El argumento
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El argumento

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Libro de cuentos para el éxito en la vida profesional y personal. Son siete historias llenas de sabiduría, de enseñanzas cargadas de conocimiento para ser mejor persona y mejor profesional. Son siete cuentos que aúnan experiencia, emociones e inteligencia que te ayudarán alcanzar una vida plena.

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Información

Editorial
LID Editorial
Año
2015
ISBN
9788483562734

NOGARD

Había una vez, hace muchos, muchos años, un hermoso lugar que era gobernado por un rey gran amante de su pueblo y hombre virtuoso.
El rey vivía dedicado a procurar bienestar y prosperidad a sus súbditos mientras cuidaba su mayor tesoro: la princesa Yaiza.
La princesa era una joven cuya belleza e inteligencia eran ensalzadas por todos aquellos que la rodeaban. Criada personalmente por su padre, debido a la temprana muerte de su madre, su futuro era reinar aquel paraíso.
La princesa era deseada por los caballeros y príncipes de todos los reinos conocidos, pues su fama traspasaba todas las fronteras. Todos la intentaban deslumbrar con sus virtudes y riquezas. Ella, con su pensamiento puesto en otros menesteres, hacía caso omiso de cualquiera que se acercara. Tenía el empeño de dedicarse a su formación para que, el día que tuviese que reinar, sus actos y obras dejasen, al menos, la misma huella que su padre estaba imprimiendo en el reino.
La princesa vivía una vida plácida no exenta de exigencias y sacrificios, aceptados con la ilusión de quien se sabe llamada a realizar una gran obra.
Aprendía el noble arte de dirigir escuchando a su padre y a sus consejeros. Pasaba largas horas en las cocinas junto a los sirvientes aprendiendo a cocinar y a saber cómo se organizaba un lugar tan complejo como es un palacio. Hacía de anfitriona de los muchos invitados que allí llegaban y escuchaba los relatos de los viajeros que eran atendidos en palacio.
Desgraciadamente algo amenzaba aquel idílico mundo: un terrible dragón que, escondido en las montañas cercanas, sembraba el terror con su fuego, sus gruñidos y su poder. Su único objetivo era arrasar la comarca y hacerse dueño y señor de la misma.
Sus constantes ataques nunca lograron tener éxito pues el ejército real, gracias a su preparación y valor, había conseguido rechazarlos.
Debido a esos fracasos el dragón se recluyó en el interior de una gran cueva y dedicó su vida a pensar cómo podría secuestrar a la princesa. Si tuviese éxito, pensaba, el rey no tendría más remedio que entregarle el poder a cambio de la libertad de su querida hija. Eso le convertiría en el dragón más poderoso de la Tierra.
Una mañana, al amanecer, ejecutó su malvado plan y secuestró a la princesa…
–¡Eh, eh, eh, eh! Para el carro, cronista de pacotilla.
–¿Perdón? ¿Quién se ha metido en mi cuento sin permiso? (este soy yo, el autor, un tanto aturdido por lo inesperado del suceso).
–Soy Nogard, el dragón del que estás hablando… Mejor dicho, del que estás inventado una historia que flipas colega.
–¡Pero, pero…! (sigo sin estar muy centrado. Esto no me había pasado nunca).
–¡Pero, pero! (ahora es el dragón con un tono burlesco bastante cabreante). Vamos a ver colega, a ti ¿quién te ha contado esta historia?
–Pues hombre, yo… Sobre todo el rey y sus consejeros –le digo mientras giro la cabeza a un lado y a otro para conseguir verle.
–Ya me lo temía (el dragón con tono melancólico).
–Te temías ¿qué? –le digo yo ahora para ver si voy entendiendo algo y, sobre todo, que no se me enfade y me suelte un escupitajo de fuego.
–Lo de siempre, tronco, lo de siempre. Que uno va de bueno y se aprovechan de él (la verdad, debo decirles que su tono es más parecido a un macarra simpático que a un dragón. Pero, en fin, sigamos a ver qué pasa).
–Hombre, siendo sinceros, un dragón bueno, bueno, lo que se dice bueno no es que sea. ¡Digo yo!
–¿A cuántos dragones has conocido? Seguro que eres un experto en dragones que nunca ha visto ninguno. O sea que, me juego el cuello, tú te dedicas al coaching ese de moda… ¿A qué sí? (este dragón debe de ser un periodista disfrazado o algo así porque ya está con las preguntas incómodas).
–Eso ahora no importa (mejor cortar que por ahí no vamos a ningún sitio… bueno). Lo que sí importa es, ¿qué pintas aquí? ¿Por qué te has metido en mi cuento sin permiso? Y, sobre todo, ¿qué demonios quieres? (me pongo un poco serio para recuperar autoestima y poder).
–Pero mira que eres cursi tron: ¡¿qué demonios quieres?! Esa expresión era de mi abuela materna, tolili. Mejor deberías decir: ¡¿qué cojones quieres?! Si no, te piras ahora mismo y te quedas sin saber la verdadera historia. Si es que te interesa.
–(Ni recupero autoestima, ni poder, ni nada de nada. El dragón me va ganando por goleada). Está bien, está bien: ¡¡¡¡¡¡¡¿QUÉ COJONES QUIERES?!!!!!!!
