Tirano Banderas: Novela de tierra caliente
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Tirano Banderas: Novela de tierra caliente

  1. 60 páginas
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Tirano Banderas: Novela de tierra caliente

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Información del libro

Tirano Banderas es una novela de Ramón María del Valle-Inclán. Primera parte de una serie sobre el esperpento, se la considera una obra maestra en este subgénero y una destacable obra de literatura universal. La historia se desarrolla en torno a la caída de Santos Banderas, dictador de un país ficticio sudamericano. Banderas usa el terror y la represión para mantenerse en el poder, pero pronto se pondrá en marcha un movimiento revolucionario destinado a derrocarlo.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726485943
Categoría
Literature

Amuleto nigromante
Cuarta Parte

La fuga
Libro Primero

I

El Coronelito Domiciano de la Gándara, en aquel trance, se u cardó de un indio a quien tenía obligado con antiguos favores. Por Arquillo de Madres, retardando el paso para no mover sospecha, salió al Campo del Perulero.

II

Zacarías San José, a causa de un chirlo que le rajaba la cara, era más conocido por Zacarías el Cruzado: Tenía el chozo en un vasto charcal de juncos y médanos, allí donde dicen Campo del Perulero: En los bordes cenagosos picoteaban grandes cuervos, auras en los llanos andinos y zopilotes en el Seno de México. Algunos caballos mordían la hierba a lo largo de las acequias. Zacarías trabajaba el barro, estilizando las fúnebres bichas de chiromayos y chiromecas. La vastedad de juncos y médanos flotaba en nieblas de amanecida. Hozaban los marranos en el cenagal, a espaldas del chozo, y el alfarero, sentado, sobre los talones, la chupalla en la cabeza, por todo vestido un camisote, decoraba con prolijas pinturas jícaras y güejas. Taciturno bajo una nube de moscas, miraba de largo en largo al bejucal donde había un caballo muerto. El Cruzado no estaba libre de recelos: Aquel zopilote que se había metido en el techado, azotándole ron negro aleteo, era un mal presagio. Otro signo funesto, las pinturas vertidas: El amarillo, que presupone hieles, y el negro, que es cárcel, cuando no llama muerte, juntaban sus regueros. Y recordó súbitamente que la chinita, la noche pasada, al apagar la lumbre, tenía descubierta una salamandra bajo el metate de las tortillas... El alfarero movía los pinceles con lenta minucia, cautivo en un dual contradictorio de acciones y pensamientos.

III

La chinita, en el fondo del jacal, se mete la teta en el hipil, desapartando de su lado al crío que berrea y se revuelca en tierra. Acude a levantarle con una azotaina, y suspenso de una oreja le pone fuera del techado. Se queda la chinita al canto del marido, atenta a los trazos del pincel, que decora el barro de una güeja:
—¡Zacarías, mucho callas!
—Di no más.
—No tengo un centavito.
—Hoy coceré los barros.
—¿Y en el entanto?
Zacarías repuso con una sonrisa atravesada:
—¡No me friegues! Estas cuaresmas el ayunar está muy recomendado.
Y quedó con el pincelillo suspenso en el aire, porque era sobre la puerta del jacal el Coronelito Domiciano de la Gándara: Un dedo en los labios.

IV

El cholo, con leve carrerilla de pies descalzos, se junta al Coronelito: Platican, alertados, en la vera de un maguey culebrón:
—Zacarías, ¿quieres ayudarme a salir de un mal paso?
—¡Patroncito, bastantemente lo sabe!
—La cabeza me huele a pólvora. Envidias son de mi compadre Santos Banderas. ¿Tú quieres ayudarme?
—¡No más que diga, y obedecerle!
—¿Cómo proporcionarme un caballo?
—Tres veredas hay, patroncito: Se compra, se pide a un amigo o se le toma.
—Sin plata no se compra. El amigo nos falta. ¿Y dónde descubres tú un guaco para bolearle? Tengo sobre los pasos una punta de cabrones. ¡Verás no más! La idea que traía formada es que me subieses en canoa a Potrero Negrece.
—Pues a no dilatarlo, mi jefe. La canoa tengo en los bejucales.
—Debo decirte que te juegas la respiración, Zacarías.
—¡Para lo que dan por ella, patroncito!

