El marqués de Bradomín
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El marqués de Bradomín

  1. 60 páginas
  2. Spanish
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El marqués de Bradomín

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Información del libro

El marqués de Bradomín, alter ego y personaje emblemático de Ramón María del Valle-Inclán, protagoniza en esta obra de teatro una adaptación parcial de la novela Sonata de otoño del mismo autro. En ella asistimos a las peripecias del personaje, un aristócrata aventurero y de buen vivir, cuya imagen está basada en el general carlista Carlos Calderón.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN
9788726485905
Categoría
Literature

SEGUNDA JORNADA

(El sol poniente dora los cristales del mirador. Es un mirador tibio y fragante: Gentiles arcos cerrados por vidrieras de colores le flanquean con ese artificio del siglo galante, que imaginó las pavanas y las gavotas. En cada arco las vidrieras forman tríptico, y puede verse el jardín en medio de una tormenta, en medio de una nevada y en medio de un aguacero. Aquella tarde el sol de otoño penetra hasta el centro, triunfante, como la lanza de un arcángel. El Marqués de Bradomín lee un libro. Florisel, con la montera entre ambas manos, asoma en la puerta.)
FLORISEL.- ¿Da su permiso?
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Adelante.
FLORISEL.- Dice la señorita, mi ama, que me mande en cuanto se le ofrezca.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Tú sirves aquí en el palacio?
FLORISEL.- Sí, señor.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Hace mucho tiempo?
FLORISEL.- Va para dos años.
[27]
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Y qué haces?
FLORISEL.- Pues hago todo lo que me mandan.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡Pareces un filósofo estoico!
FLORISEL.- Y puede que lo parezca, sí, señor.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Fué la señorita quien te ha mandado venir?
FLORISEL.- Sí, señor. Hallábame yo en la solana adeprendiéndole la riveirana *ribeirana* a los mirlos nuevos, que los otros ya la tienen bien adeprendida, cuando la señorita bajó al jardín y me mandó venir.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Tú aquí eres el maestro de los mirlos?
FLORISEL.- Sí, señor.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Y ahora, además, eres mi paje?
FLORISEL.- Sí, señor.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡Altos cargos!
FLORISEL.- Sí, señor.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Y cuántos años tienes?
FLORISEL.- Paréceme, paréceme que han de ser doce, pero no estoy cierto.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Antes de venir al palacio, ¿dónde estabas?
[28]
FLORISEL.- Servía en la casa de Don Juan Manuel Montenegro, que es tío de la señorita.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Y qué hacías allí?
FLORISEL.- Allí enseñaba al hurón.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡Otro cargo palatino!
FLORISEL.- Sí, señor.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Y cuántos mirlos tiene la señorita?
FLORISEL.- Tan siquiera uno. Son míos... Cuando los tengo bien adeprendidos, se los vendo.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿A quién se los vendes?
FLORISEL.- Pues a la señorita, que me los merca todos. ¿No sabe que los quiere para echarlos a volar? La señorita desearía que silbasen la riveirana *ribeirana* sueltos en el jardín; pero ellos se van lejos. Un domingo, por el mes de San Juan, venía yo acompañando a la señorita. Pasados los prados de Lantañón, vimos un mirlo que, muy puesto en las ramas de un cerezo, estaba cantando la riveirana *ribeirana*. Acuérdame que entonces dijo la señorita: «Míralo, adonde se ha venido el caballero.»
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Es una historia digna de un romance. Tú mereces ser paje de una reina y cronista de un reinado.
FLORISEL.- Hace falta suerte, que yo no tengo.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Di ¿qué es más honroso, enseñar hurones o mirlos?
FLORISEL.- Todo es igual.
[29]
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Y cómo has dejado el servicio de Don Juan Manuel Montenegro?
FLORISEL.- Porque ya tiene muchos criados. ¡Qué gran caballero es Don Juan Manuel! Dígole que en el Pazo todos los criados le tenían miedo. Don Juan Manuel es mi padrino, y fué quien me trujo al palacio para que sirviese a la señorita.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Y dónde te iba mejor?
FLORISEL.- Al que sabe ser humilde, en todas partes le va bien.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡Es una réplica calderoniana! ¡También sabes decir sentencias! Ya no puede dudarse de tu destino: Has nacido para vivir en un palacio, educar mirlos, amaestrar los hurones, ser ayo de un príncipe y formar el corazón de un gran rey.
FLORISEL.- Para eso, además de suerte, hacen falta muchos estudios.
(Por la avenida de mirtos llega una sombra blanca: sus manos de fantasma tocan en los cristales del mirador. El jardín se esfuma en la vaga luz del crepúsculo. Los cipreses y los laureles cimbrean con augusta melancolía sobre las fuentes abandonadas; algún tritón cubierto de hojas borbotea a intervalos su risa quimérica, y el agua tiembla en la sombra con latido de vida misteriosa y encantada. Se oye una risa de plata que parece timbrarse con el rumor de la fuente.)
LA DAMA.- ¿Tienes ahí a Florisel?
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¿Florisel es el paje?
LA DAMA.- Sí.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Parece bautizado por las hadas.
