de representar con generalizado e inquietante enmascaramiento el papel que nos toca.
No nos olvidamos tampoco de la ontología, que se pregunta por el ser, o sea, por la realidad personal y sus propiedades. Incluso en el marco concreto de la ontoteología se han estudiado más las personas divinas del dogma trinitario que las humanas. Y si nos adentramos en la filosofía, una de las corrientes interesadas en el hombre que más han destacado es la personalista. En el siglo XX, el personalismo filosófico ha tenido significativo impacto en la pedagogía, orientada así al enriquecimiento de la persona.
Antes de seguir, procede recordar que en la concepción de persona ha habido dos corrientes principales: la sustancialista y la proyectiva. La primera es más estática; considera que la persona es sobre todo sustancia. La corriente proyectiva, sin embargo, da más importancia al existir, al devenir biográfico, que al ser. Desde esta perspectiva, la persona es dinámica, orientada hacia el futuro, inacabada.
En nuestro ámbito, Zubiri (1898-1983), por ejemplo, ya distinguió entre «personeidad», lo estructural de la persona, y «personalidad», lo que se va haciendo a lo largo de la vida. Recoge la doble vertiente de la tradición personalista: la esencial y la existencial. Desde el punto de vista pedagógico, no parece que tenga sentido mantener el enfrentamiento entre esencialismo y existencialismo. Si se admite que la persona tiene una esencia, esto es, una estructura permanente e invariable, y una existencia o vida, por la cual cambia, la educación, que se refiere a la persona, debe prestar atención a ambos aspectos. La pedagogía aquí defendida es sensible al ser y al existir de la persona, a la igualdad esencial de todo ser humano y a las desemejantes situaciones interpersonales, en algunos casos injustas y lacerantes, y que están llamadas a corregirse en aras de la dignidad. La preocupación por la esencia no puede, por tanto, servir de excusa para desvincular la pedagogía de la existencia humana. Postulamos, pues, una pedagogía atenta, reflexiva, pero también comprometida, dinámica y dinamizadora. En este sentido, resulta obligado tener en cuenta los esperanzadores y liberadores planteamientos educativos de Freire (1921-1997).
Las corrientes personalistas clásicas llegan hasta nuestros días. En el ámbito hispánico cabe pensar, por ejemplo, en los trabajos de Ortega (1883-1955), de Marías (1914-2005) o del ya citado Zubiri. En el terreno pedagógico, especial consideración merece la educación personalizada, una concepción en la que sobresale García Hoz (1911-1998).
1.3. La concepción de ser humano y la educación
La educación alberga de modo más o menos explícito un concepto de ser humano, compleja realidad que en muchos aspectos se torna escurridiza y que quizá explique la ausencia de acuerdo pedagógico, según se advierte en las diferentes concepciones o teorías educativas. Los autores personalistas, pese a su especificidad, coinciden en destacar la dignidad de la persona.
La persona es una realidad con valor en sí misma. No está preprogramada por la naturaleza y no es –o no debiera ser– instrumentalizable. Es un ser dotado de dignidad; lo cual nos sitúa ante el humanismo pedagógico, que permite enfatizar el compromiso de la actividad educativa con la elevación del ser humano y, en concreto, de cada persona. Al hablar de persona nos referimos a la mujer y al hombre, al niño y al anciano, al inmigrante y al nacional, a la persona con discapacidad y sin ella, al negro y al blanco, al alumno y al profesor... A todos se extiende la condición de persona.
Mas ¿cómo se define la persona? Resulta imposible abarcar toda la realidad de la persona, a la que no es ajena el misterio. Con todo, la consideración de la persona, desde la perspectiva de inspiración personalista, nos descubre una realidad unitaria (biopsicosociocultural y espiritual).
La primacía de la persona, considerada en su unidad, comporta que la educación no se centre en jirones del educando, sino en el desenvolvimiento armónico de su personalidad. Un planteamiento pedagógico así, inexcusable desde el punto de vista conceptual y aplicado, lleva a enfatizar el carácter holístico del proceso educativo.