–¿Qué pa, qué pa, qué pasa tron? Así me gusta, como un hombre. ¿No tendrás unas birritas por ahí?
–(¡La madre que me parió! Esto es absurdo, inaudito y una locura pero no tengo más remedio que seguir. Cualquiera se va sin saber el final). Lo primero, déjate ver. A partir de ahí ya veremos si hay birritas o no hay birritas, colega.
No se lo van a creer pero tengo frente a mí un dragón con chupa de cuero, de piel verde y un tamaño descomunal. Aparte de eso, lo demás sigue normal…
–En fin, voy a intentar centrarme y mantener contigo una conversación… –le digo casi sin mirarle.
–De dragón a dragón, como si dijésemos –me contesta socarronamente.
–Sin comentarios. ¿Por qué dices que soy un cronista de pacotilla?
–Pues porque lo que estás contando y la realidad no tienen nada que ver. Ni el rey es así, ni yo he secuestrado a la princesa, ni existe el mundo idílico ese que pintas. Vamos, una patraña detrás de otra… –me dice mientras cruza las piernas y enciende un pitillito (utilizo sus propias palabras).
–Es lo que me han contado –le digo con seriedad.
–Ese es el problema exactamente…
–¿Cuál? –le pregunto ya metido de lleno en la conversación «kafkiano-almodovariana».
–Pues que tú relatas lo que te cuentan, no lo que es la verdad. Como pasa siempre en estos cuentos: rey bueno, princesa guapa y medio tonta, dragón malo y príncipe «masculino ronáldico». Dragón secuestra princesa, príncipe acude en ayuda, rey anciano llora desconsolado, príncipe lucha contra dragón, mata dragón, se casa con la princesa y ¡felicidad a raudales!
–Más o menos –le digo un poco asombrado.
–¡Manda huevos! Y tú vas y te lo crees –me dice apagando el pitillito en la roca.
–Hombre, yo…
–Mira, te voy a contar mi versión. El rey es un tirano de no te menees que tiene a una panda de asesores chupópteros que le dicen sí a lo que sea con tal de que a final de mes les siga pagando el sueldazo que tienen. La gente no le aguanta pero no pueden echarle porque es el dueño del cotarro. No ha renovado la flota de caballos desde hace años, las armaduras de los soldados están oxidadas y las palomas mensajeras están viejas y desplumadas. Por no extenderme más, te diré que las habitaciones de los sirvientes se caen de viejas, hace un frío que pela en todo el palacio y si alguno se pone enfermo que se fastidie pues el médico de la zona ya no va por la cantidad de facturas que le deben.
–¡Jodeeee! –es lo único que me sale como expresión válida–. Pero el palacio está muy chulo por fuera –le insisto–: los guardas de las puertas tienen unos uniformes de diseño, el rey va hecho un figurín y la gente que lo rodea parece feliz.
–Todo fachada, tron. Todo fachada para engañar al personal y vender las cosechas a mejor precio. ¡Marketing puro!
–¿Y la princesa? –le digo para que no detenga el relato.
–¡Pufff! Ahí me has dado colega –me dice sacando del bolsillo el encendedor y otro pitillito–. Una víctima del padre…
–¿Es qué hay algo más? –le pregunto con alma de telebasura.
–Ni la secuestré, ni nada por el estilo. Yo trabajaba para el rey como mascota e imagen de marca de los productos agrícolas que vendíamos y pasó lo que pasó…
–¿Qué pasó? –cada vez me sentía más Karmele Marchante.
–Pues lo que tenía que pasar –me dice mientras con la mano se señala el cuerpo de la cabeza a los pies–: que se enamoro de este pibón…
–Tú abuela no tienes, ¿no?
–Pues no, murió hace tiempo. Mira que era enrollada, más maja… –me contesta sin rubor.
–Bueno sigue… Me dices que se enamoró de ti.
–Pues sí –me explica al tiempo que se inclina hacia mí como en confidencia–. Esta pobre es otra víctima más. La madre murió, muchos dicen que de los disgustos que le daba el rey, parece que se enrollaba con todas las cortesanas que se le ponían a tiro, y esta niña se crió entre los sirvientes. Cuando yo llegué vio las puertas del cielo abiertas y me dijo que nos casásemos. Su padre se enteró y me despidió. Además, hizo que el tribunal de delitos humanos me condenase al destierro y a no estar nunca más cerca de siete leguas del castillo.
–Y, ¿qué hiciste?
–Yo le enviaba a cada rato un SMH…
–¿Un SMH?
–Sí –me dijo mirándome muy sorprendido–, Servicio de Mensajes por Humo. ¿No me digas que todavía no lo utilizas?
–Sigue, sigue –le corté.
–Un día me envió un SMH y me dijo que ya no podía más, que iba a huir y se vendría a vivir conmigo.
–¡¡¡¿Y…?!!! –mi vena Karmele se puso a tope.
–Pues que así lo hizo. Ahora el rey me acusa de secuestro y ha conseguido que todos me odien. Además, de vez en cuando, saca a sus tropas, simulan combates co...

Índice

  1. Cover
  2. Title
  3. Title
  4. Halftitle
  5. Copyrights
  6. FRONT
  7. CONTENTS
  8. PROLOG
  9. PRESENTATION
  10. El argumento
  11. El tesoro
  12. La estrella de mar
  13. La mala vida
  14. Los clavos
  15. Mi abuelo
  16. Nogard
  17. BACK