Saudades tácitas
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Saudades tácitas

  1. 272 páginas
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Saudades tácitas

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Índice
Citas

Información del libro

"Saudades tácitas" (1922) es un libro de máximas y aforismos de José María Vargas Vila sobre cuestiones vitales, sentimentales y literarias. Todas las reflexiones, expuestas brevemente sin interrupción en esta recopilación, son fieles a la visión pesimista de la realidad y al pensamiento crítico de su autor. -

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726680225

SAUDADES TÁCITAS

Verlaine, no me ha seducido nunca y su canto morboso, no ha penetrado jamás en mi corazón;
su música verbal, que es un balbuceo lánguido de plegaria, fenece en mis oídos, sin que haga vibrar mi cerebro con una emoción ideológica, ni logre nublar mis ojos, con el vaho de una lágrima;
nada en él es verdaderamente grande: ni el Dolor...
todo en él es bello, hasta las caídas; conmovedoras como las de la marcha ascensional de un Cristo hacia el Calvario;
todo en él es triste, hasta su alegría, esa alegría dolorosa de los ebrios, que no puede hacer reír las almas nobles, y antes bien, hace llorar en silencio las almas sensitivas;
el vino de Rabelais, se hace al llegar a sus labios, el acíbar de la cruz...
toda copa, aun aquella del cristal de la Bohemia, tiene en sus manos la forma de una esponja; el vinagre y la hiel mezclados a la sal de sus lágrimas, se escapan de ella y ruedan hasta sus barbas hirsutas; y, en aquellas hebras faunescas, fingen la escarcha invernal en un puñado de helechos;
todo en él es trémulo, como sus manos, fatigadas de acariciar...
sus músicas y sus colores tienen la misma vaguedad, el mismo encanto mórbido y letal, que se escapa de las aguas quietas de una marisma, donde se evapora el alma de los nenúfares, bellos y fatales, como adolescentes viciosos;
los tonos grises, languidecientes, esfumados, de sus paisajes, les dan la nostálgica belleza de una vieja acuarela, tras un cristal opaco;
nada hay fuerte, nada firme, nada viril, en aquella floración de miniaturas evanescentes;
todo allí carece de fuerza, hasta el grito del Dolor, que no semeja un rugido, sino el balido de una oveja degollada en la Noche;
ninguna masculinidad hay en esos cantos, en los cuales, la cuchilla de Dalila no habría encontrado nada digno de mutilar;
pastor de efebos y de sensitivos, Verlaine, no es el fauno lírico, que muchos quieren hacernos ver, no es sino el limosnero místico, hermano de Francisco, el de Asis, vagabundo por los mismos senderos, recogiendo las mismas rosas, para adornar los altares del mismo dios;
sus pobres pies, lacerados por la acritud de los caminos, no tienen las pezuñas cápreas de los pies de los faunos, sino unas tristes plantas sensibles, hechas para ser consagradas como las de su hermano, el Poeta versifloral, por los estigmatas rojos que decoraron los pies del versolario ambulante por los campos nazarenos;
su emoción toda sensual, hace esfuerzos por levantarse hasta la espiritualidad, en las alas de la Fe;
una Fe cándida, de novicia enguirlandada de ensueños;
su alma de cristiano primitivo, envenenada por el Dogma, perdió toda pureza;
y, por eso tuvo la más cobarde y más vil de todas las pasiones: el Arrepentimiento;
no salía del Vicio, sino para entrar en las lágrimas;
no se alzaba del lecho del Pecado, sino para ponerse de rodillas ante Dios;
y de sus labios húmedos aún por la saliva de los besos, brotaban temblorosas sus grandes jaculatorias de Dolor;
se le ha creído un Místico…
no tenía el alma bastante complicada para eso;
