El antiguo Egipto
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El antiguo Egipto

Los primeros grandes imperios de la historia

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El antiguo Egipto

Los primeros grandes imperios de la historia

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Difícilmente encontraríamos otra civilización o período de la historia tan ampliamente reconocible por el público general como el Antiguo Egipto. Sin embargo, la inmensa popularidad de sus creaciones más icónicas no suele corresponderse con un conocimiento equivalente de las gentes que las alumbraron; cuestiones como la de quiénes fueron los antiguos egipcios, cómo vivían o cuál fue su historia, están cubiertas por una densa neblina para la mayoría de nosotros. La situación se agrava si nos desplazamos a las vecinas tierras de Mesopotamia, en las que, durante el mismo período, florecieron civilizaciones como la sumeria, la acadia, la babilonia o la asiria; nombres de pueblos que, en el mejor de los casos, constituyen un lejano recuerdo de nuestros no menos lejanos tiempos de escuela. No se trata de una laguna menor, pues significa perderse uno de los acontecimientos más fascinantes que quepa imaginar: el tránsito de la humanidad hacia la historia.

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Información

Año
2021
ISBN
9788413610764
Categoría
Historia

El esplendor del Reino Nuevo y las dinastías ptolemaicas
~ De la dinastía XVIII a la ptolemaica, c. 1550-30 a. C. ~

Tras la expulsión de los hicsos y la reunificación del país el rey Amosis fundó una nueva dinastía, la XVIII, probablemente la más gloriosa y célebre de la historia de Egipto. En esta etapa que acababa de estrenarse, y que se conoce como el Reino Nuevo, el país se convertiría en una de las potencias dominantes del Mediterráneo oriental, con la extensión de sus dominios en el mundo sirio-palestino.
Los faraones del Reino Nuevo fijaron la capital en Tebas, y la divinidad de la ciudad, Amón, pasó a ocupar un lugar privilegiado en el panteón egipcio. Convertido en el gran dios dinástico de los monarcas del nuevo imperio, Amón representaba al rey y su poder político y militar. Junto a su esposa, la diosa Mut, y a su hijo, Jonsu, los tres dioses «políticos» forman la llamada «tríada tebana». Su santuario principal se hallaba en el gran templo de Karnak, donde todos los reyes del Reino Nuevo, sin excepción, edificaron, repararon o ampliaron alguna de sus construcciones.

Luxor, el harén de Amón

En Tebas se erigía un segundo santuario, igualmente significativo, conocido hoy en día como el templo de Luxor, que era considerado el harén de Amón. Las dos festividades religiosas tebanas más importantes del calendario litúrgico del Reino Nuevo eran la Hermosa Fiesta del Valle (una fiesta de difuntos) y la Fiesta de Opet (una fiesta de regeneración cósmica); ambas tenían como protagonistas a los dioses de la tríada tebana. Durante la Hermosa Fiesta del Valle, la divinidad, desplazándose en una barca sagrada de madera de cedro del Líbano cubierta de hojas de oro y de plata, salía en procesión del templo de Karnak e iba a visitar la necrópolis tebana en la orilla occidental, cruzando el Nilo, para luego regresar de nuevo a su residencia en Karnak.
La otra gran celebración, la Fiesta de Opet, transcurría entre el templo de Karnak y el de Luxor, a lo largo de una avenida pavimentada de dos kilómetros y medio de largo y con un millar de esfinges con cabeza de morueco (el animal que se asimila a Amón) a un lado y otro. En esta ocasión, la estatua del dios Amón, colocada de nuevo en la barca sagrada y transportada a hombros por un grupo de sacerdotes, se dirigía en solemne procesión desde su residencia en Karnak hacia el templo de Luxor, para unirse con su querida esposa, la diosa Mut.
Fotografía del gran patio y la columnata del Templo de Luxor.
Gran Patio y columnata del Templo de Luxor.
La importancia de estas festividades era enorme, pues constituían el único momento en que el pueblo egipcio podía ver al dios, ya que tenía prohibido pasar al interior de los templos. Flanqueando los dos pilonos de la entrada, la gente solo podía quedarse en el primer patio porticado abierto; los más «puros» (es decir, los sacerdotes) tenían permitido el acceso a la sala hipóstila, y solo el faraón (y el sumo sacerdote en nombre de aquel) podía penetrar en el interior del sanctasanctórum, donde se hallaba la estatua sagrada de la divinidad.

