Autorregulación digital
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Autorregulación digital

Cómo educar en el uso responsable de la tecnología

  1. 184 páginas
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Autorregulación digital

Cómo educar en el uso responsable de la tecnología

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El mundo digital ha llegado para quedarse, y debemos educar a niños y adolescentes en el uso saludable de herramientas que van a utilizar a lo largo de toda su vida. Esta labor debe afrontarse tanto desde los centros escolares como desde las familias, Es necesario dotarlos de los mecanismos necesarios para desarrollar su sentido crítico, observar lo que está sucediendo con perspectiva y adoptar un papel activo a favor de sus derechos, mostrándoles cómo esquivar la manipulación. Para ello debemos priorizar el trabajo sobre los tres retos más urgentes: superar la información falsa y las técnicas engañosas de obtención de datos, la sobreestimulación y las posibles conductas adictivas, con el fin de convertirlos en usuarios libres, conscientes y responsables.

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Información

Tercera parte
Frenar las adicciones
y el uso patológico

Capítulo cuatro

Las bases biológicas de la adicción
El papel de la dopamina

La adicción es el resultado de un proceso biológico y químico en el que se ven involucradas distintas zonas del cerebro —en especial el sistema de recompensa—, neuronas, neurotransmisores, hormonas…, y que puede estar condicionado por factores genéticos, epigenéticos y, por tanto, también ambientales. En este capítulo vamos a describir de forma sencilla el papel que desempeña la dopamina, tal vez el agente más importante de los que intervienen en este fenómeno.
La dopamina es un neurotransmisor del sistema nervioso central, presente incluso en invertebrados, que puede funcionar también como neurohormona liberada por el hipotálamo. Se trata de una sustancia fundamental de cuyo equilibrio pueden depender nuestro bienestar y nuestra supervivencia. Niveles bajos de dopamina en ciertas zonas del cerebro desencadenan los temblores y parálisis propios de la enfermedad de Parkinson. Por el contrario, niveles demasiado altos de dopamina causan las alucinaciones y los pensamientos paranoicos típicos de la esquizofrenia.
Todas las drogas actúan de alguna forma sobre la dopamina estimulando su producción en algunos casos, o bloqueando su absorción, por ejemplo. Nuestras conductas también pueden actuar sobre el sistema de recompensa del cerebro e impactar sobre la producción de dopamina. Pero ni dicha sustancia ni el sistema de recompensa son el problema, ya que simplemente cumplen su función: recompensar actividades fundamentales para nuestra supervivencia, como la búsqueda de alimentos, de relaciones sexuales —básicas para la reproducción de la especie y la perpetuación de los genes— o de interacción social con nuestros semejantes. Aunque también pueden terminar recompensando la búsqueda de otras actividades nada adaptativas.
Es importante señalar que, en contra de lo que comúnmente se pudiera pensar, este neurotransmisor no es el responsable de la sensación de placer que obtenemos al conseguir algo. Es el responsable de la motivación. Nos hace sentir las ganas de buscar el placer, pero, una vez obtenido, las responsables de las sensaciones son las endorfinas. La función principal de la dopamina es la de activarnos para actuar, y se libera cuando queremos conseguir algo, tanto si es alcanzar una recompensa como si se trata de evitar un estímulo negativo.
Esta última cuestión no era muy conocida hasta hace bien poco. Científicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland —la UMSOM—, en Estados Unidos, han descubierto que la dopamina también es clave a la hora de evitar situaciones relacionadas con el dolor y el miedo.
Podríamos resumir sus funciones en dos fundamentales:
1. Facilitar el aprendizaje relacionado con la recompensa o la evitación del estímulo negativo.
2. Facilitar el recuerdo de los estímulos asociados a una u otra situación.
El mecanismo que nos interesa en relación con las adicciones es el siguiente: la dopamina se libera cuando estamos aprendiendo las circunstancias ambientales involucradas en la recompensa y cómo conseguirla. Pero, una vez que hemos aprendido la forma de identificar y conseguir esa recompensa, la dopamina deja de segregarse. Ya no es necesaria una motivación especial y nuestras acciones pasan a ser automáticas. La repetición constante las hace menos estimulantes. Ya sabemos lo que hay que hacer. Cómo hacerlo y lo que obtendremos a cambio. Pero, si queremos volver a experimentar las sensaciones de las primeras veces, habremos de aumentar la intensidad de la conducta, la frecuencia o ambas. El videojuego cuyas primeras pantallas resultaban muy emocionantes deja de ser tan estimulante. Las imágenes de pornografía común terminan aburriendo, las apuestas de poco dinero ya no dicen nada, 250 me gusta o likes en una fotografía ya no suponen un aliciente, etc. Es entonces cuando aparece lo que más adelante definiremos como “tolerancia”.
Cuando la dopamina ha hecho su trabajo y ya no es necesario segregarla continuamente, el individuo que busca repetir las sensaciones de las primeras veces aumenta el consumo. Pero cuando se estimula constantemente el sistema de recompensa del cerebro, este reacciona y se defiende ante una posible hiperestimulación dañina. Para lograrlo reduce la producción de dopamina. En lugar de producir las cantidades que antes generaba ya una acción sencilla, pasa a producir menos para evitar un exceso de estimulación. Si el individuo demanda cada vez más dopamina, y el cerebro genera cada vez menos, el problema está servido. En definitiva, cuanto más repita la acción la persona con adicción, menos dopamina generará el cerebro.
