CAPÍTULO 1
La conversación más famosa de la Biblia
Él espera la llegada de las sombras. La oscuridad proveerá el encubrimiento que desea. Por eso se asegura primero de que caiga la noche. Se sienta a tomar té de hojas de olivo junto a la ventana en el segundo piso de su casa, para ver la puesta del sol y tomarse su tiempo. Jerusalén es un encanto a esta hora. La luz del sol pinta las calles empedradas, matiza de oro las casas blancas y embellece la silueta del macizo templo.
Nicodemo divisa la inmensa plazoleta que refulge al otro lado de los tejados. La había recorrido en la mañana y lo hará de nuevo al día siguiente. Se reunirá con dirigentes religiosos para hacer lo que hacen los dirigentes religiosos: Hablar de Dios. Discutir acerca de cómo alcanzar a Dios, agradar a Dios, apaciguar a Dios.
Dios.
Los fariseos conversan acerca de Dios, y Nicodemo se sienta entre ellos. Para debatir. Para descifrar enigmas. Para resolver dilemas. Para amarrarse las sandalias en el día de reposo. Para mantener zánganos. Para divorciarse de sus esposas. Para deshonrar a padre y madre.
¿Qué es lo que Dios dice? Nicodemo lo necesita saber. Es su trabajo. Es un hombre santo que dirige a hombres santos. Su nombre aparece en la exclusiva lista de los eruditos de la Torá. Ha dedicado su vida a la ley y ocupa uno de los setenta y un escaños de la corte suprema de los judíos. Tiene credenciales, influencia y preguntas.
Preguntas para este galileo que inspira a las multitudes. Este maestro improvisado y sin diplomas que se las arregla para atraer a la gente. Que tiene tiempo de sobra para los pobres y la clase media, pero casi nada para el clero y la clase alta. Expulsa demonios, dicen unos; perdona pecados, afirman otros; purifica templos, a Nicodemo no le cabe la menor duda pues vio a Jesús en el pórtico de Salomón.1
Se percató de la furia. Vio el látigo doblado y las tórtolas que salieron volando. «En mi casa nadie se va a engordar los bolsillos», declaró Jesús con firmeza. Mientras el polvo se asentaba y las monedas paraban de rodar, los negociantes clericales le sacaron el pasado judicial. El hombre de Nazaret no se ganó el favor de nadie aquel día en el templo.
Por eso Nicodemo va de noche. Sus colegas no pueden enterarse del encuentro. No lo entenderían y él no puede arriesgarse. Cuando las sombras envuelven la ciudad, sale a la calle y recorre las calles adoquinadas sin ser visto. Pasa junto a los encargados de encender las lámparas de las plazas y toma un sendero que llega a la puerta de una casa humilde. Jesús y sus seguidores se están quedando allí, según le informaron. Nicodemo golpea la puerta.
El bullicioso recinto queda en completo silencio apenas entra. Los hombres son pescadores y recaudadores de impuestos que no están habituados al ámbito intelectual de un erudito. Se reacomodan en sus asientos y Jesús mueve la mano para indicarle al visitante que tome asiento. Nicodemo lo hace e inicia la conversación más famosa de la Biblia: «Rabí —le dijo—, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él» (Jn 3:2).
Nicodemo empieza con «lo que sabe». He hecho mis averiguaciones, es lo que implica. Estoy impresionado con tu labor.
Aquí quedamos a la expectativa de un saludo con tono similar por parte de Jesús: «Yo también he oído de ti, Nicodemo». Esperamos, tanto como Nicodemo esperaba, una charla amena y cordial.
De eso no se trata. Jesús no hace mención del puesto distinguido de Nicodemo, de sus buenas intenciones ni de sus méritos académicos, no porque fueran inexistentes, sino porque en la lógica de Jesús no vienen al caso. Él simplemente hace esta declaración: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (v. 3, RVR 1960).
He aquí la división continental de las Escrituras, el meridiano de Greenwich de la fe. Nicodemo está a un lado, Jesús al otro, y Cristo señala sus diferencias sin rodeos.
Nicodemo habita en el país de los esfuerzos nobles, los gestos sinceros y el trabajo arduo. Dale a Dios lo mejor de ti, reza su filosofía, y Dios hará el resto.
¿Cuál es la respuesta de Jesús? Lo mejor de ti no basta. Tus obras no funcionan. Tus mejores esfuerzos carecen de valor. A no ser que nazcas de nuevo, ni siquiera puedes ver qué se propone hacer Dios.
Nicodemo titubea, en representación de todos nosotros. ¿Nacer de nuevo? «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?» (v. 4, RVR 1960). Debes estar bromeando. ¿Poner la vida en reversa? ¿Rebobinar la cinta? ¿Volver al mero comienzo? Nadie puede nacer de nuevo.
Pero eso sí, nos encantaría hacerlo. Empezar de cero. Intentarlo otra vez. Con tantos quebrantos de corazón y oportunidades perdidas. Que la vida fuera como un partido amistoso de golf, en el que se puede repetir la salida en el primer hoyo. ¿Quién no quisiera un segundo chance? Pero ¿quién haría posible algo así? Nicodemo se rasca el mentón y se ríe. «Sí, claro, van a llamar a un viejo como yo de vuelta a la sala de parto».
