Las ciento y una
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Las ciento y una

  1. 150 páginas
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Información del libro

Las ciento y una reúne las cinco cartas abiertas que Sarmiento escribió en polémica con Juan Bautista Alberdi, quien lo había atacado con estilo indirecto. La respuesta sarmientina es todo lo contrario: un arte de la injuria y de la defensa de sus posiciones en un combate (intelectual) a campo abierto. La disputa del momento se jugaba en torno de la presidencia de Urquiza. El envión de la obra de Alberdi delinearía en ese mismo 1853 la Constitución Nacional argentina, y era manifiesto su apoyo al líder de la Confederación. Sarmiento fue capaz con estas cartas de "subirlo al ring" desde el exilio en Chile. Esta movida, parte de una estrategia mayor, involucraba discusiones sobre los fundamentos de la autoridad y sobre su proyección en el tiempo.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726602708

CUARTA DE LAS CIENTO Y UNA
SIGUE LA DANZA ( 11 )

Baila Alberdi

Ya hemos visto en una de sus cartas inéditas antes, y publicadas para completar la colección de las de Quillota, que sus Bases eran mías y que eran en todo conformes a las ideas que yo abrigo; que no eran sino la redacción de las ideas de que yo había sido el apóstol, y últimamente (en las quillotanas) que habían sido escritas (las Bases y no las cartas) en desaprobación de esas mismas ideas. Vamos ahora, sin más citas, al examen de los hechos.
Usted convendrá, sin duda, en que su Memoria de 1844 no es muy conocida en la República Argentina, acaso que es poco conocida, y, si se apura mucho, que no es conocida absolutamente. La Crónica, Argirópolis, Sud-América, convendrá que son un poco conocidos, hasta cierto punto conocidos, muy conocidos, de todos conocidos. De manera que poniéndoles usted de prólogo los fragmentos citados en sus cartas impresas a DOS MIL ejemplares, si usted no ha faltado a su boato, me tiene usted que quedan lucidas aquellas publicaciones, que no son sino los comentarios, las variantes, sobre el tema inmortal del Aristóteles, del Rossini argentino; porque usted es músico, periodista, abogado, magnetizador, para seguir el orden natural de estas adquisiciones. Componía usted minuetes antes de artículos, artículos antes de escritos de pido y suplico, y escritos antes de poner el finís coronat opus con los pases magnéticos.
Sería bueno, pues, refrescar la memoria del lector trayendo a cuenta las circunstancias, la época y el objeto con que usted concibió y publicó su Memoria. Una palabra, un tiempo, - un singular por un plural, pueden a veces cambiar el aspecto de la cuestión.
CONGRESO AMERICANO. - El año 1843 el gobierno de Chile inició, en el mensaje pasado a las cámaras, la idea de un congreso americano; y se empezaron a promover por la diplomacia los medios de llevarla a cabo. En 1844 el gobierno insistió en la idea en el mensaje, y el ministro de Relaciones Exteriores la desenvolvió extensamente.
Yo era a la sazón periodista a sueldo, militando en las filas del gobierno. El presidente, el congreso, la opinión dominante, la política del ministro Montt, todos estaban de acuerdo sobre este punto. Una sola voz se alzó contra el congreso americano. Alberdi no entra por nada en este asunto. El periodista a sueldo dijo a sus patrones, al gobierno, al congreso: van ustedes a hacer un disparate; por bella que la idea parezca, es irrealizable, y envuelve peligros para las instituciones libres. Como son muy capital en esto, las fechas y las ideas, me tomo la libertad de transcribir el artículo. Si al lector le fastidia, acuérdese de que a mí me cuesta algunos reales reproducirlo, y no lo hago a humo de paja.
En El Progreso, número 594, del 10 de octubre de 1844 (¡octubre!), bajo el epígrafe de "Memorias" (de los ministros), se lee lo que sigue:
"Con la reproducción que de tres de ellos han hecho los diarios estará el público enterado de una parte del cuadro de los trabajos administrativos del pasado año, con el programa de los que quedan iniciados para el próximo... De todos estos asuntos, muy importantes de por sí, queremos contraernos a dos: el congreso americano y la marina.