Hatshepsut, Tutmosis III y el poder de Mitani

La vinculación del dios Amón con la monarquía era tal que el sucesor de Amosis —y tres faraones más de la dinastía xviii— se llamó Amenhotep (literalmente, ‘Amón está satisfecho’). Este faraón gobernó durante algo más de dos décadas sin grandes sobresaltos. Le sucedió Tutmosis I, artífice de las primeras campañas en los territorios sirio-palestinos y de la extensión de la frontera egipcia por el sur hasta la Cuarta Catarata. A la muerte de Tutmosis I, ocupó el trono Tutmosis II, quien tuvo que casarse con la princesa real Hatshepsut para acceder al cargo, pues él era hijo del faraón con una esposa secundaria. Se cree que Tutmosis II ejerció poco tiempo de faraón. Tras su muerte, alrededor de 1482 a. C., y debido a la corta edad de Tutmosis III, Hatshepsut ejerció como soberana regente de su hijastro, y a los pocos años se proclamó faraón de Egipto.
La vida de los sacerdotes
En la actualidad sabemos que la religión y las ceremonias ocupaban un lugar esencial en la vida de los antiguos egipcios, de ahí que un gran número de hombres y mujeres se relacionasen con la clase sacerdotal. Gracias a los privilegios concedidos por el propio faraón, la influencia económica y política de sus líderes, los sumos sacerdotes, crecía continuamente. Los sacerdotes se casaban y disfrutaban de la vida familiar. Se diferenciaban del resto de la población por su indumentaria, ya que vestían unas túnicas que estaban tejidas con hilo de lino muy fino y de color blanco; además, calzaban sandalias de papiro o palmera y llevaban el cuerpo afeitado completamente, como un signo de purificación imprescindible para su cometido de servir a los dioses egipcios. Asimismo, gracias a los escritos del historiador clásico Heródoto, sabemos que a los sacerdotes varones se les practicaba la circuncisión.
Dentro del sacerdocio existía, sin embargo, una jerarquía muy estricta, como mínimo en los grandes templos como el de Karnak. Con seguridad, los altos cargos del sacerdocio sabían leer y escribir, además de conocer y recitar de memoria textos religiosos a fin de adquirir buenos conocimientos de teología.
El ascenso de Hatshepsut al trono de Egipto no podría haberse producido sin el apoyo de un grupo íntimo de poderosos e influyentes funcionarios. En esta maniobra contó con la ayuda de los sacerdotes de Tebas, que idearon para Hatshepsut un relato mítico-religioso de su nacimiento. Según el mito, el dios Amón había visitado a la madre de Hatshepsut, la reina Amosis, y de su unión había nacido una hija, Hatshepsut («la Primera de las Damas»). Durante sus dos décadas de reinado, Hatshepsut se hizo representar como el arquetipo de lo que debía ser un faraón, según los cánones artísticos egipcios: físico masculino, con rostro y cuerpo vigoroso, ataviada con el nemes, la barba postiza, etcétera. Pero los textos que acompañan las imágenes de Hatshepsut se refieren a ella como una mujer; siempre en femenino.
Uno de los cortesanos más prestigiosos y también más conocidos del reinado de Hatshepsut fue Senmut. Al parecer, Senmut (o Senemut) tenía un origen plebeyo, pero aun así se convirtió en el arquitecto real de la reina. El monumento más significativo que diseñó y erigió para Hatshepsut fue su gran templo en Deir el-Bahari, conocido como «el sagrado de los sagrados».
Ya fuese por sus habilidades administrativas, por su inteligencia o por el atractivo que debía de desprender, lo cierto es que Senmut gozó incluso de un acceso privilegiado a la familia real, ya que se convirtió en el tutor de la única hija que Hatshepsut tuvo con Tutmosis II, la princesa Neferure. Además de la educación de la niña, Senmut se ocupó de la tesorería real, la administración de las propiedades personales de la reina y su hija, así como de la superintendencia de la cámara de audiencias. Al morir, se le concedió el privilegio de ser enterrado en una tumba situada en Tebas occidental, junto al templo funerario de Hatshepsut.
