Tiempos sombríos
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Tiempos sombríos

Violencia en el México contemporáneo

  1. 280 páginas
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Tiempos sombríos

Violencia en el México contemporáneo

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México atraviesa uno de los períodos de violencia más intensos de su historia moderna. En su último informe de 2018, el Instituto Heidelberg para la Investigación Internacional de Conflictos mencionó a México como el único país de América que se encuentra en guerra.Hace mucho que la multiplicidad de formas de violencia que acontecen diariamente y de forma masiva en México rebasaron los marcos conceptuales que intentaban describirlas. Por eso, cada aporte en este libro es un atrevimiento conceptual desde los márgenes discursivos que intenta dar cuenta de lo que la violencia suprime y oculta en cada uno de sus actos.Ante la violencia excesiva y la degradación del cuerpo humano que se enuncia bajo el concepto de brutalidad; ante ese evento espacial violento que son las fosas clandestinas; ante la vulneración y destrucción de la materialidad espacial que es la ciudad, enunciada bajo el concepto de urbicidio; ante la herida abierta de la comunidad que busca a sus desaparecidos, ante la insensibilidad institucional y la incapacidad por nombrar y hacer justicia a las víctimas, este libro propone pensar las violencias desde un espacio de duelo compartido que contemple el sufrimiento. La fragilidad expuesta del poder y el Estado ante las violencias contemporáneas traza el mapa que recorre este volumen, en una geografía irregular de daños, vacíos de poder y excesos de fuerza, evidencia de los tiempos sombríos que vive México.

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Información

Año
2021
ISBN
9789876919784

1
EL CUERPO EXPUESTO: DE LAS FOSAS CLANDESTINAS A LAS CIUDADES

Fosas clandestinas y espacio crítico en el México actual: filosofía forense ante prácticas eliminacionistas