V

Husmea el perro en torno del maguey culebrón, y bajo la techumbre de palmas engresca el crío, que pide la teta, puesto de pie, al flanco de la madre. Zacarías aseñó a la mujer para que se llegase:
—¡Me camino con el patrón!
Apagó la voz la chinita:
—¿Compromiso grande?
—Esa pinta descubre.
—Recuerda, si te dilatas, que no me dejas un centavo.
—¡Y qué hacerle, chinita! Llevas a colgar alguna cosa.
—¡Como no Lleve la frazada del catre!
—Empeñas el relojito.
—¡Con el vidrio partido, no dan un boliviano!
El Cruzado se descolgaba el cebollón de níquel, sujeto por una cadena oxidada. Y antes que la chinita, adelantóse a tomarlo el Coronel de la Gándara:
—¡Tan bruja estás, Zacarías!
Suspiró la comadre:
—¡Todo se lo lleva el naipe, mi jefecito! ¡Todo se lo Lleva la ciega ofuscación de este hombre!
—¡Sí que no vale un boliviano!
El Coronelito voltea el reloj por la cadena, y con risa jocunda lo manda al cenagal, entre los marranos:
—¡Qué valedor!
La comadre aprobaba mansamente. Había velado el tiro con el propósito de ir luego a catearlo. El Coronelito se quitó una sortija:
—Con esto podrás remediarte.
La chinita se echó por tierra, besando las manos al valedor.

VI

El Cruzado se metía puertas adentro, para ponerse calzones y ceñirse el cinto del pistolón y el machete. Le sigue la coima:
—¡Pendejada que resultare fullero el anillo!
—¡Pendejada y media!
La chinita le muestra la mano, jugando las luces de la tumbaga:
—¡Buenos brillos tiene! Puedo llegarme a un empeñito para tener cercioro.
—Si corres uno solo pudieran engañarte.
—Correré varios. A ser de ley, no andará muy distante de valer cien pesos.
—Tú ve en la cuenta de que vale quinientos, o no vale tlaco.
—¿Te parés lo lleve mero mero?
—¿Y si te dan cambiazo?
—¡Qué esperanza!

VII

El Coronelito, sobre la puerta del jacal, atalayaba el Campo del Perulero.
—No te dilates, manís.
Ya salía el cholo, con el crío en brazos y la chinita al flanco. Suspira, esclava, la hembra:
—¿Cuándo será la vuelta?
—¡Pues y quién sabe! Enciéndele una velita a la Guadalupe.
—¡Le encenderé dos!
—¡Está bueno!
Besó al crío, refregándole los bigotes, y lo puso en brazos de la madre.

VIII

El Coronelito y Zacarías caminaron por el borde de la gran acequia hasta el Pozo del Soldado. Zacarías echó al agua un dornajo, atracado en el légamo, y por la encubierta de altos bejucales y floridas lianas remontaron la acequia.

