Cecil
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Lady Anne recuerda en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, cómo conoció en 1875 a Cecil, el medio hermano de su marido. Entonces era un niño de nueve años que se coló secretamente en las habitaciones de su madre, lady Guthrie, a la hora del té: «Aunque estaba claro que no era nada estricta con él, tampoco parecía la clásica madre consentidora de un hijo único delicado. Más bien se diría que lo trataba como a un igual». Lo que sigue a partir de ahí es una historia que se prolonga más de treinta años. En ella abundan los misterios, los viajes, las casas (en Escocia, en Surrey, en Londres, en Cannes, en París), las sospechas y los giros imprevisibles; y, siempre al fondo, una madre continuamente enferma, afectada y espiritista y un hijo errático, enamoradizo, sin oficio, que parece adorarla incluso a riesgo de su propia felicidad y la de los demás. La narradora, también madre, con su forma alegre de entender la educación y la independencia de sus hijos, sirve admirablemente de contrapunto a la maternidad siniestra que ejerce su suegra. Va contando esta relación que nunca conoce ni de demasiado lejos ni de demasiado cerca y que, en su definitiva rareza, solo puede vislumbrarse por indicios y conjeturas. Elizabeth Eliot introduce además en Cecil (1962) un potente discurso sobre hasta qué punto y de qué manera es posible conocer la verdad. En conjunto, es una novela inquietante, con muchos sentidos, que trata realmente de lo inexplicable.

