Descansa
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Para la mayoría de nosotros, el exceso de trabajo es la nueva normalidad. En nuestras ocupadas vidas, el descanso se define como la ausencia de trabajo y aquello que hacemos cuando hemos terminado toda nuestra lista de tareas pendientes; pero generalmente estás tan cansado para disfrutar de esos momentos, que terminas enganchado durante horas a la televisión por la noche o navegando por Internet sin saber muy bien lo que estás buscando, simplemente dejándote llevar. Según su autor, Alex Pang, famoso consultor de Silicon Valley, podemos ser más exitosos en todas las áreas de nuestra vida al reconocer la importancia del descanso: trabajar mejor no significa trabajar más, sino trabajar menos, de forma más productiva y descansar mejor. Tratar el descanso como una actividad pasiva secundaria al trabajo mina nuestras posibilidades de una vida gratificante y significativa. Descansa derriba todo lo que nuestra cultura nos ha enseñado sobre el trabajo y muestra que solo descansando mejor podemos empezar a vivir mejor.

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Información

Editorial
LID Editorial
Año
2017
ISBN
9788416894833
PRIMERA PARTE
ESTIMULANDO LA CREATIVIDAD
Importa aprovechar para la obra todos los momentos lúcidos en nuestro espíritu, ya la meditación que sigue al descanso prolongado, ya el trabajo mental supraintensivo que solo da la célula nerviosa caldeada por la congestión, ora, en fin, la inesperada intuición que brota a menudo, como la chispa del eslabón, del choque de la discusión científica.
—Santiago Ramón y Cajal, Reglas y consejos sobre investigación científica
Cuatro horas
Cuatro o cinco horas al día: no es mucho pedir; sin embargo, un día debe contarle a otro la misma historia, una semana certificársela a otra y un mes darle testimonio al otro de lo mismo. Con ello se adquirirá un hábito por el que, el hombre de un talento conseguirá un elevado interés, y el de diez talentos podrá, al menos, salvar su capital.
—William Osler
Cuando examinamos la vida de los personajes más creativos de la historia, nos encontramos inmediatamente con una paradoja: estas personas organizaron sus vidas alrededor de su trabajo, no de sus días.
Personajes tan distintos como Charles Dickens, Henri Poincaré e Ingmar Bergman, que trabajaron en campos muy distintos y en tiempos diferentes, compartieron todos una misma pasión por su trabajo, una tremenda ambición de éxito y una capacidad de concentración casi sobrehumana. Sin embargo, cuando analizamos su vida diaria, estas personas solo invirtieron algunas horas al día en lo que nosotros consideraríamos su trabajo más importante. El resto del tiempo se dedicaron a escalar montañas, dormir siestas, pasear con sus amigos o simplemente sentarse y pensar. En otras palabras, su creatividad y productividad no fueron fruto de interminables horas de esfuerzo. Sus imponentes logros creativos resultaron de modestas horas de «trabajo».
¿Cómo se las apañaron para ser tan competentes? ¿Puede una generación educada para creer que el éxito requiere semanas laborales de ochenta horas aprender algo de las vidas de las personas que dirigieron Fresas salvajes, pusieron el fundamento de la teoría del caos y la topología y escribieron Grandes esperanzas?
Creo que sí. Si algunos de los personajes más grandes de la historia no dedicaron infinitas horas al trabajo, puede que la clave para entender el secreto de su creatividad consista en comprender no solo la forma en que trabajaron, sino el modo en que descansaron y cómo relacionaron ambas cosas.
Comencemos con la vida de dos personajes. Ambos tuvieron mucho éxito en sus campos. Por motivos prácticos, vivieron puerta por puerta en el pueblo de Downe, al sudeste de Londres. Y, de maneras diferentes, sus vidas nos ofrecen un entrante sobre la cuestión de cómo trabajar, descansar y conectar con la creatividad.
Imaginemos primero una figura silenciosa y envuelta en una capa que regresa a casa por un camino sucio que serpentea por la campiña. Algunas mañanas camina encorvado, enfrascado aparentemente en sus pensamientos. Otros días anda lentamente y se detiene para escuchar los bosques circundantes, un hábito «que practicaba en las selvas tropicales de Brasil» durante su servicio como naturalista en la Marina Real, recopilando animales, estudiando la geografía y la geología de América del Sur y poniendo el fundamento de una carrera que llegaría a su punto culminante con la publicación, en 1859, de El origen de las especies. Ahora Charles Darwin es mayor y ha pasado de recopilar a teorizar. La capacidad de Darwin para moverse de forma silenciosa es un reflejo de su propia concentración y necesidad de silencio. De hecho, su hijo Francis contaba que Darwin se movía con tanto sigilo que en una ocasión sorprendió a «una raposa que jugaba con sus cachorros» llegando a pocos metros de ellos, y a menudo saludaba a los zorros que regresaban a sus madrigueras tras su cacería nocturna.
