Sería ingenuo e inexacto atribuir la actual situación de la economía internacional a una única causa como la falta de regulación o el triunfo de un capitalismo exacerbado. Y es que si bien las desgracias nunca vienen solas, las causas de estas desgracias tampoco lo hacen. ¿Qué factores han sido entonces los culpables de la peor crisis económica y financiera vivida hasta el momento? ¿Sabemos a lo que nos enfrentamos y estamos poniendo en marcha las medidas requeridas para evitar repetir situaciones similares en el futuro?
Comencemos señalando uno de los aspectos de fondo: la actual crisis de valores ¿Qué es lo que ha ocurrido en los últimos años en nuestra sociedad que ha hecho que los individuos que la conforman puedan obviar el aspecto humano derivado de tasas de desempleo del 15%? Acaso ¿podremos utilizar las reservas de banqueros ya destronados para cubrir las necesidades económicas de aquellos para los que se acaba el subsidio de desempleo? ¿Necesitaría la banca de inversión una hoguera en la que ardieran todas sus vanidades hasta el punto de consumirla por completo? ¿Será la condena de Madorff una forma de rentabilidad para los que perdieron parte de sus ahorros? No se plantean estas cuestiones con el ánimo de que el lector revise su decálogo ético en la vida, sino para que entienda el por qué de algunas medidas meramente económicas o regulatorias, puede evitar situaciones de caos en el futuro.
Es precisamente la naturaleza humana la que determina que la mayor parte de las decisiones se entiendan en el corto plazo y en un entorno individualista pero choquen con el concepto de bienestar, crecimiento sostenible y globalidad. En tiempos de crisis la globalidad parece dejar paso al nacionalismo y las fronteras de esta nacionalidad cada vez se encuentran más cerca. Frases publicitarias como «bienvenido a la república independiente de tu casa», podrían ser una buena muestra de algunas políticas económicas planteadas. Pero es que los problemas surgen sólo en los momentos de crisis o es que es entonces cuando como decía Warren Buffet, «baja la marea y se ve quién está nadando desnudo».
Tras la crisis tecnológica de comienzos de 2000 las economías mundiales vivieron una auténtica etapa de expansión económica. Estados Unidos, Europa y los países emergentes caminaban de la mano hacia un crecimiento continuo. Y es que parecía que la simbiosis era perfecta, los países más avanzados demandaban productos para consumir mientras que las economías en desarrollo veían cómo la venta de sus productos en el extranjero hacía engordar sus reservas monetarias.
La liquidez no suponía un problema ya que el exceso de la misma representaba un resguardo para los dirigentes de economías emergentes como China. El único aspecto a decidir era cómo invertir dichas reservas, y es entonces cuando apareció el primer conflicto de valores. ¿Invertir fuera o dentro del país? Y ¿en qué tipo de activos? Si se invertía en el país, la economía china podría acabar por tener que enfrentarse a uno de los grandes enemigos de las etapas expansivas, la inflación. La subida de precios supondría un doble peligro ya que no sólo reduciría la renta disponible de los ciudadanos, sino que haría que los productos chinos fueran menos competitivos en el exterior por lo que la opción de invertir en China no era factible para los empresarios chinos. Por el contrario invertir en activos americanos provocaría inflación en los Estados Unidos, y siguiendo el mismo razonamiento anterior haría perder competitividad a los productos norteamericanos a favor de los chinos. La opción elegida por los países emergentes puede imaginársela fácilmente el lector: los activos norteamericanos.
Volviendo a la perspectiva del corto plazo la opción elegida era favorable para ambas partes, Estados Unidos podían consumir a precios más asequibles y China seguía acumulando reservas y ganando en competitividad, ¿pero qué ocurriría en el futuro? Los deseos consumistas de los norteamericanos unidos a la rebaja del tipo de interés del bono norteamericano, hizo que los estadounidenses comenzaran a endeudarse para comprar casas, coches, contratar vacaciones… Recordemos que la liquidez no era un problema y que la economía nadaba en la abundancia.
Quizás fue entonces cuando la máxima autoridad monetaria norteamericana, la Reserva Federal, tenía que haber actuado. Una subida de los tipos de interés, habría rebajado los ánimos consumistas permitiendo controlar el endeudamiento y la inflación en el país. Pero, ahora bien ¿habría sido bien recibido un recorte en el crecimiento económico en un momento de bonanza donde aparentemente no había problemas de inestabilidad? Nuevamente el corto plazo jugaba en contra de los intereses del medio y largo plazo, y la amenaza de futuras burbujas económicas se estaba convirtiendo en una realidad.
Los primeros síntomas comenzaban en Estados Unidos, donde la fuerte subida del precio de las casas, hacía ver la compra de una vivienda como una inversión segura donde nunca se perdería lo invertido. Los bancos en un entorno de abundante liquidez, no dudaban en conceder hipotecas a todo tipo de ciudadanos, los más y los menos solventes. Al existir una importante demanda de hipotecas en todo Estados Unidos, en teoría se reducía el riesgo geográfico porque ¿cómo iban a caer todas las casas norteamericanas a la vez?
Además no debemos olvidar que el bajo precio del dinero reducía los márgenes de los bancos, por lo que estos tendrían que utilizar la imaginación para cumplir los objetivos. ¿Llevaría esta situación a un nuevo modelo bancario?