Arturo Aguirre Moreno
1. Esta colaboración explora la violencia extrema en el México reciente a partir del abordaje teórico de un evento espacial violento: la fosa clandestina. Su contexto es de poco más de doce años de esta intrahistoria de la violencia gestada y en despliegue dentro de variaciones conflictivas en lo social, cultural, político y económico que ha crecido en intensidades impensadas (en antagonismos y hostilidades; también en cantidades de homicidios, así como en las formas diversas de aplicación en la brutalidad ejecutada; en el cambio y la emergencia de los motivos para matar –ONC, 2016: 19–, en la cantidad de agentes de violencia extrema, lo mismo que en la heterogeneidad de las víctimas directas e indirectas, en las armas y prácticas de aniquilamiento, tanto de la violencia homicida como del ensañamiento con el cadáver) (Guerrero, 2018: 31-29).
De cara a ello, en este trabajo se propone la construcción teórica y vital de un espacio crítico1 sobre experiencias de sufrimiento social, y se realiza un análisis mínimo de teoría comparada de la fosa –en cuanto estructura espacial de enterramiento–, en la que se presentan conceptos como el cuidado, la memoria y la protección de los muertos, frente a las fosas clandestinas que evidencian el empeño en la producción del anonimato, el olvido y el abandono de las víctimas.
La violencia, desde esta situación, es enfocada filosóficamente al conjunto de actores y pacientes, al uso de fuerza excesiva (violencia aplicada contra individuos, grupos, colectivos, localidades, sectores poblacionales), pero enfatiza la base de un espacio reconstruido cualitativamente sobre la desarticulación de los vínculos entre los vivos y de estos con los muertos: la desrealización de comunidad en su corpotemporalidad interrumpida constantemente en la victimogénesis letal de la violencia en cuestión. Así, se trata, entonces, de la propuesta de una filosofía que desarrolla la exploración conceptual, a partir del análisis teórico, técnico y práctico de la violencia homicida centrada en una perspectiva amplia de la violencia material extrema que atiende al daño, a la denigración ontológica del cuerpo de la víctima en la brutalidad administrada (Cavarero, 2009: 58), por lo cual persigue llamar la atención sobre la muerte en un proceso extremo de hostilidad social fratricida y recrudecimiento de conflictos sociales (Arteaga, 2013: 33-36).
En este horizonte de conflicto, nuestra reflexión sobre las fosas clandestinas en México se suma a los esfuerzos por la reterritorialización (Soja, 2008: 326-331), entendida como una respuesta crítica para la reestructuración desde colectivos e individuos que hablan y trazan espacios urbanos, rurales, regiones, sectores, culturas, espacios dolientes específicos (Ovalle y Díaz Tovar, 2016). Dicha reterritorialización entiende el espacio como “espacio crítico”, donde la acción espacial reconstruye no solo las relaciones entre cuerpos, sino, además, la propia manera de practicar el espacio, apropiárselo en formas de resistencia y/o adaptación performativa, o bien en la posibilidad de ser despojado, confinado o inhibido en su despliegue espacial bajo situaciones de amenaza o violencia efectiva en “cartografías del miedo” (Gregory y Pred, 2007: 5).
Dicha reterritorialización contrasta con la idea de espacio como una extensión homogénea e indiferenciada, un continente universal de cuerpos físicos, en un continuo, ilimitado, tridimensional y homoloidal (Nicol, 2007: 50-51); un espacio en el que la anchura, altura y profundidad son las cualidades comunes de ese espacio; por ello, más que un espacio euclidiano, o la afirmación trascendental o el espacio constructivista del idealismo, este espacio crítico, que da pie a la reterritorialización, es lugar que no puede ser enteramente ajeno a la existencia de cuerpos espaciales: suelo, tierra como espacio vivido y viviente, receptivo y producido simultáneamente, en el cual la existencia humana se entrelaza con el espacio como lo común y propio, como exploración y experimentación espacial (Llorente, 2015: 46) en el trazado de caminos, en la lectura de las estrellas; pero, también, en la edificación de estructuras y la incisión térrea para el resguardo de los cadáveres; espacio apropiado para vivir y morir, en la cualidad y reinvención de sus referencias, interacciones y relaciones.
Habrá de anotarse que el espacio crítico hunde su raíz conceptual en la idea del espacio construido –es decir, aquello que se compone y se crea en compañía de otros– y debe ser pensado desde el término mismo de con-struere, en cuanto no puede hacerse por un individuo solitario o aislado. Espacio de interacción, multiplicidad y simultaneidad. Aquí, la voz es de Doreen Massey (2005: 9) con sus proposiciones sobre el espacio:
Primera: que reconocemos el espacio como producto de interrelaciones, constituido a través de interacciones, desde la inmensidad de lo global hasta lo íntimamente pequeño […] Segunda: que entendemos por espacio la esfera de la posibilidad de la existencia de la multiplicidad, en el sentido contemporáneo de la pluralidad, como la esfera en la cual distintas trayectorias coexisten; como la esfera, por tanto, de la heterogeneidad coexistente. Sin el espacio no hay multiplicidad, sin la multiplicidad no hay espacio […] Tercera: que reconocemos el espacio como lo que está en permanente construcción. Precisamente porque el espacio bajo esta lectura es un producto de “relaciones-entre”, las cuales están necesariamente envueltas en prácticas materiales realizándose, siempre en proceso de ser realizadas.
Entonces, construido y expuesto a partir de interrelaciones e interacciones, el espacio es la posibilidad de lo polivalente y heterogéneo donde conviven diferentes trayectorias (Lefebvre, 2013: 54). Espacio construido a partir de las interacciones y constructor de posibles prácticas espaciales que se llevan a cabo: siempre dinámico y plural en el proceso de reconstruirse, pues nunca está finalizado ni definitivamente cerrado para la intervención de los otros.
Se sugiere, de esta forma, que la filosofía y las ciencias humanas en general en México pueden hacer suyo el debate, la confrontación y el giro del espacio crítico frente al espacio fisiográfico concebido y blindado en el país con la representación a distancia satelital del territorio. Es decir, la idea de que el espacio es marco y contenedor de vivencias en regiones, urbes y ruralidades, en distancias que mantienen en su sitio territorios de disputa criminal, rutas de trasiego, parajes de exterminio (en rancherías, baldíos, basureros o sierras): territorios de letalidad ajenos a la vida concentrada en las grandes urbes securitizadas y blindadas; espacios donde los “criminales se matan entre ellos” y donde eso “sucede lejos” (en los puntos de un mapa que indica kilómetros de distancia entre la brutalidad y la vida activamente productiva).
En este marco, el giro del espacio crítico tiene como tarea explorar otros criterios que resistan a la astringencia de aquellos parámetros de reduccionismo simbólico georreferenciado que no se limitan a representar, sino a edificar una idea espacial tan hegemónica como aséptica de espacio abstracto con cualidades y significaciones continuas, dadas de una vez por todas, que transige a otras territorialidades posibles de vivencia y acción, como son el miedo, la memoria y el dolor. Así, puesto que la reterritorialización implica considerar actos de violencia que interfieren, lo mismo que alteran y transforman, nuestras maneras de pensar las profundas relaciones que guardamos entre los vivos, de los vivos con los muertos, y de los vivos con el recuerdo de los muertos en su relación con los que aún no han nacido en México (Keane, 2000: 62-72).
2. La violencia letal ha crecido en complejidad durante los últimos doce años bajo el signo de un conflicto de alta intensidad con crisis violenta en el marco de la guerra contra el narcotráfico (Fuentes, 2012: 34-38) y continuado bajo la nominación de la “lucha contra el crimen organizado” por parte de las autoridades del gobierno mexicano (Guerrero, 2015: 21-28); quienes accionaron exponencialmente a las fuerzas materiales del Estado, después de que las fuerzas formales (actores, instituciones y las dinámicas legales, ministeriales y de mediación de conflictos) fueron superadas, en parte por un acelerado adelgazamiento estatal (Villoro, 2001: 19), propio de las últimas tres décadas.
Poco más de doce años de un proceso de violencia sin esplendor, sin caudillos y sin fin; antes bien, caos, orfandad, pánico y muerte, ante los cuales, a falta de categorías para la experiencia de violencia extrema –eliminacionista, exterminadora y de crisis humanitaria–, ha sido el recuento de informes nacionales e internacionales, así como la labor periodística, lo que nos ha permitido avanzar en la constatación de que esto que se vive en México rebasa, por mucho, un problema interno de seguridad acotado al enfrentamiento entre policías y criminales con daños colaterales (gráfico 1).2
Gráfico 1. Ejecuciones de crimen organizado
Fuente: SESNSP.
En tal panorama, no ha de sorprender que sean las estadísticas y la información noticiosa (con índices alarmantes de periodistas asesinados a causa de su labor investigativa) las que hayan tomado el papel protagonista en estos años, para permitirnos advertir lo que la violencia hace (Proceso, 2012; Trejo y Ley, 2015: 30-36), cuando nos fallan los criterios para cuestionar lo que la violencia es (como estructura, dinámica, factores y con elementos emergentes).