La reina faraón otorgaba mucha importancia a la construcción y restauración de edificios religiosos, así como a los contactos comerciales con países extranjeros. Famosa es la exitosa expedición comercial que mandó al país de Punt (cuya localización se desconoce a día de hoy), representada en los muros del templo funerario que se hizo erigir en Deir el-Bahari. La expedición se consideró una hazaña, porque para llegar a Punt era preciso hacer un largo viaje en barco. Los emisarios de Hatshepsut regresaron a la corte cargados de árboles de incienso y otros productos exóticos que hicieron las delicias de la reina faraón.
Todo lo que tuvo de pacífico el reinado de Hatshepsut lo tuvo de belicoso y militar el de su sucesor, Tutmosis III. Y es que este enérgico faraón ordenó hasta 17 campañas militares. Desde su primer año de reinado en solitario, se lanzó a la conquista de Siria-Palestina. Halló entonces un poder fuertemente constituido: el de Mitani. El reino hurrita de Mitani (con centro en la región del actual Kurdistán) era la potencia dominante en la zona norte de Siria-Palestina y los principales soberanos de la región se habían aliado con él para hacer frente a los egipcios. No obstante, una gran victoria en Megiddo (en el actual Israel) acabó con las aspiraciones de Mitani y de sus aliados cananeos, y abrió al faraón el camino de la conquista. Gracias a estas campañas militares, Egipto sometió a protectorado al reino de Mitani y situó sus fronteras en el recodo del Éufrates. Durante sus campañas, Tutmosis III controló también Libia y combatió en la Alta Nubia. Sin lugar a dudas, bajo el reinado de este faraón el Imperio egipcio alcanzó su auge y apogeo; tanto es así, que fuentes egipcias lo exaltan como un soberano victorioso y dominador de todos los países extranjeros.
Fotografía del templo funerario de Hatshepsut en Deir el-Bahari.
Templo funerario de Hatshepsut en Deir el-Bahari.
Hatshepsut y la damnatio memoriae
Hatshepsut fue una de las pocas mujeres que reinó en el país del Nilo con plenos poderes, y su etapa puede considerarse como especialmente pacífica. Uno de los aspectos más curiosos de la vida de la mujer faraón Hatshepsut es que, después de su muerte, fue víctima de una severa damnatio memoriae, un ataque que hizo que su nombre fuese borrado y sus estatuas, destruidas. Algunos autores afirman que dicho ataque lo realizó Tutmosis III en venganza por considerar que Hatshepsut le había usurpado los primeros años de poder; sin embargo, otros autores están convencidos de que fue obra de Ramsés II, en una época ya posterior, que quiso borrar de la historia de Egipto a aquellos faraones a los cuales no consideraba «dignos» de ser recordados, entre los cuales se encontraba Ajenatón, por hereje, y evidentemente Hatshepsut, por ser mujer.
Tutmosis III inició una época considerada como «clásica» para Egipto. El arte ganó en elegancia, riqueza y expresividad, y Tebas se convirtió en una gran capital cultural y comercial. Tanto fue así que los pequeños reyes de la franja de Siria-Palestina enviaban a sus hijos a la corte egipcia para su educación y formación.
Los tres faraones que sucedieron a Tutmosis III en el trono antes de Ajenatón se limitaron a conducir campañas que les permitieran conservar el dominio de los territorios en Asia. Poco a poco las relaciones con Mitani se fueron tornando más amistosas y derivaron en una alianza dirigida, sin duda, a apaciguar las aspiraciones y amenazas de un nuevo imperio que avanzaba desde Hattusas, en el centro de Anatolia: los hititas, que volverán a aparecer en nuestra historia.