Jesús no le halla el chiste. «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (v. 5, RVR 1960). En ese momento el viento hace que unas hojas entren por la puerta aún entreabierta. Jesús levanta una del piso y la muestra. El poder de Dios obra como el viento, explica Jesús. Los corazones que nacen de nuevo son nacidos del cielo. Nadie puede obtener esto con desearlo, ganárselo o crearlo. ¿Nacer de nuevo? Es algo inconcebible. Dios es el único que puede hacer tal cosa, de principio a fin.
Nicodemo mira a los prosélitos alrededor suyo. Las expresiones inertes de sus rostros hacen evidente que quedaron igualmente lelos.
El viejo Nico no tiene un gancho en el que pueda colgar tales pensamientos. Él habla el idioma de «ayúdate a ti mismo», en cambio Jesús habla y de hecho introduce un lenguaje diferente. Uno que no consiste en las obras de los hombres y las mujeres, sino en la obra hecha por Dios.
Nacido de nuevo. Por definición, el nacimiento es un acto pasivo. El bebé que está en el vientre materno no contribuye en absoluto al parto. Las celebraciones posparto aplauden la labor de la madre. Nadie admira los esfuerzos del infante. («¿Cómo te las arreglaste para salir, pequeño?»). Al angelito hay que ponerle un chupo, no una medalla. La mamá se merece la de oro. Ella es quien hace fuerza. Ella es la que puja, agoniza y pare.
Cuando mi sobrina alumbró a su primer hijo, invitó a su hermano y su mamá a hacerse presentes. Después de ser testigo de tres horas de pujos y dolor, cuando el bebé por fin asomó la cabeza, mi sobrino se dio la vuelta y le dijo a su mamá: «Perdóname por todas las veces que fui grosero contigo».
La madre paga el precio del nacimiento. Ella no cuenta con la asistencia del bebé ni le pide consejos. ¿Por qué haría algo así? El bebé ni siquiera puede respirar sin su conexión umbilical, mucho menos abrirse paso a una nueva vida. Jesús establece en este pasaje que nosotros tampoco podemos. Renacer espiritualmente requiere un progenitor capaz, no una progenie capaz.
¿Y quién es este progenitor? Examine la expresión de nuevo que se selecciona estratégicamente en el texto. La lengua griega ofrece dos alternativas:2
- Palin, que significa la repetición de un acto; volver a hacer lo que se hizo anteriormente.3
- Anothen, que también ilustra una acción reiterada pero requiere la fuente original para su repetición. Significa «de arriba, de un lugar más alto, las cosas que provienen del cielo o de Dios».4 En otras palabras, el que hizo la obra por primera vez vuelve a hacerla. Esta es la palabra que Jesús usa.
La diferencia entre ambos términos es la diferencia entre un cuadro pintado por da Vinci y uno pintado por mí. Suponga que usted y yo estamos en el Louvre admirando la famosa Mona Lisa. Inspirado por la obra maestra, yo saco pincel y lienzo y anuncio: «Voy a pintar de nuevo este hermoso retrato».
¡Y lo logro! Ahí mismo en la Salle des États empuño mis pinceles y mezclo mis colores y rehago la Mona Lisa. Ay de mí, Lucado no es Leonardo. La señorita Lisa presenta ciertas tendencias al estilo Picasso, con la nariz torcida y un ojo más arriba que el otro. No obstante, cumplo técnicamente lo prometido y pinto la Mona Lisa otra vez.
Jesús se refiere a algo distinto. Él emplea el segundo término griego que requiere la acción de la fuente original. La expresión anothen, aplicada a la situación en la galería parisiense, requeriría nada más y nada menos que la presencia del mismísimo da Vinci. Anothen excluye:
Réplicas contemporáneas.
Homenajes de segunda generación.
Imitaciones bien intencionadas.
Aquel que lo hizo primero debe hacerlo de nuevo. El creador original rehace su creación. Este es el acto que Jesús describe.
Nacer: Dios realiza el esfuerzo.
De nuevo: Dios restaura la belleza.
La idea no es intentarlo de nuevo. No necesitamos el músculo del ego, sino la intervención milagrosa de Dios.
La idea entumece a Nicodemo. «¿Cómo es posible que esto suceda?» (v. 9). Jesús responde mostrándole el diamante de esperanza más grande de la Biblia.
Porque tanto amó
Dios al mundo,
que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que cree en él
no se pierda, sino que tenga
vida eterna.
Estas veintiocho palabras arman un desfile de esperanza que empieza con Dios y termina en la vida, instándonos a todos a hacer lo mismo. Tan conciso que puede escribirse en una servilleta o memorizarse en un minuto, pero tan sólido que aguanta dos mil años de tormentas y preguntas. Si usted no sabe nada de la Biblia, empiece aquí. Si se sabe todo en la Biblia, vuelva aquí. Todos necesitamos recordarlo. El corazón del problema humano es el corazón del humano. Y el tratamiento está formulado en Juan 3:16.
Él ama.
Él dio.
Nosotros creemos.
Y vivimos.
Estas palabras son a las Escrituras lo que el río Mississippi es a Estados Unidos, el acceso directo al corazón de la patria. Bien sea que las creamos o las descartemos, que las acojamos o las rechacemos, cualquier consideración seria de Cristo debe incluirlas. ¿Acaso un historiador británico pasaría por alto la Carta Magna? ¿O un egiptólogo la piedra de Rosetta? ¿Podría usted meditar en las palabras de Cristo y nunca ahondar en Juan 3:16?
Este versículo es...