La tumbaga
Libro Segundo

I

Empeñitos de Quintín Pereda. — La chinita se detuvo ante el escaparate, luciente de arracadas, fistoles y mancuernas, guarnecido de pistolas y puñales, colgado de ñandutís y zarapes: Se estuvo a mirar un buen espacio: Cargaba al crío sobre la cadera, suspenso del rebozo, como en hamaca: Con la mano barríase el sudor de la frente: Parejo recogía y atusaba la greña: Se metió por la puerta con humilde salmodia:
—¡Salucita, mi jefe! Pues aquí estamos, no mis, para que el patroncito se gane un buen premio. ¡Lo merece, que es muy valedor y muy cabal gente! ¡Vea qué alhajita de mérito!
Jugaba sobre el mostrador la mano prieta, sin sacarse el anillo. Quintín Pereda, el honrado gachupín, declinó en las rodillas el periódico que estaba leyendo y se puso las antiparras en la calva:
—¿Qué se ofrece?
—Su tasa. Es una tumbaga muy chulita. Mi jefecito, vea no más los resplandores que tiene.
—¡No querrás que te la precie puesta en el dedo!
—¡Pues sí que el patroncito no es baqueano!
—¡Hay que tocar el aro con el aguafuerte y calibrar la piedra!
La chinita se quitó el anillo, y, con un mohín reverente, lo puso en las uñas del gachupín:
—Señor Peredita, usted me ordena.
Agazapada al canto del mostrador, quedó atenta a la acción del usurero, que, puesto en la luz, examinaba la sortija con una lente:
—Creo conocer esta prenda.
Se avizoró la chinita:
—No soy su dueña. Vengo mandada de una familia que se ve en apuro.
El empeñista tornaba al examen, modulando una risa de falso teclado:
—Esta alhajita estuvo aquí otras veces. Tú la tienes de la uña, muy posiblemente.
—¡Mi jefecito, no me cuelgue tan mala fama!
El usurero se bajaba los espejuelos de la calva, recalcando la risa de Judas:
—Los libros dirán a qué nombre estuvo otras veces pignorada.
Tomó un cartapacio del estante y se puso a hojearlo. Era un viejales maligno, que al hablar entreveraba insidias y mieles, con falsedades y reservas. Había salido motín de su tierra, y al rejo nativo juntaba las suspicacias de su arte y la dulzaina criolla de los mameyes: Levantó la cabeza y volvió a ponerse en la frente los espejuelos:
—El Coronel Gandarita pignoró este solitario el pasado agosto... Lo retiró el 7 de octubre. Te daré cinco soles.
Salmodió la chinita, con una mano sobre la boca:
—¿En cuánto estuvo? Eso mismo me dará el patroncito.
—¡No te apendejes! Te daré cinco soles, por hacerte algún beneficio. A bien ser, mi obligación será llamar horita a los gendarmes.
—¡Qué chance!
—Esta prenda no te pertenece. Yo, posiblemente, perderé los cinco soles, y tendré que devolvérsela a su dueño, si formula una reclamación judicial. Puedo fregarme por hacerte un servicio que no agradeces. Te dará tres soles, y con ellos tomas viento fresco.
—¡Mi jefecito, usted me ve chuela!
El empeñista se apoyó en el mostrador con sorna y recalma:
—Puedo mandarte presa.
La chinita se rebotó, mirándole aguda, con el crío sobre el anca y las manos en la greña:
—¡La Guadalupita me valga! Denantes le antepuse que no es mía la prenda. Vengo mandada del Coronelito.
—Tendrás que justificarlo. Recibe los tres soles y no te metas en la galera.
—Patroncito, vuélvame el anillo.
—Ni lo sueñes. Te llevas los tres soles, y si hay engaño en mis sospechas, que venga a cerrar trato el legítimo propietario. Esta alhajita se queda aquí depositada. Mi casa es muy suficientemente garante. Recoge la plata y camínate luego luego.
—¡Señor Peredita, es un escarnio el que me hace!
—¡Si debías ir a la galera!
—Señor Peredita, no me denigre, que va equivocado. El Coronelito está en un apuro y queda no más esperando la plata. Si recela hacer trato, vuélvame la tumbaguita. Ándele, mi jefecito, y no sea horita malo, que siempre ha sido para mí muy buena reata.
—No me sitúes en el caso de cumplir con la ley. Si te dilatas en recoger la moneda y ponerte en la banqueta, llamo a los gendarmes.
La chinita se revolvió amendigada y rebelde:
—¡No desmentís el ser gachupín!
—¡A mucha honra! Un gachupín no ampara el robo.
—¡Pero lo ejerce!
—¡Tú te buscas algo bueno!
—¡Mala casta!
—¡Voy a solfearte la cochina cuera!
—De mala tierra venís, para tener conciencia.
—¡No me toques a la patria, porque me ciego!
El empeñista se agacha bajo el mostrador y se incorpora blandiendo un rebenque.

II

Metíase, vergonzante, por la puerta del honrado gachupín la pareja del ciego lechuzo y la niña mustia. La niña detuvo al ciego sobre la cortinilla roja de la mampara vidriera. Musitó el padre:
—¿Con quién es e...

Índice

  1. Tirano Banderas: Novela de tierra caliente
  2. Copyright
  3. I
  4. II
  5. III
  6. IV
  7. Sinfonía del Trópico Primera Parte
  8. Boluca y Mitote Segunda Parte
  9. Noche de farra Tercera Parte
  10. Amuleto nigromante Cuarta Parte
  11. Santa Mónica Quinta Parte
  12. Alfajores y venenos Sexta Parte
  13. La mueca verde Séptima Parte
  14. Epílogo
  15. Sobre Tirano Banderas: Novela de tierra caliente