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Información

Año
2021
ISBN
9788490658048
Categoría
Literature
Categoría
Classics
Capítulo vii
Cuando Nealie, en diciembre de 1887, dijo que Cecil no se casaría el mes de junio yo no me lo tomé en serio, y Charlie despachó su diatriba contra lady Guthrie señalando que nunca se había fijado en que se interesara tanto por la salud de su madrastra. Los acontecimientos, sin embargo, demostraron que Nealie tenía razón, porque a lo largo de los dos años siguientes todo pareció conjugarse para aplazar la boda de Cecil y Lydia. Hubo que renunciar a la fecha inicialmente fijada cuando Cecil contrajo la viruela en primavera.
«La infección –como la llamaba lady Guthrie en su introducción a Cartas y diarios– la contrajo en el East End de Londres, donde había visitado a los niños pobres y animado a los enfermos. Sintiéndose muy mal pero sin saber qué le pasaba, emprendió un viaje para reunirse con sus padres en Venecia. Llegó con fiebre alta y estuvo muy cerca de morir.» La recuperación fue extremadamente lenta. Es muy probable que lady Guthrie la retrasara más todavía, porque insistió en que hiciera un largo viaje en cuanto estuvo en condiciones de levantarse de la cama. Visitaron Siria y otros lugares de Oriente Medio con climas que nadie habría considerado especialmente beneficiosos para un convaleciente. Pasó más de un año antes de que se recuperara plenamente y los planes de boda, según su madre, pudieran retomarse. Después de muchos aspavientos innecesarios, así los calificó Nealie, los padres acordaron el enlace para el otoño de 1889, y los preparativos se pusieron en train.1 En ese preciso momento a lady Guthrie le falló la salud y pasó a ser ella la que supuestamente se moría.
–Pero ya veréis –nos prometió Nealie cuando conoció este último contratiempo– como no hace nada de eso y encima se toma su tiempo para no hacerlo.
Una vez más, Nealie tenía razón. Lady Guthrie no se murió y hubo que esperar hasta la primavera siguiente para que se reconociera en condiciones de venir a Inglaterra y asistir a la boda.
Mientras tanto, Cecil hizo una breve visita a los Marsden en la casa que acababan de comprar en el norte de Francia, y desde allí escribió a lady Guthrie:
Martes, medianoche
Querida madre:
¡Qué buena eres por permitirme que me quede aquí unos días más! ¡Eres la madre más perfecta de los tiempos modernos! Espero que te encuentres mejor. ¡Qué contento está mi padre de estar otra vez contigo!
Es un auténtico regalo pasar de nuevo unos días con Lydia, en la misma casa. Es encantadora y veo que me quiere, y me lo ha demostrado. No sé cómo expresarte cuánto me alegra ver que he acertado en muchas de mis suposiciones: su sensibilidad y su capacidad de afecto son portentosas. No soporto a las mujeres de piel dura. Creo que será una mujercita deliciosa, y además no le faltan encantos. Es sensible y práctica, y me impedirá co­meter excesos.
Lamento decir que no le interesa la música: una lástima enorme, porque está estrechamente ligada a la poesía y su aprecio se relaciona íntimamente con el disfrute de muchas otras sutiles influencias de la vida. Está desanimada y abatida: no se encuentra bien. Me resulta muy difícil, ya que siempre me he visto rodeado de cariño y comprensión, por tu parte y por la de mi padre, comprender lo descorazonador que debe ser vivir con frialdad y restricciones en lugar de con ese amor maternal que es el más completamente desinteresado y divino de los afectos terrenales.
Tu hijo,
Cecil
La razón, tanto del desánimo general de Lydia como de la queja de Cecil por la falta de comprensión de sus padres, se puso de manifiesto cuando, poco después de que volviera a Inglaterra, el coronel Marsden retiró el permiso, que no creo yo que diera nunca de buen grado, a su hija para casarse. Era más que comprensible que no estuviera a favor de la boda. Cecil, aun sin tener en cuenta la preocupación de su madre por el particular, no era fuerte. Los continuos aplazamientos, que siempre venían del lado de los Guthrie, no habían sido halagadores para los Marsden. Además, estaba el desagradable asunto del dinero. El coronel Marsden era muy rico y Lydia su única hija, mientras que sir David Guthrie, aunque razonablemente acomodado, no tenía una gran fortuna. La pensión que constituía buena parte de sus ingresos moriría con él, y como lady Guthrie, que venía de una familia de siete hermanos, estaba prácticamente sin un céntimo, la mayor parte del dinero que pudiera dejar su marido sería para ella de por vida. Ninguna de las dos cosas era precisamente apetecible para el padre de una heredera.
Pero ¿por qué, como nos preguntamos al recibir la noticia, había decidido el coronel plantarse ahora y no antes? Al final descubrimos que, si bien los Guthrie en un principio prometieron ofrecer a Cecil una generosa asignación, últimamente habían empezado a dudar. Harían cuanto estuviera en su mano por facilitarle la suma prometida, pero no sabían si sería posible incluirla formalmente en el acuerdo conyugal. Los Guthrie, o mejor dicho lady Guthrie, pues era inconcebible que pudiera negociarse algo sin su intervención, tenían muchos gastos. Gastos que eran ahora mayores, entre unas cosas y otras, que cuando se discutió el acuerdo en primera instancia. No era difícil adivinar la carta que había llegado de Cannes, y no requiere el menor esfuerzo de imaginación entender por qué el coronel Marsden acabó perdiendo los nervios.
Si no podía impedir que Lydia se casara, sí podía y estaba dispuesto a hacerlo, tal como afirmaba en una airada carta a lady Guthrie, negarse a darle un solo penique si persistía en seguir adelante en contra de...

Índice

  1. Nota al texto
  2. Introducción
  3. Dedicatoria
  4. Capítulo i
  5. Capítulo ii
  6. Capítulo iii
  7. Capítulo iv
  8. Capítulo v
  9. Capítulo vi
  10. Capítulo vii
  11. Capítulo viii
  12. Capítulo ix
  13. Capítulo x
  14. Capítulo xi
  15. Capítulo xii
  16. Capítulo xiii
  17. Capítulo xiv
  18. Capítulo xv
  19. Capítulo xvi
  20. Capítulo xvii
  21. Capítulo xviii
  22. Notas
  23. Créditos
  24. ALBA