"Sobre lo primero, a fuerza de oírlo repetir, empezamos a persuadirnos que es una cosa real y positiva a que los gobiernos americanos dan una alta importancia.
"La idea de reunir un congreso de enviados de todas las repúblicas americanas no es nueva, ni pertenece a un Estado, ni a un ministro particular; es una utopía tan antigua como la Independencia, y que ha hallado acalorados sostenedores en plumas tan aventajadas como la de M. de Pradt y otros estadistas. Y cuando llamamos esto una utopía no es porque dudemos un momento de que al fin lleguen a reunirse los diversos agentes en el lugar señalado, que se haga el canje de poderes, se abran las sesiones y se sancionen algunos puntos de Derecho Internacional Americano. Después de realizadas todas estas cosas de pura forma todavía nos parecerá una utopía el congreso americano, una utopía de las muchas que se intentan en América sin resultado alguno positivo. Necesitamos explicarnos. La idea de formar congreso viene acreditada por la práctica europea, en el famoso de Viena, las conferencias de Londres y otras reuniones diplomáticas que han tenido lugar en distintas épocas recientes, para arreglar diferencias internacionales europeas que turbaban la paz del viejo mundo. La Santa Alianza pertenece a este género, y también la cuádruple de Francia, Inglaterra, Portugal y España...
"Un congreso americano, sin duda, que debe tener por objeto fortificar cada una de sus sesiones con la fuerza de todas las demás, para resistir a los avances europeos y también a cada Estado contra los demás. Veamos si esto es posible.
"En primer lugar creemos inefectivo todo arreglo para el primer caso: las potencias europeas tienen a cada momento con los gobiernos americanos colisiones muy peligrosas ciertamente para nosotros, por cuanto la fuerza viene muchas veces en apoyo del ultraje inmerecido. Pero, para mirar esta cuestión bajo un punto de vista imparcial, ¿podrá un congreso americano responder de la moralidad de los diversos gobiernos de América, y de la justicia que les asista en sus disensiones con los poderes europeos? ¿Presentará su cooperación la América toda, en una lucha entre Méjico y la Inglaterra, por ejemplo, sin atender a otra cosa que a los nombres? ¿Pondráse siempre de parte de los americanos? Sería, pues, necesario un juicio previo para buscar de parte de cuál de los beligerantes estaba la provocación, y con esto sólo tenemos ya una posición nueva, que no haría más que complicar la lucha sin traer resultados decisivos; porque queremos suponer que, a juicio del congreso, la razón esté de parte de los americanos, y que, en su virtud, se decida apoyar al Estado agredido.
"Pero este fallo dado por el congreso americano, ¿será mirado como competente por la potencia europea comprometida? ¿Desistirá de su acción sólo porque el congreso no la cree justificada? ¿Vendrá a Lima a defenderse y justificarse? Pero supongamos que esto no suceda; que las cosas tomen el rumbo ordinario, y que un bloqueo en Méjico, por ejemplo, continúe en despecho del congreso americano. ¿Irán las escuadras americanas a aquel punto de reunión a imponer con su fuerza colectiva a las fuerzas bloqueadoras? El resultado, a nuestro juicio, sería comprometer a toda la América sin objeto alguno, y dejar en descubierto sus puntos débiles, tentando a las potencias europeas, con el estado de guerra, a ocupar los territorios vacíos que presenta el continente, tales como las Malvinas, Pará, Mosquitos, etc., porque las potencias europeas no aspiran a dominar los puntos ocupados por las nuevas repúblicas, sino a poseer territorios para colonizaciones. Todavía, al efecto de la pretendida intervención americana, quedaría por verse qué Estados se hallaban en aptitud de acudir al llamamiento, suponiendo que de todos ellos los dos tercios están ocupados siempre en la guerra civil que los labra interiormente, y los tres cuartos no tienen marina para cubrir ni siquiera sus costas. Estas suposiciones pueden encontrar la fácil objeción de que el congreso no tiene por objeto ocuparse de estas materias, o que en sus sesiones establecerá las bases de Derecho Internacional que se propondrá sostener. Pero si suponemos que las potencias europeas no se dejaren imponer un derecho internacional que no tenga su asentimiento, tal como la prohibición de hacer los europeos el comercio de menudeo y otras cuestiones que se agitan actualmente en algún punto de América, resultará siempre que el congreso, influido por los poderes europeos, sólo contribuirá a limitar el poder nacional y discrecional de que se creen investidos muchos de los gobiernos americanos, sin haber avanzado un solo paso en las cuestiones que se proponía ventilar.