Si aquellos mismos zorros se hubieran cruzado con el hombre que vivía en la casa contigua de Darwin, el baronet John Lubbock, habrían salido corriendo desaforadamente. A Lubbock le gustaba comenzar el día cabalgando por la campiña con sus perros de caza. Si Darwin era un poco como Mr. Bennet en Orgullo y prejuicio, un respetable caballero de medios moderados, educado y meticuloso que prefería la compañía de la familia y los libros, Lubbock era más como Mr. Bingley, extrovertido y entusiasta, y suficientemente rico para moverse fácilmente en sociedad y en la vida. Cuando envejeció, Darwin se vio afligido por varios achaques; según un visitante, a los sesenta y tantos años Lubbock seguía mostrando «el desenfadado talante de los estudiantes de secundaria de Eton». Pero los vecinos compartían el mismo amor por la ciencia, aunque sus hábitos de trabajo eran tan distintos como sus personalidades.
Tras su paseo matutino Darwin desayunaba, entraba en su estudio hacia las ocho y trabajaba una intensa hora y media. A las nueve y media leía el correo de la mañana y escribía cartas. Downe estaba lo suficientemente lejos de Londres para desanimar a visitantes informales, pero lo suficientemente cerca para que el correo de la mañana llegara a los remitentes y colegas de la ciudad en cuestión de horas. A las diez y media, Darwin regresaba a sus labores más serias, trasladándose a veces a su aviario, invernadero o algún otro de los demás edificios en los que llevaba a cabo sus experimentos. Hacia las doce del mediodía solía decir: «He hecho una buena jornada de trabajo», y emprendía un largo paseo por Sandwalk, un camino que él había trazado poco tiempo después de comprar Down House. (Una parte del Sandwalk discurría por un terreno que la familia Lubbock había arrendado a Darwin). Cuando regresaba después de una hora o más, Darwin almorzaba y contestaba más cartas. A las tres se retiraba para echar una siesta; una hora más tarde se levantaba, daba otro paseo por el Sandwalk y volvía a su estudio hasta las cinco y media, cuando se unía a su esposa, Emma, y a su familia para cenar. Con este horario Darwin escribió diecinueve libros[1], algunos de ellos textos técnicos sobre plantas trepadoras, percebes y otros temas; el polémico La descendencia humana y La selección sexual; y El origen de las especies, posiblemente el libro más famoso de la historia de la ciencia, y que sigue influyendo en nuestra forma de ver la naturaleza y a nosotros mismos.
Cualquiera que analice su horario no podrá sino observar la paradoja del creador. La vida de Darwin giró alrededor de la ciencia. Desde sus días de universitario, Darwin se había dedicado, primero, a la recopilación y exploración científicas y, finalmente, a teorizar. Él y Emma abandonaron Londres y se trasladaron al campo para tener más espacio para construir una familia y también —en más de un sentido de la palabra— para la ciencia. Down House le dio espacio para laboratorios e invernaderos, y el campo le dio la paz y el silencio necesarios para trabajar. Pero al mismo tiempo, sus días no nos parecen muy atareados. Los tiempos que clasificaríamos como «trabajo» consistían en tres periodos de noventa minutos. Si hubiera sido profesor en una universidad de nuestro tiempo, se le hubiera negado el ejercicio. Si hubiera trabajado en una empresa, le habrían despedido en una semana.
No es que Darwin fuera negligente con el uso del tiempo o que careciera de ambición; al contrario: era muy consciente del valor del tiempo y, aun siendo un aristócrata acomodado, quería aprovecharlo al máximo. Durante su navegación por todo el mundo en el HMS Beagle, Darwin escribió a su hermana Susan Elizabeth que «un hombre que se atreve a malgastar una hora no ha descubierto el valor de la vida». Cuando hubo de tomar la decisión de casarse o no, una de sus preocupaciones era la «pérdida de tiempo: no podré leer por las tardes», y en sus diarios mantuvo un registro del tiempo que perdió por su enfermedad crónica. Su «amor puro» por la ciencia recibía mucha ayuda de «la ambición de ser respetado por mis colegas naturalistas», confesó en su autobiografía. Darwin era un hombre apasionado y entusiasta, tanto es así que fue proclive a sufrir ataques de ansiedad por sus ideas y sus implicaciones.
