El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, párrafo final.
Introducción
Así como el discurso televisivo ha pasado a ser en el mundo una forma de intervenir en la ciudadanía en cuanto a la formación de su identidad política e ideológica, debemos evitar que ocurra lo mismo con aquello que hace a nuestra identidad humana, es decir, nuestra subjetividad y nuestra lengua, porque es a través de esta última que construimos lo que somos y pensamos, y la forma en que nos vinculamos con nosotros mismos y con los demás.
Y es aquí, en el ámbito del lenguaje, donde empieza nuestra tarea de promocionar la lectura, para generar el deseo de leer y la valoración de la literatura como espacio donde todavía se concentra y vive la palabra en libertad, en su sentido creador y primordial.
Generar lectores de literatura es sostener nuestra lengua en su estado humano, sensible, musical, creador de imágenes como materia viviente y cambiante, ligado de manera indisoluble a nuestro ser y a nuestro pasado, y también a lo que nos constituye a cada uno de nosotros como relato y nos permite ser hermosamente distintos unos de otros. Identidad que nada tiene que ver con la prolijamente homogénea que nos intentan modelar el marketing, el consumo, el mercado, los medios y su más diabólica herramienta: la televisión.
Es doloroso y a la vez paradojal constatar que gran parte de aquellos chicos y adolescentes alfabetizados, no solo en su manejo del lenguaje, sino también literariamente, que además tenían acceso a la alfabetización informática y nos hacían pensar –con tristeza– en la brecha insalvable que se abriría con el tiempo entre ellos y los que no tenían acceso a la educación más elemental, son los mismos que vemos hoy –también con tristeza– abandonar la lectura literaria a medida que terminan la escolaridad secundaria, deslumbrados por la tecnología, los medios y la subcultura que esto genera.
Es esto lo que me lleva a pensar que los chicos y jóvenes de hoy necesitan saber, pensar, leer y reflexionar sobre esa subcultura de lo tecnológico, y confrontarla con el valor de la lectura literaria, para tratar de evitar así que desaparezca de sus vidas la que fue una de las fuentes inagotables de su formación interna: la literatura.
Entiendo, por lo tanto, que es necesario promover la lectura, para que quienes aún leen no dejen de hacerlo y vayan ingresando en las filas de los jóvenes hombres tecnológicos y virtuales. Hombres tic que se van alejando de los que hasta ahora llamábamos “seres humanos” –no solo por ser de carne y hueso, sino también por tener alma, fantasía, pasiones, remordimientos, inquietudes socioculturales, actitudes solidarias–, personas que encontraban un sentido a su vida, o que por lo menos lo buscaban, y no lo esperaban del consumo, de la publicidad, ni de la TV.
Tampoco está de más que quienes nos dedicamos a generar el deseo de leer en otros nos replanteemos, con cierta frecuencia, el porqué de la necesidad de continuar haciéndolo, a fin de evitar que aquel “mandato vacío del deber de leer”, del que hablaba el profesor Noé Jitrik en relación con la imposición de la lectura obligatoria en las escuelas, nos alcance también a nosotros y se transforme en “el mandato vacío de promover la lectura”.
Cuando una labor que merece y necesita tener raíces en lo emocional, en la imaginación y especialmente en el entusiasmo –porque lo que intentamos hacer es transmitir un deseo– se realiza sin pasión, se va transformando también en una actividad mecánica y obligatoria, y por lo tanto, lo que se transmite, una vez más, es obligatoriedad y aburrimiento. Como en el “cuento de la buena pipa”, volvemos al “mandato vacío del deber de leer”.
Es desde el análisis sociocultural del mundo posmoderno, que con distinto nivel de intensidad nos afecta a todos y a todos los tipos de alumnados –tanto a los chicos no alfabetizados y carenciados, como a aquellos con acceso a la mejor educación–, donde encontraremos las razones y los motivos de esta propuesta.
