La locura de Madrid
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La locura de Madrid

  1. 105 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La locura de Madrid

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Índice
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Información del libro

La locura de Madrid es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a los celos rayanos en la locura de una mujer hacia su díscolo marido.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN
9788726508192
Categoría
Literatura

ACTO PRIMERO

Habitación bonitísima y amueblada con suma elegancia, en casa de Don Fausto Madrid. Dos puertas en cada lateral. La que sirve de entrada, a la izquierda, primer término. En el foro un balcón con cristaleras. Es de noche. Época actual. La acción en Madrid, en el mes de Mayo.
_____
(Están en escena simona y roberta, dos señoras de cuarenta y tantos años muy elegantes. Roberta en plan de visíta. Simona, la dueña de la casa, es una señora muy nerviosa, algo neurasténica. Al levantarse el telón reprime unos sollozos que mas bien parecen un agudísimo hipo. )
Rob. Vamos, Simona, tranquilízate. No debes permitir que los nervios te dominen de ese modo. El doctor tiene muchísima razón. Todo eso que padeces no es más que un poco de neurastenia.
Sim. Si estoy conforme, Roberta; pero es horroro so lo que me ocurre. Cuanto yo te diga es de un pálido luna casi indistiguible. Hay días que mi cerebro es una película proyectada a todo voltio y ni aun durante la noche sosiega mi espíritu, porque apenas mis párpados ocultan a mis niñas me asaltan unas pesadillas que no tienes idea.
Rob. ¿Lo estás viendo?
Sim. Y lo más terrible es que me ha dado por tener unos celos de mi marido que no puedo vivir.
Rob. (Riendo. ) ¡Celos de Fausto! ¡Pero, por Dios querida Simona!
Sim. Figúrate; celos de él, que es el ángel de la fidelidad. Me mandan que ponga por él las manos en el fuego y sé que ni me las chamusco.
Rob. ¡Mira que tener celos de Fausto! Es como si estuvieras casada con San Ramón Nonnato y pagaras a un policía particular para que lo espiase.
Sim. Tienes razón, pero no puedo remediarlo. Mira, el jueves salió antes de cenar; cuando volvió le asomaba por un bolsillo el pico de un papel y caí redonda porque me figuré que era una carta de amor.
Rob. ¡Simona!
Sim Cuando volví en mí le registré con mano tembleante, ¿y qué dirás que era lo que a mí se me había antojado una misiva amorosa?
Rob. No imagino.
Sim. Octavo quilo de queso Gruyere.
Rob. Qué plancha y qué poco queso.
Sim. Cuando asombrada me encontré con aquel queso, que tenía por cierto siete ojos que mermaban el octavo...
Rob. ¿Cómo el octavo?
Sim. El octavo de quilo, lloré avergonzada sí, avergonzada y diciéndome: ¡Dios mío! ¿Cómo he podido dudar de este santo?¿Cómo no adi viné que era Gruyere? ¿Cómo no me lo dijeron los ojos?
Rob. Chica, qué martirio.
Sim. Pues así llevo tres semanas. Hay noches que me despierto ahogándome, porque en sueños veo a Fausto rodeado de bailarinas o jaleando a la Chelito o de rodillas a los pies de la Tortajada.
Rob. ¡Pobre Fausto!
Sim. Tienes razón; yo dudando de él y él por no estar ocioso, trabajando como un astur en esa academia de noruego que ha establecido recientemente.
Rob. ¿Una academia de noruego?
Sim. Sí; aunque nadamos en la opulencia, como yo nado más que él, porque aporté mayor suma al matrimonio, él siempre busca medios dignos y decentes de aumentar su peculio y hace unos meses se le ocurrió fundar esa academia que a mí me ha parecido muy bien porque es un negocio no sólo decente sino docente.