Esto tiene varios motivos, pero uno señalado puede ser la profunda carencia histórica, y también filosófica, para pensar las violencias contemporáneas en México desde enfoques de daño interpersonal, sin justificaciones de la gran historia o reducciones estructuralistas y/o esencialistas, desde constructos como la comunidad, el Estado y la enemistad sociopolítica, que se ofrecieron desde la modernidad para hacer de la violencia un ejercicio válido, legítimo y/o recurrente (González Calleja, 2012: 21-57). Estas justificaciones operaron –y en gran medida siguen haciéndolo en su remanencia atrayente– como ejes discursivos de explicación o deslinde de las más variadas violencias: violencias de interacción (físicas, psicológicas o lingüísticas), violencias sociales (estructurales o simbólicas) y violencias organizadas (colectivas). Igualmente, en el marco práctico-social la instrumentalización de la violencia (en cuanto instrumento de sometimiento o de elevación histórica forzada de unos colectivos sobre otros o bien de medio de emancipación), lo mismo que las teorías socioontológicas de la violencia (soporte versátil de los más variados racismos, xenofobias, antisemitismos y etnocentrismos), fueron y deben ser llevadas a fuertes críticas bajo la construcción permanente de criterios y en atención al desenvolvimiento social de la violencia (Staudilgl, 2014: 2-3).
A su vez, hay ausencia de una construcción teórica en marcos de comprensión sobre la forma de administrar los afectos, la vida y la muerte (Butler, 2010: 228-252), pero a esto se suma la falla de las hipótesis sobre el monopolio de la fuerza (Bovero, 1985: 48-56), o la astringencia de la cultura en relación con prácticas violentas contra el cuerpo vivo y muerto (Reguillo, 2012: 36-46), aspectos que se tratan de discutir en este aporte.
El análisis de los hechos violentos y sufrimientos sociales en México padece lo que a nivel mundial en el siglo XX los estudios sobre la violencia sobrellevaron como carga de prejuicios, enfoques, tradiciones y omisiones. Aquí la voz, en torno a las relaciones de teorización entre violencia y política contemporáneas, es de John Keane (2000: 16-17):
… sería una locura ignorar o subestimar el problema de la violencia. Entre las muchas paradojas que ofrece este siglo está la escasa tendencia de la teoría política contemporánea (incluida la democrática) a reflexionar sobre las causas, los efectos y las consecuencias ético-políticas de la violencia, definida, grosso modo, como la agresión gratuita, y en una u otra medida intencionada a la integridad física de una persona que hasta ese momento vivía “en paz” […] Los intentos informales de dotar de significado a las teorías antiguas sobre la materia se han atascado inmediatamente en la confusión semántica, la indiferencia política o la marcada preferencia académica por el análisis de las teorías de la justicia, el comunitarismo o la historia de ciertos lenguajes políticos agonizantes. Pese a la abundancia de estudios sobre las guerras mundiales y civiles y otros conflictos violentos, lo cierto es que la reflexión política va a la zaga de los hechos empíricos. Naturalmente, la enorme violencia que ha soportado este siglo sería capaz de hacer un pesimista al más entusiasta de los filósofos; puesto que “los optimistas escriben mal” (Válery) y los pesimistas escriben poco, se comprende el silencio de los profesionales de la teoría política que han padecido su crueldad. Sin embargo, en otros ámbitos de la profesión resulta sencillamente imperdonable, porque o bien los teóricos de la política son incapaces de reflexionar sobre hechos dolorosos o bien olvidan la experiencia del dolor y, al contrario que la mayoría de los seres humanos, pueden mantenerse por encima de la piedad animal que siente el testigo del sufrimiento físico de otra persona.
En el contexto contemporáneo de México se ha puesto en marcha (como muestra el volumen que está en las manos del lector) un proceso de reflexión que indaga y rastrea, en las ciencias humanas y sociales, otras claves de comprensión y análisis de la violencia. En esta dimensión del dolor, en las espirales de sufrimientos y emergencia de espacialidad doliente, México es sui géneris en las constelaciones de desapariciones forzadas, secuestros, masacres, linchamientos, torturas, feminicidios, trata de personas, desplazamientos forzados, homicidios, todo lo cual d...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Índice
  5. Presentación. Arturo Aguirre Moreno y Juan Carlos Ayala Barrón
  6. 1. El cuerpo expuesto: de las fosas clandestinas a las ciudades
  7. 2. Narcocultura: discursividades, cultura y poder
  8. 3. Violencia a las mujeres
  9. 4. Violencias de Estado, impunidad e injusticias sociales
  10. Créditos