era demasiado cándido para entrar en esas confabulaciones mentales, que dan un aire torvo al rostro angélico y suave de la Fe;
su Fe, era la única Fe que no deshonra: la Fe del niño;
el espíritu de Verlaine, no llegó jamás a la pubertad;
murió niño, aun entrado en la prematura decrepitud de la vejez;
las elegancias helénicas de Moreas, le fueron extrañas;
en él no había griego, sino la mano socrática que se perdía en la melena de Fedón;
los hermetismos de Mallarmé, no atraían con sus tinieblas, sus claros ojos de abeja, enamorados de la luz solar;
abeja, sí, abeja luminosa, abeja musical, enamorada de todas las flores y ávida de libar en todos los cálices;
¿qué habría hecho ella en esa selva tenebrosa y profunda, esa selva hindua, que fué la Poesía de Leconte de l’Isle?
huir... huir de la Montaña Sagrada, hacia el claro Montmartre, o el luminoso Barrio Latino, y la asoleada montaña de Santa Genoveva;
alondra enamorada de la aurora, huía de las viejas águilas meditativas en la hora crepuscular... de aquellas que venían prófugas de los frisos del Partenón y de las que llegaban de Oriente, trayendo entre sus alas fragmentos del Ramayana y estrofas prisioneras de los himnos de Siva.
¿Romántico?
no lo era tal;
el Romanticismo es una modalidad de espíritu, una disposición de ánimo, cuasi una idiosincrasia en los individuos, y, una pose, una ostentación, vacua y, pueril en las escuelas.
Verlaine, era demasiado ingenuo para eso.
¿ Parnasiano?
le sobraba emotividad;
vagabundo por todas las escuelas, como fué por la Vida, no buscaba en ellas sino un Asilo para su Musa, como buscaba en las noches, en París, un asilo para su cuerpo fatigado;
se hospitalizó en los sistemas, sin radicar en ninguno, como se albergaba en los hospitales para emprender de allí, un nuevo viaje al país de sus ensueños;
mendigando a Dios y a los hombres, este vagabundo luminoso, no fué acaso sino un lírico, mejor dicho, un porta-lira, genial, lleno de gracia ambigua, y que no tuvo profundo sino su Dolor, al cual no supo, sin embargo, darle ninguna forma de grandeza;
la Abulia, fué su Musa;
una Musa sin fuerza y sin orientación, una Antígona demente, que llevó a este Edipo desventurado, de caída en caída a través de todos los desiertos;
el benvenutismo dilettante de sus estrofas, es prodigioso;
en ese orfebrismo didáctico, nadie lo superó;
pero, aun en esa modelación de ánforas líricas, puso una gran suma de su primitivismo y de su ingenuidad;
se acercó más a las cerámicas cincocentistas, a las mayólicas toscanas, a las faenzas antiguas, a los dorados anacrómicos de alfarería pompeyana, que al bronce repujado, al oro mórbido y al argento cincelado de los orífices de Florencia;
y, eso porque al pulso de su Musa le faltaba fuerza para las cinceladuras heroicas;
ciborios maravillosos fueron sus estrofas, y, en ellos el licor de sus lágrimas vertió;
y, gozó en apurarlas, en embriagarse de ellas, añadiendo la embriaguez de sus lágrimas a sus otras embriagueces;
ostensorios divinos cinceló, y, en ellos puso su corazón triste y desnudo;
y lo adoró;
adoró su propio Dolor...
y, fué el salmista de su alma sin consolación;
y, en esos salmos puso todas sus músicas interiores, las sinfonías auditivas de su espíritu, llenas de cosas estremecidas e inexpresables, misteriosas, como todo aquello que carece de modulación y, está más allá de las fronteras del Verbo;
alma pasiva y, emotiva, no supo sino sufrir y sentir;
ajeno a toda forma de Heroísmo, fué ajeno a toda forma de Rebelión;
la servidumbre de su espíritu, se tradujo en esa pasión de esclavos: ...

Índice

  1. Saudades tácitas
  2. Copyright
  3. Other
  4. PREFACIO
  5. SAUDADES TÁCITAS
  6. SobreSaudades tácitas
  7. Notes