La tonta del rizo
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La tonta del rizo

  1. 105 páginas
  2. Spanish
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La tonta del rizo

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Índice
Citas

Información del libro

La tonta del rizo es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la historia se articula en torno a un usurero que se niega a devolver a sus verdaderos dueños una propiedad empeñada tiempo atrás. Los legítimos propietarios tramarán un plan para recuperar lo que es suyo.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN
9788726508116
Categoría
Literatura

ACTO SEGUNDO

La misma decoración del acto primero. Es de día.
(Al levantarse el telón, ELADIA, mejor vestida que en el acto anterior, pone unas flores en unos jarrones. Dentro, lejos, suenan los últimos toques de un alegre repique de campanas.)
ELADIA.—¡Ya se han casado! (Suspirando ruidosamente.)¡Ay!... ¡¡¡Ay!!!...
BENIGNO. —(Por la puerta y sin sombrero.) Buenos días. niña.
ELADIA.—(Poniendo su cara de tonta.) Buenos días, tío Benigno.
BENIGNO.—¿Pero qué es eso? ¿Cómo no has ido tú a la boda de Jirafa?
ELADIA.—Ahí verá usted; porque han ido mis padres, y alguien tenía que quedarse aquí, por si a don Graciano se le ocurría llamar.
BENIGNO.—¿Está arriba?
ELADIA.—Sisí, señor.
BENIGNO.—Y sigue de primera, ¿no?
ELADIA.—Si, sí, señor. Mejor que nunca. El dice que nunca ha estado tan fuerte como ahora. Y es verdad. Hay que ver lo bien que come. Y es que ese médico nuevo es un sabio.
BENIGNO.—¿Quién?
ELADIA.—Don... (Afectando cierto rubor.) ¡Ay, que me da vergüenza decir su nombre delante de usté...
BENIGNO. ¿Vergüenza de un nombre?
ELADIA. —¡Es que el hombre tiene un nombre!... Ahí está en su tarjeta; don Procúlo.
BENIGNO.—Próculo.
ELADIA.—¿Eh?
BENIGNO.—Que es Próculo. Acentuándolo bien, lo adecentas.
ELADIA.—¡Claro! ¡Si seré tonta! ¡Soy más tonta!...
BENIGNO.—Voy a subir a ver ese hombre.
ELADIA.—Si, sí, señor.
BENIGNO.—(Desde el segundo peldaño de la escalera) Estás hoy muy guapa, sobrina.
ELADIA.—(Tontísima.) ¿Yo?...
BENIGNO.—Tú, sí; tú.
ELADIA. — (Idem.) M’alegro de la noticia, pero eso es favor, que no es justicia.
BENIGNO.—Y, además, estás muy bien arreglada.
ELADIA.—Eso será lo que usté me encuentra hoy de diferente. Que como voy a ir luego a las fiestas de la boda, pues me he puesto lo mejorcito que tengo, eso es. Porque voy a bailar. (Más tonta que la tonta del higo.) Sí, señor; voy a bailar; voy a bailar. Aunque no quiera mi máma, voy a bailar. ¡Claro, que no sé! ¡Je, je!... Pero algún día tiene que ser el primero, ¿verdad? (Yse queda mirándole con la boca abierta.)
BENIGNO.—Conmigo vas a bailar luego.
ELADIA.—(Afectando rubor.) ¡Ay, tío! ¡Por Dios, tío!... ¡No me lo diga usté, tío! ¡Jesús, tío!...
BENIGNO.—(Haciendo mutis.) (¡Qué lástima! ¡Si no fuera tan tonta!...) (Vase.)
ELADIA.—(Sacándole la lengua cuando ya ha desaparecido.) ¡Aaah! (Mirándose a un espejo que habrá sobre algún mueble.) ¡Sí que estoy guapa!... (Tomando una flor y adornándose con ella.) Y ahora, más. ¡Cuando me vea Mariano! (Descompone un poco su figura al ver entrar en escena, por la puerta del jardín, a LORENZA y ARENCIO, que vienen también de tiros largos.)
LORENZA.—¿Ha llamado don... Fulano?
ELADIA.—No, no, señora.
ABENCIO.—¿Ha venido alguien?
ELADIA.—El tío Benigno. Arriba está con don Graciano.
LORENZA.—¿Te dijo algo?
ELADIA.—(Atontada y boquiabierta) Que estaba hoy muy guapa. ¡Más tonto!...
LORENZA.—¿Y tú que le dijiste?
ELADIA. — Lo que me enseñó la maestra cuando era chica. M’alegro de la noticia, pero eso es favor, que no es justicia.
LORENZA.—(Irónica) Muy bien, mujer. (A Abencio.) ¿Qué te parece la... lechuza de la niña? (AEladia) Y se lo dirías así, ¿no? Con la boca abierta y la asadura colgando. ¡Valiente mi...raguano de niña!
ABENCIO.—¡Déjala, mujer! ¿Qué va a hacer la muchacha, si no es mundana ni le sale de adentro el feminismo? Con la picardía nativa se nace o no se nace, y a la que cuando nace, no le nace, no le pidas un desenvolvimiento al unísono y menos un apoteosis, porque no puede ser.
LORENZA. — Pero un poquito de gancho, Abencio...
ABENCIO.—Ya enganchará, no te apures. ¿No se ha casao Sebastiana, que es un caso tipo de tonta unigénita?
