Pierde la banca
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Pierde la banca

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Bankia y el reciente rescate a España han puesto al sector bancario en boca de todos, y no precisamente para bien. Desde el profundo conocimiento del negocio, Miguel Ángel González va más allá de estos asuntos o de los ya muy conocidos errores asociados al sector inmobiliario, enumerando los fallos de gestión en los que han incurrido buena parte de nuestras entidades financieras. Pierde la banca pone de manifiesto que sus errores nacen de causas tan variadas y decisivas como una visión cortoplacista, el desenfoque del negocio, el desplazamiento del cliente como centro del mismo, los objetivos desmedidos e impuestos de forma indiscriminada a las sucursales, con las consecuencias negativas que todo ello conlleva para el usuario. Trata además de la intromisión de los políticos en las cajas de ahorros y su resultado: la ruina total o el riesgo de quiebra a la que las han llevado, o su salida airosa y bien pagada, lo que sin duda justifica la pérdida de imagen del sector. El libro deja claro, no obstante, que no todo el sector merece estar en entredicho. Muchos bancos y algunas cajas han hecho bien su trabajo.

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Información

Editorial
LID Editorial
Año
2012
ISBN
9788483567043
Categoría
Finanzas
1 Los bancos tienen la culpa de todo… o no
«Más vale estar equivocado con todos que
estar solo en posesión de la verdad».
Madeleine de Puisieux, escritora francesa del siglo XVIII
Con la frase elegida para acompañar a este capítulo parece que empezamos con excusas. No es así, es simplemente el reflejo de lo que ha ocurrido.
Resulta tan fácil, desde el punto de vista de la percepción del común de los ciudadanos, decir que los bancos son los responsables absolutos de la crisis, que se han forrado a costa de los más débiles, que considero necesario empezar este libro por algo muy genérico, como es tratar de explicar la actuación del sector y la parte de culpa que le toca en esta profunda crisis en la que estamos inmersos desde hace ya demasiado tiempo. Esta no es una explicación para especialistas, sino para que lo entienda, al menos bajo mi punto de vista, cualquier persona no necesariamente familiarizada con el sector, tratando con ello, por una parte, de centrar en realidad el tiro para poder determinar si solo hay un culpable y, por otra, tratar de desestigmatizar al sector financiero, al que se enjuicia de forma genérica, sin distinguir los buenos gestores de los malos, en especial por parte de aquellos que han encontrado la explicación mágica para todos los problemas, ocultando con ello los errores de otros y, lo que es peor, los errores propios.
Una explicación fácil: las economías occidentales, en particular las más fuertes, empiezan a mostrar signos de debilidad en su crecimiento. Para movilizar estas economías, potenciar el consumo y la inversión, se actúa desde las autoridades con responsabilidad para ello, sobre los tipos de interés. La Reserva Federal en Estados Unidos y el Banco Central Europeo rebajan los tipos de interés a mínimos históricos. Si a lo anterior sumamos que hay un exceso de ahorro en los países en desarrollo, lo que genera una gran liquidez en el mercado, nos encontramos con una mezcla que, a posteriori, se ve que puede resultar explosiva: alta liquidez y bajos tipos de interés.
En estas condiciones, en muchos países, el dinero fácil y barato posibilita que se haga llegar el mismo a los ciudadanos y empresas vía crédito, lo cual produce una fuerte expansión, en ocasiones de la inversión productiva, en otras simplemente del consumo, está claro que en el gasto corriente y, con mayor fuerza en unos países que en otros, en el sector inmobiliario.
En la alocada carrera de endeudamiento entran no solo los ciudadanos y las empresas, sino también los países, que disparan su deuda hasta límites que, en los momentos en los que esto se escribe, suponen una losa difícil de levantar y uno de los principales problemas por los cuales la salida de la crisis será más complicada para algunos, y para otros será casi imposible en unos cuantos años.
Centrándonos en el sector inmobiliario, que es donde más ha incidido la crisis en España, y cuyo peso en el PIB en 2008-2009 estaba en torno al 10% (Alemania: 4,5%, Francia: 6,4%, Estados Unidos: 4%): hay una carrera de los particulares por comprar, considerando que las cuotas hipotecarias con bajos tipos de interés, altos niveles de financiación sobre compra y larguísimos plazos para el pago, resultan más que asequibles a casi todas las economías, y se produce una expansión inusitada del mercado de la vivienda, que día a día ve incrementados sus precios a la vista de que todo se vende.
Nacen promotores por doquier (albañiles venidos a más se decía, despectivamente, en el sector): no se contempla la posibilidad de no venta ni los problemas de financiación, porque ni una ni la otra cosa preocupan en ese momento.