La educación es una realidad compleja, natural y cultural, familiar y escolar, individual y social, real e ideal, etc., en la que siempre ha de prevalecer el verdadero sentido «humanizador/personalizador». Tampoco debe soslayarse la posibilidad de clarificar la nebulosa conceptual mediante la introducción de diferentes niveles de formalización. En este sentido, está muy extendida en los ámbitos pedagógicos, por influencia de Coombs (1985), la costumbre de distinguir tres tipos de educación: formal, no formal e informal, que describimos sucintamente:
• La educación formal es intencional, sistemática y estructurada. Permite la obtención de títulos oficiales. Es una educación legal e institucional.
• La educación no formal también es sistemática e intencional, pero carece de reconocimiento oficial. Aquí podemos incluir la enseñanza que discurre por fuera del sistema educativo y que se recibe en conferencias, cursillos, etc.
• La educación informal comprende todas las influencias educativas que no corresponden a la educación formal y no formal. Es un tipo de educación que no se acompaña de reconocimiento oficial, no suele ir precedida de reflexión pedagógica y generalmente carece de organización, sistematización e intencionalidad. Hemos de incluir en esta categoría la educación que brindan los medios de comunicación y los contactos sociales.
Esta tripartición de la educación puede ser útil desde el punto de vista descriptivo, pero en la práctica es difícil establecer las fronteras que separan estos tipos de formalización. En la institución escolar, por ejemplo, no solo se reciben influencias intencionales, también hay muchos estímulos sociales impensados. De igual forma, se observa una paulatina «organización» de la educación informal con la pretensión de complementar los objetivos de la enseñanza oficial e institucional. En beneficio individual y social, las modalidades educativas deben coordinarse de suerte que las distintas intervenciones no se obstruyan, sino que salgan enriquecidas. Un horizonte así puede parecer utópico, pero la transformación positiva de la realidad exige aunar esfuerzos. Para valorar la convergencia de los tipos de educación recordamos con García Hoz (1993) el concepto de paidocenosis (paidéuo, «enseñar», y koinos «común»), que se refiere al conjunto de estímulos que influyen en la formación humana.
En realidad, la cuestión tiene más envergadura, pues el declinante modelo social actual, con amplios sectores «autoliberados» de responsabilidad formativa, debería ceder el turno a otro en el que haya una creciente implicación de todos los agentes y ámbitos; aldabonazo y aspiración al mismo tiempo que quedan condensados en la bella expresión «sociedad educadora»: todo un referente de concordia y acrecentamiento.
La educación de la persona en una concreta situación nos hace tener en cuenta los condicionamientos sanitarios, escolares, familiares, políticos, sociales, culturales y económicos que afectan a su proceso formativo. Claro que, por muy condicionada que esté esa persona, siempre tendrá posibilidades de actuación. Precisamente en ese comportamiento –consciente y libre– es donde se descubre la unidad personal y es fundamental el refuerzo educativo de la participación en un marco acrecentador, general aspiración que nos sitúa ante el «proyecto de vida» que cada educando está llamado a realizar con ayuda del educador. En casos extremos, como en las situaciones de opresión denunciadas por Freire (2005), la acción pedagógica junto a los oprimidos ha de ser praxis educativa liberadora.
1.4. Dimensiones esenciales de la persona: implicaciones educativas
La persona no es un agregado de partes ni de actividades. La condición personal del educando se manifiesta en su totalidad, en la unidad de sus actos y de sus dimensiones. Por razones pedagógicas distinguimos las siguientes, que consideramos principales:
• Dimensión intelectual. Entendida como capacidad unitaria y plural por la cual la persona se abre a la comprensión crítica de la realidad, al aprendizaje racional, a la solución de problemas, a la planificación, etc. La educación de esta vertiente se plantea, por ejemplo, desarrollar y afianzar las diversas aptitudes intelectuales, así como potenciar la metacognición, esto es, el conocimiento y la regulación del propio pensamiento. En el despliegue intelectual no hay que perder de vista cuanto tiene que ver con la auténtica cultura: la lectura, el arte, la filosofía, la historia, la ciencia. Con objeto de organizar la educación en este ámbito venimos trabajando desde hace años en la noción de «inteligencia unidiversa» (véase, por ejemplo, Martínez-Otero, 2009), expresión en la que se advierte el valor de la unidad y de la diversidad intelectual.
• Dimensión moral. Es la realidad estructural y actitudinal que lleva a la persona a elegir, a decidir qué camino sigue, es decir, a optar en función de un sistema de preferencias. La vida humana es constitutivamente moral, al margen de que las con...