Aunque John Lubbock es mucho menos conocido que Darwin, en el momento de su muerte en 1913 era «uno de los científicos amateurs con más talento de Inglaterra, uno de los escritores más prolíficos y conocidos de su tiempo, uno de los reformadores sociales más fervientes y uno de los mejores juristas de la historia reciente del Parlamento». Los intereses científicos de Lubbock se repartían entre la paleontología, la psicología animal y la entomología —fue el inventor de la granja de hormigas—, pero su labor más permanente fue en el ámbito de la arqueología. Sus escritos popularizaron los términos Paleolítico y Neolítico, que los arqueólogos siguen usando en nuestros días. Lubbock compró Avebury, un antiguo asentamiento situado al sudoeste de Londres, y con ello preservó sus monumentos de piedra que, de otro modo, habrían sido destruidos por las constructoras. Hoy, Avebury compite con Stonehenge en popularidad y valor arqueológico y, por su preservación, obtuvo en 1900 el título de barón de Avebury.
Pero Lubbock no era solo un hombre con aptitudes científicas. Heredó el próspero banco de su padre y lo convirtió en una potencia para las finanzas del periodo victoriano tardío. Lubbock ayudó a modernizar el sistema bancario británico. Fue un reconocido y exitoso legislador del Parlamento durante varias décadas. En su biografía se consignan veintinueve libros, con varios superventas traducidos a muchos idiomas extranjeros. La producción de Lubbock fue prodigiosa, notable incluso para una generación tan fructífera como la suya. En 1881 Charles Darwin le dijo: «Para mí es un misterio que puedas encontrar tiempo para la ciencia, la escritura, la política y los negocios».
Es tentador imaginarnos a Lubbock como un agresivo macho alfa de nuestro tiempo, una especie de Tony Stark de la ciencia ficción. Pero algo no encaja con este perfil, porque su fama como político descansaba en una defensa del descanso. Las festividades de los bancos británicos —cuatro festivos nacionales para todos los trabajadores— fueron invención suya, y sellaron su reputación popular cuando en 1871 entraron en vigor. Tan entrañables eran estas festividades y tan asociadas a él, que la prensa popular las llamaba «Días de san Lubbock». Defendió durante varias décadas un proyecto de ley (la Early Closing Bill) que limitaba la jornada laboral para los menores de dieciocho años a setenta y cuatro horas (!) por semana; cuando, finalmente, el proyecto se aprobó en abril de 1903, treinta años después de su presentación, se le llamó «Ley de Avebury».
Esta defensa pública del descanso no pretendía ganarse a la multitud. El barón y banquero no era un populista calculador. Aunque todo indica que Lubbock simpatizaba francamente con la precaria situación de los trabajadores, este seguía siendo abiertamente aristocrático. Lubbock jugó con otros futuros duques y condes en una escuela elemental que su biógrafo llamó «Casa de los jóvenes lores»; vivir en Eton fue casi como descender un peldaño en el escalafón social. En su casa, High Elms, y en sus largos viajes pasó tiempo en compañía de presidentes, primeros ministros, miembros de la realeza, destacados científicos y artistas.
Y Lubbock practicaba lo que predicaba. Era difícil administrar el tiempo durante el periodo de sesiones del Parlamento, cuando los debates y votaciones podían prolongarse hasta bien entrada la medianoche. Sin embargo, en High Elms, Lubbock se levantaba a las seis y media, y tras sus oraciones, un paseo a caballo y el desayuno, comenzaba a trabajar a las ocho y media. Dividía el día en bloques de media hora, un hábito que había aprendido de su padre. Tras largos años de práctica, Lubbock podía, sin inmutarse, pasar de ocuparse de «un intrincado aspecto financiero» con sus socios o clientes a concentrarse en «un problema de biología como la partenogénesis». Por la tarde solía pasar otro par de horas al aire libre. Era un entusiasta jugador de críquet, «un rápido lanzador zurdo» que a menudo llevaba jugadores profesionales a High Elms para que le entrenaran. Sus hermanos menores jugaban al fútbol; dos de ellos jugaron la primera final de la FA Cup en 1872. También era aficionado al fives, un deporte de raqueta en el que llegó a ser muy competente en Eton. Más adelante, cuando se aficionó al golf, Lubbock sustituyó el campo de críquet de High Elms por uno de golf de nueve agujeros.