Los bancos y cajas, en esta tesitura, resultan no solo colaboradores necesarios, sino también en muchas ocasiones generadores de la demanda, al expandir su oferta crediticia saltándose (en unas entidades más que en otras) hasta las más mínimas normas de prudencia. Se superan ampliamente los límites de financiación sobre el valor del inmueble, se bajan los tipos de interés hasta llegar a casi la rentabilidad cero, incluso negativa, confiando en obtener rendimientos por la venta cruzada de otros productos, y se comprometen plazos que superan con mucho la esperanza de vida de los prestatarios.
La explicación fácil de lo anterior tiene que ver con estrategias de crecimiento, entre otras cosas. Si los demás dan préstamos a mansalva y tú no los das te quedas fuera. Si te equivocas haciendo lo que hacen todos alguien te disculpará. Es decir, comportamiento gregario, o de rebaño. Si te equivocas haciendo lo que no hace nadie te lo harán pagar caro, que es la frase del principio de este capítulo.
Detrás de todo este altísimo endeudamiento nacen todo tipo de productos que encajaríamos en la ingeniería financiera: titulizaciones hipotecarias, productos estructurados, derivados y todo tipo de coberturas. Al final de los finales de toda esta cadena, la única realidad es que muchos de estos productos están sustentados sobre bases débiles: gigantes con pies de barro. Muchos clientes compran productos de riesgo y muchas entidades los venden, aunque en ocasiones ni los propios gestores comerciales conocen bien la trascendencia de todo ello.
Eran los días del todo vale; era fácil tener éxito: lo tenían los promotores de viviendas y los constructores, los propietarios de suelo, que se inflaron a ganar dinero; lo tenían los bancos y cajas, que crecían a doble dígito, y lo tenían también los gobiernos y sus administraciones: crecimiento del empleo, incremento de impuestos por la actividad y por las licencias… En fin, todo ello ya muy sabido.
Como a todos los días les sigue la noche, tras aquellos días de vino y rosas, hubo de afrontarse la digestión de todo ello: la burbuja se desinfla y en el último trimestre de 2006 saltan a la opinión pública las primeras noticias sobre la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos. A primeros de 2007, algunos de los más cualificados analistas económicos –los cuales también son corresponsables– decían que no afectaría al sistema financiero, ya que son las hipotecas de los pobres. El estallido de las hipotecas subprime, ya definitivo en agosto de 2007, supone la punta de lanza de lo que vendrá después: algunos gigantes financieros caen, el pánico se expande, la desconfianza crece, la liquidez falta, la solvencia tiembla, los impagos se multiplican, el desempleo crece; la gran crisis está ya instalada. Si además, mientras todo esto ocurre, como gobierno miras para otro lado, el asunto se complica.
En el sector financiero la falta de liquidez, derivada de la falta de confianza, y que puede generar en un problema de solvencia, implica grandes dificultades para obtener financiación en los mercados mayoristas (los bancos pueden operar, o dar créditos para simplificar, o bien utilizando los recursos de sus propios clientes o bien con los recursos obtenidos en otras entidades o mercados, que llamamos genéricamente mayoristas), por lo que nacen estrategias de captación de recursos a precios muy por encima de lo que están cobrando por los préstamos hipotecarios.
Estas estrategias pueden parecer huidas hacia delante o simplemente la única forma de poder subsistir. De hecho la captación de recursos no facilita el crédito a las familias y a las empresas, que muestran extraordinarias dificultades para acceder al mismo. Los bancos, por una parte reticentes a dar operaciones sin plena garantía y, por otra, reticentes a dañar el balance aún más de lo que ya lo tienen, optan por reequilibrarlo, frenando el crédito e invirtiendo asimismo tanto en los vencimientos de las operaciones que deben afrontar como en las emisiones de una deuda pública que crece y crece.
El sector financiero español, alabado por algunos como uno de los más fuertes, empieza a flaquear, en especial por el lado de las cajas de ahorros, que se han lanzado a una alocada carrera de expansión, tanto en el volumen de negocio ligado al ladrillo como en el número de sucursales que se abren por doquier en cualquier esquina de cualquier ciudad, grande o pequeña.
La reforma del sistema, impulsada desde el anterior gobierno, camina a paso mucho más lento del deseable, en particular porque no ha querido entrar al trapo en una parte importante de los problemas de estas entidades, que tiene que ver con la influencia política en sus órganos de gobierno, y porque no se ha hecho una inyección de dinero público en la cuantía en que el sistema lo necesita, tal como se ha hecho en otros países.