"Creemos que haciendo su parte debida en las cuestiones entre europeos y americanos a la inconsideración de los poderes fuertes contra los débiles, y a las miras secretas de los gabinetes europeos, debemos reconocer también de parte de los americanos, como agentes de frecuentes colisiones, los celos que inspiran generalmente la prosperidad de los europeos y el odio de las masas a los pueblos extranjeros, celo y odio que suben a veces hasta las clases superiores, hasta los comandantes de los puertos y aun a las administraciones mismas, y que un congreso americano no puede paralizar en sus manifestaciones casi indeliberadas. La mejor garantía que contra un bloqueo europeo puede buscar un Estado americano es la justificación de sus procedimientos, la franqueza en sus relaciones y la liberalidad de sus fines comerciales, que es el punto cuestionable, por lo general. En donde un gobierno llegase a ser impotente con estos medios para estorbarlo, la intervención de un congreso no mejoraría su posición.
"Réstanos examinar la influencia que el congreso americano podrá ejercer sobre los Estados del continente en sus relaciones internacionales. Cuatro puntos principales pueden y deben llamar necesariamente la atención de los agentes: 1º: Las cuestiones de límites; 2º: La conservación del orden; 3º La conquista de un Estado por otro; y 4º:La intervención. El ministro del Interior ha indicado, por lo menos, alguna de estas materias como asunto de estatutos del congreso. Por supuesto que todos los partidarios del congreso prescinden de ciertos ligeros antecedentes que podrían bastar para con los hombres sensatamente liberales, a fin de que desistiesen de un pensamiento tan extemporáneo como la reunión de un congreso de Estados que, por la mayor parte, no han asumido aún formas precisas. Este es un punto capital. ¿Hay Estados americanos con formas de gobierno de tal manera afianzadas que puedan proceder sobre esta base a estatuir en sus relaciones internacionales a más de lo que el Derecho Internacional común estatuye? Se habla de que cada Estado contribuiría al mantenimiento del orden en los vecinos: pero para esto es preciso tomar el orden en el sentido más odioso que puede tener la palabra.
"Los Estados constitucionales pedirán que haya orden constitucional. ¿Y sólo para afianzar ese orden ofrecerán su cooperación? No según el frío significado de la palabra, el orden es lo que existe, mirado a ojos cerrados intencionalmente: sentado este principio, todo gobierno que se 'establezca es por esto solo legítimo, y todos los Estados americanos se obligan a contribuir a su mantenimiento…”
Si los gobiernos constituidos de América dijesen: "La América necesita asegurar su independencia exterior, y su libertad interior, y para conseguir uno y otro fin, muy difíciles en el estado de aislamiento de cada sección, simpatizamos con los gobiernos constitucionales, y les prestaremos el apoyo de nuestra influencia". Si los gobiernos constitucionales dijesen: "Este es nuestro programa de gobierno: libertad de discusión, gobiernos representativos responsables, etc., etc."; si tal dijesen estos gobiernos y tomasen a pecho prestar su apoyo a los otros Estados que aún no se han constituido o que gimen bajo la planta de un tirano, habría por lo menos un pensamiento claro y un objeto en la reunión de un congreso; porque sus agentes estarían de acuerdo sobre bases seguras y tendrían un blanco a donde dirigirse. ¿Pero reunirse los agentes de dos o tres partidos que están con las armas en la mano por establecerse, de tres o cuatro, gobernados a fuerza de degollaciones en masa, para estatuir que... ¿Qué todo lo que existe es santo y bueno, y que deben protegerse recíprocamente los gobiernos? Y si éstas no son las consecuencias de un congreso americano, desearíamos que un diario oficial nos revelase el misterio por qué en los mensajes de los presidentes americanos se alude a él como a una idea fija y ya fuera de discusión.