La idea que orienta esta reflexión es la de considerar por qué razones la lectura literaria puede funcionar como un antídoto humanizante para la construcción de la subjetividad, y así actuar como una interferencia necesaria en la cultura mediática –cultura de la homogeneidad pasiva–, en tanto que la literatura es cultura de la diferencia, de lo propio, de lo único. Hablamos de la lectura que “inquieta” en el hermoso sentido que le da a este término Jorge Larrosa en su libro La experiencia de la lectura, al referirse a esa lectura sentida emocionalmente como una experiencia capaz de transformarnos, porque logra que algo nos pase con ella.
La lectura, así considerada, puede constituirse en una verdadera experiencia humana en un mundo privado de experiencias genuinas desde hace largo tiempo, y donde todo está programado por el mercado, incluso las experiencias y las emociones.
Reflexionar sobre el discurso consumista de los medios que va construyendo con astucia y rapidez un pensamiento único acorde a esa identidad de mercado que va armando, en tanto que la lectura literaria apunta a todo lo contrario –como generadora de subjetividad–, en donde el lector encuentra un escenario para elegir, pensar y proyectar sus deseos personales, brinda una mirada interesante y nueva para los jóvenes. Jóvenes que desconocen totalmente desde sus fundamentos teóricos ambos temas (porque no son trabajados en las escuelas): ni el de la cultura del consumismo, de la cultura light y las TIC, desde el punto de vista del ser humano; ni el de la lectura literaria en sus fundamentos teóricos. Es allí donde hay que detenerse, en esos temas y en la comparación entre esos dos mundos.
A fin de clarificar la propuesta, y para que luego, quienes estén interesados puedan buscar estrategias de trabajo en la promoción desde el enfoque que se propone, considero útil compartir con mis colegas las lecturas, así como las reflexiones y las ideas a que me indujeron tales lecturas. Como también es mi objetivo generar en quienes se involucren el deseo de acercarse a los libros citados y comentados para que hagan su propia lectura, ya que encontrarán una riqueza que es imposible transmitir, no se hacen referencias puntuales para cada cita, sino que la referencia es en sí la obra a la que pertenecen, citada en la bibliografía.
La estructura del libro reproduce la búsqueda que realicé en mi experiencia. Así, en la primera parte se proponen lecturas teóricas, concepciones, ideas y fragmentos de las obras que nos harán entrar en el aspecto histórico, filosófico y sociocultural vinculado a la Posmodernidad como encuadre y contexto para entender el mundo actual y el porqué de esta propuesta de lectura.
En la segunda parte se desarrolla el abordaje específico de la concepción de la lectura como experiencia y como constructora de la subjetividad, a través de una lectura reflexiva, principalmente, de obras de Jorge Larrosa (filósofo de la Educación), de Michèle Petit (antropóloga), y de Didier Anzieu (psicoanalista).
En la tercera parte se describen los encuentros con los jóvenes con quienes se abordó esta experiencia desarrollada como complemento de este proyecto de investigación, y que fue realizada durante dos años consecutivos con alumnos de quinto año del ILSE (Instituto Libre de Segunda Enseñanza), de la ciudad de Buenos Aires, colegio universitario dependiente de la UBA.
Y por último, en la cuarta parte se transcriben las voces y los textos de los jóvenes que surgieron de la experiencia de escritura de esta propuesta, y que estimo son lo más importante del libro, porque allí es donde encuentro las respuestas y las preguntas que me alientan en la convicción de llevar adelante la difusión de este proyecto.
Primera parte
Posmodernidad: palabras preliminares
Vivimos en el mundo que Jean-François Lyotard nombró como posmoderno, denominación que después quedaría ligada al pensamiento de Derrida, Foucault y Rorty, entre otros. Posteriormente, se han sumado otros calificativos para esta era, como modernidad tardía o post-posmodernidad; o posmodernidad líquida, como la llama Zygmunt Bauman; o época del homo videns, como ya decía Giovanni Sartori; o cultura del hombre light o del pensamiento débil, como analiza con profundidad Gianni Vattimo.
Estas y varias otras denominaciones coinciden en que este mundo se gestó a partir del Modernismo, ya como reacción, ya como su continuidad; y de la Ilustración, que con su fe en el progreso, en el dominio de la naturaleza y las verdades absolutas que nos prometían las ciencias del Positivismo, nos permitió vislumbrar un futuro brillante.
Pero por otra parte, varios pensadores coinciden en que –...