Este mecanismo está en la base de los procesos adictivos en los que se ven atrapados algunos niños y adolescentes.
Identificar los factores facilitadores de la conducta adictiva
Existen multitud de videojuegos, espacios de comunicación como las redes sociales y contenidos de todo tipo en internet. Todo se encuentra en la red de redes. Pero ¿qué hace que algunos videojuegos, redes, aplicaciones o apps, contenidos o prácticas resulten más adictivos? Cuando hablamos de las adicciones relativas a la conducta, observamos que se repiten una serie de características que comparten estas herramientas. Cuantas más características reproduzcan, de entre las que voy a señalar, mayor será su potencial adictivo. Una sola por separado o de forma aislada no resultará determinante. Aunque en ocasiones, en función de lo que busque el individuo, podría llegar a serlo.
El potencial de algunas de las características que vamos a ver no se debe solo a su capacidad para responder a una necesidad del individuo, sino también al desasosiego que genera la no presencia. Es decir, el refuerzo negativo puede ser más fuerte que el positivo. Dicho de otra manera: muchos adolescentes pueden acudir a un videojuego o a las redes sociales por su faceta social, es decir, porque les ayudan a cubrir la necesidad básica de hablar y relacionarse con los demás en un momento dado (refuerzo positivo). Pero todos los jóvenes tienen esa necesidad de relacionarse, y la mayoría utilizan las redes sociales; sin embargo, solo un pequeño porcentaje llegarán a desarrollar un trastorno adictivo por utilizarlas. ¿Por qué razón unos sí y otros no? Una de las principales razones se debe a que la consolidación y el mantenimiento de la adicción se produce, sobre todo, ante la presencia de refuerzos negativos, ante lo mal que podemos llegar a sentirnos al vernos privados de la herramienta. Cuando pensamos que sin ella no podremos llegar a ver satisfecha nuestra necesidad de relación e integración en el grupo, por ejemplo. Realmente son creencias limitadoras, que terminan generando ansiedad y angustia en la persona.
Así, las redes sociales actúan realmente como un potenciador. Aquellos adolescentes que tienen facilidad para relacionarse, o que han desarrollado estrategias que les han permitido tener un grupo de amigos, encuentran en las redes sociales un buen sitio para prolongar sus relaciones cuando no pueden estar físicamente juntos, durante las noches, durante los confinamientos o durante los períodos de vacaciones. Del mismo modo, aquellos adolescentes que tienen más problemas para relacionarse o para encontrar afines utilizan también estos entornos digitales, pero, al verse privados de ellos, sentirán un profundo desasosiego. Tener que apagar el móvil, verse castigados con la privación de la herramienta o reducir simplemente su uso les hará sentirse muy mal. Potenciará, en definitiva, su sentimiento de aislamiento y de falta de integración. Su deseo de estar en la red social aumentará, y desarrollarán entonces tolerancia, dependencia, un síndrome de abstinencia y todos los indicadores que nos permiten identificar un trastorno adictivo.
Todos pueden sentirse bien al divertirse con un videojuego o relacionarse a través de una sala de conversación, pero la adicción la encontraremos, sobre todo, en aquellos que manifiesten ansiedad o anhedonia al verse privados de la aplicación. Realmente no la utilizan ya para obtener satisfacción, sino para aliviar los síntomas negativos de la abstinencia. El adolescente que no tiene problemas de relación no necesita la herramienta para sentirse bien, pero el que tiene adicción la necesita incluso para no sentirse mal. Su motivación ya no es buscar el placer, sino aliviar el sufrimiento emocional.
En conclusión: las herramientas con un alto potencial adictivo consiguen captar la atención de todos, pero solo aquellos que no logren satisfacer sus necesidades por otros medios serán los más proclives a desarrollar el trastorno adictivo.
El adolescente que se encuentra en las primeras fases de desarrollo del trastorno termina convirtiendo el uso de la herramienta en un hábito. Este hábito establece y refuerza sus propias autopistas de neuronas, que ante determinados estímulos repetirán con facilidad dicho hábito. Muchos adolescentes señalan lo siguiente: “Es lo primero que hago cuando me levanto”; “es lo último que hago cuando me acuesto”; “lo que hago nada más salir de clase es encender el móvil”; “en cuanto llego a casa enciendo la tableta”, etc.
En realidad, se trata finalmente de una conducta compulsiva, que busca ser repetida una y otra vez, aunque ya no resulte placentera. Así lo manifiestan muchos jóvenes usuarios, que afirman no tener clara la razón por la que hacen lo que hacen, pero no pueden dejar de hacerlo: “No puedo dejar de ver un vídeo tras otro”; “después de terminar una partida busco empezar la siguiente, aunque ya no me apetezca”; “de un perfil salto...

Índice

  1. Portadilla
  2. Prólogo
  3. Introducción. Los tres retos
  4. Primera parte. El urgente reto de la información
  5. Segunda parte. Afrontar la sobrestimulación y la falsa multitarea
  6. Tercera parte. Frenar las adicciones y el uso patológico
  7. Bibliografía
  8. Otros libros de la colección Biblioteca de Innovación Educativa
  9. Notas
  10. Contenido
  11. Créditos