La falta de trasparencia y claridad desde el principio y, por qué no decirlo, el contar con una opinión pública que los políticos han conseguido malinformar y a la que no se trata como personas maduras, lleva a no tomar las decisiones adecuadas en el momento oportuno, por lo que no se abordan los problemas de forma directa y sin rodeos. Los riesgos asociados al inmobiliario, en algunas entidades, debieron tratarse en su momento mediante una más rigurosa dotación de provisiones contra los resultados pero las entidades, como si no pasara nada, seguían declarando beneficios crecientes y repartiendo dádivas y dividendos como en los mejores tiempos.
En los países donde el sistema financiero ya vuelve a sacar la cabeza, esos fondos públicos, en forma de préstamos o directamente en forma de capital, interviniendo las entidades, han podido ser devueltos, incluso con sus intereses, y la operación ha generado un notable beneficio para las arcas públicas. Pero aquí no queremos hablar ni de fondos públicos ni de bancos malos, porque se empiezan a mezclar cosas y sale la demagogia a borbotones. En pura teoría al final las ayudas públicas no habrían de terminar como coste para los contribuyentes, porque, o bien se devuelven los préstamos con intereses, o bien se venden las entidades, recuperando las inyecciones de capital. Y las excepciones vendrán cuando en la venta de las entidades intervenidas se ha comprometido un EPA (Esquema de Protección de Activos) que viene a ser un seguro que la entidad compradora exige para hacerse cargo de unas cuentas que pueden dar más sorpresas –negativas se entiende– de las que dice el vendedor, en este caso el Estado. Durante unos años el EPA puede implicar que parte de las inyecciones de capital, en función de cómo se desenvuelvan las entidades vendidas, pudieran no ser recuperadas en su totalidad.
Tras las elecciones de finales de 2011 el nuevo gobierno ha impulsado lo que entiende será la reforma financiera definitiva, obligando a los bancos a sanear su balance, dañado por los activos inmobiliarios, debiendo reforzar sus recursos propios y poniendo a muchos de ellos en la tesitura, imprescindible de acometer, de entrar en procesos de fusiones. El gobierno entiende que si los bancos son mucho mayores, más fuertes, tendrán menos problemas para financiarse en los mercados mayoristas. Otra cosa es, y lo veremos más adelante, que estemos conformando un auténtico oligopolio. Y ya se sabe lo que ello supone: entre otras cosas la concentración del poder económico y lo que ello trae consigo, no necesariamente positivo.
Sin embargo, el conjunto de reformas emprendidas no ha impedido que el sector financiero español, en su conjunto, sea catalogado como dañado y dañino, lo que ha obligado recientemente al Gobierno a pedir ayuda, en forma de rescate, a la Unión Europea, que ha abierto una línea de crédito de hasta 100.000 millones de euros con unas condiciones que, a la hora de concluir este libro, aún no son del todo conocidas. Al final reservaremos un capítulo para tratar el rescate financiero y, sobre todo, lo que nos ha llevado a ello.
Volviendo a la crisis, y en el caso concreto de Europa, un factor adicional que la alimenta es el fuerte desequilibrio entre las diferentes economías que conforman la zona euro en la Unión Europea. Al no ser dueños de la política monetaria, los países con economías más débiles no pueden declararse de manera oficial más pobres a base de una devaluación de su moneda. Las decisiones del Banco Central Europeo, que tiene fuertes limitaciones en su cometido, y que en ocasiones opera como una sucursal del Bundesbank alemán, tienen que dividirse entre seguir la pauta de los que van saliendo de la crisis, sobre los que se precisaría una elevación de los tipos de interés para evitar presiones inflacionarias (de las que Alemania, por ejemplo, siente pánico por su experiencia en el período de entreguerras), o seguir a los más rezagados, los periféricos, sobre los cuales las subidas de tipos de interés añadirían un factor negativo adicional a los problemas que ya tienen.