La reforma religiosa de Ajenatón

«Amarna» designa la época histórica en la que un faraón egipcio se atrevió a promover una reforma religiosa que lo llevaría a cambiar de capital y provocaría en el arte significativas transformaciones estilísticas. Nos referimos a la primera forma conocida de monoteísmo de la historia, el Atonismo.
El Antiguo Egipto experimentó durante la segunda mitad de la dinastía XVIII (c. 1353-1335 a. C.) uno de los avatares más significativos de su historia: el intento frustrado de una reforma religiosa. A mediados del siglo XIV a. C. subió al trono egipcio Amenhotep IV, quien impulsó una política religiosa centrada en un dios único, demiurgo, excluyente y omnipotente: Atón.
Acompañado de su inseparable mujer, la reina Nefertiti, el faraón empezó su reinado gobernando desde Tebas y encargó a los talleres reales la elaboración de murales en relieve de estilo clásico en los que se ilustraban sus gestas arquetípicas, así como ceremonias rituales y religiosas para expresar su poder. Sin embargo, a comienzos de su quinto año como faraón se produjeron los cambios: Amenhotep IV decretó que el disco solar, el Atón, fuera la única divinidad oficial real y, por tanto, la única venerada en todo el país. Empezaba así una persecución obsesiva a las divinidades egipcias, borrando metódicamente sus nombres e imágenes, muy especialmente la del dios Amón. La nueva imagen del dios Atón tomaba la forma de un disco solar con numerosos rayos, cada uno de los cuales terminaba en una pequeña mano, algunas veces sujetando el signo jeroglífico anj (la vida) y otras, el was (el poder). Allí donde previamente se encontraba una imagen de una divinidad del antiguo panteón egipcio, los artistas recibieron la orden de pintar encima el disco solar. Por otra parte, y dentro del mismo año de reinado, el faraón cambió su nombre por el de Ajenatón (literalmente, ‘la luz de Atón’).
Busto policromado de la reina Nefertiti
Busto policromado de la reina Nefertiti, mujer de Ajenatón, hallado en el taller del escultor Tutmosis en Tell el-Amarna. Se exhibe en el Neues Museum de Berlín.
También se modificaron los criterios estilísticos predominantes en la representación de los faraones hasta entonces. Con Ajenatón, las esculturas reales dejaron de mostrar al faraón como aquel ser incorruptible e invulnerable, siempre joven, musculoso y perfecto. La nueva imagen áulica venía caracterizada por el aspecto voluptuoso y caricaturesco del rey. El rostro del faraón se alargó y presentaba unos ojos oblicuos y estrechos, con una nariz alargada, los labios carnosos y sinuosos y el mentón muy pronunciado. Lucía un cuello muy alargado y un esternón muy marcado. De torso y cintura estrecha, Ajenatón aparecía con pecho femenino y un vientre caído con un ombligo oblicuo; con caderas anchas y nalgas redondeadas. En cambio, las extremidades se mantuvieron muy finas y dejaron de mostrar musculatura alguna. Este cambio de imagen se aplicó también en los retratos de su esposa, la reina Nefertiti.
Los colosos de Ajenatón no pretenden ser el retrato de un rey, sino más bien el de una ideología basada en la premisa de que Atón era un dios creador y, como tal, tenía en él el principio masculino y femenino necesarios para la creación. Dado que Ajenatón era el intermediario entre el dios y el pueblo egipcio, la imagen del faraón debía ser en parte la de Atón y debía asumir también los principios masculino y femenino. La lectura simbólica es la de una imagen asexuada de Ajenatón, que aludía al doble principio generador.
En un viaje por el Nilo, Ajenatón tuvo ...

Índice

  1. Introducción
  2. Los primeros reyes de Egipto ~ De la dinastía 0 a la XI, c. 3100-2050 a. C. ~
  3. El Reino Medio y la incursión de los «hicsos» ~ De la dinastía XI a la XVII, c. 2050-1550 a. C. ~
  4. El esplendor del Reino Nuevo y las dinastías ptolemaicas ~ De la dinastía XVIII a la ptolemaica, c. 1550-30 a. C. ~
  5. las civilizaciones mesopotámicas ~ c. 3500-539 a. C. ~
  6. Apéndices