Pensamos lo mismo sobre arreglos de límites. Los límites en América son tan movibles como la arena en que están cimentados la mayor parte de los Estados...
"Después de todas estas observaciones, nos queda aún otra que hacer: ¿Qué influencia tendrán las decisiones del Congreso americano sobre sus gobiernos respectivos? Se someterá a ellos aquel a quien le convengan; y al que no, ¿quién le pone el cascabel? ¿La América entera? ¡Qué candoroso nos parece el pensamiento de este congreso! Los gobiernos constitucionales acarician la idea, porque creen ver en él una garantía de independencia y de seguridad; los absolutos la acarician también porque la miran como un instrumento de sus designios; y desearíamos saber cuál gustó más del proyecto y más se ríe en sus adentros, si Rosas o los constitucionales."
Como se ve, estaba en pugna con el mensaje, los ministros, el señor Montt, la opinión. No obstante el sueldo, obedecía a una convicción, me oponía a un paso errado. Errado porque el éxito mostró que sólo yo había visto claro.
En esto, llega Alberdi de Valparaíso. ¿De qué se trata? -De congreso americano. -¡Qué bueno para una tesis! -¿Qué piensa el gobierno? -Por el congreso. -¿Y el señor Bulnes y el señor Montt? -Por el congreso. -¿Y don Andrés Bello? -Por el congreso, todos. -Pues voy a hacer mi tesis de examen sobre el punto. -Pero, hombre, es un pensamiento absurdo. -"Dése cuenta del tiempo y del teatro en que escribe, y acomódese a ellos, no para cambiar de fines sino para cambiar de medios... ¡Usted está comenzando a vivir...!"
En el mes de diciembre de 1844 publicó Alberdi su Memoria en apoyo del Araucano, del gobierno, del congreso, y en abandono mío, a mi aislamiento voluntario.
El señor Alberdi fue recibido abogado del foro chileno. La Memoria produjo, pues, efecto.
Ahora veamos los ataques que yo le dirigí a esas ideas con un encarnizamiento, como si fuesen inquisitoriales.
Diciembre 11, número 647. El Progreso dice: "Y ahora vaya un poco y mucho sobre Congreso americano, a bien que sobre asunto tan indefinido puede decirse sin inconveniente todo el bien o el mal que ocurra, sin temor de ofender susceptibilidad alguna ni interés inmediato conocido.
"Al combatir la idea del congreso americano deseamos apartar a un lado, como cosas ajenas de la cuestión, las personas que lo han prohijado, desde M. de Pradt hasta Bolívar, desde El Araucano hasta El Siglo, desde la Memoria del señor Alberdi hasta un comunicado inserto en El Progreso... A consecuencia de algunas palabras que sobre este mismo asunto aventuramos otra vez, periódicos de nota como El Araucano y El Siglo han desempeñado dignamente la cuestión, y la Memoria del señor Alberdi puede aspirar al honor de haber llenado los vacíos que la línea podía presentar".
Si esta introducción no deja presagiar el encarnizamiento de que habla Alberdi, ocho años después, establece de una manera inconcusa que él era un simple entrometido en la cuestión, un perrito de todas bodas en política, siempre buscando ir a la segura.
Esta cuestión fue tratada en El Progreso, debo decirlo ahora que con diez años más de vida releo lo escrito, con una sensatez y aplomo digno sin duda del asunto. Mi plan de ataque era el siguiente, y voy a comentarlo ahora en vista de los resultados:
    1. Nadie piensa seriamente en reunir un congreso americano. Esto lo decía a las barbas del gobierno de Chile, que se ocupaba de ello.
    2. Si alguien piensa no hay objeto real, ni interés positivo, inmediato que motive su reunión.
    3. Sihubiese intereses reales que exigiesen la reunión de un congreso americano, no habría pueblos ni gobiernos que lo formasen. No concurrió ni el Brasil, ni la Confederación, ni el Uruguay, ni Venezuela, ni Centro América, ni Méjico y Estados Unidos (a quien no se invitaba).
    4. Si estos requisitos existiesen, y se reuniese el congreso, no podría resolver cuestión alguna.
    5. Hecha la tentativa q...

Índice

  1. Las ciento y una
  2. Copyright
  3. Nota a la presente edición
  4. LAS CIENTO Y UNA PRIMERA DE CIENTO Y UNA
  5. SEGUNDA DE CIENTO Y UNA Y VA DE ZAMBRA
  6. TERCERA DE LAS CIENTO Y UNA
  7. CUARTA DE LAS CIENTO Y UNA SIGUE LA DANZA ( )
  8. QUINTA DE LAS CIENTO Y UNA ¡YA ESCAMPA!
  9. Sobre Las ciento y una
  10. Notes