A todo lo anterior le siguen asuntos que tienen que ver con la etapa de gloria, pero que ya entran en la explicación genérica de la crisis: el sobreendeudamiento, los déficit excesivos, la incapacidad de hacer frente a todo ello, las intervenciones, los contagios, los rescates, la prima de riesgo, los ataques al euro ante una Unión Monetaria en Europa que, en tanto en cuanto no avance hacia una unión política o al menos hacia cesiones de soberanía en organismos supranacionales, estará expuesta de manera permanente a estos ataques. Hoy son Grecia, Irlanda, Portugal y España –cuyo sistema financiero también ha debido ser rescatado–, y detrás pueden ir Italia o Bélgica. En fin, una oportunidad para replantearse muchas cosas sobre la política económica seguida. Y una oportunidad para avanzar, con paso firme, en la creación de más Europa, con una unión bancaria que centralice la supervisión y el fondo de garantía de depósitos y que, para ser considerada de verdad una unión, no puede seguir produciéndose la circunstancia de que unos países se financien casi a coste cero y otros, que son lo que mas problemas tienen, se financien cinco veces más caro. Es de esperar que todo ello, incluyendo una redefinición del cometido del Banco Central Europeo y la creación de los eurobonos, sea resuelto en próximas cumbres, no debiendo demorarse las soluciones, porque el euro puede situarse en una posición delicada de cara a su permanencia como moneda única. Y, desde el otro lado del Atlántico, vienen más bien pocos apoyos; en todo caso, entre las agencias de calificación y algunos premios Nobel, lo que se lanzan son continuos dardos que, poco a poco, van ahondando en la herida.
Y ante todo esto, para que los especialistas se entretengan en explicarlo: dos formas de hacer diferentes ante problemas parecidos; una en Estados Unidos, con grandes problemas por su ingente deuda, tirando de la máquina de hacer billetes con las diferentes versiones de la Quantitative Easing o flexibilización cuantitativa –dos hasta este momento– [la flexibilización cuantitativa (QE) es una política monetaria utilizada por algunos bancos centrales, en este caso la Reserva Federal en Estados Unidos, para aumentar la oferta de dinero, incrementando el exceso de reservas del sistema bancario, por lo general mediante la compra de bonos del propio gobierno central para estabilizar o aumentar sus precios y con ello reducir las tasas de interés a largo plazo]; y otra en Europa, donde todas las recetas van hacia la reducción de la deuda y del déficit, que es el demonio: subidas de impuestos, rebaja de los presupuestos, medidas de contención del gasto, que no llegan solamente al gasto corriente sino que alcanzan a la inversión productiva, con lo que entramos en un círculo vicioso, en el cual es imposible generar crecimiento si todos los esfuerzos se dedican a reducir gasto. Al no existir la inversión productiva la recaudación cae y el déficit crece, con lo que nos metemos en un bucle.
Solo un matiz: cuando día sí y día también hablamos de lo que hay que atajar para superar la crisis y lo que nos ha llevado a ella, todo el mundo, obviamente tras identificar el mayor problema con la burbuja inmobiliaria, se refiere al déficit y al alto endeudamiento público, pero en realidad el mayor problema y el que peor solución tiene, refiriéndome al caso español, es el altísimo endeudamiento privado, que es, junto con el altísimo volumen de riesgo dudoso asociado al inmobiliario, lo que ocasiona la parálisis en el crédito y ha hecho tambalearse a una parte importante de nuestro sistema financiero, con las consecuencias ya conocidas y que han concluido en su rescate, lo que trataremos en el capítulo 9.
Todo ello genera tensiones en unos mercados en los que las opiniones de las agencias calificadoras, con escasa inclinación hacia Europa, hacen que la montaña rusa de la bolsa permita inflarse a ganar dinero a los que toman posiciones cortas (apuestas por la caída de los mercados, en ocasiones a descubierto, es decir sin tener posesión siquiera de los títulos a vender), apostando por el hundimiento de los mercados, y a los mismos cuando toman posiciones largas (apuestas por las subidas) en los rebotes. Ya no se sabe si hay una pelea entre los osos (bajistas) y los toros (alcistas) o si son los mismos pero se intercambian sus pieles.
¿Y las culpas? La respuesta fácil, la que han tomado algunos responsables políticos: la culpa la tienen los bancos. Sin embargo, de lo anotado en los párrafos anteriores lo que se puede deducir es que las culpas están muy repartidas. Quizá el error inicial, origen de todo ello, tiene que ver con la política monetaria y los tipos de interés, responsabilidad de los Bancos Centrales (Banco Central Europeo y Reserva Federal de Estados Unidos), que coincide con un momento de altísima liquide...

Índice

  1. Pierde la banca
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Índice
  6. Prólogo
  7. Introducción
  8. 1 Los bancos tienen la culpa de todo… o no
  9. 2 Desmontando el cambio
  10. 3 El cortoplacismo
  11. 4 El desenfoque
  12. 5 El mejor activo de la empresa
  13. 6 Que viene, que viene… la crisis
  14. 7 Los mayores ladrones (de tiempo)
  15. 8 Los políticos y las cajas de ahorro
  16. 9 Bankia y el rescate
  17. 10 Y ahora… a disfrutarlo
  18. Epílogo
  19. Bibliografía
  20. Notas