A pesar, pues, de sus diferencias de personalidad, logros y aptitudes, tanto Darwin como Lubbock consiguieron algo que en nuestro tiempo parece cada vez más extraño. Aunque sus vidas fueron plenas y memorables, y su trabajo prodigioso, sus días estuvieron también llenos de descanso y esparcimiento.
Esto parece una contradicción o un equilibrio fuera del alcance de la mayoría de nosotros, pero no lo es. Como veremos, Darwin, Lubbock y otras muchas personas creativas y productivas no consiguieron serlo a pesar del esparcimiento, sino precisamente por él. Y aun en nuestro mundo 24/7, siempre en movimiento, podemos aprender a mezclar trabajo y descanso de formas que nos hagan más inteligentes, creativos y felices.
Darwin no es el único científico famoso que combinó toda una vida de dedicación a la ciencia con una jornada laboral aparentemente corta[2]. Podemos ver patrones similares en otros muchos casos, y vale la pena comenzar con las vidas de los científicos por varias razones. La ciencia es una empresa competitiva y completamente absorbente. Los logros de los científicos —el número de artículos y libros que escriben, los premios que ganan, el ritmo al que se citan sus obras— están bien documentados y son fáciles de cuantificar y comparar. Su legado es, pues, con frecuencia más fácil de determinar que el de los dirigentes empresariales o el de los personajes famosos. Por otra parte, las disciplinas científicas son muy distintas unas de otras, lo cual nos aporta una útil variedad de personalidades y hábitos de trabajo. Además, la mayoría de los científicos no han estado sujetos a la intensa mitificación que rodea a los dirigentes empresariales y políticos, magnificándolos y ensombreciéndolos. Puede que al estudiar a los científicos tengamos que separar los rumores de los hechos, pero rara vez nos las veremos con un activo campo de fuerza de propaganda y manipulación de la información.
Por último, varios científicos se han interesado en las formas en que el trabajo y el descanso afectan al pensamiento y contribuyen a la inspiración. Un ejemplo es Henri Poincaré, el matemático francés cuya eminencia pública y logros le situaron en un nivel parecido al de Darwin. Los temas de los treinta libros y quinientos artículos de Poincaré abarcan la teoría de números, la topología, la astronomía y los mecanismos, la física teórica y aplicada y la filosofía; el matemático estadounidense Eric Temple Bell le describió como «el último universalista». Poincaré participó en los esfuerzos por estandarizar los husos horarios, supervisó el desarrollo ferroviario en el norte de Francia (se formó como ingeniero de minas), sirvió como inspector general del Corps des mines y fue profesor de la Sorbona.
Poincaré no era famoso únicamente entre sus colegas científicos: en 1895, junto con el novelista Émile Zola, los escultores Auguste Rodin y Jules Dalou y el compositor Camille San-Saëns, fue objeto de un estudio sobre la psicología del genio desarrollado por el psiquiatra francés Édouard Toulouse. Toulouse observó que Poincaré mantenía un horario muy regular. Este llevaba a cabo su trabajo más intenso entre las diez de la mañana y las doce del mediodía y entre las cinco y las siete de la tarde. El genio matemático más destacado del siglo XIX trabajaba lo suficiente para ocupar su mente en un problema durante cuatro horas al día.
Vemos este mismo patrón entre otros matemáticos famosos. G. H. Hardy, uno de los principales matemáticos británicos de la primera mitad del siglo XX, comenzaba el día con un pausado desayuno y detenida lectura de los resultados del críquet; después, de nueve a una, se sumergía en las matemáticas. Tras...

Índice

  1. PORTADA
  2. CONTRAPORTADA
  3. ÍNDICE
  4. INTRODUCCIÓN
  5. EL PROBLEMA DEL DESCANSO
  6. LA CIENCIA DEL DESCANSO
  7. PRIMERA PARTE. Estimulando la creatividad
  8. SEGUNDA PARTE. Mantenimiento de la creatividad
  9. NOTAS
  10. ALEX SOOJUNG-KIM PANG
  11. PÁGINA LEGAL
  12. PUBLICIDAD LID EDITORIAL