Pat. (Doncella de la casa, por la segunda puerta de la derecha. ) ¿Señora?
Sim. ¿Qué hay Patricia?
Pat. ¿La señora va a tomar aquí la tila?
Sim. Sí.
Pat. Lo preguntaba por que son las nueve y le toca el valerianato.
Sim. Es verdad. (A Roberta. ) Acompáñame al comedor.
Rob. ¿Tomas el valerianato?
Sim. Sí, pero como si nada. Lo mejor que me sienta es el azahar. Tomo una de agua de azahar que ya me sirven gratuitamente El Blanco y Negro. (Se van por la segunda de la derecha. )
(Queda un momento la escena vacia. Por la primera puerta de la derecha entran en escena, de puntillas y guardando todo género de precauciones fausto y bienvenido. Ambos frisan en los eincuenta años y son dos señores de buena presencia y de buena ropa.
Faus. (A media voz ) ¡Calla!
Bien. Pero...
Faus. Es que se han trasladado al comedor y como el despacho está en la pieza inmediata podían oirnos. Aquí estamos más seguros.
Bien. Bueno, pero..
Faus. ¡Aguarda! (Se acerca a la segunda puerta de la derecha y escucha. )
Bien. (A media voz. ) ¿Qué?
Faus. (Acercándose a él y oprimiéndose el pecho. ) ¡Respiro!
Bien. Pero Fausto...
Faus. Ponme una mano sobre el corazón.
Bien. (Lo hace ) ¡Caramba¡ Es un sidecar con la magneto disparando.
Faus. Pues así me paso los días y las noches, ama do Bienvenido.
Bien. ¿No tomas bromuro?
Faus. Sí, pero como si tomara agua del Berro.
Bien. ¿Por qué no pruebas el éter?
Faus. Lo probé, pero no me gustó.
Bien. Bien, allá tú; pero por los clavos de Cristo, amigo Fausto, que llevo tres cuartos de hora delante de ti y unas veces porque te da el hipo, otras porque te levantas a escuchar y otras porque te pones la mano sobre el corazón y me dices «se me va a hacer cisco», no me has explicado aún la causa de ese nerviosismo que padeces. ¿Es que también tú estás neurasténico?
Faus. ¡Ojalá!
Bien. Bueno, en serio, querido Fausto, o tú me explicas la causa de tu sobresalto o no vuelves a verme el pelo de la ropa.
Faus. Tienes razón. Verás. Yo llevo diez y seis años de casado; mi mujer tiene cuarenta y dos, yo cuarenta y nueve y de cuarenta y nueve llevo quince...
Bien. ¿Cómo quince?
Faus. Llevo quince siendo una modelo de fide lidad.
Bien. Me consta. ¿Sabes como te llama mi mujer? San Tranquilino, mártir en el Anfiteatro romano.
Faus. Chico, que cosa más larga me ha puesto.
Bien. Si; ella es algo ampulosa.
Faus. (Tres un suspiro. ) Pues hoy puede quitarme el Tranquilino y el romano y el mártir, y si gusta puede dejárme en el Anfiteatro, en clase de fiera, que no me iré; porque hoy, amigo Bienvenido, soy un abyecto, un trapisondista, un ente desprecíable.
Bien. ¿Tú?
Faus. Escucha y espántate. Hace cuatro meses conocí en el Colonial a un sujeto apellidado Calahorra que, vamos, le ví y me dije: este debe ser el que pasa el cepillo a los fieles en San José». Todo afeitado, modesto en el vestir y con una de esas caras de tristeza que dan lástima.
Bien. ¿Y qué?
Faus. Nada, que entabló conversación conmigo, y que si usted conoce la catedral de Burgos, que si ha estado usted en la Seo, si reza usted al acostarse; vaya, que yo pensé, este es de los que van al cielo derechitos. Le pagué un entrecote que se había comido, y salimos a la calle dispuestos a dar juntos un paseo....

Índice

  1. La locura de Madrid
  2. Copyright
  3. Other
  4. REPARTO
  5. Para Emilio Thuillier
  6. ACTO PRIMERO
  7. ACTO SEGUNDO
  8. Obras de Enrique García alvarez
  9. Obras de Pedro Muñoz Seca
  10. Sobre La locura de Madrid