LORENZA.—Toma, como que por eso se ha casado: porque, a fuerza de tonta, estaba la familia deseando verse libre de ella.
ELADIA.—¡Claro! ¿Vienen ahí ya?
ABENCIO.—No; pernostaron un instante en la “sacristida” pa firmar el acta del acto, y luego iban a casa de los padres de ella pa lo de la bendición. (A Lorenza.) Bueno, tú; que a mí me está apeteciendo un café.
ELADIA.—Y a mí. Vamos.
ELADIA.—¿Asistió mucha gente a la boda, mama?
LORENZA.—Mucha. Como es día de la Virgen y había sido la función... Además que todo el mundo quiere ver a don Corebo vestido al uso de su país.
ELADIA.—¡Y lo bonito que es el traje!
ABENCIO.—Bonito y eso otro que lo llamó el cura: caótico.
LORENZA.—Exótico.
ABENCIO.—Es verdad; me había confundido. Ahora que no le está nada bien, porque como no se lo han hecho a la medida...
ELADIA.—¿Ah, no?
ABENCIO.—No; es un traje de segunda mano. Se lo ha comprado a unos artistas que andan por ahí, que actúan en las plazas de toros y que se llaman “Los charros mejicanos”.
ELADIA.—¡Andá! ¡En las plazas de toros!
ABENCIO.—Sí; es un traje de lance.
ELADIA.—¡Claro!
LORENZA.—Por Dios santo, Eladia, no vayas a decirle a don Graciano que el don Fulano ese se ha comprado ese traje y mucho menos la de las buenas obras que está haciendo con el dinero que le dió...
ELADIA.—Yo, no, señora. ¡Huy!... ¡Bueno iba a ponerse!
ABENCIO.—Tú, vamos a lo del café y déjate de postrimerías.
LORENZA.—Sí, vamos.
ELADIA.—¿Quieren ustedes que yo lo prepare?
ABENCIO.—No, que el café que tú haces sabe a café de café, y a mí, que me gusta el café, en cuanto el café sabe a café del café, no me gusta el café.
ELADIA.—(En un plan de tonta que irrita.) ¡Huy qué lío, papa!
LORENZA.—(Remedándola, furiosa.) ¡Mírala! ¡Huy, qué lío, papá! Con la boca abierta, los brazos abiertos, las patas abiertas y el... ¡Bueno, vámonos, porque me dan ganas de cogerla y...! ¡Valiente postema de niña! (Mutis por la derecha.)
ABENCIO.—(Haciendo mutis tras ella.) Vaya, mujer; no te pongas tan grábida con la chica, que no es pa tanto. ¡También tú eres como ella, algo póstuma. (Vase.)
ELADIA.—(Muy satisfecha.) Me tendrán que casar con Mariano, porque a ver que hacen ellos con una tonta retonta como yo. Voy a ser más tonta que Sebastiana, que su prima y que su hermana.
MARIANO.—(Asomando la cabeza por la puerta de la izquierda.) ¡Ladia!...
ELADIA.—¡Mariano!... (Después de convencerse de que no hay moros en la costa.) ¡Entra! (Entra Mariano, que viene estrenando traje, sombrero, calzado y hasta corbata.) ¡Huy, cómo vienes!
MARIA.—(Muy poseído.) ¿Eh? Regalo de don Corebo. También a mis hermanos los ha equipado de arriba ahajo. Y a mi madre, dos chambras, una falda de merino, un jersey y un mantón negro de los buenos. ¡Ah! Y nos ha sacao to lo que teníamos en el empeño: ¡hasta la máquina de coser! ¡Qué me pida a mí algo don Corebo, Eladia! ¡Lo que sea! ¡Aunque sea algo malo, que ya está hecho! ¡Qué hombre!... Sin hacer de menos a don Graciano, que es el que le ha dao el dinero.
ELADIA.—Don Graciano no sabe nada...
MARIANO.—Pa mi gratitud, como si lo supiera.
ELADIA.—Luego, en las fiestas de la boda, te hablaré de una cosa muy portante. Hoy no puede extrañarle a nadie el que hablemos nosotros, porque en una fiesta así..., ¿verdad?
MARIANO.—¿De qué se trata, tú; que ya me tienes en curiosidad?
ELADIA.—De que doña Rufina ha vuelto de Madrid para ver lo que hace su hermano con esta finca. ¿Como él juró aquel día cederla también!
MARIA.—¡Si en el pueblo no se habla de otra cosa!
ELADIA.—Bueno; pues quiero yo ver cómo le saco un cacho de tierra pa ti.
MARIANO— ¡Huy!... ¡Aunque fuera de monte pelao, Eladia; que a mí, hasta las rocas me darían frutos! ¡Que yo no tenga que emigrar, Eladia! ¡Por la Virgen!
ELADIA—¡Calla! ¡No digas eso!
MARIANO.—Es que...
ELADIA.—¡¡Ni lo pienses siquiera!! ¿Irte tú? No, Mariano, no. Luego hablaremos.
MARIANO.—¡Y con lo bonita que estás hoy!
ELADIA.—¿Te gusto?
MARIANO.—(Atenazándola.) ¡Chiquilla!
ELADIA.—(Zafándose.) ¡Estáte quieto!
MARIANO.—¡La bilis que he tragao yo esta mañana mientras la boda! ¡Hay que ver la suerte de Jirafa! Yo he sido testigo suyo, ¿no ...

Índice

  1. La tonta del rizo
  2. Copyright
  3. UN RECUERDO
  4. PERSONAJES POR ORDEN DE SU APARICION EN ESCENA
  5. ACTO PRIMERO
  6. ACTO SEGUNDO
  7. ACTO TERCERO
  8. Sobre La tonta del rizo