LA DAMA.- Yo soy su madrina.
[30]
FLORISEL.- ¿Qué me mandaba?
LA DAMA.- Que subas estas rosas. Todas son para ti, Xavier.
(La sombra, que se esfuma detrás de los cristales, muestra su falda donde las rosas desbordan como el fruto ideal de unos amores que sólo floreciesen en los besos.)
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Estás desnudando el jardín.
LA DAMA.- Algunas se han deshojado. ¡Míralas, qué lástima!
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Es el otoño que llega.
LA DAMA.- ¡Ah, qué fragancia!
(Hunde en aquella frescura aterciopelada sus mejillas pálidas, y alza la cabeza y respira con delicia, cerrando los ojos y sonriendo, cubierto el rostro de rocío, como otra rosa, una rosa blanca. A modo de lluvia, arroja sobre el Marqués de Bradomín las rosas deshojadas en su falda.)
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Volveremos a recorrer juntos el jardín y el palacio.
LA DAMA.- Como en otro tiempo, cuando éramos niños.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡Hermosos y lejanos recuerdos!
LA DAMA.- Cuando te fuiste, yo elegí este retiro para toda mi vida.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Es más poético que un convento.
[31]
LA DAMA.- No te burles de mi pena, Xavier.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- No me burlo, Concha: solamente me sonrío, y una sonrisa es a veces más triste que las lágrimas.
LA DAMA.- Yo sé eso. En esta hora de la tarde el jardín parece lleno de recogimiento.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- El jardín y el palacio tienen esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Bajo la fronda del laberinto, sobre las terrazas y en los salones, han florecido las risas y los madrigales, cuando las manos blancas que en los viejos retratos sostienen apenas los pañolitos de encaje iban deshojando las margaritas que guardan el cándido secreto de los corazones.)
LA DAMA.- ¡Mis manos también las han deshojado!
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Y las hojas, al volar, te han dicho cuánto yo te quería.
LA DAMA.- Me han engañado.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡Divinas manos de Dolorosa!
LA DAMA.- Manos de muerta.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Manos de princesa encantada, que han de guiarme en una amorosa peregrinación a través del palacio y del jardín.
LA DAMA.- Como en otro tiempo, cuando yo te guiaba para que jugásemos, unas veces en la torre, otras en la biblioteca, otras en aquel mirador ya derruido que daba sobre las tres fuentes. ¡Tiempos aquellos en que nuestras risas locas y felices turbaban el recogimiento del palacio y se desvanecían por los corredores oscuros, por los salones, por la antesalas!
[32]
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Y al abrirse lentamente las puertas de floreados herrajes, exhalábase del fondo de los salones el aroma lejano de otras vidas.
LA DAMA.- ¡Tú también te acuerdas! ¿Y te acuerdas de un salón que tiene de corcho el estrado? Allí nuestras pisadas no despertaban rumor alguno.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- En el fondo de los espejos el salón se prolongaba hasta el ensueño, como en un lago encantado, y los personajes de los retratos parecían vivir olvidados en una paz de siglos.
LA DAMA.- ¿Te acuerdas? ¿Y te acuerdas cuando nos cogíamos de la mano para saltar delante de las consolas y ver estremecerse los floreros cargados de rosas, y los fanales adornados con viejos ramajes y los candelabros?...
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡También me acuerdo, Concha! Mi alma está cubierta de recuerdos, como ese viejo jardín está cubierto de hojas. Es el otoño que llega para todos. Concha, tú sonríes, y en tu sonrisa siento el pasado, como un aroma entrañable de flores marchitas que trae alegres y confusas memorias.
(Hay un silencio. En la penumbra de la tarde las voces apagadas tienen un profundo encanto sentimental, y en la oscuridad crece el misterio de los rostros y de las sonrisas. Lentamente la dama alza su mano diáfana como mano de fantasma y toca la mano del Marqués de Bradomín.)
LA DAMA.- ¿En qué piensas, Xavier?
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- En el pasado, Concha.
LA DAMA.- Tengo celos de él.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Es el pasado de nuestros amores.
LA DAMA.- ¡Qué triste pasado! Fué allá, en el fondo del laberinto, donde nos dijimos adiós.
[33]
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- Y, como ahora, los tritones de la fuente borboteaban su risa, aunque entonces tal vez nos haya parecido que lloraban.
LA DAMA.- Todo el jardín estaba cubierto de hojas, y el viento las arrastraba delante de nosotros con un largo susurro. Las últimas rosas de otoño empezaban a marchitarse y esparcían ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos. Nos sentamos en un banco de piedra. Ante nosotros se abría la puerta del laberinto, y un sendero, un solo sendero, ondulaba entre los mirtos como el camino de una vida solitaria y triste, ¡Mi vida desde entonces!
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- ¡Nuestra vida!
LA DAMA.- Y todo permanece lo mismo, y sólo nosotros hemos cambiado.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.- No hemos podido ser como los tritones de la fuente, que en el fondo del laberinto aun ríen, con su risa de cristal, sin alma y sin edad.
LA DAMA.- Te escribí que vinieses, porque entre nosotros ya no puede haber más que un cariño idea...

Índice

  1. El marqués de Bradomín
  2. Copyright
  3. PRIMERA JORNADA
  4. SEGUNDA JORNADA
  5. TERCERA JORNADA
  6. Om El marqués de Bradomín